Como en sus anteriores trabajos, Stone sigue exhibiendo un estilo de rodaje con el que no comulgo: constates cambios de plano, montaje rápido y mezcla de distintos momentos de cada entrevista no ayudan a mantener el hilo de la conversación y restan coherencia a algunos asuntos. No obstante, se trata de un trabajo muy recomendable, aunque ya sólo sea por la entidad del entrevistado y por dar la réplica a los medios occidentales. Aunque se le critique a Stone no ser lo bastante incisivo en estos documentos, insisto en este punto: no han sido realizados para reforzar la opinión de nuestros medios, sino para contrastarla.
Un detalle a destacar, y que sin duda hará las delicias de nuestra prensa, es que el mandatario ruso trabaja en el mismo despacho en que en su día lo hizo Stalin. Ya tardan en aparecer los titulares.

Por lo demás, Putin, consciente de que cada palabra que diga va a ser puesta bajo la lupa, además de hablar, calla, y mucho. Son varias las ocasiones en las que el amigo Vladimir deja que sea Stone el que se moje con una conjetura para aprobarla (o refutarla) tácitamente, con la vieja técnica el “tú lo has dicho”. Sí se explaya, y bien, en algunos temas delicados: Snowden, la presunta intromisión rusa en el proceso electoral estadounidense (replicada contundentemente con la más que probada intromisión estadounidense en los procesos rusos), la denuncia del apoyo occidental a los terroristas del Cáucaso ya desde las guerras de Chechenia y, muy particularmente, la cuestión de Ucrania.
Se muestra tibio con Yeltsin, pese a reconocer el desastre que fueron los 90 (parte del pacto de “retirada pacífica” que suscribió con la familia del borracho en su día, suponemos), reconoce las luces y sombras del sistema soviético y, ojo, deja un momento especialmente interesante en sus reflexiones sobre Stalin: Cromwel o Napoleón también podrían ser juzgados como criminales por la Historia y, en cambio, son reverenciados en sus países de origen. Concluye que si a Stalin se le juzga con dureza no es por lo que hizo (en eso hay sobradas equivalencias en otros países) sino porque al tirar contra su figura se tira contra Rusia por elevación. Otro titular que se reservan nuestros medios

Dejo dos momentos más a subrayar: el visionado de “Teléfono Rojo: volamos hacia Moscú” en compañía de Stone, con el momento de “El típico regalo americano” (lo mejor de las cuatro horas de documental), y la única ocasión que Putin baja la guardia para dejar ver su faceta emocional: cuando habla de sus padres y de cómo su progenitor, ya enfermo y poco antes de morir, le vio como futuro presidente del país siendo aún primer ministro.
Con todas sus carencias (y ausencias o ambigüedades), recomendable. Sobre todo si tenemos en cuenta que en el paisaje político actual el inquilino del Kremlin es de los pocos dirigentes que puede reclamar el titulo de estadista y desenvolverse en una conversación sin que le den las respuestas al oído. Dejo enlace a los dos primeros episodios (cuatro en total). Los restantes podréis irlos sacando por los títulos vinculados, al menos hasta que se retire por alguna cuestión de derechos.

¡Saludos!