GOL DE TACON.......
6 de agosto de 2009: mientras la prensa occidental se encuentra enfrascada en el primer aniversario de la guerra ruso-georgiana, con reportajes coloristas de todo tipo (en ausencia de los nada concluyentes análisis sobre lo acontecido) el primer ministro Vladimir Putin aparece en Ankara y remata en una jornada lo que parecía el final de un largo proceso de negociación entre rusos y turcos. Los resultados de lo acordado eran, para ambas partes, netamente provechosos.
En sus declaraciones públicas, tanto Putin como Erdogan intentan tranquilizar a los occidentales (quizá más el primero que el segundo). En términos estrictamente empresariales, vienen a decir: "aquí no pasa nada, hay para todos". Pero los gestos también cuentan. De hecho, lo ocurrido el 6 de agosto posee un potente contenido simbólico.
En medios turcos, se filtra la satisfacción o se masca el desconcierto. Desde luego, las negociaciones con los rusos se han llevado en el mayor de los secretos, y no queda muy claro el alcance real de lo pactado. Pero, de entrada, no deja de ser llamativa la fecha escogida por Putin para viajar a Turquía. Y la maquinaria diplomática que terminó por llevar a ese evento se puso en marcha, precisamente, pocos días después de que se firmara el protocolo que bautizó oficialmente al proyecto Nabucco.
Por entonces, llamó la atención que salieran a la luz las diferencias entre los socios turcos y los europeos en torno al gasoducto. Por ejemplo, las discusiones sobre la cuota de gas demandada por Turquía para uso propio, que era del 15%, y que el resto de los socios consideraba inaceptable. También se supo que las repúblicas del Asia Central (Kazajstán, Turkmenistan, Uzbekistan) rehusaban comprometerse en un suministro continuado a Nabucco. Sólo Azerbaiyán aseguraba un caudal sostenido; aunque dejando claro que debería compatibilizarlo con un aumento de las exportaciones hacia Rusia, a partir de 2010.
Asimismo, resultaba significativo que mientras se fraguaba la partida de bautismo de Nabucco, Erdogan anunciara que el gobierno no tenía intención de reformar (y mucho menos, reescribir) la Constitución de 1982, utilizando como pretexto las trabas puestas por la oposición. A pesar de ese y otros bloqueos de las reformas exigidas por Bruselas para el ingreso de Turquía, el primer ministro se mantuvo desafiante, dejando claro que se contaba con ejercer presiones políticas a través de la participación en Nabucco. Y es que, en realidad, es Rusia quien provee de verdaderas cuotas estratégicas de gas (63%) y petróleo (28%) de Turquía.
Por lo tanto, la negociación del 6 de agosto, no fue sino la fase final de un tira y afloja que se prolongó durante meses. Y la verdad es que, al final, los turcos se llevaron un buen bocado: hidrocarburos a buen precio, y acuerdos para poner en marcha una alternativa energética nuclear propia; y esto último ya tan pactado que este mismo verano sólo se le dieron los retoques finales. En los años 70 del siglo pasado, la izquierda ecologista antinuclear se hubiera llevado las manos a la cabeza, pero con la desidia actual, el evento está pasando totalmente desapercibido. Sin embargo, en Bruselas y Washington el asunto debió picar, porque si los rusos contribuyen activamente a que Turquía tenga sus propias centrales nucleares, resultará más difícil (por ejemplo) presionar a Moscú a que no haga lo mismo con los iraníes.
En conclusión: en el terreno de la energía, Ankara está jugando a dos barajas y a conciencia (con ayuda de expertos italianos en el asunto, todo hay que decirlo) y se supone que intentará utilizarlas para presionar doblemente a Bruselas. Erdogan no se anda con muchos tapujos al respecto.
Pero es que todo esto no es sino un aspecto más del acercamiento ruso-turco a varios niveles. Debe recordarse que Ankara compró y sigue comprando armamento a Rusia, y buena parte de él es de tipo estratégico, como ocurrió, nada menos, con toda la nueva red de defensa antiaérea basada en los S-400. Hay más, bastante más, e incluso acuerdos para que Turquía fabrique bajo licencia componentes de los sistemas de armas rusos, que posiblemente tendrían buena aceptación en terceros países, como India o algunos latinoamericanos. Y es que al margen del abultado coste de la tecnología militar, la adquisición de armas a una determinada potencia supone también comprometerse a largo plazo con respuestos, adaptaciones y modernización, cursos de formación y reciclaje, y a veces, incluso nueva doctrina militar.
Por supuesto, la entente ruso-turca se combina con la política exterior de Ankara en el Cáucaso (y Oriente Medio) y con la política interior. A estas alturas está ya bastante claro que rusos y turcos se han puesto de acuerdo para regular el Cáucaso meridional como mejor les convenga a ambos. Recuerden la forma en que reaccionó Erdogan cuando estalló la guerra ruso-georgiana: no se alineó para nada con las declaraciones belicistas de Bruselas, y prefirió entrevistarse directamente con Putin y estudiar como estabilizar la zona.
En cualquier caso, basta mirar el mapa para darse cuenta de que el acercamiento ruso-turco deja muy fuera de juego, en el Cáucaso-Mar Negro, a georgianos y ucranianos. Además de hacer que pierdan muchos puntos en el ranking de países-grifo o conductores de redes energéticas, ambos países pueden quedar muy aislados si el Mar Negro se convierte en un lago ruso-turco, estando estos dos de acuerdo. Recuérdese que la clave del valor estratégico real del Mar Negro reside en los Estrechos y que éstos están en manos turcas. Las consecuencias de un predominio turco-ruso en esa cuenca serían de tal envergadura, que incluso podrían desactivar las tensiones en torno a Crimea y la importancia de Ucrania como potencia marítima.
Por último, política interior. En la misma Turquía, el acercamiento ruso-turco aparca cada vez más a la derecha nacionalista "laica" y también, y sobre todo, a los ultras. Recordemos que hace menos de un año, éstos últimos andaban dándole vueltas a la idea de romper con la UE e irse con los rusos. Ahora, esa carta la juega el gobierno Erdogan. La oposición se está quedando sin proyecto de política exterior propia. Esto descoloca a importantes sectores de la diplomacia "kemalista" (que tan fieles partidarios tiene en nuestro país), reducto que en los últimos tiempos estaba creando problemas al gobierno. En este sentido, resulta muy significativo el relevo al frente de Exteriores del pasado mes de mayo: Ahmet Davutoglu tomó las riendas en persona.
En cualquier país, en cualquier régimen: cuando un peso pesado del gobierno se hace con el Ministerio de Asuntos Exteriores, es que se le está dando mucha importancia a la política internacional del país en cuestión. En el caso turco, la pregunta ingenua es: ¿qué se estaba cocinando en mayo? Pues ya tenemos la respuesta, o al menos un primer capítulo importante del culebrón