No sabía donde poner este artículo interesante, porque se trata y del carácter y de la crisis. De mi parte puedo decir, que esta conducta corresponde más a los de Moscú y a los de la clase media-alta (que no son la mayoría de la población). La gente que los ingresos más bajos (y gente ahorradora y precabida) sí que ha comprado los precios siempre.
Ahorrar en tiempos de crisis
Gonzalo Aragonés | 22/01/2009 - 23:21 horas
Tras la crisis del 98 los ciudadanos rusos perdieron su confianza en los bancos. Además de guardar su dinero debajo del colchón o en un bote de cristal en la cocina, se extendió la idea de que, más que temporal, el valor del dinero es algo completamente efímero. Y, por eso, la mejor forma de conservarlo (aunque suene contradictorio) es gastarlo. Un reciente estudio de consumo indica que el ruso es uno de los habitantes de este planeta menos cuidadoso con su dinero. Bien mirado, tal vez también porque es uno de los que más alegremente lo utiliza.
Esto, en sí mismo, no tiene por qué ser ni bueno ni malo. Es, simplemente, una característica. Por cierto, muy apreciada entre otros sitios, en Catalunya, debido al importante número de turistas rusos que la visitan cada año.
Pero los convencionalismos que trajo la crisis anterior están comenzando a cambiar con la llegada de la nueva. Hace unos días contemplé en un supermercado de la cadena "Perekriostok" una escena poco habitual durante los años de bonanza del señor Putin.
Un grupo de mujeres, al parecer profesionales o en cualquier caso con poderes, se demoraba durante varios minutos delante de las estanterías de las mermeladas. De arándanos, de albaricoque o de frambuesa; con trocitos de fruta o completamente limpia; de producción extranjera o nacional; para calmar la tos, evitar la gripe o simplemente bien untarla en una esponjosa rebanada de pan negro. Pero no discutían nada de eso… simplemente, comparaban el precio de los tarritos.
No parece nada extraño que el ciudadano de a pie haya comenzado a ahorrar (o guardar para tiempos peores) cuando incluso prácticamente todas las instancias del poder están ya apretándose el cinturón. El jefe del gobierno ha tenido esta semana un gesto de realismo que está siendo bien apreciado por el entorno empresarial. El señor Putin ha encargado al Ministerio de Finanzas revisar los presupuestos del Estado para este año. Las nuevas cuentas se ajustan a un precio de petróleo de 41 dólares por barril (la anterior versión partía de un petróleo a 95 dólares), una inflación del 13 % y un rublo rendido pero que no se devaluará más allá de los 35 dólares… cuidado, porque estos últimos dígitos de la moneda nacional ya están temblando, y tal vez cuando el lector lea estas líneas haya que volver a examinar la realidad con otros ojos.
Dice el diario Moskovsky Komsomolets que los senadores rusos tendrán que seguir utilizando sus "despachos en miniatura". El proyecto o las discusiones para construir una nueva sede para el Consejo de la Federación simplemente se han volatilizado. La Duma (Cámara Baja) dejará este año de renovar el mobiliario y los ordenadores de sus señorías, con lo que ahorrará 256 millones de rublos (de momento, a 22 de enero y antes de la próxima devaluación controlada del rublo, unos 6 millones de euros).
El Parlamento de la ciudad de Moscú, entre otras medidas, utilizará los folios por las dos caras para imprimir sus documentos. El principal partido político del país, Rusia Unida, ha hablado claramente y se decanta por recortar gastos a conciencia. De momento, eso no se traduce en despidos, ya que todas las fuerzas políticas coinciden en proteger a sus trabajadores. Pero en provincias 10.000 funcionarios podrían estar en dificultades, según el rotativo. Y curiosamente, en algunos gobiernos regionales se está descubriendo ahora que hay ministerios que sobran.
Resulta que lo que hacían mis mujeres en el supermercado está siendo actitud habitual. La encuesta de consumo que antes cité la hizo la compañía Synovate en 18 países. Para combatir lo que venga con la crisis global los rusos están ahorrando de varias formas: consumen menos dulces, viajan menos los fines de semana y se compran menos electrodomésticos. Además, han comenzado a comparar los precios y a elegir el producto más barato. Esto es casi una revolución: todavía me sorprende que mis conocidos rusos alardeen de sus compras por lo caro que les cuestan, sobre todo porque en cierta parte de Europa no se estila mucho hablar de precios y, en todo caso, se destaca lo poco que pagamos.
Tal vez por eso aquí resulta tan difícil explicar qué es una ganga. A pesar de todo, todavía hay optimismo. Dice la encuesta que los ciudadanos rusos que comparan precios son sólo un 36 % frente al 65 % de británicos y el 68 % de estadounidenses. Economistas y expertos señalan que ese punto de vista todavía alegre se debe a que la crisis ha llegado a Rusia con cierto retraso. Aunque la empresa privada ya ve las orejas al lobo, el sector público todavía no se ha enterado. Parece, pues, que lo malo esté aún por llegar.
http://www.lavanguardia.es/lv24h/200901 ... 24701.html