En junio de 1941, José María Bravo, se alistó como voluntario en el Ejercito Rojo. Fue distinguido con condecoraciones y medallas de la URSS por sus méritos militares.
Veintitrés derribos
Bravo estudiaba para ingeniero de caminos cuando los generales se sublevaron contra el Gobierno republicano. Recuerda que pasó a Francia desde Bilbao, llegó a Cataluña en noviembre de 1936 y se apuntó en la aviación con su amigo José María Carreras. Fue enviado a Los Alcázares (Murcia) y luego a la URSS a entrenarse como piloto de caza en la escuela de Kirovabad, en el Cáucaso. En junio de 1937 estaba de nuevo en España, le enviaron al frente de Madrid a una escuadrilla de Chatos, le trasladaron a Albacete con la primera escuadrilla de Moscas, y a Llíria (Valencia). Entró en acción el 15 de agosto de 1937, preparando la ofensiva sobre Zaragoza.
Desde entonces y hasta la retirada por Cataluña, en febrero de 1939, consiguió 23 derribos individuales, 7 colectivos y 12 atribuidos a su escuadrilla, la tercera del Grupo 21, cuyo símbolo era el seis doble del dominó.
Protección a Stalin
Al terminar la guerra española pasó por el campo de Gurs (Francia) y pudo alistarse en el Ejército soviético. Los rusos le enviaron a la escuela de ingenieros de Jarkov. Gracias al reencuentro con militares que habían luchado en España logró un puesto en la aviación como piloto de unos Moscas más modernos. "Le habían instalado un cañón en el morro y convertido en un caza de verdad", explica antes de recordar que los 280 aparatos que Moscú vendió a la República disparaban balas del 7,6 milímetros, o sea, "perdigones muy poco eficaces contra el blindaje de los Junker y los Heinkel que los alemanes suministraron a Franco".
Un día de 1943, en plena defensa de los pozos petrolíferos de Bakú, en Ucrania, donde derribaron no menos de 10 aviones nazis, le llamaron para que realizara una misión especial: "Tenía que escoltar con mi escuadrilla el avión de José Stalin hasta Teherán (Irán), donde iba a reunirse con Churchill y Roosevelt". El dirigente soviético se extrañó de "los calzoncillos largos" de sus pilotos. Bravo le contestó que no eran calzoncillos sino los pantalones del uniforme desteñidos por el sol de Ucrania. Y Stalin ordenó que les confeccionaran un uniforme con tela especial que ni destiñera ni se gastara al lavar.
Tras la desmovilización, en 1948, Bravo llegó a catedrático y decano de la Facultad de Filología de Moscú, donde impartió clase de español durante 20 años. Experto en poesía rusa, ha traducido junto a su segunda esposa, Natalia Ujánova, a los grandes de la literatura rusa. La última es Relatos de un cazador de Ivan Turgueniev para la editorial Cátedra.
Entrevista sonora al Coronel Bravo