Galaxia Gutenberg va a publicar en breve
Años de Guerra, del inefable
Grossman, 640 páginas a un precio de 22 euros. Quedamos a la espera de más información.
«Es dudoso que en la historia, incluso en la de la última guerra, haya habido agresiones de semejante calibre. Todo ha cambiado en la manera de hacer la guerra durante estos últimos decenios. Es otro el aspecto del campo de batalla, otra la manera de dirigir el combate, otros los medios existentes para realizar los ataques de fuego». El historiador británico Antony Beevor ya lo había advertido en un libro anterior –«Un escritor en guerra» (Crítica)– y reivindicaba el nombre de Vasili Grossman como novelista –el autor de ese formidable torrente literario que es «Vida y destino»–, pero, también, y sobre todo, como un excepcional cronista de guerra que no dudó en internarse con los soldados en el campo de batalla para contar qué ocurría en el frente, cómo sobrevivían los civiles y lo que sentían aquellos soldados que luchaban en primera línea. La editorial Galaxia Gutenberg, que ha recuperado, con ésta, tres obras del escritor ruso, publica ahora sus crónicas periodísticas en el volumen «Años de guerra». No es aún el Grossman desencantado, hastiado de un régimen que había traicionado todos los ideales. Ese escritor amordazado que derramó el desconsuelo de su amargura en la novela «Todo fluye». Éste es un Grossman sincero, honesto, comprometido con la verdad, empeñado en relatar todas las atrocidades de una guerra que arrasaba a Europa.
Destinos rotos
En sus reportajes, Grossman radiografía el alma de los soldados, todas esas vidas truncadas y abocadas, contra su voluntad, al fuego de las trincheras. Son obreros, profesores, mecánicos, campesinos y estudiantes imberbes. La guerra fagocita todos los oficios y convierte las profesiones más sencillas y honestas en otras bien diferentes: francotiradores, comisarios políticos o granaderos. «En aquellos tiempos había sido un buen labrador, y ahora, en la guerra, Grómov empuñaba en sus manos un fusil que perforaba la coraza de los tanques», cuenta.
Grossman recoge el rugido de las batallas. La estampa de balas trazadoras, heridos y mutilados que dejan los combates. Todos los desnudos y los muertos que enterró aquella Segunda Guerra Mundial en la campaña del frente ruso. Y lo hace mientras escucha las historias que traen todos los que viven y mueren en el vientre de esa dialéctica mecánica del avance y los retrocesos. Cuenta quiénes son ellos y de dónde proceden, humanizando el retrato deshumanizador que dejan los enfrentamientos. Refleja el dolor de los que matan y de los que ven morir, mientras intenta desentrañar «qué es lo más terrible en el combate». Una pregunta que un día le responde, en el curso de una conversación, un fusilero, Románov, al recordar la pérdida de un amigo: «Lo peor es perder en él a un camarada (...). El camarada en el combate es más que el padre y la madre».
