Rusia vista desde Occidente. Borís Kagarlitsky

Discusión sobre política y temas sociales.

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jozsi
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Rusia vista desde Occidente. Borís Kagarlitsky

Mensaje por jozsi »

En el portal alternativo ZNET hay varios artículos en español sobre Rusia.

http://www.zmag.org/zlanguages/spanish.htm

Algunos los ha escrito Borís Kagarlitsky, destacado intelectual de la izquierda radical, nacido en 1958 en Moscú. Fue uno de los disidentes por la izquierda en la época soviética y luego siguió siéndolo cuando llegó la debacle capitalista, así que se buscó problemas con el borracho, digo, con Yeltsin (llego a estar incluso detenido).

El siguiente me ha parecido interesante, aunque no estoy de acuerdo con todo lo que dice. Hay que tener en cuenta que es del 2002:

http://zinternational.zcommunications.o ... itsky2.htm

(por cierto, la negrita es mía)

"Hay ocasiones en las que la imagen que ofrece la prensa occidental sobre Rusia trae a la memoria los síntomas de la esquizofrenia. Por una parte, nos dicen que todo va sobre ruedas y, por la otra, que todo es un desastre. Los períodos de euforia se alternan con los de depresión. Un día Rusia es un país que está superando su pasado totalitario con entusiasmo y, al día siguiente, es el vivo ejemplo del fracaso, la corrupción y el empobrecimiento.

Primero se presenta a los rusos como gente emprendedora y, después, como timadores en los que no se puede confiar lo más mínimo. Además, y aunque los observadores sean los mismos, todas las personalidades y acontecimientos están sujetos a sufrir cambios drásticos en su carácter.

Desde la década de los 90, la imagen de Rusia como un país repleto de granujas y gángsters se ha convertido en algo habitual entre los guionistas de Hollywood. Como referencia se han tomado, por supuesto, hechos reales publicados en artículos de periódicos, pero la inspiración procede de las películas de ciber punk que muestran un futuro aterrador. La Rusia actual de Hollywood guarda mayor parecido con Los Ángeles de Blade Runner que con la compleja, y sin duda cansada, sociedad que es realmente.

Huelga decir que la imagen de Rusia como tierra de catástrofes es errónea, por la sencilla razón de que la simplificación de cualquier imagen es engañosa. A pesar de todo, no deja de resultar muy útil para ciertos partidos políticos que saben cómo explotarla. Los derechistas de Occidente sienten una tradicional antipatía por los rusos. Según su parecer, todos los problemas se derivan de la herencia comunista y de la especial naturaleza de la cultura rusa, considerada como reacia a la modernización y a la democratización. Los izquierdistas, en cambio, acusan al capitalismo y sus argumentos son más lógicos aunque sólo sea porque los problemas de Rusia afligen también a África, la India y Latinoamérica, lugares que nunca han experimentado el comunismo ni la cultura rusa.

La situación resulta cuando menos curiosa: cuanto mayor es el empeño de Rusia por seguir el "camino de Occidente", mayor es su parecido con el África tropical. De hecho, en estos momentos circulan por Moscú no pocos chistes de tono amargo al respecto. El salario medio en Rusia sólo alcanza para mantener a gente que viva en un clima subtropical. Sin embargo, por el momento no hay ni rastro de bananos en las afueras de la capital rusa.

En todo caso, en Occidente se están dejando sentir los mismos males aunque se presenten bajo otra forma.
La quiebra de la empresa energética Enron inspiró a la sociedad rusa algo parecido a un malicioso placer.

En Rusia se han producido casos como el de Enron repetidas veces, pero los expertos estadounidenses siempre han mantenido que este tipo de engaños corporativos se deben al atraso y a los malos hábitos comunistas en dicho país, mientras señalaban a sus magníficas empresas como ejemplos a seguir. Sea como sea, la sombría imagen de Rusia está desapareciendo paulatinamente en Occidente gracias a artículos que pintan el país desde una perspectiva más optimista. Por lo general, los autores de dichos artículos son liberales bienintencionados que intentan poner las cosas en su lugar. Sus razonamientos suelen incluir las nociones siguientes:

1. La idea de que Rusia es una sociedad pobre y desgraciada plagada de proxenetas y que va de capa caída no es más que un tópico que aumenta los prejuicios contra los rusos. Los neomarxistas y las feministas son quienes están explotando estas falsas ideas.

2. No se deberían olvidar las libertades políticas y económicas recién conquistadas y habría que respetar la elección de los rusos que antes vivieron bajo la dictadura y que ahora disponen de la posibilidad de "crear sus propios principios".

3. La población rusa necesita una mayor implantación del capitalismo en lugar de plantear límites sobre éste.

4. La Unión Europea debería ampliarse para incluir a Rusia y, con ello, se solucionaría una parte importante de los problemas del país.

Por desgracia, estos argumentos son tan abstractos y generales como las historias de terror sobre Rusia que nos llegan constantemente mediante otras fuentes. En realidad, no son más que una parte de la lista de tópicos creados por personas que no sienten un verdadero interés por lo que está sucediendo.

La Rusia de nuestros días es, ante todo, una sociedad sumamente heterogénea. Precisamente por este motivo, los defensores de cualquier punto de vista encuentran con facilidad ejemplos con los que respaldar sus opiniones. Sin embargo, el auténtico problema lo plantea la relación entre estos fenómenos.

Es cierto que Rusia cuenta con una dinámica clase media que sigue un estilo de vida totalmente occidental. En ese sentido, no andamos peor que Bolivia, Turquía o Senegal. Esta clase media se concentra en Moscú y San Petersburgo, dos ciudades que actualmente cabría incluir entre las más interesantes de Europa (aunque no son pocos los que están fascinados por Estambul o Dakar). El problema es que esta nueva clase media apenas constituye entre el 12 y el 15% de la población y no está aumentando. Basta con desplazarse a cuarenta kilómetros de la carretera de circunvalación de Moscú para entrar en un mundo totalmente distinto, en el que la gente sobrevive principalmente a base de patatas de sus propios huertos y, en ocasiones, pueden pasar meses sin un rublo en los bolsillos. Intenten explicarles a estas personas los avances obtenidos por la democracia rusa, y les replicarán que al menos durante el comunismo gozaban de ciertos derechos, mientras que ahora las autoridades les consideran basura.

La sociedad decente y respetable presente en algunas grandes ciudades se mantiene gracias a una buena dosis de violencia policial que convierte a la democracia en una farsa. Moscú y San Petersburgo no son lugares "peligrosos" de acuerdo con lo que el público occidental entiende con este término. Nueva York, por ejemplo, es una ciudad mucho más peligrosa. Londres, según mi punto de vista, es mucho menos predecible. El problema radica en que el bienestar ruso se sostiene mediante el uso de clubes policiales. Las fuerzas involucradas no sólo incluyen a las autoridades municipales y federales, sino también al gran número de guardias de seguridad privados que se encargan de garantizar la seguridad de las personas honradas. Todos los edificios están amurallados como si fueran fortalezas. Para entrar en su territorio, hay que superar un puesto de control a cargo de personas agradables y vestidas de manera informal y, después, atravesar varias puertas equipadas con cierres de clave numérica. Todo ello bajo la atenta mirada de las cámaras de vídeo. Hace algunos años, cuando fui testigo de cosas parecidas en Sudáfrica, me horroricé y no podía entender cómo alguien podía vivir en semejante lugar. En Moscú ahora se vive exactamente del mismo modo. Lo que ocurre es que uno se acostumbra rápido y deja de darse cuenta.

Intentemos ahora observar la capital rusa con la mirada de un ciudadano de provincias o de un trabajador procedente de Ucrania o Moldavia (cuya barata mano de obra es la encargada de que todo siga funcionando). Hace unos días, un policía paró a una conocida mía de Novosibirsk en el centro de Moscú. Ni siquiera la documentación que la identificaba como ayudante del gobernador de la provincia de Novosibirsk le sirvió de ayuda. La policía tenía la intención de mantenerla encerrada en una celda durante unos días con el único propósito de descubrir cuál era el motivo de su viaje a la capital. ¿Acaso pretendía trabajar allí ilegalmente? O peor aún, ¿dedicarse a la prostitución? Finalmente, se salvó gracias a la intervención de ciertos contactos de la Duma estatal. Sin embargo, no todo el mundo tiene amigos en esta institución. Como es de suponer, estas medidas no ayudan en modo alguno a luchar contra la prostitución. Y para atestiguarlo, basta con darse un paseo por el centro de la capital rusa, por la calle Tverskaya, donde las mujeres forman fila como si fueran granaderos en un desfile. La mayoría de ellas carece del permiso necesario para residir en Moscú y otras ni siquiera son ciudadanas rusas. Pero la policía las deja en paz porque, a pesar de lo arbitrario que puede llegar a ser este cuerpo, la corrupción es mayor aún. Así es la ley del mercado.

Teniendo en cuenta este contexto, es normal que todo comentario sobre el avance en materia de democracia despierte escépticos ataques de risa. El pánico que sintió la intelligentsia liberal cuando Vladimir Putin asumió el poder en 1999 resultó ser infundado. Al menos, en Rusia existe una publicación con tirada nacional que se opone al discurso seguido por las elites políticas. Contar con tal fuente de noticias ya es algo y, desde luego, es mucho más de lo que tienen muchos países occidentales (que conste que no me refiero a periodicuchos publicados por un ministro o un partido, sino a una auténtica oposición ante el camino por el que todos los políticos, independientemente del partido al que están afiliados, están conduciendo a la sociedad). Rusia también disfruta de la celebración de elecciones, en las que la mayoría de la población hace tiempo que ha dejado de participar, ya que saben de buena tinta que los resultados se falsifican abierta y descaradamente. No olvidemos a los corresponsales de Occidente que disponen de libertad para viajar allí donde deseen y curiosear donde les plazca pero que, salvo raras excepciones, evitan tratar temas como el fraude electoral, la arbitrariedad administrativa y el racismo policial.

Podría afirmarse que Rusia, en su conjunto, es un país capitalista totalmente normal en los tiempos que corren; uno de los pobres, claro. No tenemos motivos para quejarnos sobre nuestro destino: no somos peores que la mayoría de países y, en muchos aspectos, somos incluso mejores. Al fin y al cabo, seguimos construyendo cohetes fantásticos y en el campo del ballet estamos a la cabeza en todo el mundo. Hay que decir, eso sí, que tanto los cohetes como el ballet son herencias del pasado soviético totalitario.

Así pues, resulta increíblemente divertido escuchar debates sobre si Rusia necesita "más" o "menos" capitalismo. Ya tenemos capitalismo; el lote completo. El hecho de que el capitalismo ruso difiera de la variante sueca no tiene nada de raro. Si no fuera distinto, nuestro país no estaría habitado por rusos, sino por suecos, tendría otro nombre y ocuparía otro lugar en el mapa. El capitalismo periférico, sea en Rusia, Turquía, Albania o Malí, se caracteriza porque es incapaz de proporcionar un nivel de vida decente a la mayoría de los que viven sometidos a éste. Al fin y al cabo, este tipo de países se ven obligados a abaratar las materias primas para mantener el elevado nivel de vida de la "Europa civilizada". Es evidente, por lo tanto, que esa es nuestra misión y, además de tomárnosla muy en serio, la cumplimos a rajatabla.

Por lo que respecta a la Unión Europea, no estaría fuera de lugar que aquellos liberales occidentales que nos apoyan nos preguntaran si deseamos viajar allí. Necesitamos que nos concedan el acceso a la zona de Schengen. De lo contrario, dentro de unos años no podremos viajar desde Moscú al enclave - aún ruso - de Prusia Oriental. A pesar de todo, los viajeros rusos encuentran cierto consuelo cuando en la larga y humillante cola del aeropuerto de Londres coinciden con australianos, neozelandeses y sudafricanos blancos. Los miembros de la clase media rusa enseguida encuentran un lenguaje común con estos últimos.

Una estructura estatal eficaz toma forma cuando la sociedad vive satisfecha y funciona correctamente. Un país socialmente heterogéneo, dividido por contradicciones y con una economía que se distingue por las grandes desigualdades, no puede dar origen a una burocracia honrada ni a instituciones democráticas creíbles. E intentar imitar las fachadas occidentales no hace sino agravar el problema porque, tras las fachadas, se esconden las cosas que nadie quiere ver ni arreglar.

La ampliación de la Unión Europea con miras a incluir los países de Europa Oriental es un arriesgado experimento. Este sistema no funcionará, ya que ni siquiera existe una mínima igualdad económica entre los países afectados. La igualdad económica que se anuncie será ficticia o transformará a las instituciones de la Unión en un campo de eternas batallas. Sólo cuando la Unión Europea consiga superar esta dura prueba, podrá hablarse de la adhesión de Rusia. Y será una unión totalmente distinta que tendrá poco en común con la actual.

Decir que a Rusia le espera un destino especial no tiene mucho más sentido que hablar de Suecia como una excepción histórica. Aunque en el actual contexto mundial son precisamente Suecia y Finlandia, con sus aún existentes restos de socialdemocracia, las que constituyen un caso excepcional. Los rusos viajan ahora a Finlandia para regalarse la vista con el "socialismo realmente existente". Hay que decir que este producto resulta más atrayente que el capitalismo americanizado que ahora está "hecho en Rusia" con la autorización del Fondo Monetario Internacional.

Formar parte del mundo no representa un logro extraordinario, pero tampoco una especial vergüenza: sencillamente, es lo normal. El problema es que el mundo entero funciona mal. Puede que los fracasos resulten más evidentes en Moscú o Estambul que en París o Estocolmo. Puede. Se trata de una muy discutible suposición ya que los movimientos de protesta están extendiéndose en Occidente y, de ahí, pasando a Rusia. En las librerías de Moscú y San Petersburgo se está incrementando la demanda de las obras de autores radicales como Noam Chomsky y el Subcomandante Marcos. En Rusia, la ideología anticapitalista, al igual que cualquier tendencia occidental liberal, empieza influyendo a la intelligentsia y a la clase media, es decir, a los grupos con los que el neoliberalismo cuenta como sus mayores defensores.

Y es justamente esta última realidad la que me permite mirar al futuro de nuestro país con optimismo.
"

Un saludo

Nurgle
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Re: Rusia vista desde Occidente. Borís Kagarlitsky

Mensaje por Nurgle »

Muchas gracias por el articulo, de una gran inteligencia y desde luego visionario, cambias Emron por Lehman brothers y parece que el articulo se escribio ayer.
Camarada Lobo sabe a quien se come y no le pregunta a nadie si puede comerselo.
V. Putin
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