17/2/2008 Edición Impresa CRÓNICA DESDE MOSCÚ // DMITRI POLIKÁRPOV
El misterioso caso del quesito desaparecido
DMITRI Polikárpov
La semana pasada toda la policía de Moscú estaba buscando un quesito fundido. Era de bronce y pesaba 200 kilos. Una noche de finales de enero desapareció de su pedestal en el centro de la capital rusa. Al final lo encontró sano y salvo un barrendero. Estaba escondido en un montón de nieve. Al barrendero le han prometido una recompensa de 3.000 euros por su hallazgo, que no sabemos si en realidad se le pagará, mientras que la pieza perdida regresó a su lugar habitual.
El monumento al quesito fundido Druzhba (Amistad) es uno de los más exóticos de la ciudad. En la época soviética, el Druzhba era la tapa más universal entre los rusos para acompañar una copa de vodka. Tanto porque en las escasas tiendas no había otras cosas para picar, como por su precio irrisorio. En el 2005, la fábrica moscovita que todavía sigue fabricando los mismos quesitos fundidos decidió que este "símbolo nacional" merece una estatua. Ponerla costó nada menos que 500.000 euros.
En los dos últimos años a Moscú le ha dado la manía de poner nuevas estatuas cada vez más raras y ridículas, que pueblan los rincones más íntimos del casco histórico. Últimamente han emergido más de 60 nuevos monumentos autorizados por el ayuntamiento, que son motivo de burla para los moscovitas tanto a causa de su bajo nivel artístico, como porque muchos personajes inmortalizados no les suenan nada de nada. Pero solo es la punta del iceberg. Varias decenas de estatuas emergieron sin permiso de las autoridades, como es el caso del monumento al quesito Druzhba, construido a la entrada a la fábrica.
Los monumentos sin papeles no dejan de sorprender. Hay estatuas de un obrero también sin papeles, del alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, vestido de barrendero, e incluso del presidente ruso, Vladimir Putin, descalzo. Teóricamente, no es fácil conseguir que una obra obtenga un puesto en Moscú. Primero se necesita la aprobación de una comisión de expertos que elige entre los proyectos ofrecidos por varios autores. La decisión final la toma el alcalde.
También existe un método alternativo y más seguro. Muchos escultores regalan sus estatuas a la ciudad, para conseguir así espacio y promoción para sus obras. Este ha sido el caso de uno de los monumentos más altos de la capital, que mide 45 metros. A la gigantesca estatua del emperador Pedro el Grande, regalada a Moscú por el escultor georgiano Zurab Tsereteli, los moscovitas la llaman "Cristóbal Colón con la cabeza de Pedro".
Inicialmente, el regalo fue destinado a EEUU, pero cuando las autoridades estadounidenses no lo admitieron, el maestro rusificó su obra para que cuadrara con su nuevo destino. El atavío del emperador ruso sigue siendo más propio para el gran descubridor de las Américas. Pero a caballo regalado no se le mira el diente.
Incluso las obras más feas a veces son útiles. Los mendigos arrancan elementos de algunos monumentos y los venden a compradores de metales no ferrosos. Es un dinero fácil, a no ser que la pieza obtenida pese demasiado, como el monstruoso quesito fundido Druzhba.
El Periódico 17/02/08