Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale ...

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Kozhedub
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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

Mensaje por Kozhedub »

Interrumpo la exposición de las tesis y trabajos de Lysenko hasta mañana, no nos empachemos.

Sobre tu mensaje, un par de detalles:
Sholojov-12 escribió:
(...)
Kozhedub escribió: En cuanto a Sandín, como ya digo actúa por despecho y eso a veces le hace ser virulento. Pero el racismo franco y el cariz eugenista y procapitalista aparece en Darwin con un descaro absoluto, y a su obra me remito. Es cierto que tiene una variante más suave, pero es precisamente la que copia de Lamarck y la que seguramente se acabe imponiendo cuando el neodarwinismo se retire del debate ante la imposibilidad de negar las evidencias que se presentan contra él. Y el problema es, precisamente, que los neodarwinistas potencian la vertiente derechista del discruso de Darwin y silencian totalmente sus ideas lamarckianas. Yo soy el primero en reconocer mi sorpresa al encontrarme en su libro contínuas alusiones al efecto del uso y desuso sobre la adquisición de caracteres y la modificación del fenotipo.
Por desgracia por aquella época el eurocentrismo y el racismo eran algo muy habitual en todos los ámbitos de la sociedad,especialmente en las élites de los países anglosajones(británicos y alemanes mayormente).El propio Marx soltaba de vez en cuando algún que otro comentario eurocentrista ya que como bien dices no hay nadie que pueda abstraerse totalmente de la cosmovisión dominante por mucho que se oponga a ella.Darwin es sencillamente un caso más,de alguien que revolucionó la concepción del mundo(aunque dicho mérito debería estar más compartido con otros) y que también era influenciado(y posteriormente influencia) de las corrientes dominantes.Creo que lo dejas claro cuando reconoces que te sorprendió saber que Darwin heredó(y nunca mejor dicho) conceptos y explicaciones de Lamarck,que nos encontramos con una clara omisión y/o manipulación de la figura y teoría de Darwin.De ahí que me parezca muy poco acertada esa equivalencia propuesta por Sandín.

(...)
Kozhedub escribió: Por eso hay que insisitir en separar claramente el darwinismo del neodarwinismo, que está mucho más influido por Mendel que por el mismo Darwin.
Eso es lo que precisamente le recrimino a Sandín,que cae en el error de darwinismo=capitalismo.Incluso puedes encontrar casos curiosos de neodarwinista como Haldane(comunista).

(...)

Por cierto,de piedra me he quedado al ver la propuesta de la CEOE,segregación al más puro estilo de la Alemania nazi.
Sobre el tema de Marx, cierto que nadie está a salvo de la influencia de su época. Incluídos nosotros. Pero el eurocentrismo que aparece en Marx como ramalazos ocasionales es constante y sangrante en Darwin, ahí no veo exceso en las críticas de Sandín. A veces Marx o Engels podían criticar el carácter de un pueblo (acusando a los mexicanos de tendencia a la pereza, por ejemplo), pero hacían sus críticas desde una óptica historicista, no racial. La admiración que mostraban por iroqueses o zulúes es inconcebible en Darwin, quien a lo sumo habla de los logros de algunas razas "inferiores" con mal disimulada condescencia y en ocasiones como simple medio de demostrar en ellas capacidads superiores a las de los simios más evolucionados. Darwin ponía a los negros o a los naturales de la Tierra del Fuego muy por encima de los simios, pero se cuidaba mucho de ponerlos a la altura de la raza sajona, únicamente matizaba que la distancia que les separaba a ellos del mono era mucho mayor que la que les separaba de nosotros (algo es algo).

Precisamente cuando comentas que Darwin "revolucionó" su época, muestras la influencia de la nuestra en nuestras opiniones. Tras haber entrado en materia, sus aportaciones me parecen inferiores a las de Lamarck, y de hecho en Francia, por poner un ejemplo, no era sujeto preferente de los estudios de biología hasta 1948, cuando comenzó la masiva intromisión norteameicana en la ciencia europea-continental a través del gobierno y las fundaciones privadas, especialmente la Rockefeller. Hasta entonces, los franceses estudiaban principalmente a sus biólogos, entre ellos al mencionado y rehabilitado Lamarck. Hace apenas unos meses, en otro hilo, ponía en un plano de superioridad a Darwin sobre Lamarck, algo inevitable con toda la montaña de propaganda que tenemos que aguantar a través de los medios de comunciación y los círculos "eruditos" en ésta y otras materias, pero ahora mismo, siendo optimista, a Charles no le daría más que la medalla de plata, y a los que se dicen sus seguidores (sin serlo, como ya hemos visto) un par de collejas. No tanto por presentar una teoría discrepante de otras que me parecen más factibles, sino por la auténtica dictadura que ejercen en el control de los canales de información y de las fuentes de financiación, impidiendo un debate en pie de igualdad en el ámbito de occidente. Y resalto esto último, porque al parecer los biólogos chinos, y muchos japoneses, están más en sintonía con las líneas de investigación ruso-soviéticas que con las anglosajonas. Probablemente para ellos Darwin no sea una figura tan importante.

En cuanto a Sandín, estamos básicamente de acuerdo, pero insisto en que la originalidad de las aportaciones de Darwin radica precisamente en el "lado oscuro" de la teoría, el competitivo, que para mí es válido sólo en términos secundarios. Evidentemente, ni Huxley ni los neodarwinistas reciben una crítica excesiva del biólogo español, porque se las traen. Por cierto, leía hoy en prensa que en la India las mujeres que se someten a la esterilización reciben como premio un coche
http://es-us.noticias.yahoo.com/coche-t ... 00394.html

Si hay que reducir la natalidad por un tema de sostenibilidad, regalar un vehículo contaminante me parece algo contradictorio ¿no? :mrgreen:

Cómo se les ve el plumero. Los malthusianos/eugenistas como siempre, que se esterilicen/gaseen los demás.

PD: lo de la patronal, pues sí, nazismo, para qué nos vamos a andar con rodeos. Nunca han dejado de serlo, sólo que no se puede asomar la patita constantemente so pena de mosquear al personal.

Un cordial saludo.
"Nadie tiene derecho a disfrutar de la vida a expensas del trabajo ajeno"
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Sholojov-12
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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

Mensaje por Sholojov-12 »

[quote="Kozhedub"]
Sobre el tema de Marx, cierto que nadie está a salvo de la influencia de su época. Incluídos nosotros. Pero el eurocentrismo que aparece en Marx como ramalazos ocasionales es constante y sangrante en Darwin, ahí no veo exceso en las críticas de Sandín. A veces Marx o Engels podían criticar el carácter de un pueblo (acusando a los mexicanos de tendencia a la pereza, por ejemplo), pero hacían sus críticas desde una óptica historicista, no racial. La admiración que mostraban por iroqueses o zulúes es inconcebible en Darwin, quien a lo sumo habla de los logros de algunas razas "inferiores" con mal disimulada condescencia y en ocasiones como simple medio de demostrar en ellas capacidads superiores a las de los simios más evolucionados. Darwin ponía a los negros o a los naturales de la Tierra del Fuego muy por encima de los simios, pero se cuidaba mucho de ponerlos a la altura de la raza sajona, únicamente matizaba que la distancia que les separaba a ellos del mono era mucho mayor que la que les separaba de nosotros (algo es algo).[/quote]Aún aceptando que Darwin fuese racista y un clasista del copón(algo frecuente por desgracia en la Inglaterra de su tiempo)eso sí,bastante más "light" que muchos dirigentes e intelectuales de la Inglaterra victoriana(salvo honrosas excepciones como Dickens) no quita que su teoría fuese revolucionaria en la concepción de la existencia en su época(se pasa casi del creacionismo a aceptar la idea de cambio y movimiento en los seres vivos).Que se haya acentuado más una parte de su obra que otra no es excusa para atribuirle a Darwin cosas que jamás sostuvo o dijo como parece que Sandín pretende.

[quote="Kozhedub"]
Precisamente cuando comentas que Darwin "revolucionó" su época, muestras la influencia de la nuestra en nuestras opiniones. Tras haber entrado en materia, sus aportaciones me parecen inferiores a las de Lamarck, y de hecho en Francia, por poner un ejemplo, no era sujeto preferente de los estudios de biología hasta 1948, cuando comenzó la masiva intromisión norteameicana en la ciencia europea-continental a través del gobierno y las fundaciones privadas, especialmente la Rockefeller. Hasta entonces, los franceses estudiaban principalmente a sus biólogos, entre ellos al mencionado y rehabilitado Lamarck. Hace apenas unos meses, en otro hilo, ponía en un plano de superioridad a Darwin sobre Lamarck, algo inevitable con toda la montaña de propaganda que tenemos que aguantar a través de los medios de comunciación y los círculos "eruditos" en ésta y otras materias, pero ahora mismo, siendo optimista, a Charles no le daría más que la medalla de plata, y a los que se dicen sus seguidores (sin serlo, como ya hemos visto) un par de collejas. No tanto por presentar una teoría discrepante de otras que me parecen más factibles, sino por la auténtica dictadura que ejercen en el control de los canales de información y de las fuentes de financiación, impidiendo un debate en pie de igualdad en el ámbito de occidente. Y resalto esto último, porque al parecer los biólogos chinos, y muchos japoneses, están más en sintonía con las líneas de investigación ruso-soviéticas que con las anglosajonas. Probablemente para ellos Darwin no sea una figura tan importante.[/quote]Teniendo en cuenta la época y que contaba con mucha menor base de la que poseemos hoy en día es normal que algunas hipótesis o conclusiones lanzadas por Darwin fuesen erroneas.De todos modos lo más importante de Darwin no reside únicamente en su propuesta de la selección natural(ojo,no excluye otras variantes a la competencia simplemente sitúa a esta como el principal mecanismo cosa con la cual no estoy nada deacuerdo) sino en la trascendencia que su descubrimiento tiene a nivel de concepción de la naturaleza que había permanecido inmóvil durante siglos algo que no es moco de pavo.Aristóteles también realizó afirmaciones más que refutadas hoy en día(como situar a la Tierra en el centro del Universo) y sin embargo nadie niega la gran trascendencia e importancia de Aristóteles tuvo(y tiene) a nivel científico y filosófico en la Historia de la humanidad.Muy posiblemente se ha mitificado su figura con intereses partidistas,pero la crítica cuando hablamos sobre Darwin debe ser sobre el mismo Charles,no sobre sus autonombrados herederos.

Sobre tú última afirmación lo cierto es que cada vez surgen más voces discordantes con el neodarwinismo dominante,pero curiosamente pocas de ellas se cimentan sobre las aportaciones de Lysenko(hasta el punto de que fue denostado por científicos soviéticos,entre otras cosas quizás porque no supo sacar una alternativa fuerte a otras teorías).Me parece curioso,al leer el trabajo de Olarieta hay cosas que me chirrían pero antes de emitir ninguna valoración prefiero leerlo entero.

[quote="Kozhedub"]
En cuanto a Sandín, estamos básicamente de acuerdo, pero insisto en que la originalidad de las aportaciones de Darwin radica precisamente en el "lado oscuro" de la teoría, el competitivo, que para mí es válido sólo en términos secundarios. Evidentemente, ni Huxley ni los neodarwinistas reciben una crítica excesiva del biólogo español, porque se las traen.[/quote]Simplemente me parece erróneo atribuir todos los males a Darwin cuando fueron otros quienes exageraron determinadas facetas de sus obras con fines partidistas.

[quote="Kozhedub"]
Por cierto, leía hoy en prensa que en la India las mujeres que se someten a la esterilización reciben como premio un coche
http://es-us.noticias.yahoo.com/coche-t ... 00394.html

Si hay que reducir la natalidad por un tema de sostenibilidad, regalar un vehículo contaminante me parece algo contradictorio ¿no? :mrgreen:

Cómo se les ve el plumero. Los malthusianos/eugenistas como siempre, que se esterilicen/gaseen los demás.[/quote]Ya sabes hay que controlar la población(eso sí,por abajo siempre no vaya a ser que perdamos "los genes de calidad certificada"),eso sí de plantear alternativas al sistema que lleva al agotamiento al planeta nada oiga...

[quote="Kozhedub"]
PD: lo de la patronal, pues sí, nazismo, para qué nos vamos a andar con rodeos. Nunca han dejado de serlo, sólo que no se puede asomar la patita constantemente so pena de mosquear al personal.

Un cordial saludo.[/quote]Aunque la mona se vista de seda mona se queda.Después si vemos que descontenta a la gente pues "Socialismo de derechas".

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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

Mensaje por Kozhedub »

Sholojov-12 escribió:
Kozhedub escribió: Sobre el tema de Marx, cierto que nadie está a salvo de la influencia de su época. Incluídos nosotros. Pero el eurocentrismo que aparece en Marx como ramalazos ocasionales es constante y sangrante en Darwin, ahí no veo exceso en las críticas de Sandín. A veces Marx o Engels podían criticar el carácter de un pueblo (acusando a los mexicanos de tendencia a la pereza, por ejemplo), pero hacían sus críticas desde una óptica historicista, no racial. La admiración que mostraban por iroqueses o zulúes es inconcebible en Darwin, quien a lo sumo habla de los logros de algunas razas "inferiores" con mal disimulada condescencia y en ocasiones como simple medio de demostrar en ellas capacidads superiores a las de los simios más evolucionados. Darwin ponía a los negros o a los naturales de la Tierra del Fuego muy por encima de los simios, pero se cuidaba mucho de ponerlos a la altura de la raza sajona, únicamente matizaba que la distancia que les separaba a ellos del mono era mucho mayor que la que les separaba de nosotros (algo es algo).
Aún aceptando que Darwin fuese racista y un clasista del copón(algo frecuente por desgracia en la Inglaterra de su tiempo)eso sí,bastante más "light" que muchos dirigentes e intelectuales de la Inglaterra victoriana(salvo honrosas excepciones como Dickens) no quita que su teoría fuese revolucionaria en la concepción de la existencia en su época(se pasa casi del creacionismo a aceptar la idea de cambio y movimiento en los seres vivos).Que se haya acentuado más una parte de su obra que otra no es excusa para atribuirle a Darwin cosas que jamás sostuvo o dijo como parece que Sandín pretende.
Insisto, camarada, la teoría de Darwin no fue revolucionaria porque se limitaba a aprovechar el núcleo de Lamarck y no descubría nada fundamentalmente novedoso para la biología decimonónica. En todo caso el revolucionario fue Lamarck, pues fue el primero que en esa época eliminó claramente a Dios de la ecuación para explicar el origen y desarrollo de las especies. Poner a Darwin por encima de Lamarck es como poner a Gramsci por encima de Marx. Es más, las aportaciones de Darwin a la teoría de Lamarck fueron "ideológicamente" reaccionarias (que no necesariamente erróneas, como ya comenta Engels), en cierto modo es al francés lo que la socialdemocracia al marxismo.

Y ahí está el meollo del asunto: precisamente porque era revolucionario, Lamarck acabó en una fosa común. Precisamente porque Darwin "domesticó" la teoría lamarckiana incorporando a ella elementos digeribles para la sociedad imperialista, acabó enterrado con honores en Westminster. Si Marx y Engels se centraron en Darwin fue debido precisamente a que residían en Inglaterra y vivieron de cerca la controversia del darwinismo. Y si nosotros estamos dando mayor peso a Darwin que a Lamarck es porque tenemos el inglés como segunda lengua y nos dejamos un dineral en la taquilla de "Tranformers 3". Europa no está muy "afrancesada" que digamos...

Sigo pensando que está sobrevalorado, pero eso no se aceptará hasta que el dominante cultural cambie de dirección debido a las consecuencias de la crisis. Evidentemente, al país dominante le gusta la idea de la "supervivencia del más apto": justifica su posición. Cuando ese país deje de ser "dominante", el neodarwinismo pasará a ser una teoría incómoda y perderá terreno en el ámbito científico ante las teorías alternativas (como de hecho ya sucede en oriente). Curiosamente, entonces se producirá una rehabilitación de "el otro" Darwin, el del lamarckismo o la pangénesis.

¡Saludos!
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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

Mensaje por Kozhedub »

Sholojov-12 escribió:Teniendo en cuenta la época y que contaba con mucha menor base de la que poseemos hoy en día es normal que algunas hipótesis o conclusiones lanzadas por Darwin fuesen erroneas.De todos modos lo más importante de Darwin no reside únicamente en su propuesta de la selección natural(ojo,no excluye otras variantes a la competencia simplemente sitúa a esta como el principal mecanismo cosa con la cual no estoy nada deacuerdo) sino en la trascendencia que su descubrimiento tiene a nivel de concepción de la naturaleza que había permanecido inmóvil durante siglos algo que no es moco de pavo.Aristóteles también realizó afirmaciones más que refutadas hoy en día(como situar a la Tierra en el centro del Universo) y sin embargo nadie niega la gran trascendencia e importancia de Aristóteles tuvo(y tiene) a nivel científico y filosófico en la Historia de la humanidad.Muy posiblemente se ha mitificado su figura con intereses partidistas,pero la crítica cuando hablamos sobre Darwin debe ser sobre el mismo Charles,no sobre sus autonombrados herederos.
Precisamente, sobre Aristóteles y Lamarck (de paso observa lo que aporta este investigador, y cómo lo hace fijándose en especies insignificantes para sus colegas, en los "parias" de la biología):
Para explicar la evolución Lamarck siguió la pista del viejo concepto aristotélico de generación que él reconvierte en transformación, de manera que en el siglo XIX sus tesis fueron calificadas de “transformismo”, sustituido luego, a partir de Herbert Spencer, por el de “evolución”. En Lamarck la clasificación de los seres vivos no es sólo geográfica sino que, con el transcurso del tiempo, los seres vivos trepan por una escala progresiva de complejidad cuya cúspide es el ser humano. Es una concepción genealógica en donde si bien los organismos simples aparecen por generación espontánea, los más complejos aparecen a partir de ellos. El punto de partida de la evolución es, pues, la generación, el origen de la vida, que empieza -pero no se agota- con los seres más simples entonces conocidos, a los que Lamarck llamó infusorios. La unión de la generación a la transformación en la obra de Lamarck incorpora la noción materialista de vida, en donde no existe una intervención exterior a la propia naturaleza, ni tampoco una única creación porque la naturaleza está (pro)creando y (re)creando continuamente: “En su marcha constante la Naturaleza ha comenzado y recomienza aún todos los días, por formar los cuerpos organizados más simples, y no forma directamente más que estos, es decir, que estos primeros bosquejos de la organización son los que se ha designado con el nombre de generaciones espontáneas” (109). La materia viva se mueve por sí misma, se (re)crea a sí misma y se transforma a sí misma. La creación, pues, no es un acto externo sino interno a la propia materia y al ser vivo; no tiene su origen en nada sobrenatural sino que es una autocreación: “La Naturaleza posee los medios y las facultades que le son necesarios para producir por sí misma lo que admiramos en ella”, concluye Lamarck (110).

La generación es sucesiva, es decir, que contrariamente a los relatos religiosos, las especies no han aparecido simultáneamente en la misma fecha. Cada especie tiene una fecha diferente de aparición y, por lo tanto, una duración diferente en el tiempo. Una vez aparecidas, las especies cambian con el tiempo porque, como acto de verdadera (pro)creación, a cada momento la generación desarrolla algo nuevo y distinto, modificaciones que simultáneamente “se conservan y se propagan”, es decir, son venero de biodiversidad. Esta idea fue recogida por el botánico soviético Michurin, cuando sostuvo que la naturaleza alumbra una infinita diversidad y nunca repite (111). Del mismo modo, para Russell la complejidad y la heterogeneidad son la esencia misma de la evolución (112). La reproducción, por tanto, no consiste en la obtención de copias idénticas a un original preexistente, no es “papel de calco” como sostienen los mendelistas en la actualidad.

En este punto es importante destacar que Lamarck dio verdadero sentido evolutivo a la clasificación de los seres vivos realizada por Linneo en el siglo XVIII. Además de la biología, Lamarck es el fundador de la paleontología evolutiva. A diferencia del sueco, el francés integra en la clasificación de los seres vivos a los seres muertos, a los fósiles, que hasta ese momento no eran más que una curiosidad histórica (76b). Incluso crea nuevos grupos para poder integrar a las especies extintas y compararlas con las existentes. Aparece así una primera fuente de lo que se ha interpretado como una forma de finalismo en Lamarck, que no es tal finalismo sino un actualismo metodológico, parecido -pero no idéntico- al que se puede encontrar, por ejemplo, en el británico Lyell y que está ligado al gradualismo de ambos (113). También aparece en cualquier investigación histórica, en donde las sociedades más antiguas se estudian a partir de las más recientes. En “La sociedad antigua” el norteamericano Lewis H.Morgan estudió la prehistoria en las formas de organización de una colectividad humana actual: los iroqueses que habitaban en su país a mediados del siglo XIX. Se supone que los iroqueses conservan mejor determinados comportamientos ancestrales que han desaparecido en las sociedades urbanas e industriales de la actualidad. Del mismo modo, cuando en Atapuerca o en cualquier otro yacimiento paleontológico aparecen fósiles de homínidos ya extinguidos, se comparan con los chimpancés o los gorilas que hoy se conocen. No se trata de que inexorablemente las especies tengan su destino fatal en la forma en que actualmente aparecen, como se ha interpretado, sino justamente en lo contrario: para conocer el pasado es imprescindible conocer el presente; ese conocimiento es posible porque hay especies actuales que también vivieron en un pasado remoto y son, por consiguiente, otros tantos testimonios de aquellos tiempos pretéritos.

En la teoría de la evolución las especies no aparecen juntas por una semejanza exterior sino por lazos internos de tipo genealógico. Todas ellas son ramas un mismo “árbol”, tienen un tronco común que se diversifica con el tiempo. Esta imagen es tan importante en el darwinismo genuino que la única ilustración que tenía la primera edición de “El origen de las especies” representaba un árbol genealógico. A mediados del siglo XIX era bastante insólito insertar un dibujo en un libro. El diagrama se imprimió en un papel de mayor tamaño que el libro, por lo que había que desdoblarlo para poder verlo. Además, Darwin redactó cinco páginas explicando la interpretación de la ilustración. La figura era de la máxima importancia para explicar un nuevo concepto en la ciencia: cómo la biodiversidad se reconduce a la unidad (unitas complex). La clasificación de los seres vivos relaciona a las especies entre sí según vínculos mutuos que son tanto evolutivos como progresivos o de complejidad creciente. La evolución no es sólo un proceso de maduración, crecimiento y desarrollo; es una diferenciación: la herencia con modificaciones, la transformación de que hablaba Lamarck. Expresa que algunos organismos vivos están más desarrollados que otros, lo cual también significa que:

a) los seres menos complejos son los primeros y más primitivos de la evolución
b) los seres más complejos derivan de ellos o de seres parecidos a ellos que los precedieron, de los denominados “gérmenes” o “protozoos”
c) los seres menos complejos han evolucionado más lentamente que los más complejos (114)
d) los seres más complejos coexisten actualmente con otros que no lo son tanto


No obstante, como veremos, el lenguaje es confuso porque parece dar a entender que los seres menos complejos son simples o, por lo menos, que son menos complejos que los demás. No es así, ciertamente; no existe lo simple, sólo lo simplificado. Los seres menos complejos son tan complejos como los demás y su diferencia de complejidad no es sólo de orden cuantativo sino cualitativo. La explicación es la misma que en el caso de la polémica sobre la continuidad o la discontinuidad en la evolución de las especies y, por consiguiente, también le resulta de aplicación el postulado de Arquímedes. La diferencia es que en este caso la confusión tiene una raíz histórica en la manera en que se ha gestado la clasificación de las especies, que se fundamentó en la morfología, en la apariencia externa de los seres vivos. La morfología de los seres más complejos es más variada que la de los menos complejos. La clasificación inicial de las bacterias también se basó inicialmente en la arquitectura externa, pero por ello mismo, no se pudo mantener mucho tiempo, de manera que a partir de 1977 Woesse impuso un nuevo criterio en la clasificación de los seres microscópicos que no era ya morfológico sino analítico, basado en las diferencias moleculares internas al propio organismo.

El tiempo no sólo es relativo en la física, sino también en la biología. (...) Como la evolución, el tiempo tampoco es lineal ni homogéneo. Existen procesos vertiginosos -nunca instantáneos- junto a metamorfosis desesperantemente lentas. Por consiguiente, tanto en la astrofísica como en la naturaleza orgánica un salto evolutivo no sólo no puede ser instantáneo en ningún caso sino que tampoco es necesariamente un proceso rápido.

Esto demuestra el error del gradualismo de Lamarck y Darwin y de la teoría del “reloj molecular” de Pauling que en base a ese gradualismo se ha venido utilizando para fechar el surgimiento de las especies. Contribuye a poner de manifiesto las limitaciones del actualismo en todas las disciplinas históricas, incluida la historia natural. La teoría de los eslabones de Darwin es muy interesante porque ofrece una imagen poderosa de la concatenación interna de las especies a lo largo del tiempo. Sin embargo, es difícil separar al eslabón de la cadena de la que forma parte, lo que conduce a una ilusión lineal, única y uniforme, en donde cada eslabón da paso al anterior y es igual a él. En una cadena no hay eslabones que abran líneas divergentes unas de otras; cada eslabón sólo conduce a otro que le continúa. Además, todos ellos son iguales, tienen la misma forma, la misma importancia, el mismo tamaño, etc.

El tiempo y la evolución tienen eslabones pero no son uniformes. La heterogeneidad del tiempo se comprueba en la propia evolución de nuestros conocimientos, de manera que si por influencia bíblica a mediados del siglo XIX datábamos la creación del universo en 4.000 años antes de nuestra era, luego se fue retrasando hasta los centenares de miles de años, posteriormente en millones y hoy en centenares de miles de millones. Las etapas antiguas de la evolución se prolongan en el tiempo mucho más que las modernas.

El actualismo de Lamarck es un antecedente de la ley de la replicación de Haeckel que, además, deriva en una propuesta epistemológica: la de iniciar el estudio de la biología en la línea inversa de la que la naturaleza ha seguido en la evolución, empezando por los seres más simples, entonces los infusorios, hoy las bacterias. La complejidad espacial, la coexistencia de especies complejas con otras que lo son menos, permite estudiar la complejidad temporal, es decir, la evolución, porque es posible analizar en las especies menos complejas las formas de vida más sencillas y, por tanto, las primeras. El método de investigación es el opuesto al método de exposición y la ciencia de la vida se opone a la vida misma. La biología empezó sus investigaciones por el final, por los animales superiores, los vertebrados; en el siglo XVIII los demás (insectos y gusanos) eran despreciados como “innobles”. Se despreció lo que se desconocía. Pero Lamarck tenía una concepción diferente, empeñándose en una tarea titánica con los invertebrados: descubrió cinco grupos diferentes en 1794, otro en 1799, otro más en 1800 (arácnidos), otro en 1802 (anélidos), hasta que en 1809, en su “Filosofía zoológica” añade por primera vez, además de los cirrípidos, los infusorios, diez en total que se convertirán en doce en su monumental Histoire naturelle des animaux sans vertèbres, verdadera obra magna de la ciencia de todos los tiempos. Desde Aristóteles, la clasificación de las especies giraba en torno a la sangre, mientras que fue Lamarck quien introdujo la espina dorsal como nuevo factor de división de las mismas, que se ha conservado hasta la actualidad. El francés no sólo funda una nueva ciencia, la biología evolucionista, sino que desarrolla una metodología y una práctica nuevas, diferentes, porque era el único en su tiempo que había recorrido una multitud muy extensa de de conocimientos, pero especialmente aquellas que -cruelmente- le han llevado al descrédito: la botánica primero, la paleontología después, la zoología finalmente. Es el único que tiene una visión panorámica que le permite dotar a la biología de todos los instrumentos imprescindibles: un objeto, un método, unas leyes e incluso todo un programa de investigaciones para el futuro. Su estudio de los invertebrados le conduce a poner al principio lo que debe estar al final y a terminar por lo que debe estar al principio. El concepto de “primate” introducido por Linneo no significa que sean los primeros sino que son los últimos: son los últimos seres aparecidos en la evolución y, sin embargo, de ellos debe partir la investigación. En la historia de la biología, cuya médula espinal es la clasificación, siempre se supo que el punto final era el hombre y lo que se ha avanzado es en conocer el punto de partida: los microbios más simples. La lógica científica contradice la historia.
http://www.ucm.es/info/nomadas/trip/lysenko.html#c10

Y a este visionario nos lo despachaban en el colegio con un dibujito de jirafas estirando el cuello. ¡Qué triste!

Un saludo.

PD: el énfasis en los textos es mío. Por si acaso.
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Kozhedub
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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

Mensaje por Kozhedub »

Aclarado el inciso sobre Lamarck, volvamos a Lysenko y a las primeras criticas a su teoría (obsérvese en qué condiciones se producen éstas):
Como dijo Lysenko, la vernalización es un método que “marca el comienzo de una era en la que el hombre dirije de manera consciente el desarrollo de las plantas en los campos”. Según Mathon y Stroun, “ofrece una nueva orientación a la ecología y la geografía botánica” y abre un nuevo capítulo de la fisiología vegetal: “La comprensión de numerosas prácticas agrícolas se ha renovado y ampliado. Las repercusiones del control de la floración que resulta de los estudios sobre vernalización son innombrables, tanto en el campo de los grandes cultivos como en el de la horticultura y la arboricultura” (510). Lysenko demostró la posibilidad de acelerar el ciclo vegetativo de las plantas, pudiendo obtener -en determinadas condiciones- dos cosechas anuales donde antes sólo se podía lograr una sola. Como escribió Maximov, la teoría de la vernalización “representa un gran paso en el esclarecimiento de las leyes del desarrollo vegetal y suministra métodos útiles para dirigirlo en la dirección deseada” (511). En efecto, no se pueden saltar las etapas del desarrollo de las plantas pero sí se puede acortar la duración de su ciclo vegetativo. La vernalización permite eludir las sequías que padecen determinadas regiones a finales del verano y en el otoño; también en aquellas regiones frías cuyo verano es muy corto; finalmente, aumenta los rendimientos en cualquier región que se practique.

En materia de vernalización hay un punto en el cual los críticos de Lysenko manifiestan su doblez: cuando no pueden subestimar la importancia de la vernalización, niegan la prioridad del descubrimiento, convencidos de que los demás son tan vanidosos como ellos mismos. Así procede J.Huxley quien, después de criticar la técnica de Lysenko, a la cual no considera científica, le niega la paternidad, lo cual es bastante absurdo porque nadie reivindica el fracaso. Según Huxley la vernalización no fue un descubrimiento de Lysenko sino de Gassner (512). Los Medawar también sostienen que el agrónomo soviético se atribuyó indebidamente la paternidad de la vernalización, que en realidad debería corresponder a Nikolai I.Maximov, de quien aseguran que era ayudante de Vavilov, pretendiendo así atribuir a éste el éxito de una manera indirecta (513). No obstante, ésta es otra de sus características falsedades porque si bien es cierto que Maximov también había trabajado sobre la resistencia de las plantas al frío, el propio Maximov en su obra sobre la fisiología vegetal alude continuamente a Lysenko como referencia en la materia.

La manipulación del origen de la vernalización fue consecuencia del propio éxito de la técnica en todo el mundo. Tras los descubrimientos de Lysenko en 1929 se crearon dos grupos para estudiar la vernalización por medios experimentales. Uno en Londres bajo la dirección de Gregory y Purvis que trabajó con Petkus, y otro en Tubinga bajo la dirección de Melchers y Lang, que utilizó el beleño. Desde que en 1933 Whyte escribió un folleto sobre el asunto, la vernalización fue acogida con especial entusiasmo en Gran Bretaña, desencadenando una enorme cascada de publicaciones especializadas. Hasta 1960 se insertaron más de 300 artículos sobre el asunto en revistas ténicas, una cifra muy importante para aquella época. Durante el IX Congreso Internacional sobre Botánica celebrado en Montreal en 1959 la vernalización se discutió durante varias sesiones. Era una referencia científica positiva que no debía durar porque remontaba siempre a Lysenko y a la URSS. En 1940 H.H.McKinney ya encontró precedentes de la vernalización en un artículo publicado por J.H.Klippart en 1857 en una revista agraria de Ohio. En efecto, se pueden encontrar esos y muchos otros precedentes de la vernalización en varios países del mundo, e incluso anticipaciones teóricas a los estudios de Lysenko. El interés de ese tipo de debates es muy escaso. En cualquier caso, hasta el inicio de la campaña de 1948 era muy frecuente que el nombre de Lysenko apareciera vinculado a botánicos tan ilustres como Klebs, Gassner, Gardner, Allard y otros. Tampoco eso les pareció admisible a los predicadores de la guerra fría. Necesitaban una cabeza de turco para su campaña.

Dejando aparte los improperios, una de las pocas críticas rigurosas que recibió Lysenko en el terreno científico provino del biólogo escocés Waddington y concernía precisamente a la vernalización. El núcleo de la crítica de Waddington no se centraba en la vernalización en sí misma sino en el hecho de que por esa vía se pueda alterar la dotación génica. El escocés no descarta que “en circunstancias especiales” eso fuera posible, es decir, no descarta que modificaciones de los caracteres puedan provocar alteraciones en los genes. Así -afirma- el trigo de invierno sembrado en primavera “puede llegar a convertirse en una variedad heredable que madura en el verano inmediatamente después de sembrado, sin tener que pasar por el periodo de tiempo frío en invierno”. Waddington no critica directamente a Lysenko, a quien no menciona, sino a lo que califica como “una escuela de genetistas rusos” (514). Trata de ofrecer una explicación bastante común en aquella época apuntando que es posible que el trigo de invierno utilizado por Lysenko no fuera puro, es decir, que incluyera semillas de una variedad de primavera. Es la tesis de los manuales convencionales de botánica, como el de Strasburger, para quien “las diferencias entre los cereales de verano y los de invierno están fijadas genéticamente” (515). Pero a Lysenko, a diferencia de los mendelistas, no le preocupa la pureza de las variedades que utiliza en los experimentos. Es más: sostiene que entre los cereales de invierno y los de primavera hay un continuo de variedades intermedias y que su clasificación en una u otra variedad no depende sólo del genoma sino también de las condiciones ambientales en que se desarrollen las plantas. Una de sus conclusiones literales está expuesta de la siguiente manera:

Las propiedades de la vernalidad como las de la invernalidad son propiedades hereditarias estables. Porque las formas de invierno y de primavera, del trigo por ejemplo, han permanecido así durante siglos. Únicamente siguiendo la vía indicada por Timiriazev y Michurin para estudiar esas propiedades, únicamente estudiando las condiciones del medio exterior que participan en la formación de las propiedades hereditarias de la vernalidad y la invernalidad, la ciencia ha podido modificar estas últimas con conocimiento de causa. La herencia de las formas de invierno y de las formas de primavera se distinguen por necesidades diferentes, un comportamiento diferente frente a las condiciones –ante todo de temperatura- necesarias para el cumplimiento de los referidos procesos de vernalización.
Las formas de invierno exigen en el estadio de vernalización una temperatura más baja que las de primavera. No hace falta decir que las propiedades de vernalidad e invernalidad en los organismos vegetales son propiedades adaptativas. Pero eso no explica aún por qué han aparecido esas propiedades. Partiendo de la concepción darwinista desarrollada por Timiriazev, de las leyes de la evolución de los organismos, hemos llegado a la conclusión de que las propiedades hereditarias no se han podido constituir sin la participación de las condiciones del medio exterior del que tiene necesidad el organismo para manifestar esas propiedades en la descendencia. Hoy está establecido experimentalmente que las bajas temperaturas, por ejemplo, son necesarias para la formación de la propiedad hereditaria de la invernalidad y las temperaturas más elevadas para constitución de la vernalidad.


A fecha de hoy se puede afirmar que no hay una variedad de trigo de invierno de la que en dos o tres generaciones no se puedan obtener, mediante una educación apropiada de las plantas, kilogramos de semillas de formas de primavera estables. Para ello es necesario modificar las condiciones de vida, más precisamente, las condiciones que participan en los procesos de vernalización.

Una síntesis de las experiencias dirigidas por numerosos trabajadores del Instituto de Genética y de Selección nos lleva a concluir que el periodo terminal del proceso de vernalización desempeña el papel más importante en la modificación de la propiedad hereditaria de invernalidad. Para transformar la herencia de un trigo de invierno en una herencia de trigo de primavera hay que actuar sobre las plantas modificando la temperatura al final de la fase de vernalización.

En el momento actual también conocemos casos en los que la herencia de los trigos de primavera ha cambiado a una herencia de trigos de invierno. Numerosas experiencias concernientes, por ejemplo, a la transformación de la invernalidad en vernalidad, muestran que en el periodo en el que ciertas propiedades hereditarias (las exigencias relativas a las condiciones del medio) se transforman bruscamente, la herencia deviene inestable en el más alto grado.

También los más grandes biólogos (Vilmorin, Burbank, Michurin) han indicado casos de herencia quebrada. Son más particularmente aptos para modificarse, constituyen un material plástico favorable a la creación de formas vegetales que presentan las propiedades que buscamos [...]


Es cierto que todo el proceso de desarrollo –comprendido el de las propiedades de la herencia y la variabilidad- depende de esta fuente de vida: la nutrición. La materia viva, que proviene de una materia antes inerte, aún en el presente se sumerge con todas sus raíces en la materia bruta, edificándose a costa de esta última. Sin nutrición, sin metabolismo, nada vivo se puede desarrollar. La asimilación, el metabolismo, que constituye la esencia misma de la vida, está igualmente en la base de propiedades tan importantes de los organismos como la herencia y la variabilidad. Se puede dirigir la herencia en todas sus formas, bien se hayan obtenido por hibridación o de cualquier otra forma, asegurando a la actividad asimiladora todas las condiciones necesarias, tanto orgánicas como minerales. Ateniéndose a ‘complacer’ al máximo a la planta (por fecundación electiva, por una mejor agrotecnia, etc.), lenta y gradualmente pero sin pausa, se puede mejorar, perfeccionar sus propiedades hereditarias. Eligiendo condiciones que arranquen a la planta del régimen de adaptación constituido en el tiempo, ‘quebrantando’ su herencia (por una fecundación forzada, comprendido el caso de un cruce alejado, o por la modificación brutal de las condiciones de cultivo), en el curso de las generaciones siguientes, mediante una educación apropiada, se puede crear rápidamente en la planta nuevas necesidades, crear nuevas razas y variedades muy diferentes de las formas iniciales (516).

Según Waddington, fuera de la URSS, la mayor parte de los científicos no cree posible lograr esas modificaciones hereditarias que defiende Lysenko porque, añade, cuando en otros países se han intentado repetir los experimentos soviéticos, nunca se han visto coronados por el éxito. Muy pocos biólogos aceptan que los soviéticos hayan podido lograr modificar la composición génica modificando las condiciones externas, afirma el biólogo escocés, pero tampoco descarta esa posibilidad: “Por supuesto, resulta muy difícil probar experimentalmente que tales efectos no puedan ocurrir. Podría ser que sólo ocurrieran muy raramente y en condiciones muy particulares”. Waddington se inclina por otra explicación de la vernalización según la cual ésta afectaría únicamente al cuerpo, al componente nutritivo de la semilla, esto es, afectaría solamente a la generación presente pero no a las futuras.

La crítica de Waddington es parecida a una de las que Detmer lanzó contra Weismann para demostrar la herencia de los caracteres adquiridos. Detmer decía que los cerezos transplantados por los colonialistas británicos en Ceilán habían modificado la dotación génica de los mismos, transformándolos en frutales de hoja perenne, mientras que en Europa son de hoja caduca. Pero hubo quien defendió -con razón- que si esos mismos cerezos volvieran a plantarse en Europa, reaparecería su auténtica condición, es decir, volverían a dar fruto. En lo que a la vernalización respecta, el dilema presenta varios aspectos algo diferentes entre sí. El primero concierne a la vernalización en sí misma, como factor regulador del crecimiento vegetativo de las plantas, lo que parece no dejar lugar a dudas. El segundo concierne a la vernalización como factor ambiental capaz de “quebrantar” la herencia, verdadero núcleo de la discusión cuya resolución, a su vez, dependerá de un cúmulo de circunstancias teóricas y prácticas y, desde luego, no exclusivamente ambientales. Volveremos de nuevo sobre este asunto al aludir a las hibridaciones vegetativas, donde este mismo dilema se reproduce, pero parece necesario dejar apuntados, al menos, una serie de detalles de interés:

a) no puede dejar de sorprender que Lysenko se refiera a un cúmulo de experimentos llevados a cabo por él mismo y por otros agrónomos, dentro y fuera de la URSS, que nadie es luego capaz de reproducir. Pero mientras Lysenko refiere numerosos ensayos de manera detallada, nunca se han relatado las contrapruebas que siempre se aducen para refutar sus conclusiones.

b) es necesario repetir que queda fuera del contexto teórico de Lysenko la consideración de la pureza, es decir, si las variedades utilizadas son o no homozigóticas que, sin embargo, para los mendelistas es una cuestión decisiva. Dado que en otras ocasiones Lysenko hizo uso, al menos, de los conceptos mendelianos de dominancia y recesividad, debe tener algún significado que en este caso no aluda a ellos.

c) expresiones tales como “quebrantar la herencia” que en ocasiones Lysenko pone entre comillas y que derivan de Michurin han legado una versión distorsionada de los experimentos que en el contexto de la URSS tenían un significado preciso: estimular la iniciativa de los campesinos, romper con la rutina y atreverse a experimentar con nuevas variedades y con nuevas condiciones de cultivo, en definitiva no concebir la herencia como un lastre inmóvil y abrir nuevas vías. Examinado fuera de contexto ha transmitido la imagen de que la capacidad creativa no tiene ningún tipo de límites, que la naturaleza es un objeto absolutamente plástico, lo cual es falso.

Lysenko es mucho más preciso cuando se refiere a la posibilidad de “dirigir” u “orientar” el desarrollo de las plantas y, desde luego, a diferencia de los mendelistas, no cree que como consecuencia de una u otra dotación génica, el cerezo se pueda calificar de hoja caduca o perenne, de trigo de invierno o de primavera. Su tesis es que no existe esa dicotomía y que una misma dotación génica desarrolla un frutal de hoja caduca en un determinado clima y otro de hoja perenne en otro clima distinto. Es justamente eso lo que significa que la herencia no sea algo ineluctable sino modificable según las condiciones ambientales en las que se desarrolle.

En el fondo este es otro debate político que circundó a la biología desde el cambio de siglo, determinando -junto con la selección natural- que muchos evolucionistas abandonaran el neodarwinismo en favor del neolamarckismo. La oposición frontal al finalismo y la teoría de las mutaciones al azar eran el reverso de un determinismo génico estricto según el cual eran inútiles los intentos de modificar ningún fenómeno, tanto de la naturaleza como de la sociedad. Según los mendelistas, el hombre no puede cambiar el curso de las leyes naturales. En la evolución ellos no observan una línea ascendente en dirección a ninguna parte, sino la adaptación de cada ser vivo a sus condiciones locales. Hay que dejar que la naturaleza siga su marcha sin rumbo. Esta forma extrema de determinismo es otra extrapolación ideológica cuya pretensión es la negación del progreso y el avance en la sociedad. La teoría sintética rechaza la noción de progreso y ese rechazo lo extiende a toda la teoría de la evolución para acoger sus tabúes favoritos: el finalismo, el progreso, el perfeccionamiento o la existencia de unos seres más desarrollados o más complejos que otros.

La traslación de los fenómenos biológicos a la historia del hombre volvió a jugar una mala pasada a los mendelistas. Su concepción no sólo no es evolucionista, sino todo lo contrario. Para seguir sosteniendo una imagen biológica de las sociedades humanas los mendelistas debían erradicar la idea de progreso en la evolución de las especies. Se puede exponer con mayor o mejor fortuna pero la propia palabra “evolución” se compadece muy mal con su ciego determinismo. Los seres vivos más simples son los más antiguos y los más complejos son los más recientes, hasta llegar al hombre, que es donde acaban todas las clasificaciones biológicas que se han hecho. Las bacterias son seres de una única célula; los mamíferos se componen de billones de ellas. Las células anucleadas son anteriores a las que disponen de núcleo. La reproducción sexual es posterior a la vegetativa en la evolución. La evolución experimenta retrocesos y no es unidireccional pero empezó por las bacterias y acaba por los mamíferos (de momento). El hombre como especie biológica también ha evolucionado y sigue evolucionando, de modo que a partir de cualquiera de sus precedentes históricos, la especie actual es un desarrollo gigantesco, un verdadero salto adelante respecto de cualquier otro homínido. La evolución demuestra que es posible mejorar y perfeccionar las lacras económicas y sociales y, además, que es inevitable que eso suceda. Desde que hace 10.000 años comenzó el desarrollo de la agricultura, es más que obvio que el hombre es capaz de intervenir en las leyes de la naturaleza e incluso de dirigirlas en una dirección determinada, favorable a sus intereses. Además, dirigiendo la evolución de la naturaleza, el hombre dirige también su propia evolución, que no sólo se aprecia en un sentido físico sino desde cualquiera de los ángulos que se pretenda adoptar, como en el caso del propio conocimiento, cuyo avance progresivo es espectacular.

El agrónomo ucraniano defendía una concepción biológica idéntica (o muy próxima al menos) a la de Waddington que se puede calificar de “ontogénica” o de biología del desarrollo. De ahí que inserte la vernalización en una concepción amplia del desarrollo de los vegetales que llamó “teoría fásica”. Para ello divide el desarrollo en una etapa vegetativa y otra reproductiva, ambas cualitativamente distintas. Diferencia el crecimiento (aumento de tamaño) del desarrollo, caracterizando a éste por cambios cualitativos que, en ocasiones, no son observables aparentemente. Antiguamente los biólogos pensaban que la edad era el factor único del desarrollo, que estaba ya predeterminado por componentes hereditarios y, en consecuencia, que las etapas eran iguales e independientes del medio. A fines del siglo XIX Klebs demostró que no era así y que el medio no actúa sobre el organismo de una manera directa sino a través de cambios internos del propio organismo. Entre los factores ambientales, Klebs destacó especialmente la importancia de la luz. Más adelante, en los años veinte del siglo pasado, W. W. Garner y H.A. Allard precisaron que la floración depende de la duración de la longitud del día, de las horas de luz y su alternancia con las horas de oscuridad.

La teoría fásica de Lysenko demuestra que su concepción no se puede calificar de ambientalista porque él situaba al desarrollo de la planta en el centro de su investigación y analizaba los organismos vegetales en su proceso de cambio. Cada fase sólo empieza cuando termina la anterior, cuando ha agotado sus posibilidades e inicia un cambio cualitativo; cada fase requiere un determinado ambiente para que el organismo se desarrolle. A través del organismo en proceso de cambio, Lysenko precisa el significado del término “ambiental”. Según el ucraniano bajo el concepto de medio se alude habitualmente a circunstancias muy diversas, de las cuales no todas tienen la misma importancia. En algunas fases del desarrollo de la planta, además de la temperatura existen otros factores que pueden modificar algunos de sus efectos, como el agua, la nutrición y la radiación solar. La operatividad de cada circunstancia depende del ciclo concreto en el que se encuentre la planta, destacando la vernalización como la primera de ellas, y el fotoperiodo (el total de horas entre la primera y la última luz de cada día) como la segunda, de modo que si la temperatura es el factor dominante en la primera fase, la luz lo es en la segunda. La incidencia de estos factores difiere según la fase y la variedad de trigo. Los días más cortos demoran el desarrollo, como lo hace la ausencia de temperaturas bajas vernalizantes cuando plántula. Es necesario tener esto en cuanta cuando se estime la duración de las fases de desarrollo. Por ejemplo, el período de la siembra al espigado podría durar el doble con un fotoperíodo de 10 horas que con uno de 15 horas.

La idea de “potencialidad” es otra de las aportaciones significativas de Lysenko, tomada de Lamarck y directamente enfilada contra Vavilov y el determinismo mendelista. El determinismo de Vavilov adoptó la forma de una supuesta “ley” de las series homólogas cuyo fundamento está en la ineluctabilidad del desarrollo de los organismos. Según esa “ley”, el desarrollo es unilateral y viene impuesto por la dotación génica (517). Esta ley fue criticada en su momento por Y.A.Filipchenko y el embriólogo M.M.Zavadovski. Según Lysenko, la ley contradice la biodiversidad. La dotación génica se puede inhibir en unos casos y reforzar en otros, en función de las circunstancias, y para demostrarlo parte precisamente del descubrimiento de Naudin y Mendel: la existencia de unos caracteres dominantes y otros recesivos. Pero los mendelistas se han limitado a constatar este hecho, dice Lysenko, sin llegar al fondo del problema que, según él, radica en la adaptación a las circunstancias ambientales. La existencia de dominación, afirma Lysenko, demuestra precisamente la inconsistencia del ciego determinismo génico porque no es posible conocer de antemano qué rasgo va a prevalecer sobre el otro. El genotipo no es más que un punto de partida a partir del cual se va a desarrollar el organismo.

Este tipo de concepciones no eran exclusivas de Lysenko. Varios grupos de científicos soviéticos trabajaron sobre conceptos hoy ignorados, como el de “norma de reacción” propuesto por el zoólogo alemán Woltereck en 1908. Se denominaba “norma de reacción” a la capacidad de un genotipo para expresar distintos fenotipos, según las condiciones ambientales. Con esta interpretación, el concepto de genotipo resultaba menos determinista. (...) El concepto de “norma de reacción” fue retomado en la URSS por un opositor de Lysenko como I.I.Schmalhausen, que en base a sus postulados desarrolló la teoría de la “selección estabilizadora” (518). Estas concepciones se reelaboraron con las ideas darwinistas que daban preponderancia a la variación adaptativa en el esquema evolutivo, convirtiendo a la “norma de reacción” en un concepto central. A partir de ello, los genetistas soviéticos distinguieron entre “norma de reacción adaptativa” y “norma de reacción no adaptativa”, creando una teoría de la evolución orgánica basada en varios principios, entre los que resaltaba la preponderancia del ambiente.

Significativamente, esa misma idea de potencialidad también estaba en Waddington, quien la introduce en el terreno de la embriología y la relaciona con lo que llama “inducción”. Según él las primeras células del embrión son inestables; pueden desarrollarse en múltiples direcciones; el hecho de que tomen una vía u otra depende de la inducción, que las dirige en un sentido determinado. Esto no sólo ocurre una vez sino que se repite a lo largo de varios estadios. Cuando se produce un estado de indecisión y no aparecen los inductores, la célula no se desarrolla. Esa inducción no es interna, no depende de sí misma sino del medio externo, algo que podría ratificar Lysenko: “Uno de los principales avances en nuestro conocimiento de la biología fue el descubrimiento de que las potencialidades hereditarias que llevan consigo todos los cromosomas dependen, para su realización, del medio ambiente inmediato. De hecho, la interacción entre el genoma nuclear y el tipo concreto de citoplasma que los envuelve es lo que determina los cambios de composición de las células. Por tanto, podemos ver que distintas regiones de la célula huevo originaria darán lugar a grupos de células que se desarrollarán en direcciones distintas, pese a la identidad evidente de sus cromosomas” (519).
http://www.ucm.es/info/nomadas/trip/lysenko3.html#c70
"Nadie tiene derecho a disfrutar de la vida a expensas del trabajo ajeno"
(G. Zhukov)

Kozhedub
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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

Mensaje por Kozhedub »

Dejamos temporalmente la teoría a un lado para centrarnos en la historia. Aparece Stalin.
Cuando los faraones practicaban el incesto

La controversia suscitada por Lysenko en 1948 en la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas se celebró en el auditorio del Ministerio de Agricultura en Moscú, bajo la presidencia del ministro, Pavel Lobanov, quien también era diputado y había sido nombrado recientemente académico. Concentró al mayor número de científicos que se ha conocido nunca en ningún país, salvo en la URSS, donde tales acontecimientos no eran infrecuentes. Se aportaron 56 informes y los debates se prologaron durante cinco días. La asamblea de 1948 no fue la primera que se convocó para discutir sobre genética, ya que hubo otras dos en 1936 y 1939. Además, por aquellas mismas fechas, existieron conferencias similares para debatir otras cuestiones científicas polémicas, entre ellas una dedicada a Pavlov y tres más a Lepechinskaia (1950, 1952 y 1953). Fue una forma característica de debatir en los países socialistas. Ocho años después, el 10 de agosto de 1956 se convocó en China una conferencia similar en Qingdao con 130 biólogos para tratar del mismo asunto: Lysenko y la genética formalista. Los debates se prolongaron durante dos semanas y estuvieron presididos por Tong Dizhou (1902-1979), director del departamento de biología de la Academia de Ciencias. En ellos participaron biólogos de ambas corrientes. Los principales temas abordados fueron la evolución, la herencia y la embriología. Como escribió Stalin, “no hay ciencia que pueda desarrollarse y expandirse sin una lucha de opiniones, sin libertad de crítica” (520). En la URSS, se tomaron actas taquigráficas de los debates, que ocupan más de 600 folios, se publicaron y se tradujeron a varios idiomas. Si se leen es fácil observar que todas las intervenciones, tanto en uno como en otro sentido, fueron aplaudidas ruidosamente por cada grupo de partidarios, (...)

A lo largo de las semanas siguientes, la prensa soviética, y Pravda en concreto, fue publicando las intervenciones de diversos académicos en aquella sesión. Se difudieron todas ellas, tanto a favor como en contra de Lysenko. Por lo tanto, también publicaron las que defendían las tesis genéticas formalistas, entre ellas las de A.R.Shebrak, B.M.Zavadovski, S.Alijanian, P.M.Zhukovski, I.I.Schmalhausen, I.M.Poliakov, D.Kislovski, V.S.Nemchinov y J.A.Rapoport. Varios millones de soviéticos pudieron conocer los puntos de vista de ambas partes y opinar al respecto. Esto no tiene precedentes en la historia de la ciencia, absolutamente ninguno.

Es importante tener en cuenta que tanto en una como en otra corriente de la biología soviética había científicos que se declaraban los verdaderos marxistas, junto a otros que no se declaraban marxistas en absoluto. Por ejemplo, en 1945 el genetista soviético Shebrak publicó en la revista americana Science un breve artículo titulado Soviet biology criticando las teorías de Lysenko (521). En 1947, dos biólogos, Efroimson y Liubishev, se dirigieron al Comité Central por escrito manifestando su desacuerdo con las tesis lysenkistas. En abril del siguiente año se produjo un ataque de Yuri Zhdanov contra Lysenko dentro –nada menos– que de la sección científica del Comité Central, lo cual nos ofrece una perspectiva muy distinta del “caso Lysenko”, sobre todo si tenemos en cuenta quién era Y.Zhdanov: químico, hijo del conocido dirigente comunista Andrei Zhdanov y yerno del mismísimo Stalin. Pocas semanas después, en agosto, tras el debate de la Academia, Yuri Zhdanov publicó una autocrítica en la que reconocía que sus posiciones eran equivocadas, pero seguía manteniendo su desacuerdo con Lysenko.

La propaganda de posguerra sostiene que después del debate de 1948 la discusión se resolvió con decretos y represalias ordenadas por Stalin. Lo cierto es que las tesis de Lysenko siguieron siendo muy discutidas entre los científicos de la URSS. Los genetistas formales siguieron con las espadas en alto. Se agruparon en torno a la “Revista Botánica”, dirigida por V.N.Sujatsev, que se convirtió entonces en el principal crítico de Lysenko, secundado por otros científicos como N.V.Turbin y N.D.Ivanov (522). Éstos, que se consideraban a sí mismos como michurinistas, lanzaron en 1952 otro ataque contra Lysenko en la revista, a partir del cual se volvieron a publicar nuevas críticas, reabriéndose nuevamente la polémica. Los mendelistas no fueron represaliados a causa de sus concepciones científicas. Por poner un ejemplo, Dubinin, uno de los principales representantes de las tesis formalistas en la URSS, a quien Lysenko ataca en su informe de 1948, publicó en 1976 (el año de la muerte de Lysenko) un artículo que está traducido al castellano y que se titula “La filosofía dialéctico-materialista y los problemas de la genética”; cinco años después se editaba en castellano el manual de genética que venimos citando (523), lo cual significa dos cosas: que el denostado Dubinin seguía en activo y que en esencia seguía defendiendo sus tesis de siempre. A diferencia de Lysenko, Dubinin sí era militante del Partido bolchevique y el título del artículo también evidencia que Dubinin defendía que las concepciones formalistas eran conformes a la dialéctica materialista. Según el genetista soviético hasta la época de Morgan en su disciplina había predominado el mecanicismo vulgar, pero a partir de los años treinta, con la teoría sintética, “comienza el periodo de la penetración de la dialéctica materialista en los grandes problemas de esta ciencia” (524).

Para los lectores formados en los países capitalistas, lo más significativo de un manual de genética como el de Dubinin es algo a lo que no estamos acostumbrados: cada capítulo del libro acaba con un largo repertorio de lo que el autor califica como “preguntas para discutir”. No se trata de preguntas para interrogar al lector por el grado de comprensión de lo que acaba de leer, sino que, junto con sus conocimientos y opiniones, Dubinin transmite también sus dudas, los debates en los que cualquier ciencia se ve envuelta en un momento determinado. Es el viejo método socrático que indica un modo de transmitir la ciencia que choca radicalmente con la imagen estereotipada que la burguesía ha pretendido inculcar acerca de la URSS, la famosa “escolástica”.

Un repaso superficial a las publicaciones soviéticas sobre biología y a los autores que las escribieron resultaría extraordinariamente sorprendente para el lector actual, habituado al engaño y la manipulación, que no se ciñe exclusivamente a Lysenko sino que alcanza también a Lamarck, porque la hoguera inquisitorial es la misma: son condenados como lamarckianos todos aquellos -como Lysenko- que no se sujetan al canon neodarwinista. Pero en la URSS no se logró imponer ese canon, de manera que un opositor de Lysenko al que ya hemos mencionado, I.M.Poliakov, era el redactor y editor de las obras de Lamarck en la URSS, sobre quien publicó en 1962 una obra titulada “J.B.Lamarck y la ciencia de la evolución del reino orgánico”. Por el contrario, uno de los más fervientes defensores de Lysenko, I.I.Prezent, publicó otra poco después “J.B.Lamarck biólogo materialista” en la que criticaba determinados aspectos del lamarckismo.

La amplia polémica que se estaba desarrollando en la URSS contrasta poderosamente con la censura que el evolucionismo padecía en los países capitalistas, especialmente en Estados Unidos, donde en 1925 se celebró el llamado “juicio del mono” en el que el Tribunal Supremo de Tennessee condenó a un profesor por violar la ley Butler que declaraba ilegal impartir en las escuelas cualquier teoría que negara la creación divina del hombre a partir de la nada que enseña la Biblia: “La Asamblea General del Estado de Tennessee establece que es ilegal que cualquier educador de cualquiera de las universidades, institutos normales o escuelas de este Estado mantenido total o parcialmente con fondos asignados por este Estado para la enseñanza pública, enseñe cualquier teoría que niegue la Creación Divina del hombre tal como lo revela la Biblia, y enseñe por el contrario que el hombre desciende de un orden inferior de animales”. La censura científica en Estados Unidos llega hasta nuestros días. La ley Butler no fue derogada hasta 1967, de modo que, durante más de 100 años después de la aparición de “El origen de las especies” en 15 Estados de Estados Unidos se estuvo enseñando la creación bíblica como fundamento de la biología en los centros públicos de enseñanza. (...) Durante el pasado siglo era frecuente que en los países capitalistas muchos investigadores no manifestaran en público sus convicciones lamarckistas por miedo a perder sus empleos o a ser vapuleados en los medios científicos. Piaget [uno de los grandes en teoría pedagógica] ha narrado algunos casos de censura a las que califica como auténticas coerciones (525).

Un profesor de química de la Universidad de Oregón, Ralph Spitzer, fue despedido en 1959 por enseñar las teorías de Lysenko en su aula. A la carta de despido el rector aportó como prueba un artículo de Spitzer en la revista Chemical and Engineering News defendiendo a Lysenko. El rector, según sus propias manifestaciones, podía tolerar el error del profesor al impartir doctrinas equivocadas, pero en ningún caso podía admitir la divulgación de enseñanzas marxistas. Su carta de despido tenía un carácter ejemplarizante y a causa de ello fue ampliamente difundida por toda la prensa estadounidense en primera plana. Spitzer había sido miembro de la asociación “Estudiantes por una Sociedad Democrática” y del Partido Progresista de Henri Wallace, pero fue condenado por marxista junto con su mujer, también despedida. En los artículos científicos se puede citar a Platón, a Descartes o a Comte, pero en ningún caso a Marx.

El caso de Linus Pauling fue similar al de Spitzer. Además de ser uno de los más importantes biólogos moleculares del pasado siglo, Pauling fue un destacado militante por la paz, contra el armamento nuclear y contra las guerras desencadenadas por Estados Unidos. En 1954 recibió un Premio Nóbel por su trabajo científico y en 1962 otro por su trabajo militante en favor del desarme. A causa de ello fue represaliado por la furia maccarthysta, le quitaron el pasaporte y anularon las subvenciones públicas a su laboratorio. También le privaron de su pasaporte a Salvador Luria y, por otro lado, a los británicos Bernal y Hodgkin les prohibieron la entrada en Estados Unidos, así como a Jacques Monod: (...) (526). Para poder ejercer como docentes, en las universidades estadounidenses se obligaba a los profesores a jurar que no eran comunistas.

En una entrevista reciente al biólogo Jan Sapp publicada por Sciences et Avenir los periodistas le comentan que las observaciones que contradicen el neodarwinismo son antiguas, preguntándole seguidamente acerca de los motivos por los cuales se han ocultado durante tanto tiempo. Sapp responde que ello se debe a múltiples razones de tipo político. Afirma que en los años cincuenta era peligroso hablar de herencia citoplasmática y del papel de la simbiosis en la evolución: “Abordar esas cuestiones suponía arriesgarse a pasar por lamarckiano, o peor, por un discípulo del soviético Lysenko, es decir, por un comunista”. El propio Sapp confiesa que él mismo fue censurado en Estados Unidos y tuvo que marcharse a trabajar a Canadá: “Cuando me interesé por esos grandes biólogos de la posguerra que habían trabajado sobre otros modelos diferentes del neodarwinismo, como Tracy Morton Sonneborn o Victor Jollos, ¡Se me acusó de comunista! Tuve que abandonar Estados Unidos y salir a Canadá, el único medio para mí de redescubrir los trabajos pioneros de esos sabios que habían huido del racismo de la Alemania hitleriana y que se metieron en una trampa por la intolerancia académica en su exilio americano” (527).

Durante la guerra fría Henry E. Sigerist (1891-1957), profesor de historia de la medicina en la Universidad John Hopkins, fue ferozmente atacado por la Asociación Médica Norteamericana al poner a la sanidad soviética como ejemplo para los demás países. Fue purgado por la Comisión del Servicio Civil Gubernamental, lo que le impidió ocupar cargos públicos en lo sucesivo, teniendo que regresar a Suiza, su país de origen.

(...)

[Se citan varios casos más, que omito por redundantes]


La historia ha sido vuelta del revés porque el denominado “caso Lysenko” no es un supuesto que demostraría la censura allí imperante sino justamente lo contrario, la existencia de una amplia y libre controversia de ideas, que es la única manera de impulsar el progreso del conocimiento. En la URSS se debatió abierta, pública y libremente sobre toda clase de asuntos, incluidos los científicos y nunca se dejó de polemizar acerca de ningún asunto en todos los ámbitos sociales, políticos y universitarios. [Aquí tengo que desmarcarme del autor. Ni tanto ni tan poco] Allá pudieron conocer y debatir corrientes innovadoras dentro de la biología que en los países capitalistas fueron ignoradas o incluso deliberadamente silenciadas. Pero los victimarios pretenden hacerse pasar por víctimas; quienes han dado la vuelta al asunto son los mismos que hasta la fecha de hoy pretenden imponer el mendelismo como dogma absoluto, aún a costa de censurar a quienes desvelan las incoherencias internas de sus postulados.

Stalin estaba muy interesado en la discusión sobre la genética, siguió el debate muy de cerca y aunque no existen escritos suyos, en las reuniones siempre defendió las tesis evolucionistas de Lamarck, Darwin y Michurin. En una carta dirigida a Lysenko el 31 de octubre de 1947, le comenta al agrónomo: “En cuanto a la situación de la biología en el ámbito teórico, pienso que la postura de Michurin es la única que realiza un enfoque científico válido. Los weissmanistas y sus seguidores, que niegan la herencia de las características adquiridas, no merecen entrar en el debate. El futuro pertenece a Michurin”. En el diario de V.Malishev, vicepresidente del gobierno en la época, hay una anotación con algunos comentarios privados de Stalin sobre Lysenko en los que dijo que era el continuador de Michurin, habló de sus defectos y de los errores que había cometido “como científico y como ser humano”, que había que supervisar sus experimentos, pero que también había que impedir su destrucción como científico porque eso significaba ponerlo en manos de los “shebrakianos” (528b). Con esta designación Stalin se refería a Shebrak, un genetista formal que había dirigido en 1946 la sección científica del Comité Central. En la polémica soviética nunca hubo un intento de liquidar el formalismo genetista sino que se trataba justamente de lo contrario: de evitar que esa corriente aplastara a su contraria, la que encabezaba Lysenko. De ese modo volvemos a descubrir que la falsificación de la historia ha vuelto las cosas del revés, poniendo a las víctimas en el lugar que corresponde a los victimarios.

No obstante, lo más importante es que aquella batalla ideológica contribuyó a frenar la proliferación de teorías racistas y eugenésicas en la URSS. En realidad, detrás de las nuevas teorías y prácticas “científicas” de la genética formal se escondía el racismo, que a comienzos del siglo XX se había convertido en la religión de los imperialistas. Impulsado por la burguesía, el racismo se presentó como algo “científico” y “progresista”, como una aplicación natural del conocimiento sobre la reproducción al campo de la sociedad y con el fin de mejorarla (528c). Como suele suceder, subyacía en sus propuestas la errónea creencia, muy característica de las ciencias naturales, de que los problemas económicos, sociales y políticos no son tales sino auténticos problemas técnicos y científicos, de que su causa es esa y, por tanto, su solución también debe ser de ese mismo carácter.
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Kozhedub
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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

Mensaje por Kozhedub »

Desde Aristóteles, es decir, desde hace más de dos mil años sabemos que el hombre es un “animal racional” y, en consecuencia, que su naturaleza es dual, que coexiste un componente biológico junto a otro sociológico y que éste no es reductible a aquel. (...) Así, después de establecer el parentesco del hombre con los demás primates, Lamarck advierte: “Tales serían las reflexiones que se podrían hacer si el hombre considerado aquí como la raza preeminente en cuestión, no se distinguiera de los animales más que por los caracteres de su organización y su origen no fuese distinto del suyo” (529). También aquí Lamarck tenía razón: el hombre no se distingue de los demás animales sólo por “los caracteres de su organización”.

La biología nació como una ciencia taxonómica cuyo objeto era clasificar la diversidad de las especies vivas, reconducir la multiplicidad a la unidad. Cuando a finales del siglo XIX, a partir de Weismann, de ese binomio sólo queda la diversidad, la biología adopta un sesgo bien diferente. Cuando, además, ese mismo objetivo se impuso a la sociedad, la biología se convirtió en eugenesia, en el intento de clasificar (y por tanto de dominar) a los hombres, de establecer diferencias entre ellos y, en consecuencia, justificar las políticas de desigualdad social. Darwin, Mendel y Gobineau escriben al mismo tiempo, poniendo al desnudo las contradicciones que el concepto ilustrado de igualdad de todos los hombres acabó planteando a la burguesía sólo un siglo después de haberlo llevado a los textos legales más importantes y, naturalmente, endosando su propia incongruencia al movimiento obrero. Un siglo y medio después los Medawar siguen planteando así la cuestión: “Los marxistas desprecian la noción darwiniana de que existen diferencias innatas de las capacidades humanas y, en su lugar, deciden sostener que los hombres nacen iguales y son producto de su crianza y su medio” (530). De modo que esta ridícula pirueta histórica quiere hacernos creer que fue Marx y no las declaraciones burguesas de derechos, empezando por la norteamericana de finales del siglo XVIII, las que postularon que los hombres “nacen iguales”. De esa forma volvemos a la dicotomía entre la política y la ciencia: las declaraciones legales -efectivamente- tienen poco que ver con la realidad porque los hombres nacen desiguales y su desarrollo y crianza posterior multiplica esa desigualdad originaria. La biodiversidad no alcanza sólo a las especies sino a cada individuo dentro de ellas. Por lo tanto, también alcanza al hombre: todos los hombres son diferentes unos de otros. Pero ¿por qué son diferentes los hombres? Precisamente porque son hombres, es decir, porque todos ellos son iguales; son diferentes porque son iguales y sólo pueden ser diferentes en la medida en que son iguales. Para que dos cosas desiguales se puedan comparar tiene que existir algún punto de semejanza que permita esa comparación. Pero a la burguesía, cuya ideología es metafísica, le interesó a finales del siglo XVIII defender la igualdad y medio siglo después le interesó defender la desigualdad, de manera que en cada momento histórico se quedó con uno de los extremos de la contradicción, olvidándose del otro.

La genética demuestra la unidad dialéctica de la igualdad y la diferencia, por más que unas veces se recurra a un aspecto y otras al otro por separado de manera oportunista, según lo que se pretenda “demostrar” en cada momento. Así, se alude al genoma humano como si todos los hombres tuvieran el mismo, mientras que en otras ocasiones se recurre a determinado gen como elemento diferencial de un determinado rasgo. Está más que comprobado que el genoma de todos los hombres es casi idéntico, e incluso que también coincide hasta extremos sorprendentes con el genoma de algunas especies muy alejadas del ser humano. Esto demuestra que las diferencias más importantes entre las especies y entre los individuos de una misma especie no se agotan con el análisis de su genoma. Los seres humanos se pueden clasificar de muchas maneras diferentes; no obstante, todas ellas serán siempre internas a una única especie. Siguiendo a Aristóteles, Linneo clasificó al hombre entre la materia viva como Homo sapiens, confirmando que en el hombre no hay especies sino que él es en sí mismo una única especie. En consecuencia, todos los hombres son iguales porque todos forman parte de la especie Homo sapiens. (...)

El concepto de raza tiene un origen biológico que se inicia en los animales y no se aplica a los seres humanos hasta finales del siglo XVII como una manera de estudiar la diversidad y las diferencias entre ellos. (...)Existían cinco razas humanas diferentes, que Blumenbach relacionaba con el color de la piel. Se pueden resumir las clasificaciones raciales elaboradas afirmando que ninguna de ellas tenía ningún sentido evolutivo (531), lo cual en biología debe ser suficientemente concluyente del alcance de las mismas. En el siglo siguiente esas diferencias entre razas humanas se habían jerarquizado, se habían convertido en superioridades e inferioridades. Al mismo tiempo que Linneo, el filósofo británico Hume fue uno de los primeros que reconvierte las diferencias en jerarquías, seguido luego por el francés Cuvier, bajo la forma de superioridad de unas razas sobre otras, es decir, adoptando un nuevo significado colectivo. Los hombres no sólo son diferentes sino que, colectivamente, los pertenecientes a una determinada raza son superiores a los de otra. Así, unos pueblos son mejores, más fuertes y más inteligentes que otros.

A finales del siglo XIX el concepto biológico de raza adquiere ya la pretensión de explicar la evolución de la cultura y la historia humanas. Las razas dominantes son las que han promovido las formas culturales más brillantes. La decadencia de las naciones dominantes se ha producido a causa de la degeneración biológica de la raza, por el mestizaje. La historia no es otra cosa que el campo de batalla donde se libran las contiendas entre las razas. Las diferencias entre ellas se preservan porque no son sociales sino naturales, es decir, genéticas o congénitas. El trasiego ideológico de la naturaleza a la sociedad, un recorrido de ida y vuelta, es permanente y concierne a todos los ámbitos de la biología. Se transvasa el malthusianismo que había nacido para las sociedades, pasa luego a todos los seres vivos y retorna de nuevo a la sociedad en forma de superpoblación, de lucha por la subsistencia, colonización, expansión, emigración e imperialismo, en definitiva. Se transvasa también en forma de selección natural, de guerra, concebida como la continuación de la biología por otros medios, la lucha de todos contra todos. (...)

Finalmente, la raza superior se puede y se debe preservar en su pureza y, si es posible, mejorarla mediante una cuidadosa crianza. Si el hombre se puede considerar como una maquinaria bioquímica, con más razón se puede también equiparar al ganado. La mejora de la raza es imprescindible para ganar la guerra -biológica y militar- de todos contra todos. En el antiguo Egipto los faraones practicaban el incesto para que su descendencia se pareciera lo más posible a su propia persona, para mantener la identidad y la pureza de su estirpe, descendiente de dioses. No es que el poder político de los reyes derive de dios sino que el rey -como los papas romanos- es la encarnación de dios en la tierra. Según una reiterativa fórmula de las constituciones monárquicas, la persona del rey es sagrada. Por eso la realeza europea ha practicado la endogamia durante siglos; los príncipes, los nobles, los aristócratas pretendían sobrevivir a sí mismos, perpetuarse en su descendencia. El cuento de la Cenicienta nace entre los plebeyos que aspiran a convertir a sus hijas en princesas, porque los príncipes nunca a aspiraron a otra cosa que a preservar su condición (biológica y social). Al fin y a la postre la palabra “bastardo” es un insulto en casi todos los idiomas; las mezclas siguen sin gustar. En biología las hibridaciones del siglo XIX se transformaron en su contrario, en la búsqueda de la pureza, del homozigoto. Los conceptos fundamentales se volvieron del revés. Hibridación pasó a convertirse en sinónimo de degeneración, mientras que la consanguinidad permitía la regeneración, el reencuentro con la pureza perdida. Pero la pureza es difícil de encontrar, por lo que hubo que obtenerla de manera antinatural a través de los cruces consanguíneos. Los criadores de animales de pedigrí practican habitualmente el incesto con ellos para obtener razas puras. Antes de Weismann la biología coincidía en defender que los híbridos se caracterizan por su vigor renovado (heterosis) y por una mayor capacidad de adaptación pero, a partir de entonces, se comenzó a abrir una via opuesta, favorable a la pureza génica. En alemán existen dos vocablos distintos para aludir al incesto: junto a la coloquial inzest existe otra más técnica (inzucht) cuyo empleo se ha extendido a otros idiomas como una técnica de cultivo consanguíneo especialmente utilizado en las plantas, a las que también se puede forzar a la autofecundación, aunque se trate de especies alógamas, a fin de lograr su pureza.


Una de las discusiones que se entabló en la URSS en torno a Lysenko y el mendelismo concernía precisamente a la técnica de inzucht y la mayor o menor vitalidad que presentaban las plantas híbridas con respecto a las puras. Por lo tanto, la discusión también tenía un aspecto práctico: si había que sembrar variedades puras o era mejor hacerlo con híbridos. Los mendelistas como Vavilov defendían las variedades puras, preferían el inzucht, en definitiva, mientras Lysenko era partidario de las hibridaciones. Según Lysenko “cuanto más homozigoto es el patrimonio hereditario menos se adapta el organismo a los cambios en las condiciones”. Por el contrario, el inzucht de una planta alógama empobrece el patrimonio hereditario y, por consiguiente, disminuye su capacidad de adaptación biológica.

La mayor parte de las críticas vertidas contra Lysenko conciernen precisamente a su falta de consideración sobre la pureza génica de los ejemplares con los que experimentaba, que no se trataba de variedades puras y que esta circunstancia alteraba los resultados. Esta objeción es cierta: Lysenko no sólo no atiende a la pureza génica sino que sus experimentos no se practicaron in vitro sino en condiciones silvestres, lo cual acentúa ese condicionamiento. No sólo los postulados teóricos de Lysenko son distintos sino que también las condiciones en las que realiza los experimentos son diferentes. A Lysenko le interesa la hibridación en condiciones naturales y no de laboratorio. Por lo tanto, sus concepciones botánicas adolecen de esa servidumbre que, indudablemente, debe tomarse en consideración. Pero también deben tomarse en consideración las servidumbres de los experimentos mendelistas, que se realizan con variedades supuestamente puras y en las condiciones asépticas de una laboratorio. Porque estamos tratando de la vida en la naturaleza, no de la vida in vitro (si a eso se le puede llamar vida). ¿Se pueden extrapolar los resultados mendelistas desde el laboratorio a la naturaleza? ¿Acaso existe en la naturaleza algún ser vivo génicamente puro? La conclusión de Mae Wan Ho es que no existen los linajes puros: “Todas las poblaciones humanas son genéticamente diversas y tienen varios alelos comunes en la mayoría de los genes. Para la mayor parte de los organismos que se reproducen sexualmente es imposible obtener líneas puras, las que por definición tendrían que ser homocigotos en todos sus genes. Cuando se llevan a cabo experimentos de laboratorio para producir líneas que sean homocigotos en la mayor cantidad de genes posibles por cruce interno, es decir, cruzando individuos genéticamente relacionados, como hermanos o medio hermanos entre sí o los padres con sus descendendientes, estos tienden a morir rápidamente debido a los efectos adversos denominados en conjunto ‘depresión endogámica’” (533). Los experimentos biológicos en laboratorio y con cobayas de laboratorio también pueden dar lugar a conclusiones erróneas. Los animales criados in vitro se han obtenido por procedimientos incestuosos y han llevado una vida artificial, por lo que disponen de un sistema inmunitario muy débil y son propensos a contraer toda clase de patologías. La inoculación de virus que en animales de laboratorio les causa graves tumores e incluso la muerte, resulta inocua cuando el mismo experimento se lleva a cabo con animales silvestres.

Entre los mendelistas la búsqueda de la pureza es la persecución de lo inmaculado y virginal. También los alquimistas propagaron la existencia de unos metales “nobles”, el oro y la plata, y en la tabla periódica de los elementos aún se denominan gases “nobles” a aquellos que se mezclan con dificultad. Subyacen aquí dos cosmovisiones radicalmente enfrentadas en los más variados terrenos, incluido el biológico, de las que ya hemos enumerado algunas (las células no se fusionan, las hibridaciones vegetativas no existen) pero podríamos exponer otras parecidas que podrían entrar dentro de la corriente del pedigrí, el homozigoto y demás formas de pureza génica. Así, en la paleontología está muy difundida la tesis (que no es más que una hipótesis harto dudosa) de que los neandertales no se mezclaron con los cromañones, los primeros Homo sapiens, a pesar de que ambos convivieron durante al menos 10.000 años compartiendo el mismo territorio. El legado que la paleontología nos ha transmitido de los neandertales procede del estudio que realizó Marcellin Boule entre 1909 y 1912 de los restos hallados en La Chapelle-aux-Saints, en Francia: había aparecido el hombre de las cavernas. El tamaño de los fósiles neandertales sugiere una baja estatura (1’60 metros), físico corpulento (84 kilos), grandes músculos y una ancha caja torácica, una estampa bestial de seres primitivos, anteriores en la escala evolutiva al hombre moderno, el auténtico Homo sapiens sapiens. Según nos aseguran, los humanos actuales no podemos descender de seres tan primitivos. Esa falsa imagen tradicional ha conducido a afirmar que el neandertal no es un Homo sapiens sino una especie distinta; los análisis genéticos “demuestran” que no tenemos ni rastro de los genes de neandertal. Esta hipótesis (que aparece como tesis) ha creado otro gran misterio de la evolución, la desaparición de los neandertales sin dejar rastro. Como los cromañones no se mezclaron con ellos, la desaparición de los neandertales es una incógnita que a veces se resuelve con el recurso fácil a la lucha por la vida: la comptentecia entre cromañones y neandertales acabó con la extinción de estos porque los primeros eran superiores, mejores, más aptos, más inteligentes.

(...)

La paleontología soviética, aunque se fundamentó en el estudio de un escaso número de fósiles, defendió las tesis expuesta por Gabriel de Mortillet en 1883 y Ales Hridlicka en 1927, según la cual los neandertales “fueron los antepasados del hombre actual. Cuesta suponer -añade Niesturj- que una población tan numerosa de neandertalenses se hubiera extinguido absolutamente, sin dejar huellas” (534). Hasta abril de 2010 los análisis genómicos realizados a los restos neandertales se habían basado en el ADN mitocondrial. No obstante, cuando Richard E.Green pudo realizar una reconstrucción del genoma cromosómico, demostró que los humanos actuales y los neandertales compartimos un 99,7 por ciento del genoma, por lo que los neandertales nos han legado entre el 1 y el 4 por ciento de nuestro genoma, como consecuencia de un apareamiento que ocurrió hace 60.000 años (535). (...) Apenas es posible imaginar dos tesis más contradictorias que la del exterminio y la del apareamiento de dos especies, en donde la primera naufraga, una vez más, porque no tiene otro fundamento que los prejuicios raciales.

Los gráficos con los cuales los paleontólogos ilustran la evolución de los homínidos son, ciertamente, muy curiosos y podrían ilustrar también la “ley” de las series homólogas que Vavilov estableció para las plantas cultivadas. Se trata del nacimiento y posterior extinción, una tras otra, de varios tipos diferentes de homínidos que evolucionan en paralelo a lo largo de cientos de miles de años y, aunque algunas de ellas coincidan en el tiempo, se dibujan como las líneas paralelas de Euclides, que jamás se cruzan entre sí. También aquí los paleontólogos lo que buscan son las diferencias de unos homínidos con otros, así como remarcar la importancia del descubrimiento que cada uno de ellos realiza. Está desapareciendo la vieja imagen de la evolución como un “árbol” cuyas ramas son líneas divergentes, lo mismo que la teoría de los eslabones de Darwin: no se trata ya de que los eslabones perdidos no aparezcan sino que nunca los hubo. Al ser especies muy distintas entre sí, no son posibles los cruces entre esos homínidos, no aparece ninguna forma de interacción entre ellos, excepto una, el exterminio, porque en ocasiones se sostiene que los homínidos superiores exterminaron a los inferiores. Algunos paleontólogos pretenden recuperar las peores y más sospechosas versiones del malthusianismo y el neodarwinismo [Aquí vuelvo a desmarcarme. La idea del exterminio de las razas inferiores era defendida por Darwin, no sólo por los neodarwinistas. Lo hemos citado textualmente antes] y, en lugar de hibridación, lo que prevalecen son otros conceptos: la extinción seguida de la sustitución o reemplazamiento de una especie por otra. Que numerosas especies de seres vivos se han extiguido y que otras se siguen extinguiendo en la actualidad, es algo difícilmente discutible, y los homínidos no tienen por qué ser una excepción a dicha norma. Pero la evolución es incompatible con la generalización de ese fenómeno. La discontinuidad observada hasta la fecha tiene que conducir a alguna forma de continuidad, es decir, de contacto, tanto en cuanto a un origen común de algunas de las diferentes líneas, como a la no desaparición de otras que, bajo una morfología distinta, llegan hasta la actualidad, hasta el Homo sapiens.

(...) el reduccionismo positivista viene identificando la capacidad intelectual con el tamaño cerebral según una ecuación simplista: a mayor cerebro (o una versión un poco más sofisticada, como el denominado coeficiente de cefalización), mayor inteligencia. De ese modo da la impresión de que el cerebro segrega pensamientos del mismo modo que el riñón segrega orina. En ocasiones ni siquiera es todo el cerebro lo que se toma en consideración sino sólo una parte del mismo. Otra versión reduccionista de esta misma concepción consiste en afirmar que un desarrollo tecnológico mayor, materializado en la fabricación de herramientas, acredita una inteligencia superior. Estas concepciones son unilaterales e incluso claramente erróneas algunas de ellas. Los hombres actuales no somos más inteligentes que Tales de Mileto porque seamos capaces de construir aceleradores de partículas. Por otro lado, un comportamiento humano más complejo no es consecuencia de una mayor masa cerebral sino de una reorganización más compleja de la misma. El cerebro del Homo sapiens no se diferencia -principalmente- del de una especie progenitora por su mayor tamaño sino por una mayor densidad neuronal y una reestructuración interna del sistema nervioso. Las diferencias, decía Ramón y Cajal, no son cuantitativas sino cualitativas (537). Después de afirmar que el hombre tiene cuatro veces más neuronas que un chimpancé, Chauchard explica la especificidad del cerebro humano de la forma siguiente: “No es el número de neuronas lo que cuenta en sí, sino la riqueza de interconexiones y la densidad de la red [...] La diferencia no es de volumen ni de peso sino de estructura íntima. Hay zonas esenciales a las que no podríamos tocar sin perturbar el psiquismo, pero aparte de éstas, podrían hacerse amplias ablaciones sin causar demasiados perjuicios [...] La ablación total del cerebro opuesto, si bien causa trastornos motores y sensitivos, no altera la inteligencia” (538). La evolución de los mamíferos no ha desarrollado todas las áreas del cerebro de manera simultánea. Un 90 por ciento de la corteza cerebral humana es neocorteza (isocorteza), en su mayor parte de carácter asociativo, que es la parte que más se ha desarrollado (539). El índice de cefalización, por consiguiente, es sólo una medida muy grosera de la evolución del pensamiento.

Pero la cuestión primordial es que tanto el aumento de tamaño como la reestructuración interna del cerebro no fue la causa sino la consecuencia del pensamiento. El pensamiento no es consecuencia del incremento de la masa cerebral sino del uso, esto es, de la comunicacion entre los hombres. (...) (540). El hombre es un animal racional porque es esencialmente social. Es la comunicación entre los seres humanos y su posterior desarrollo en forma de lenguaje articulado lo que transformó cuantitativa y cualitativamente el cerebro. También aquí, como decía Lamarck, la función precedió al órgano: los idiomas se aprenden hablando, con el uso, como lo demuestra el temprano aprendizaje infantil del idioma materno. Las primeras formas de comunicación verbal no concernían al intelecto sino a la actividad y a los estados de ánimo; las primeras formas lingüísticas son los verbos y, más concretamente, los tiempos verbales imperativos (541).

(...)

A finales del siglo XIX Europa se había lanzado a la conquista del mundo. Sus naciones se estaban apoderando de las regiones más remotas de los cinco continentes, practicando una política de exterminio poblacional y saqueo material. A pesar de las invocaciones acerca de su superioridad, las formulaciones ideológicas que justificaban esa política imperialista constituían una degeneración total del intelecto. En su decadencia la burguesía ya no creía en el progreso y sus creaciones son una lamentación pesimista y reaccionaria (543). Apenas quedaba nada del racionalismo y las luces de 1800. La burguesía había entrado en su pesadilla más oscura, de la que el racismo es sólo un pálido exponente con numerosas ramificaciones en la filosofía, la historia, la sociología y, naturalmente, la genética. La pretensión de extraer el vuelco teórico de Weismann de ese ambiente ideológico oprobioso es una manipulación de la historia de la ciencia, lo mismo que el “redescubrimiento” de Mendel, las tesis de Bateson o las de Morgan. La introducción de esas concepciones seudobiológicas -y no otras- en las ciencias sociales no es ninguna casualidad. En 1900 la biología y la sociología se retroalimentan. El director del diario The Economist Walter Bagehot (1826-1877) fue el primero que aplicó la selección natural a las sociedades. La diferencia entre el salvaje y el hombre civilizado es igual a la que existe entre los neandertales y los cromañones, los animales silvestres y los domesticados. El proceso de domesticación es el mismo para los hombres y para los animales.

La obra del sociólogo austriaco Ludwig Gumplowicz (1838-1909) prueba, además, los vínculos entre el racismo y el positivismo. Fue un precursor de lo que hoy llamaríamos el “choque de civilizaciones”. Según Gumplowicz, la ley suprema de la evolución social es el instinto de conservación, que tiene como consecuencia la lucha de las razas por su supremacía, una lucha despiadada en la que el más fuerte se impone al más débil. Éste es el fundamento de la historia de los pueblos. El motor de la evolución social es la guerra de las diferentes razas por conquistar o preservar el poder político, lucha en la cual la raza más fuerte subyuga a la más débil. El derecho perpetúa la desigualdad política, social y económica, lo mismo que el Estado, que expresa el dominio del más fuerte sobre el más débil. Las nociones ilustradas acerca de la igualdad no tienen para Gumplowicz ningún significado. Por razones naturales, o sea, biológicas, el derecho es lo contrario de la libertad y la igualdad: expresa el dominio de los fuertes y los pocos sobre los débiles y los muchos.

(...)

El planteamiento eugenista de Morgan, por ejemplo, sigue el siguiente discurso “científico”: antes de empezar a utilizar métodos genéticos para “regular las características de la raza humana” hay que determinar un canon de lo que es un ser humano, un prototipo del hombre que queremos alcanzar. Estamos de acuerdo en que no queremos imbéciles, pero ¿quiénes son imbéciles? No existen ese tipo de definiciones biológicas. En el denominado “cociente intelectual” o en la “mayoría de edad” no hay más que recursos políticos y, por tanto, ideológicos, instrumentos de poder. Los ejemplos se pueden multiplicar. No queremos enfermos, pero ¿quiénes están enfermos? ¿A quién corresponde tomar esas decisiones “científicas”? Morgan no lo aclara. ¿Serán personajes cualificados como el propio Morgan, que obtuvo el premio Nobel de Medicina? Pero prosigamos con los argumentos de Morgan: “No cabe duda alguna” de que las personas defectuosas son una carga “perpetua” para la sociedad “que se ve en la obligación de confinarlos en asilos y penitenciarías”. Así ha sucedido “desde largo tiempo atrás”, por lo que la eugenesia no es ninguna novedad. El dilema es el siguiente: si es más conveniente el confinamiento o que queden en libertad previa esterilización. Morgan tampoco aclara para quién es más conveniente una u otra opción. Lo que sí recomienda, sobre la base de criterios genéticos estrictos, es el confinamiento, aunque reconoce que un gobierno puede hacerlo de forma arbitraria. La conclusión “científica” a la que llega es la siguiente: la democracia garantiza que todos los individuos tengan las mismas oportunidades pero “el conocimiento más elemental de la especie humana sabe que semejante conclusión no es sino una ilusión”; luego la democracia contradice la genética (545). Por tanto, lo mejor es que las sociedades se organicen no en torno a la democracia sino en torno a este tipo de argumentos “científicos”, que son tan “elementales” según Morgan.

El malthusianismo es un ingrediente fundamental del racismo, presentándose bajo la forma de control de la natalidad con todos los avales seudocientíficos necesarios, incluso en los tratados actuales de inmunología. Así, Janeway escribe sin rubor: “La inmunología puede contribuir al control de la población vacunando contra la fertilidad. Esperemos que todas estas cosas y muchos otros beneficios todavía inimaginables puedan entusiasmar y estimular a los estudiantes del futuro” (546). Por mi parte espero que no sea así. No sólo no queda claro quién va a ser el beneficiario de ese “beneficio” sino que tampoco es posible imaginar qué relación tiene la inmunología con las vacunas contra la fertilidad, que nunca ha sido considerada como enfermedad contagiosa, salvo que se trate de un reconocimiento implícito de una práctica aberrante que se ha venido imponiendo desde mediados del siglo pasado: la esterilización de las mujeres del Tercer Mundo encubierta como vacunas contra plagas e infecciones. [Perú o La India han sido los casos más sonados]

Pocas dudas pueden caber de que la eugenesia es una política brutal predispuesta contra los sectores más oprimidos de una sociedad clasista que pretende perpetuarse a sí misma. Aunque es muy conocido que la realeza y la aristocracia europea arrastran taras genéticas, físicas y sicológicas desde hace muchísimas generaciones, la eugenesia no se ha planteado exterminar o esterilizar a estos sectores sociales privilegiados; no son su clientela porque el racismo y la eugenesia no se fundamentan en la condición genética sino en la clase social. No menos revelador es el hecho de fundamentar una intervención física sobre el cuerpo humano, como la esterilización, a causa del árbol genealógico, de una supuesta malformación genética de los ancestros, una reminiscencia seudocientífica del pecado original de la Biblia. Lo mismo cabe decir del intento de proceder de esa manera por razones de probabilidad, de posible riesgo, de peligro o de circunstancias cuya concurrencia es sólo probable, pero en ningún caso comprobada (547). Entre las numerosas leyendas que está aportando la genética a la mitología contemporánea está la creación de “grupos de riesgo”, esto es, personas normales aparentemente pero que portan genes defectuosos que los hacen propensos a enfermedades o comportamientos fuera de la norma. Ya hay pólizas de seguros, licencias de matrimonio y profesiones para las que se exigen pruebas genéticas previas.

En su conocido manual de genética, escrito con otros dos autores, Dobzhansky [Quien llamara "Hijo de puta" a Lysenko] plantea una pertinente pregunta: ¿se hereda la criminalidad? ¿Hay criminales natos, o sea, de nacimiento? ¿Se forjan los criminales en el útero materno? ¿Son también criminales los padres de los criminales? Un apasionante dilema para incluir en los planes de estudio de biología. La respuesta de los mendelistas es empírica o estadística y consiste en comprobarlo acudiendo a la cárcel a estudiar el genoma de los reclusos. Quizá entonces comprueben que cuando alguien entra en ella es a causa de una mutación génica, reversible cuando sale de ella. Pero, ¿por qué realizar la encuesta en una cárcel y no en el consejo de administración de un banco? En los países católicos la usura es un delito y los bancos pasan de propiedad de los padres a la de los hijos, que siguen cobrando intereses astronómicos y apropiandose de las viviendas de quienes no pagan sus hipotecas. ¿Tienen genes criminales los banqueros? La carrera militar también suele ser hereditaria, pasa de padres a hijos, quienes heredan una propensión profesional a acabar con la vida de sus semejantes de manera impune. ¿Se han realizado investigaciones genéticas en los acuartelamientos? ¿Han estudiado los mendelistas el genoma de los evasores de impuestos? ¿O no se refieren a este tipo de criminalidad? ¿O no la consideran criminal sino todo lo contrario, legal? Y su criterio de discriminación sobre lo que es legal y lo que es criminal, ¿acaso es científico? ¿Por qué robar 10 es un crimen y robar 10 millones es un negocio? Las respuestas que se obtuvieran a estas preguntas confirmarían que la criminalidad, como muchas de las acciones humanas son sociales, no biológicas ni genéticas. Por su parte, la de Dobzhansky es que la criminalidad “como tal” no se hereda; lo que se hereda es “una tendencia” hacia un condicionamiento similar de la conducta (548), es decir, casi sí, se hereda un poquito.

Uno de los detractores de Lysenko fue Julian Huxley, nieto del conocido defensor de Darwin y vicepresidente de la Sociedad Eugenésica Británica entre 1937 y 1944, lo que no le impidió llegar a ser el primer Secretario General de la UNESCO en 1946. Escribió un libro contra Lysenko, y también cosas como ésta:

Por grupo social problemático entiendo a esa gente de las grandes ciudades, demasiado conocida por los trabajadores sociales, que parece desinteresarse de todo y continuar simplemente su existencia desnuda en medio de una extrema pobreza y suciedad. Con demasiada frecuencia deben ser asistidos por fondos públicos, y se vuelven una carga para la comunidad. Desgraciadamente, tales condiciones de existencia no les impiden seguir reproduciéndose, y sus familias son en promedio muy grandes, mucho más grandes que las del país en su conjunto.
Diversos tests, de inteligencia y de otro tipo, revelaron que tienen un C.I. [cociente intelectual] muy bajo, y que están genéticamente por debajo de lo normal en muchas otras cualidades, como la iniciativa, el interés y afán general exploratorio, la energía, la intensidad emocional y el poder de la voluntad. Esencialmente, no son culpables de su miseria e imprevisión. Pero tienen la mala suerte de que nuestro sistema social abona el suelo que les permite crecer y multiplicarse, sin otra expectativa que la pobreza y la suciedad.


Como muestran estas afirmaciones, el racismo no era un problema étnico sino social. Las políticas racistas van dirigidas contra los trabajadores y los sectores sociales oprimidos y marginados en su conjunto.

Los positivistas imaginan que ideologías, como el racismo, son ajenas a la ciencia y a los científicos, que llegan de fuera de ella o que son extrapolaciones (manipulaciones) posteriores a ella. La historia demuestra, por el contrario, que la ideología empieza y acaba junto con la ciencia.

[Omito explicaciones sobre diversos casos de discrimincación derivados de las teorías eugenéisco/malthusianas, como en todos los emás casos, remitirse al enlace] (...)
http://www.ucm.es/info/nomadas/trip/lysenko4.html

Para mañana, más. :wink:
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Kozhedub
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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

Mensaje por Kozhedub »

Perdón por el retraso. Seguimos:
Cuando los eugenistas aluden hoy a los enfermos, los presidiarios o los locos hay una consideración que prevalece sobre cualquier otra: son una carga para la sociedad. Ellos hablan en nombre de toda la sociedad -no sabemos con qué representación- pero en contra de una parte de esa misma sociedad bajo los fríos cálculos del coste y el beneficio. Ese aspecto cuantitativo autoriza la magia de (con)fundir a enfermos, presos y locos bajo la misma rúbrica, porque no son más que números. El Premio Nóbel de Medicina Alexis Carrel preguntaba por qué se aísla en hospitales a los infecciosos y no a los que propagan enfermedades intelectuales y morales. Además, “se requieren sumas gigantescas para mantener las cárceles y los manicomios”, por lo que lo más barato es abolir las cárceles: “Castigando a los delincuentes con un látigo o con algún procedimiento más científico, seguido de una corta estancia en el hospital, bastaría probablemente para asegurar el orden”. Para los casos de crímenes graves “debería disponerse, humana y económicamente” de la eutanasia mediante gases. Hay que dejarse de sentimentalismos, concluye Carrel, porque las cámaras de gas son el único modo de edificar una sociedad verdaderamente civilizada (550).

Esta epidemia ideológica no ha remitido. Actualmente los libros de bolsillo siguen difundiendo argumentaciones tan frías y repugnantes como las de Carrel en 1936. Las deformaciones que se publican acerca de las enfermedades hereditarias (confundidas con las genéticas, las congénitas y las innatas) conducen a políticas eugenésicas. Hoy seguimos leyendo argumentaciones como la siguiente: antiguamente la parte de la población que padecía enfermedades hereditarias, como la diabetes, moría joven y no tenía descendencia. Pero ahora ya es posible curarlas, al menos en parte, por lo cual ya no se mueren como antes y transmiten sus genes defectuosos a su descendencia. La sanidad generalizada no permite que opere la selección natural, es decir, que se mueran los menos aptos, por lo que en los siglos futuros aumentarán las enfermedades genéticas. Además las radiaciones, las drogas, la proliferación de productos químicos, los pesticidas, la contaminación, el napalm de Vietnam y las explosiones atómicas aceleran las mutaciones génicas y en el futuro crearán perturbaciones en la salud que se transmitirán de generación en generación provocando graves crisis médicas “para socorrer a una sociedad tiranizada por la enfermedad y ayudar a millones de tullidos durante toda su vida” (551).

No hay nada más opuesto a la libertad que el miedo; atenaza a las sociedades y, por lo tanto, siempre ha sido un mecanismo de dominación política. El origen del miedo es la ignorancia. Sólo tenemos miedo de lo que desconocemos, por lo que el mejor antídoto en su contra sigue siendo la divulgación del saber, del conocimiento, de lo que los antiguos llamaban “las luces”.

Presentados como si de una ciencia se tratara, el neodarwinismo y la teoría sintética llegan a los medios de comunicación como burda subcultura, una infraliteratura vulgar que alberga y explota los peores instintos que ha conocido la humanidad. Alteran los detalles de la exposición para que no logremos relacionar ese subgénero con el doctor Mengele y sus experimentos genéticos con gemelos en los campos de concentración. Los ataques contra Lysenko en la posguerra lograron desviar la atención sobre estas teorías seudocientíficas de los imperialistas no sólo en la Alemania nazi sino en Gran Bretaña, Estados Unidos, Suecia y otros países capitalistas. Sólo la URSS se había librado de aquella repugnante plaga “científica”.

La revolución verde contra la revolución roja

El 12 de setiembre de 2009 falleció Borlaug, un acontecimiento ampliamente difundido en todo el mundo por los medios de comunicación en unos términos repetidos unánimemente hasta la saciedad: padre de la revolución verde, padre de la agricultura moderna, el hombre que salvó del hambre a millones de seres humanos en el Tercer Mundo... En la avasalladora información biográfica acerca del agrónomo sólo faltaba un detalle: qué tarea había desempeñado hasta 1943 en un laborario militar secreto. Por lo demás, su vida parecía haber sido el contraste absoluto con la de Lysenko, el responsable de millones de muertos a causa de unas cosechas desastrosas en la URSS. El bien y el mal cara a cara. Creo que en medio de las cortinas de humo tejidas en torno a los dos agrónomos de la guerra fría, quienes desconfíen de las explicaciones maniqueas desearán saber si los éxitos de Borlaug y los fracasos de Lysenko fueron tan grandes, e incluso si existieron siquiera como tales, es decir, para quiénes fueron un éxito y para quiénes un fracaso.

Para comprender la revolución verde hay que situarse en México justo en el momento en el que estalla una revolución de verdad, la revolución democrática y agraria de 1910, que impulsó cambios en el campo en una dirección muy peligrosa, manteniéndose incluso durante el sexenio de Lázaro Cárdenas (1934-1940), quien promovió la transformación de las grandes haciendas capitalistas en cooperativas de campesinos. La sacudida revolucionaria formó en el país centroamericano una corriente en agronomía, denominada “zapatista”, capitaneada por el ingeniero Edmundo Taboada Ramírez. Entre 1932 y 1933 Taboada estudió genética aplicada al mejoramiento del maíz, trigo y frijoles. Fue profesor en la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, en donde impartió la asignatura de genética, escribiendo en 1936 unos apuntes que se convirtieron en el primer manual mexicano íntegramente dedicado a esta disciplina. Taboada creó en 1940 la Oficina de Campos Experimentales, primera de su clase dedicada a la experimentación agrícola, que luego se llamó Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas.

Aquellos experimentos de reforma agraria en la frontera sur de Estados Unidos eran inaceptables. En la otra orilla de Río Grande el ministro de Agricultura en el gobierno de Roosvelt era Henry Wallace, quien ocupaba el cargo porque, al mismo tiempo, era propietario de una de las empresas comercializadoras de semillas más importantes del mundo, Pioneer Hi-Bred Seed, hoy fusionada con DuPont, la multinacional de los transgénicos. En compañía de Nelson Rockefeller y del embajador estadounidense en México, Daniels, Wallace puso en marcha una misión científica para imponer las nuevas técnicas agrícolas capitalistas y contrarrestar así los experimentos zapatistas de reforma agraria. Para implementarlas, en 1943 se creó en San Jacinto una Oficina de Estudios Especiales dentro del Ministerio de Agricultura mexicano que enlazaba a la Fundación Rockefeller con el gobierno local bajo la dirección de J.George Harrar, un botánico (552) a la sombra de Warren Weaver que llegó a ser presidente de la Fundación Rockefeller. Fueron numerosos los agrónomos estadounidenses que se instalaron entonces en México, divididos por especialidades, pero concentrados en el cultivo de maíz, frijoles y trigo, encargándose Borlaug de esta última área.

El objetivo de Rockefeller y Borlaug era impulsar la penetración del capitalismo en el campo, crear una agricultura dependiente de los grandes monopolios internacionales que controlan las semillas, los fertilizantes y los pesticidas, fomentar el monocultivo intensivo e introducir maquinaria para realizar las faenas agrícolas que antes se realizaban manualmente (553). La productividad aumentó en algunas regiones, sobre todo en Estados Unidos, Europa y en los países abastecedores de trigo para el mercado mundial, como Argentina y otros. Pero los daños colaterales de la nueva política agraria fueron mucho más considerables, tanto de tipo social como ambiental: emigración de los campesinos a la ciudad, endeudamiento de los que permanecieron, concentración de la propiedad de la tierra, desastre ecológico de los agrotóxicos, derroche de agua... y el hambre. El balance que presenta la mexicana Ana Barahona sobre la revolución verde en su país es el siguiente:

La política agraria no tuvo en el cultivo del maíz una buena acogida, sino que provocó la polarización de los diferentes sectores de la comunidad agraria. No estaba orientada al conjunto de los agricultores sino a los grandes productores, con recursos para comprar maquinaria y bienes (554).


La política agraria monopolista de la posguerra se fundamentaba en el malthusianismo, articulada en torno a una falsedad que, sin embargo, la propaganda seudocientífica ha logrado inculcar como si fuera propio del sentido común: el hambre es consecuencia de la falta de alimentos, el mundo se ha quedado sin tierras adicionales para cosechar, la población mundial se dispara y la única manera de aumentar la producción de alimentos es aumentar la productividad de cada porción de tierra cultivable por medio de la innovación tecnológica. Éste es el núcleo de la demagogia malthusiana. Ahora bien, la tesis central de que el hambre es consecuencia de la escasez de alimentos es falsa por varios motivos:

a) agricultura no es sinónimo de alimentación; una buena parte de loscultivos son industriales (algodón, café o té) o biocombustibles
b) el campesino ha sido despojado de sus tierras, ya no se nutre de lo que él mismo produce y debe adquirir su sustento en un mercado
c) el campesino vive de un salario, de manera que si no come no es por falta de alimentos sino por falta de dinero para comprarlos
d) la producción agraria está destinada al comercio y a la exportación, para las despensas de los que puedan pagarla

El reciente ejemplo de los biocombustibles ilustra la situación de la agricultura que entonces empezaba a gestarse. Nunca en la historia como en 2007 Estados Unidos había sembrado tanta superficie de maíz, alcanzando la mayor producción de su historia. Pero la cuarta parte de la cosecha no se destinó a la alimentación sino a la producción de etanol, subiendo su precio un 110 por ciento en un año y medio. Si el precio del maíz sube, se incrementan también el del pollo, el huevo, las bebidas de fructuosa y otros alimentos que una parte importante de la población mundial no puede pagar. Como consecuencia, una producción creciente de maíz está provocando un incremento del hambre en el mundo porque el precio de los alimentos se ha disparado: 75 por ciento desde su nivel mínimo de 2000 y 20 por ciento sólo en 2007. En el hambre nada tienen que ver la biología ni la producción alimentaria sino el mercado, es decir, el capitalismo.

Parece obvio concluir, pues, que Estados Unidos no invirtió billones de dólares en la agricultura del Tercer Mundo con el fin de prevenir hambrunas. Había otra amenaza real: el descontento social creciente entre el campesinado, con el riesgo de otra revolución como la que habían llevado a cabo los comunistas en China. La revolución verde se diseñó para prevenir la revolución socialista. Como escribió Paul Hoffman, presidente de la Fundación Ford, en una carta al embajador de Estados Unidos en India, si “nos hemos embarcado en dicho programa a un costo de no más de 200 millones al año, el resultado final será una China totalmente inmunizada contra la atracción de los comunistas. La India, en mi opinión, es hoy lo que China fue en 1945” (555). Los campesinos de todo el mundo exigían el reparto de la tierra y la reforma agraria. Además, la introducción de las nuevas políticas agrarias estuvo acompañada por una fuerte presión ideológica y por amenazas apenas veladas de futuras hambrunas que había que prevenir urgentemente. Los agrónomos se pusieron al servicio de las multinacionales para servir el consabido catálogo de inminentes catástrofes políticas, favorecidas por calamidades agrícolas (sequías, plagas, etc.). La predicción de hambrunas generalizadas ganó espacio dentro del subgénero seudocientífico apocalíptico (556), sobre todo después del informe de la Fundación Ford de 1959, que manipuló las tendencias demográficas y la producción de alimentos en India para pronosticar una hambruna en 1967, de la que lograron salvar. En aquella época las hambrunas desempeñaban el mismo papel propagandístico que hoy ocupan las temibles pandemias que pueden asolar al mundo: a unas previsiones falsificadas le siguen unos efectos inexistentes que se justifican gracias a la acción preventiva, la caridad internacional o unas vacunas milagrosas. Una farsa se camufla siempre con otra posterior.

La revolución verde llevó el dominio monopolista al campo, que en muy pocos años pasó del autoconsumo (o de unos mercados de alcance local) al mercado mundial, poniendo la alimentación del mundo entero en manos de media docena de multinacionales, aquellas que controlan los pesticidas, los fertilizantes y las semillas. Provocó profundas distorsiones sociales. Entre 1950 y 1980 México pasó de ser un país no sólo autosuficiente, sino exportador de granos básicos (maíz y frijoles) a convertirse en un país importador creciente de esos granos. Antes de la llegada de Rockefeller y Borlaug, el trigo no era un cultivo importante en la India, ni tampoco un componente básico de la dieta autóctona; después el país asiático se convirtió en uno de los principales productores de trigo del mundo.

Los relatos acerca de las maravillas de la revolución verde no recuerdan la catástrofe de Bhopal, en India, uno de los más espeluznantes dramas padecidos por una fuga tóxica en una de aquellas plantas de pesticidas instaladas para incrementar las exportaciones químicas de las multinacionales estadounidenses. Sucedió en 1984 y el saldo fue de más de 10.000 muertos y medio millón de personas afectadas por gravísimas enfermedades, que aún no han remitido. La fábrica era propiedad de Union Carbide (desde 2001 fusionada con Dow Chemical), un monopolio que saltó de la electricidad a la agroquímica al calor de los fabulosos beneficios generados por la revolución verde. Para solventar los desastres sanitarios y ecológicos del DDT, en 1957 Union Carbide crea un sustitutivo, el SEVIN, en cuya fabricación intervenían sustancias altamente tóxicas, como la monometilamina (metilamina anhidra), e incluso potencialmente letales como el gas fosgeno. La reacción de estos gases entre sí forman el MIC (isocianato de metilo), que es la base de la producción de SEVIN y uno de los compuestos más inestables y peligrosos de la industria química. En Francia o Alemania estaba totalmente prohibido el almacenamiento de MIC, salvo en pequeñas cantidades, pero Union Carbide llegó a construir 14 plantas gigantescas en India que no fueron clausuradas a pesar de los numerosos accidentes que se fueron produciendo casi desde su inauguración. Fue una catástrofe suficientemente anunciada con anterioridad y debidamente silenciada después porque de otra forma no se podrían haber aireado las excelencias de la revolución verde (557).

Las mismas multinacionales agroalimentarias que se enriquecieron con aquella revolución son las que con idéntica excusa de acabar con el hambre en el mundo, encabezan hoy la producción de semillas transgénicas. En los últimos años de su vida Borlaug rindió sus últimos servicios a estas multinacionales realizando una gira mundial para defender el uso de los transgénicos, la segunda revolución verde que -como la primera- llegaba para acabar con el hambre en el mundo, un drama con el que se ha acabado tantas veces que cuesta comprender los motivos por los que siempre reaparece. Hoy se empieza a reconocer abierta y públicamente que sigue habiendo un gravísimo problema de hambre en el mundo. Ahora bien, la infraliteratura malthusiana se preocupa de añadir también que ese problema ha tenido una causa que no es política, social y económica, sino técnica: hasta ahora no podíamos manipular los genomas. El hambre ha sido fruto de nuestra ignorancia y, en consecuencia, sus soluciones son técnicas y no políticas. Se puede erradicar el hambre sin cambiar de sistema socio-político, sin acabar con el capitalismo. El hambre, causada por modos de producción basados en la explotación del hombre por el hombre (558), se ha convertido en la gran coartada para seguir llenando los bolsillos de los capitalistas, es decir, de quienes han creado el problema. La biología sigue jugando al escondite con la política y disfrazando con propuestas humanitarias (y “científicas”) lo que no son más que sucios pero lucrativos negocios.

Si el demonio es el contrapunto de dios, Lysenko es el de Borlaug. La buena prensa de éste choca con la abominable del otro. La campaña propagandística reincide en los repetidos fracasos de los experimentos lysenkistas, que no se ciñen al aspecto científico sino que se trasladan al económico. Lysenko sería así el responsable último de unas supuestas malas cosechas, que a su vez causaron otras supuestas hambrunas, que a su vez causaron millones de muertos. Este es uno de los aspectos preferidos de la campaña de linchamiento en la que los demagogos del antilysenkismo no escatiman frases, por lo demás tan grandielocuentes como demagógicas. El hechicero Watson considera que Lysenko es “responsable del hambre de millones de personas [...] Probablemente no sabremos nunca el número real de vidas sacrificadas en el altar de la carrera de Lysenko. Baste decir que a la muerte de Stalin en 1953, los analistas más objetivos calcularon que la disponibilidad de carne y verduras no era mayor que en los días feudales más oscuros del zar Nicolás II” (559). Por su parte, Valpuesta, un burócrata del Consejo Superior de Investigaciones Científicas español que tampoco se molesta en consultar ninguna fuente para escribir contra los lysenkistas, confirma que estos “llevaron a la hambruna y la muerte a varios millones de rusos y ucranianos, y por extensión a otros millones de chinos, pues Mao Tse-tung decidió poner en práctica en China las ideas de Lysenko, con las mismas desastrosas consecuencias” (560). Tratándose de la URSS (y de China) para los demagogos todo vale y siempre se mide por millones porque cualquier otra cifra no es noticiable. Es enormemente interesante analizar esta imputación porque originalmente no aparece para nada en 1948 y años subsiguientes. La lectura de las primeras críticas al lysenkismo, como las de Ashby o Huxley, no realizan ninguna mención a los fracasos agrícolas, lo cual es doblemente sorprendente porque ellos estaban allí, visitaron las cooperativas agrarias y no realizan ninguna observación al respecto. El vacío atraviesa la época de Stalin, la peor considerada en los medios capitalistas, e incluso va más allá de los tiempos de Jrushov. Lo que resulta aún más sorprendente todavía es que se trata de un argumento que, como veremos, nace en 1964 de una forma modesta en la propia Unión Soviética dentro de las pugnas internas que condujeron a la destitución de Jrushov. Por si no hubieran aparecido suficientes argumentos contra Lysenko fuera de sus fronteras, a partir de 1965 los reformistas soviéticos aportaron uno más, otra falsedad a añadir al cúmulo de las que habían ido surgiendo. Sólo hubo que dramatizarlo y exagerar hasta el ridículo para ligarlo a un acontecimiento pretérito, la colectivización agraria, que había ocurrido 35 años antes. Así quedaba unido estrechamente a Stalin.

En la URSS el decreto de 1917 que nacionalizaba la tierra, la colectivización, los koljoses y la política agraria soviética acabaron con el secular problema del hambre en menos de diez años de revolución socialista. El país padeció una gran hambruna en 1921, a causa, fundamentalmente, de la guerra civil promocionada desde el exterior y del acaparamiento de los latifundistas (561). Diez años después de la revolución, en 1927, los problemas se habían solucionado en lo fundamental; se acabaron el paro y las cartillas de racionamiento. Esos éxitos contrastan poderosamente con la pavorosa situación en los países capitalistas más importantes, donde la población padecía la miseria más espantosa. Por tanto, lo que pretendió la campaña de intoxicación propagandística fue trasladar a la URSS un problema como el hambre cuando por aquellas mismas fechas, en 1929, el capitalismo entraba en una de sus peores crisis económicas jamás conocidas. En Estados Unidos el índice de paro superó el 25 por ciento y el del subempleo el 50 por ciento, afectando a 53 millones de obreros. La hambruna que sufrió aquel país en la década de los treinta ha sido convenientemente archivada en el olvido: más de ocho millones de personas fallecieron de hambre como consecuencia de la gran depresión capitalista [Creo que toma la cifra de Borisov, a mi modo de ver exagerada. Sabemos que hubo una reducción de tres millones de habitantes, lo que no es moco de pavo] y más de cinco millones de campesinos (uno de cada seis) fueron arrojados de sus tierras al no poder hacer frente al pago de las hipotecas bancarias. Mientras la mayoría de la población estadounidense sufría hambre, existían en el país reservas de millones de toneladas de comida que no se vendían para no hundir los precios. Esta hambruna real se ha tapado con el invento de una ficticia en la URSS a causa de la colectivización. [De ficticia nada, entre 1932 y 33. Se podrán discutir las causas y su alcance, no su existencia]

Si pasamos a la situación económica de la posguerra, sólo encontramos menciones a Lysenko en el manual de Alec Nove (562) que repite la letanía de memoria. Nove salta de la economía a la biología para asegurar que Lysenko era un charlatán pseudocientífico que triunfó “con ayuda de la máquina del Partido” imponiendo sus ideas en las granjas “al tiempo que se prescindía de los auténticos expertos en Genética”, una ciencia que fue “destruida”. Los bolcheviques pusieron a “pequeños Stalin” como éste al frente de cada rama de las ciencias y de las artes, afirma Nove, los cuales torpedearon los contactos con la ciencia mundial. Sin embargo, Nove no refiere ninguna muerte, ni habla tampoco de hambre; únicamente alude a la escasez de reservas alimentarias, lo cual hizo que se retrasara el racionamiento existente durante la guerra mundial. Tampoco Harry Schwartz refiere hambre ni muertes (563). Quizá sea porque ni Nove ni Schwartz forman parte de “los analistas más objetivos” a los que aludía el hechicero Watson. Durante la guerra los nazis siguieron en la URSS una política de tierra quemada: “Las viviendas y las fábricas fueron destruidas, el ganado sacrificado y tanta gente fue muerta que la población de 1939 no se alcanzó de nuevo hasta 15 años después” (564). Destruyeron 65.000 kilómetros de vías férreas y 25 millones de personas se quedaron sin vivienda. La agricultura de las zonas ocupadas fue devastada; unos siete millones de caballos murieron o fueron saqueados por los nazis, así como 17 millones de cabezas de ganado bovino. En 1946 hubo una terrible sequía, según Cafagna, la peor en medio siglo. Como consecuencia de todo ello, este historiador también habla de precariedad pero no de hambre ni muertes a causa de ello (565). A pesar de las destrucciones de los campos y de los tractores causadas por la guerra y de la reducción en un tercio del número de trabajadores koljosianos, las cosechas recuperaron casi inmediatamente el nivel de 1940. Se enviaron a las cooperativas más de 120.000 agrónomos y técnicos y se empezaron a roturar más de 17 millones de hectáreas de tierras vírgenes. Las horas de trabajo, reconoce Maddison, se redujeron un 15 por ciento. En 1958 se logró obtener la cosecha máxima de la historia, e incluso pudieron exportar trigo al extranjero.

Esta situación también contrasta con la de los países capitalistas, en donde aún en 1948 la población pasaba hambre en países como Holanda, por ejemplo, donde fallecieron 30.000 personas por dicha causa. Por ese motivo, para calmar el descontento, llegó el Plan Marshall desde Estados Unidos. A diferencia de la URSS, Europa occidental no se recuperó por sí misma de la devastación bélica. El éxito de la agricultura soviética en la posguerra no necesitó de la incorporación de la química industrial. Por eso Harry Schwartz pone de manifiesto el “retraso” que experimentaba la URSS en la introducción de fertilizantes y pesticidas en la agricultura (566). A su vez ese “retraso” derivaba de que la Unión Soviética no estaba experimentando con armas químicas ni bacteriológicas, que fueron el venero de la evolución de la química en los países capitalistas en la primera mitad del siglo XX.


Desde el punto de vista científico, las concepciones de Lysenko tampoco constituyeron ningún fracaso. La agronomía, como muchas otras materias, entre ellas la medicina, tiene mucho que ver con el arte, desde luego bastante más que con las llamadas ciencias “exactas” (si es que existe alguna ciencia de esas características). El método de Lysenko era empírico, basado en la prueba y el error, idéntico al del resto de los experimentos biológicos. De ahí que medio siglo después de su informe hubo 280 intentos fracasados antes de lograr clonar a la primera oveja y más de mil antes de clonar al primer perro, intentos que comprometieron a un número mucho mayor de personal investigador y más medios técnicos. Lo mismo cabe decir de un procedimiento mucho más antiguo como la fecundación in vitro, en donde los resultados siguen siendo escasos. En los primeros 25 años transcurridos desde que en 1981 nació la primera niña por fecundación in vitro, han nacido más de un millón de niños mediante esta técnica, pero el porcentaje de niños nacidos por ciclo de tratamiento se cifra entre un 20 y un 30 por ciento, es decir, que son necesarios 24 embriones para conseguir un embarazo. No obstante, en una ciencia mediática como la biología, los errores no son nunca noticia, salvo aquellos que tengan su origen en la agricultura soviética.[¡Amén]

Esa concepción de la ciencia avanzando linealmente con sus velas desplegadas también es fruto de una ideología burguesa basada en la competencia y el éxito. Los superhéroes están en la ciencia como en los tebeos y comics para niños. En genética Superman, Rambo, Batman, 007 y el Capitán América se travisten en Mendel, Morgan, Watson y Crick. Los fracasados nunca cuentan, como si el éter o el flogisto nunca hubieran sido concebidos por la física. Pero para que apareciera Copérnico antes debió existir Ptolomeo. Para que unos científicos avancen otros han debido errar y entrar en vías muertas. El experimento fallido es tan importante como el fructífero y nadie ha dejado de ser reputado como científico por el hecho de haber fracasado. La burguesía tiene una manera muy curiosa de presentar las noticias. Así, la clonación saltó a las primeras páginas de los periódicos del mundo el 27 de febrero de 1997, cuando hacía siete meses que existía la oveja Dolly. El retraso en dar a conocer la noticia estuvo motivado porque Dolly fue el único ejemplar clónico que había prosperado entre los cientos de intentos realizados con anterioridad. Antes de anunciarlo públicamente los científicos querían asegurarse de que no se iba a morir inmediatamente, como había ocurrido con los ejemplares anteriores. Lo que no es noticia son hechos como los siguientes: Dolly fue la primera oveja clónica y (casi) la única; no ha vuelto a crearse ninguna otra. Dolly fue una verdadera excepción porque la clonación animal (casi) no es operativa. A día de hoy, hay especies a las que no se ha conseguido clonar, y de cada cien intentos de clonación animal nace un porcentaje entre el cero y el cuatro por ciento; de ese cuatro por ciento que nace, la mayoría muere dentro de las primeras 24 horas (567). Dolly sólo sobrevivió cinco años y medio. Pero como los fracasos no son noticia, se ha convertido la excepción en norma, transmitiendo una imagen falsa del estado de la ciencia: la clonación no es un ejemplo del éxito sino del fracaso de la teoría sintética.

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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

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La ocultación es una gravísima tara de la ciencia moderna, cuyo ejemplo más llamativo es el de Pasteur. Los archivos privados de Pasteur permanecieron escondidos durante más de un siglo, hasta 1975. No obstante, se supo desde el comienzo que Pasteur había mentido sobre sus investigacionies: sus notas privadas no coinciden con los espectáculos publicaitarios que organizó con tanto alarde para orquestar una aureola falsa en torno a su figura con el apoyo del poder político, los empresarios privados y los medios de comunicación. En los años veinte Paul de Kruif ya lo expuso de una manera jocosa, como si el asunto no tuviera mayor trascendencia (569). La denuncia de las manipulaciones de Pasteur se inició por dos vías coincidentes. Por un lado, un exiguo núcleo de defensores de las tesis de Bechamp (Jules Tissot, Gunther Enderlein, Montague R. Leverson, Ethel Douglas Hume y R. B. Pearson) y, por el otro, quienes tuvieron acceso a los archivos de Claude Bernard (Jacques-Arsène d’Arsonval, Léon Delhoume y Philippe Decourt). No obstante, la corriente dominante impuso el ostracismo más absoluto, creando una leyanda que hizo de Pasteur la figura de la ciencia moderna por antonomasia, hasta que en 1995 Gerald L. Geison acabó su investigación sobre la documentación privada de Pasteur, con conclusiones que no dejan lugar a dudas (569b). Si Pasteur representa a la ciencia moderna, esta ciencia es una completa farsa, un ejemplo de lo que no es y no debe ser, especialmente cuando se trata de la salud de las personas.

De una manera creciente hoy la ciencia no se atiene a los hechos exactamente, ni tampoco al conocimiento exactamente sino al conocimiento publicado, de tal modo que hay quien ha llegado a creer que se identifica con ese conocimiento en letras de molde, y lo que es peor: que todo lo que aparece en ese formato es ciencia. En 2006 se publicaba en castellano el libro del genetista Dean Hamer titulado “Los genes de dios”, en el que sostiene que las conviciones religiosas están determinadas por los genes. Diez años antes la revista Nature Genetics ya había publicado un artículo del mismo autor titulado “La felicidad heredable”. Se había gastado muchos millones, un laboratorio y un equipo de “investigadores” trabajando durante años para descubrir el gen de la felicidad. El año anterior ya aseguró en el mismo medio haber descubierto el de la homosexualidad (569c). Quizá el mensaje que nos quieren transmitir es que, pase lo que pase, siempre van a ser felices los mismos, es decir, que la felicidad también es hereditaria y que nunca lograremos nada con cambios ambientales (sociales, familiares, políticos, económicos) sino que necesitamos terapia génica...

Los hechos que no se publican no existen. Una parte de la realidad está permanentemente fuera del foco del interés y la atención de los investigadores. Pero la ciencia que sólo tiene en cuenta una parte de los hechos, no es digna de tal nombre.

El milagro de los almendros que producen melocotones

Pero quizá el mejor ejemplo del alcance de los procedimientos lysenkistas sea la defensa que emprende del método del mentor (o del patrón) de Michurin, al que da un contenido práctico y teórico a la vez. En las plantas la hibridación se utiliza normalmente en los árboles frutales, en los que se diferencia entre una base compuesta por el tronco y las raíces, el mentor o patrón, y una parte aérea, la púa, que se aloja en la anterior. El método de Michurin es un procedimiento asexual de obtención de híbridos vegetales, un injerto de una variedad joven en una vieja que permite a ésta adquirir algunas propiedades de la vieja sin necesidad de intercambiar cromosomas (570). Se puede definir como un intercambio de las propiedades morfológicas, fisiológicas y genómicas entre dos especies diferentes por medios no sexuales. Según Michurin y Lysenko no sólo se pueden obtener híbridos por vía sexual, con el cruce de los cromosomas paternos y maternos, sino también por el método del mentor, que Lysenko vincula a las condiciones ambientales, especialmente a la nutrición. Pero, además de un carácter práctico, Lysenko le da un carácter teórico y demostrativo de gran importancia. Apoyándose en él critica la teoría cromosómica porque Michurin había demostrado la posibilidad de crear híbridos por vía no sexual: “Según la teoría cromosómica de la herencia, los híbridos únicamente pueden ser obtenidos por vía sexual. La teoría cromosómica niega la posibilidad de obtener híbridos por vía vegetativa, pues niega que las condiciones de vida ejerzan una influencia específica sobre la naturaleza de las plantas. Michurin por el contrario no sólo reconoció la posibilidad de obtener híbridos por vía vegetativa, sino que elaboró el método del mentor”. Las nuevas características del híbrido son diferentes de las dos variedades de origen y se transmiten a la descendencia de tal manera que “cualquier carácter puede transmitirse de una raza a otra tanto mediante injerto como por vía sexual”, concluía Lysenko, quien gráficamente afirma que mientras la hibridación sexual reinicia la vida, la vegetativa la continúa (571).

En suma, la hibridación vegetativa es un transplante entre vegetales; la evolución de ambos asuntos debe estudiarse en paralelo y en sus conexiones con los primeros experimentos de transfusiones sanguíneas que, a su vez, es una materia estrechamente relacionada con la inmunología. El interés médico por las transfusiones sanguíneas tuvo su origen en Francia, con el objetivo de mantener “vivos” determinados órganos de animales separados del resto del cuerpo. Pero fue el médico soviético Serguei Briujonenko quien, desde 1923, empezó a interesarse por las transfusiones sanguíneas realizando un experimento único en el mundo. Diseñó un aparato para la circulación artificial de la sangre de animales de sangre caliente. El aparato consistía en un sistema de válvulas y diafragmas que inyectaban la sangre a través de los pulmones diseccionados de un animal a otro, que era el sujeto de la prueba.

Siguiendo esta estela, que abría el paso a los transplantes de órganos, en 1952 otro científico soviético, Vladimir P.Demijov (1915-1998), logró transplantar un corazón a un perro, adelantándose varios años a los primeros transplantes en otros países. Fue uno de los mayores éxitos de la medicina del pasado siglo. No obstante, como consecuencia de la guerra fría y el bloqueo, el descubrimiento de Demijov no trascendió fuera del bloque de países socialistas hasta 1962, cuando se publicó en Nueva York su monografía titulada Experimental transplantation of vital organs, que se convirtió rápidamente en el manual de los trasplantes torácicos y de los inicios de la asistencia circulatoria en todo el mundo. Naturalmente, las transfusiones sanguíneas y los transplantes de órganos se mantienen en el más absoluto silencio, como si las hubridaciones vegetativas fueran una materia propia exclusivamente de la botánica.

Las raíces de la hibridación vegetativa son aún mucho más antiguas. Ni empiezan ni acaban con Michurin y Lysenko. Es una práctica agrícola tradicional sistemáticamente ignorada. En 1901 en su demoledora crítica de Weismann, el botánco francés Costantin puso los “híbridos de injerto” como uno de los ejemplos de herencia de los caracteres adquiridos:

El níspero de Bronvaux estudiado por Le Monnier se compone de un barril de 1,60 metros de alto que representa el tronco primitivo de un Crataegus y una cresta constituida por las ramas vigorosas del níspero producidas por el antiguo injerto en la cabeza. De la región agrietada del grano, que es el punto de conexión de los dos árboles, parten un cierto número de ramas con una mezcla singular de caracteres de las dos plantas. Estas ramas son, en efecto, espinosas, como en el Crataegus y aterciopeladas como en el Mespilus; las hojas son lobuladas como en el espino, pero más grandes, y al mismo tiempo, velludas como en el níspero, pero más pequeñas que las hojas normales de esta planta; las infloraciones son corimbiformes y pueden tener hasta 13 flores que serían pocas para un Crataegus y muchas para un Mespilus; en fin, los frutos son intermedios entre las dos especies citadas (572).

Al silencio los críticos de la botánica soviética le suman las más groseras tergiversaciones, vertiendo sus ocurrencias, por disparatadas que sean en defensa de sus postulados mendelistas. Por ejemplo, Ayala pone en boca de Lysenko la afirmación de que “en las condiciones apropiadas las plantas de trigo producen semillas de centeno” (572b). Pero este biólogo, asesor científico de Clinton durante su época en la presidencia de Estadols Unidos, ni siquiera alcanza la condición de mentiroso; simplemente ignora lo que Lysenko dijo porque no ha leído sus escritos, no lo necesita para disertar acerca de ello y se lo inventa porque sus lectores no le importan lo más mínimo. Los mendelistas como Ayala afirman que la hibridación vegetativa no existe ya que no se obtienen auténticos ejemplares mixtos sino quimeras, es decir, plantas con dos tipos de celulas genéticamente distintas, yuxtapuestas, y no de mezclas de ambas. Un manual realiza la siguiente exposición al respecto:

Una curiosidad muy especial son los híbridos de injerto. Se obtienen cortando el brote injertado en el punto de inserción, de éste con el patrón después de que ambos se han unido. En este punto se forman nuevos tallos por regeneración, los cuales, tienen, en parte, células del patrón.

Dado que las regeneraciones se llevan a cabo de forma meramente mitótica, los tipos de tejido generados por el patrón y el injerto conservan su identidad genética. Son posibles alteraciones modificadoras únicamente por influencia mutua de sustancias. Por ello se prefiere para esto el concepto de ‘quimeras’, pues no se trata de verdaderos híbridos (573).


Otra edición reciente de un conocido tratado lo explica de la siguiente manera: “Después de la soldadura, cada componente conserva sin alteración su patrimonio hereditario. Mediante intercambio de materia entre patrón e injerto, algunas veces es posible una cierta influencia, con carácter de modificación, sobre ciertas propiedades de ambos participantes [...] Tales híbridos de injerto pueden producir externamente la impresión de un verdadero híbrido de origen sexual pero en realidad no pueden equipararse a los híbridos, pues incluso en estas soldaduras tan íntimas, cada célula y cada estrato celular conserva su carácter hereditario específico, aun cuando en la configuración externa se manifiesten claramente ciertas influencias recíprocas entre los estratos de tejidos de especies diferentes” (574). Finalmente estas concepciones se transmiten a los diccionarios, en donde la teoría se convierte en dogma: “No se trata de transferencia de caracteres de unas células a otras, sino de formaciones celulares mixtas en que cada célula conserva las características íntegras de su origen [...] Sólo en algún caso raro ha sido posible obtener quimeras en que la mezcla llega a lo íntimo de las células” (575). La paradoja no puede ser más evidente: no existen híbridos vegetativos pero cuando existen -algún caso raro- no son tales híbridos sino quimeras...

Los mendelistas afirman que si se observa al microscopio la zona de empalme entre el mentor y la púa, se advierten los dos tipos de células, unas junto a las otras. Cada uno de esos tipos de células tiene una dotación génica diferente que, al dividirse, transmite una herencia separada. Según este criterio, volveríamos a las dualidades metafísicas de siempre que dan lugar a otras tantas definiciones y, por lo tanto, deslindes entre lo que es un híbrido y lo que es una quimera. No cabe duda, además, de que la observación al microscopio de las células en los puntos de unión del injerto al mentor es un buen criterio para el deslinde... tan bueno, por lo menos, como cualquier otro. El problema es que la interacción y comunicación entre células es otra de las cuestiones que ha venido padeciendo un tratamiento singular en los manuales de citología, como si se tratara de un fenómeno infrecuente e intrascendente en la naturaleza. La fecundación, la fusión de un óvulo y un espermatozoide, hubiera debido atraer una mayor atención hacia este fenómeno. Sin embargo, la división celular y la morfogénesis, la diversificación celular, han acaparado toda la atención y, como consecuencia del micromerismo, la célula se ha estudiado como un componente aislado del organismo, como si las células no interrelacionaran y se comunicaran entre ellas. La fusión celular se ha comprobado que es muy importante en el hígado, en el corazón, e incluso se han encontrado fusiones celulares en el cerebro. Las células de la médula ósea también se fusionan con células que tienen un cierto grado de lesión para evitar su muerte. Las células no son componentes estáticos de los organismos vivos sino laboratorios en permanente actividad que metabolizan la luz incidente, el aire o las sustancias procedentes de las raíces. También metabolizan las sustancias que otras células segregan. Por lo tanto, es preciso reconocer que, como mínimo, las células mantienen una comunicación fisiológica permanente entre ellas; unas metabolizan las secreciones de otras. En particular, en los injertos las células de las púas metabolizan las secreciones del patrón, que es el mecanismo vegetativo y nutritivo del conjunto. Otro ejemplo: mediante injerto se puede transferir la condición vernalizada de una púa a un patrón, como ya he expuesto.

Pero a los mendelistas no les interesa la interacción fisiológica entre las células; lo único que a ellos les interesa es el genoma y lo que se esfuerzan por sostener es la tesis de que el genoma de las células del patrón permanece diferente del de las púas a lo largo del tiempo, es decir, que las células derivadas del patrón siempre serán diferentes de las células derivadas de las púas, que unas y otras mantendrán eternamente su separación, que la mezcla génica sólo es posible por medios sexuales.

A pesar de lo que digan sus detractores, no es la metafísica lo que le preocupa Lysenko. Tampoco es eso lo que preocupa a los cultivadores que trabajan sobre el terreno. La metafísica preocupa a quienes, como los mendelistas, alardean de no interesarse por ella. La orientación de Michurin, Lysenko y los cultivadores que trabajan sobre el terreno no son las enciclopedias ni los diccionarios sino la práctica. Por ejemplo, por medio de injerto se pueden crear variedades nuevas, como la pavía o nectarina, un híbrido vegetativo de melocotón y ciruela (576). El vino francés es un injerto de una variedad autóctona de viña en patrones de origen californiano, caracterizados porque sus raíces son muy resistentes a la filoxera. Al viticultor le importa muy poco si en el punto de injerto permanecen indefinidamente células francesas y californianas sin mezclarse entre sí; lo relevante es el fruto, la uva, que la cosecha no se malogre y la calidad del vino sea elevada. Después de más de un siglo de este tipo de injertos, los viticultores saben que una cepa francesa plantada en California no proporciona una uva de la misma calidad, y que lo mismo sucede con una cepa californiana plantada en Francia. Sin estos injertos, la viticultura hubiera desaparecido de Europa a causa de los patógenos del suelo. Parece, por lo tanto, que sí se produce un fruto híbrido, algo diferente a las dos variedades de procedencia, por más que al microscopio en la planta los mendelistas sigan observando dos tipos de células diferentes a lo largo del tiempo. Pero los injertos no tienen sólo un siglo de historia sino probablemente cien, tantos como la agricultura misma (577).

Si los académicos bajaran de su pedestal y preguntaran a los horticultores se encontrarían con una paradoja: a muchos de éstos lo que les gustaría es que los mendelistas tuvieran razón y que en sus hibridaciones el patrón no influyera sobre la producción del injerto. En numerosas ocasiones lo que pretenden los prácticos no es la hibridación sino precisamente que no haya ninguna clase de influencia mutua, que el patrón no tenga otra función que la vegetativa. Pero lo que sucede es todo lo contrario: el patrón no puede dejar de influir en el desarrollo de las características del injerto, reforzándolas o inhibiéndolas. Si se injertan las mismas púas en patrones de especies diferentes, se obtendrán resultados también diferentes. A la inversa, los campesinos japoneses han logrado cultivar hasta once tipos de fruta distintos en un mismo árbol. Por este método es posible obtener distintos tipos de ciruelas (amarillas, rojas, claudias) con el mismo tronco y las mismas raíces, injertando una rama con cada una de esas variedades. Uno de los árboles que más se utiliza como patrón es el almendro ya que sus raíces verticales perforan profundamente la tierra, por lo que el aprovechamiento de los nutrientes del suelo es mayor, resultando inmejorable para su empleo en suelos pobres. Con los injertos adecuados, del tronco de un almendro se pueden lograr tanto almendras como melocotones o ciruelas. El injerto se puede utilizar para producir más fruto, para hacerlo más dulce o más grande, más resistente a la sequía, a las temperaturas (altas o bajas) o a las enfermedades, para acortar el tiempo de espera de la primera producción, para lograr que la planta no crezca tan alta, para prolongar la duración de la vida útil del árbol, para cambiar el sexo de un árbol original... Hoy los aficionados a los bonsais practican injertos para criar árboles con las raíces dañadas, es decir, para reproducir aquellos ejemplares que son difíciles de cultivar por otros medios. Se pueden mejorar los frutales con injertos de otras variedades del mismo frutal y también se puede combinar -y se ha combinado en la práctica- el injerto con la hibridación sexual: en Puerto Rico la chironja, un híbrido de Citrus sinensis con Citrus paradisi, se suele injertar en diferentes patrones de cítricos. Las plantas de sandía injertadas en patrones de calabaza, además de ser resistentes al hongo Fusarium, resuelven el problema de la sandía blanda recién cortada (578). La prohibición de empleo de pesticidas hace que el control de patógenos se esté llevando a cabo actualmente con métodos biológicos, uno de los cuales es el injerto. En determinados casos los injertos son una alternativa al empleo de pesticidas y una poderosa técnica de control de las enfermedades del suelo. A causa de ello en muy poco tiempo en España el número de plantas injertadas ha pasado de unas 150.000 a más de un millón, y sigue creciendo imparable. [Nosotros sólo lo hacemos con los perales :mrgreen: :mrgreen: ]En un artículo publicado en la revista “Horticultura” en abril de 2007, Pedro Hoyos refiere cifras mucho más elevadas, del orden de 110 millones en 2004 (579). Lysenko le ha ganado ampliamente la partida a Borlaug.

Lysenko reconoce abiertamente que de cualquier injerto no se obtiene siempre una hibridación, ofreciendo un porcentaje de logros en torno al 17 por ciento que, naturalmente, varía según la especie. No todas las plantas se pueden injertar y no siempre por medio de injerto se crean variedades nuevas.
La interacciones posibles entre el patrón y el injerto dependen de la afinidad entre ambos o, en su caso, del grado de rechazo y, en particular, del vigor de cada uno de ellos. Una regla casi general es que las influencias recíprocas entre injerto y patrón son tanto mayores cuanto mayor es la afinidad entre ambos. En este punto las técnicas para lograr buenas hibridaciones son muy variadas. Por ejemplo, si no hay afinidad entre los dos componentes que se intentan acoplar, se realiza un injerto triple a través de un intermediario, es decir, introduciendo un tercer componente entre el patrón y el injerto. De esta manera se pueden injertar variedades de perales incompatibles con el patrón-membrillo: al porta-injerto de membrillo se le injerta primero una variedad compatible o afín y luego se lleva a cabo un segundo injerto que sea compatible. Por esta vía se han obtenido recientemente árboles enanos, con una parte aérea reducida pero con un fuerte enraizamiento en tierra.

Lysenko no participa en el debate metafísico sobre si hay hibridación o quimera; incluso admite, siguiendo a Darwin, que muchas veces sólo aparecen quimeras y que éstas se pueden diferenciar de las verdaderas hibridaciones. Cuando se injerta una variedad sobre un patrón, la cepa resultante suele tener las características de la cepa de la cual se saca la púa, es decir, que el injerto es el factor dominante sobre el patrón. Es fácil comprobar que en muchos casos se producen quimeras porque brotan retoños silvestres por debajo del punto de injerto y los de la púa por encima. Ahora bien, que no siempre aparezcan verdaderos híbridos no quiere decir que la hibridación resulte imposible (580). Las precisiones aportadas por Lysenko se podrían multiplicar para el pleno ridiculo de sus detractores. Por ejemplo, Lysenko advierte también que aunque dos especies se puedan hibridar vegetativamente, eso no significa que se obtenga precisamente aquella variedad que se pretendía lograr. A veces se injerta para extraer lo mejor de una y otra variedad y lo que se obtiene es una mezcla de las peores características de ambas. Eso puede tener un interés teórico pero carece de relevancia práctica. En otras ocasiones lo que el cultivador pretende es que el injerto produzca más de lo mismo o produzca más rápidamente. Por ejemplo, en Japón el Pinus parviflora crece mucho más deprisa si se injerta en raíces de pinos negros autóctonos.

Con su defensa de las hibridaciones vegetativas Lysenko pretende transmitir un criterio práctico que no resulta excluyente de ningún punto de vista teórico. Como en el resto de su obra, se dirige a los cultivadores, no a los catedráticos. Les recuerda que, además de las hibridaciones sexuales, hay otra posibilidad de mejorar la producción agraria, las hibridaciones vegetativas. En los casos en que el agricultor no puede mejorar una determinada variedad mediante el cruce sexual, puede intentarlo por medio de injerto. Es lo que los lysenkistas calificaron como darwinismo “creativo”. En su informe de 1948 Lysenko dijo algo capaz de convencer a cualquiera: con los métodos michurinistas se han creado 300 nuevas variedades de plantas. Cualquiera que hubiera estado allí hubiera preguntado, ¿cuántas han creado los genetistas formales? La respuesta es: ninguna. Es exactamente lo mismo que ya había manifestado Costantin medio siglo antes en su crítica a Weismann: “La hipótesis de Weismann es estéril, mientras que las concepciones lamarckianas son fecundas, ya que pueden orientar al agrónomo o al horticultor hacia investigaciones conducentes a descubrimientos prácticos del más grande intrerés” (580b). Mientras los mendelistas no podían obtener híbridos por vía sexual de una manera controlada, el método del mentor sí lo permitía (en determinados casos y bajo determinadas circunstancias). Los primeros transgénicos se obtuvieron medio siglo después de que Lysenko leyera su informe. Un discurso pronunciado por él en 1941 es bastante ilustrativo de la diferencia entre un país socialista y un país capitalista en materia de investigación científica: los norteamericanos realizan experimentos genéticos con moscas, decía Lysenko, nosotros lo hacemos con patatas.
http://www.ucm.es/info/nomadas/trip/lysenko4.html

Tendría sus errores y todo lo que queráis, pero esta última frase es para enmarcar.

Intentaré acabar la exposición en la sigueinte tanda.

¡Saludos!
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Kozhedub
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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

Mensaje por Kozhedub »

Las notas del texto de Olarieta son bastante amplias, y por motivos de espacio las he suprimido (como se puede comprobar, incluso el extracto de su artículo es muy extenso) Dejo completa una de ellas, al mostrar un experimento moderno de vernalización, el citado en un extracto anterior como procedimiento para acabar con plagas sin utilizar pesticidas (recordemos que la vernalización incluye una modalidad bastante amplia de tratamientos, centrados en el control de los índices de humedad y de la temperatura):
(509) El bromuro de metilo se utilizaba tras las cosechas de naranjas, mandarinas y pomelos para impedir el ataque de la mosca. Pero además de su impacto ambiental, este gas afecta a la calidad de la cosecha. De ahí que el Convenio de Viena y el Protocolo de Montreal obliguen a reducir su empleo. El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria de Argentina mantuvo frutos de naranja y mandarina a una temperatura de 1 grado hasta que desaparecieron la totalidad de las larvas, que fueron de 13 días en naranjas y 12 en mandarinas. Luego los frutos se mantuvieron durante 7 días a una temperatura de 20 grados, simulando la comercialización. Al finalizar la experiencia, los frutos no presentaron alteraciones fisiológicas ni patológicas causadas por la vernalización, ni tampoco se observaron diferencias significativas con los frutos testigos en los parámetros de calidad interna. Asimismo, simulando prácticas de poscosecha habituales en los empaques, se evaluó la calidad de frutos con una conservación prolongada –90 días a 5 grados– después de la cual se vernalizaron. Tampoco en este caso se hallaron diferencias significativas entre el tratamiento y el testigo.
http://www.ucm.es/info/nomadas/trip/lysenkon.html#nota

Y sobre los injertos en nuestro país:
(579) El mayor incremento de injertos se está produciendo en las solanáceas. En 2004 se llegaron a injertar 73 millones de plantas de tomate en España, entre otros con el fin de prevenir la aparición de raíces “acorchadas” (Corky root) provocadas por hongos. Aunque ya se practicaba en pequeña escala para la producción de variedades sin resistencia a finales de la década de los noventa con el fin de controlar la “muerte súbita” (Olpidium que provoca Pep MV), ha pasado a convertirse en una práctica habitual de los horticultores. La cantidad de plantas injertadas de sandía era de 38 millones en 2005 y se estimaba en 750.000 los injertos de melón y 200.000 los de pepino. El número de plantas injertadas de melón y pepino también está creciendo. En los melones el injerto previene el Fusarium y no sólo se injertan variedades del tipo Cantaloup o Galia, sino que se está empezando con los híbridos de Piel de Sapo. El mismo crecimiento se observa en la berenjena con el fin de controlar la verticiliosis y, sobre todo, en el pimiento, para controlar el hongo Phytophthora capsici.
http://www.ucm.es/info/nomadas/trip/lysenkon.html#nota

Suerte que no soy conspiranoico, o empezaría a pensar cosas raras sobre pepinos injertados y acusaciones fraudulentas a costa de la E.coli. :mrgreen:

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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

Mensaje por Kozhedub »

Vamos bompletando la exposición:
A partir de aquí se reproduce de nuevo la polémica sobre el alcance exacto de ese darwinismo «creativo» que se trataba de implementar en la URSS, así como sobre el significado exacto de otras expresiones, como la de Michurin, según la cual es posible «quebrantar» la herencia. Es una cuestión a la que ya me he referido en relación con la vernalización. Por más que las expresiones de Michurin (y en ocasiones de Lysenko) no sean muy exactas, están fuera de contexto las burlas que, al respecto, proliferan entre los mendelistas, según las cuales el darwinismo soviético era tan «creador» que lograba convertir las lechugas en patatas y a la inversa. No cabe duda que cualquier posibilidad agrícola creativa tiene sus límites intrínsecos, que no es posible transgredir. Pero, al mismo tiempo, esos límites no se conocen y los campesinos llevan buscándolos desde hace 10.000 años con resultados muy variados. Pero por variados que sean, constatan una abrumadora evidencia favorable a las tesis de Michurin y Lysenko. Si para alguien resulta excesivo hablar de «crear» nuevas especies, al menos tendrá que reconocer que desde hace milenios el hombre ha logrado «orientar» la evolución de las ya creadas por la misma naturaleza, de manera que aquellos límites están cada vez más lejanos, es decir, que las posibilidades «creativas» son cada vez mayores.

Julian Huxley dedica una especial atención a esta cuestión en su crítica a Lysenko. Sin ninguna clase de argumentación asegura que las hibridaciones vegetativas no han desempeñado ningún papel en la evolución. El detalle no puede pasar desapercibido: las hibridaciones vegetativas no han desempeñado ningún papel en la evolución y las hibridaciones sexuales lo han podido absolutamente todo. A eso conduce exactamente la metafísica mendelista: por un lado el todo y por el otro la nada. Si fuera cierto, sería imposible averiguar los motivos por los cuales Darwin estudia el asunto en su obra. Para no caer en esta trampa, lo mismo que todos los mendelistas, Huxley silencia completamente cualquier mención a Darwin en este asunto, lo que le conduce a lanzar una falsedad: según él los híbridos vegetativos fueron descubiertos originalmente por Winkler y Baur en Alemania a comienzos del siglo XX y luego fueron estudiados por Jorgensen y Crane en Inglaterra. Con esta exposición, Huxley trata de subrayar lo mismo que con la vernalización: Michurin tampoco es un precursor en esta materia. El truco es siempre el mismo: no existe hibridación vegetativa, pero por si acaso fuera cierta su existencia, sus inventores nunca serían los soviéticos sino otros.

Tiene razón Huxley en este punto: los soviéticos no inventaron nada, se limitaron a estudiar lo que cualquier horticultor llevaba practicando desde hace 10.000 años, posiblemente desde el origen mismo de la agricultura. Lucien Daniel, uno de los más expertos hibridadores, expuso un amplio recorrido histórico de esta práctica agrícola (581). En agronomía como en poesía quizá haya que reconocer que, como decía Machado, todo lo que no es de origen popular es plagio. La fruta que compramos en los supermercados no es una producción espontánea de la naturaleza sino producto de miles de años de hibridaciones de todo tipo, sexuales y vegetativas, exactamente igual que los animales domesticados, debiendo poner de manifiesto que son los pueblos orientales los primeros y los mejores conocedores de la materia. En un afán a la vez erudito y reivindicativo hay que reconocer, además, que una de las primeras hibridaciones documentadas con nombres y apellidos se remonta a 1835, cuando un horticultor francés, Jean Louis Adam, creó una variedad intermedia entre Cytisus purpureus y Laburnum anagyroides a la que le puso su nombre: Laburnocytisus adamii. Wille injertó un peral en un patrón de espino, que permaneció estéril durante 15 años, comenzando a fructificar a partir de los 20 años, produciendo flores y frutos de peral, mientras que sus sus inflorescencias eran las de un Crataegus (581b). También hay que reconocer el enorme interés de las publicaciones de Hans Winkler sobre la materia, pero a diferencia de Huxley, que habla por referencias indirectas, parece necesario conocerlas con un poco más de detalle porque no refuerza precisamente las concepciones mendelistas. En 1907, en los comienzos de la oleada mendelista, Winkler llevó a cabo sus propios experimentos de hibridación, publicando un primer artículo en el que considera que de su primer injerto había obtenido, efectivamente, una quimera, si bien en un artículo posterior publicado al año siguiente manifestó haber logrado un auténtico híbrido (581c).

Huxley menciona repetidamente a Crane, cuyos experimentos sobre hibridación son conocidos, pero incomparablemente más reducidos que los llevados a cabo por Lucien Daniel en Francia o por Gluchenko en la URSS. Pero Huxley tampoco menciona a Daniel ni a Gluchenko, como si las hibridaciones vegetativas fueran obra de Michurin y Lysenko exclusivamente. Entre 1940 y 1980 I.E.Gluchenko se especializó en la URSS en probar injertos, especialmente con tomates, publicando una copiosa colección de artículos. No fue el único. En aquel país, sólo entre 1950 y 1958 se publicaron más de 500 estudios científicos acerca de la hibridación vegetativa en los que participaron una ingente cantidad de botánicos, entre los que, además de Gluchenko, cabe destacar a C.F.Kuschner, N.V.Tsitsin, A.A.Avakian y N.I.Feiginson, entre otros. Esta ingente tarea científica sólo merece el desprecio de los mendelistas. Según Huxley muchos de esos experimentos fueron llevados a cabo por aficionados y estudiantes, mientras que «los investigadores de otros países no han podido obtener los mismos resultados». De ese modo, presenta la hibridación vegetativa como si se tratara de una experiencia originaria de la URSS, cuando los injertos vegetales son una práctica milenaria en la agricultura de todos los países del mundo. Sin embargo, Huxley trata de aparentar algo distinto, asegurando que las hibridaciones vegetativas únicamente las han podido comprobar los «jardineros» soviéticos, los cuales no estudian las obras científicas mendelianas, ya que las repudian, lo que les conduce a cometer muchos errores en sus investigaciones y, en particular, no toman precauciones a la hora de realizarlas, no utilizan ejemplares genéticamente puros, no elaboran estadísticas y no utilizan testigos de contraste. Por el contrario, el mendelismo «incorpora numerosos hechos y leyes que han sido verificados repetida e independientemente por los hombres de ciencia de todo el mundo». Las tesis soviéticas no son de fiar, por lo que hay que someterlas a un doble filtro: la confirmación por parte de terceros y la interpretación a la luz «de los conocimientos existentes, y no meramente interpretados según las burdas teorías de Michurin y Lysenko».

Cuando resulta ya imposible cerrar los ojos, en los casos en los que no se puede negar la evidencia, la hibridación vegetativa se presenta como un fenómeno excepcional. Por consiguiente, dice Huxley, la diferencia no está en los hechos sino en la interpretación de los mismos. El fenómeno puede ser «igualmente bien explicado» o incluso «mejor explicado» en términos estrictamente mendelianos porque un híbrido «debe producir» nuevas combinaciones de genes en vasta escala, de los cuales la selección natural recluta a los mejores. La tesis de Huxley se podría resumir, pues, diciendo que o bien los hechos son falsos o, cuando no lo son, se pueden interpretar al modo mendelista (582). La banca siempre gana.

En las críticas a Michurin y Lysenko hay una ocultación reiterativa que tampoco es ninguna casualidad: la de que fue Darwin el primero que prestó atención a la hibridación vegetativa, defendiendo exactamente las mismas conclusiones que Michurin y Lysenko, es decir, que los injertos crean verdaderos híbridos vegetales: «la unión de tejido celular de dos especies distintas» capaz de producir un individuo nuevo, diferente a los dos anteriores, aunque a menudo los caracteres aparecen segregados y la mezcla no es tan homogénea como en la reproducción sexual. Esto, concluye Darwin, «es un hecho muy importante que cambiará más pronto o más tarde las opiniones sostenidas por los fisiólogos respecto a la reproducción sexual» (583). El naturalista británico se apoyó en sus propios experimentos al respecto que, al mismo tiempo, le sirven para fundamentar su teoría de la pangénesis y su defensa de la herencia de los caracteres adquiridos.

Después de Darwin, no fue Michurin el único en apoyar las tesis darwinistas, hasta el punto de que la hibridación vegetativa se ha podido confirmar por una amplia experimentación realizada en países muy diversos, como China, Japón (K.Hazama, Y.Sinoto, N.Ygishita, Y.Hirata), Alemania (I.Schilowa y W.Merfert), Bulgaria (R.Gueorgueva), Rumanía (C.T.Popescu), Yugoeslavia (R.Glavnic). Se ha ensayado con numerosas especies vegetales: frutales, hortalizas, flores ornamentales y otros. En México, el biólogo Isaac Ochoterena también defendió las hibridaciones vegetativas de los soviéticos: «Los agrónomos y biólogos soviéticos han obtenido asombrosos resultados en los últimos años [...] Han llegado incluso a la obtención de especies nuevas hibridando las existentes por el procedimiento del injerto de plantas pertenecientes no sólo a diversas especies, sino a diversos géneros» (584).

Ya antes de la década de los cincuenta, los soviéticos pasaron de las hibridaciones en vegetales a las animales por medio de transfusiones de sangre. En 1954 P.M.Sopikov (1903-1977) indujo nuevos caracteres en las aves mediante transfusiones de sangre repetidas de Black Australorp en gallinas ponedoras White Leghorn. Los cruces posteriores de gallinas White Leghorn con gallos de la misma variedad daban progenies con un fenotipo modificado. Entre 1950 y 1970 otros investigadores confirmaron las observaciones de Sopikov. Por ejemplo, Benoit y sus colaboradores, entre los que se encontraba el biólogo jesuita Pierre Leroy, reprodujeron en Francia aquellos experimentos con transfusiones de sangre en pollos, publicándose los primeros resultados en 1957.
En una estación experimental del Instituto Nacional de Investigación Agronómica, perteneciente al CNRS, inyectaron por vía intraperitoneal sangre de una variedad de gallinas Roder Island Real en la sangre de otras gallinas. Como había demostrado Sopikov, este tipo de inyecciones provocan perturbaciones irregulares en la pigmentación de las plumas de los descendientes de la primera, segunda y tercera generación. De ahí concluían que las inyecciones actuaron sobre los caracteres hereditarios, ya que solo los descendientes de tres generaciones sucesivas presentaban alteraciones, mientras que los progenitores inyectados no experimentaban ninguna modificación. Los descendentes de los sujetos nacidos de padres inyectados estaban afectados, lo que demostraba que este fenómeno afectó a la línea germinal y no se fijó en el citoplasma. Este experimento fue un choque que abrió un debate, otro más, el 24 de noviembre de 1962 en el Collège de France, luego reproducido por la revista Biologie médicale.

Según Benoit, que abrió la sesión con una introducción muy breve, las hibridaciones vegetativas «en la actualidad no parecen poder explicarse por medio de los datos de la genética clásica y de hecho incitan a buscar nuevas explicaciones». Leroy confiesa que comenzó sus investigaciones intrigado por los avances logrados por los botánicos soviéticos y se defiende de los ataques que había comenzado a padecer como consecuencia de su interés por el asunto. Acusado de emplear «procedimientos medievales», describe minuciosamente las precauciones adoptadas en el laboratorio para impedir la acción de factores imprevistos u ocultos: pureza génica, alimentación, estabilidad de los ejemplares utilizados, etc. Su conclusión es que la sangre incide sobre los caracteres hereditarios y se ve obligado a disculparse por tener que dar la razón a los investigadores soviéticos:

Sería abusivo ver en el tipo de investigaciones que nosotros emprendemos un objetivo diferente del científico. Nada podrá frenar las conquistas definitivas de la ciencia de la herencia. La genética de Mendel, Morgan y de sus sucesores ha transformado la biología; sería pueril pensar que nuestro trabajo es contrario al mendelismo. ¿No es más exacto ver ahí un enriquecimiento y un complemento? Sinceramente, ¿tiene alguien derecho a decir que nosotros no tenemos nada que aprender en un dominio tan complejo, tan vasto y donde la ingeniosidad de los mecanismos no cesa de sorprendernos? El hombre ciertamente no ha agotado todos los recursos que le reservan el estudio y la observación (585).

El suizo Maurice Stroun, profesor de bioquímica en la Universidad de Ginebra, también defendió la hibridación vegetativa en el coloquio de París. Stroun publicó numerosos artículos y libros en los que resumía sus experimentos, tanto con injertos vegetales (solanáceas) como con transfusiones de sangre en animales (pollos). En 1963 comunicó que aves de la variedad White Leghorn que habían sido repetidamente inyectadas con sangre de la gallina Grey Guinea, producían descendencia con algunas plumas moteadas de gris en la segunda y posteriores generaciones. Para las hibridaciones dentro de una misma especie, las conclusiones de Stroun eran tres:

a) mediante injertos es posible influenciar los caracteres hereditarios

b) las modificaciones introducidas son a menudo diferentes de las obtenidas mediante cruce sexual ya que presentan una segregación en la primera generación, la transmisión de una parte únicamente de los caracteres y la aparición de nuevos caracteres

c) las modificaciones están orientadas: los caracteres introducidos en la variedad influenciada se aproximan a menudo a las del mentor


Por el contrario, concluye también Stroun, en las hibraciones entre especies diferentes las modificaciones no se orientan.

Lo que se presentaba como un «descubrimiento» sorprendente también fue convenientemente enterrado. El paso del tiempo fue ocultando las huellas de tal forma que no sólo las investigaciones soviéticas debían figurar sin respaldo fuera de las fronteras de aquel país sino aisladas, extrañas, únicas
. Una de las conclusiones del coloquio de París era que se habían identificado los efectos de la hibridación vegetativa pero se ignoraban las causas, agentes y mecanismos que operaban en ellas, de las cuales sólo se podían avanzar hipótesis. Jean, el hermano de Maurice Stroun, participante en el debate, sostenía que el ADN ocupaba un lugar central en la transmisión hereditaria, pero que no era el único factor, indicando ya entonces la posibilidad de que también participaran el ARN y algunas proteínas nucleares. En plena ola de furor de la doble hélice aquello aguaba la fiesta de la teoría sintética.

Pero las sorpresas del debate de 1962 no acababan ahí. En su exposición Leroy mencionaba las investigaciones llevadas a cabo por el biólogo Milan Hasek (1925-1984) en Praga con embriones de pollo varios años antes y, por su parte, Jean Stroun también mencionó las reacciones inmunológicas como una de las cuestiones relacionadas con las hibridaciones. Lo mismo que Leroy en Francia, por influencia de la botánica soviética, Hasek había iniciado sus propios experimentos de hibridación en Checoslovaquia, publicando en 1953 su obra «La hibridación vegetativa de las plantas» en ruso. Después de los investigadores soviéticos fue uno de los primeros en trasladar las hibridaciones desde los vegetales a los animales, poniendo en comunicación los vasos sanguíneos de embriones de pollo. Observó que después de nacer los pollos eran quimeras ya que tenían células de los dos tipos genómicos y su descubrimiento le condujo al terreno de la inmunología, convirtiéndose en uno de los más reputados científicos en ese dominio. A diferencia de los vegetales, los animales más evolucionados tienen un sistema inmunitario muy desarrollado que rechaza cualquier injerto, transfusión o transplante. Apoyándose en la teoría fásica de Lysenko, Hasek descubrió que los organismos quiméricos eran tolerantes a las transfusiones de sangre e injertos de piel. También quedaba claro que el sistema inmunitario no era estable sino que se desarrollaba a partir de las primeras fases embrionarias de modo que en ellas se puede lograr la tolerancia hacia cuerpos extraños y, por tanto, evitar el rechazo, una característica adquirida que se conserva para las etapas maduras.

Este descubrimiento de Hasek, que posibilitó en la década siguiente los primeros transplantes de órganos en seres humanos, es el que se atribuye a Medawar y el que le valió a éste la obtención del Premio Nóbel de Medicina en 1960, una de esas características vergüenzas de la historia de la ciencia en el siglo XX. Frente a Medawar, Hasek padecía cuatro lacras imperdonables en la guerra fría: no era anglosajón, escribía en ruso, era lysenkista y militante del partido comunista de su país. El Premio Nóbel no podía tener un destinatario así en 1960. Se sabía que los transplantes eran una de las técnicas con futuro de la medicina cuyo verdadero origen había que encubrir.

Hoy la hibridación se ha convertido en una práctica rutinaria en los laboratorios. Hace varias décadas que Sonneborn, por ejemplo, logró fusionar los núcleos de dos bacterias Paramecium aurelia, quedando un único ejemplar con dos citoplasmas diferentes. En 1965 Henry Harris fusionó células de dos especies distintas, que pasaban así a disponer de dos núcleos distintos. Según Harris no sólo el citoplasma identificaba los mensajes procedentes de ambos núcleos sino que ambos nucleos identificaban los mensajes procedentes del citoplasma (586). Desde 1975 se logran fusionar células distintas (hibridomas) por el método de César Milstein, Niels Kaj Jerne y Georges J.F. Köhler, es decir, mediante campos eléctricos, aunque también es posible utilizar otros procedimientos. Se engendra así un híbrido de un linfocito B con una célula tumoral (mieloma) que reúne las características de ambas: el linfocito produce anticuerpos y el tumor se reproduce muy rápidamente, con lo cual se obtiene una célula mixta capaz de producir anticuerpos en cantidades importantes (587). Un genetista español, Lacadena, ha expuesto recientemente los últimos avances en hibridación de plantas, a las que da otra denominación, considerándolas como una «nueva» técnica experimental que disimula sus orígenes teóricos y prácticos. Lo resume de una forma que podría rubricar el mismo Lysenko:

A partir de la década de los setenta se han desarrollado nuevas técnicas experimentales de hibridación somática producida por fusión de protoplastos de especies diferentes y posterior diferenciación de plantas adultas que, evidentemente, llevan las dotaciones cromosómicas completas de ambas especies

(...)

La regeneración de plantas adultas a partir de cultivo de protoplastos es una técnica de especial utilidad dentro de la biotecnología vegetal actual; por ello los intentos que se están haciendo en las especies cultivadas son numerosos [...]

Las perspectivas que ofrece esta nueva técnica de hibridación parasexual son de extraordinaria importancia al poder salvar la barrera de la reproducción sexual en combinaciones híbridas entre especies más o menos alejadas en la escala evolutiva [...] Merece la pena destacar la obtención de híbridos somáticos de patata y tomate por regeneración a partir de la fusión de protoplastos por si en un futuro pudiera llegarse a obtener una nueva forma vegetal con un doble aprovechamiento agronómico: serían los tomatotatas (topatoes) o patamates (pomatoes) si bien en principio diversos problemas citogenéticos como los de inestabilidad cromosómica, interacciones genéticas, etc., impidieron augurar su posible utilización práctica. Algunos años más tarde, Jacobsen y colaboradores obtuvieron de nuevo los híbridos somáticos de patata y tomate y las decendencias de dos generaciones de retrocruzamientos con patata (588).

En este punto -como en otros- el mendelismo está condenado a sufrir un descalabro detrás de otro, especialmente contundentes en su tesis fuerte, a saber, que en la hibridación vegetativa no hay intercambio génico. En 2002 el checo Jaroslav Flegr, autor de algunas de las aportaciones más innovadoras a la biología reciente, publicaba un artículo en cuyo título se preguntaba si Lysenko no tenía razón, al menos en parte. Según Flegr, «no puede sorprender que las propiedades del patrón influyan en las propiedades de la púa. No sólo las moléculas de bajo peso molecular, sino también las proteínas y el ARN se desplazan fácilmente a través del floema, por lo que también penetran desde el patrón en la púa» (598). Al año siguiente el japonés Hirata indicó, después de décadas de investigación en torno a las hibridaciones vegetativas, la vía probable a través de la cual se produce el intercambio génico entre el patrón y el injerto: los transposones. Expuso literalmente lo siguiente:

Durante 50 años hemos analizado las variaciones genéticas inducidas mediante injerto en variantes del pimiento. Hemos encontrado e informado sobre varios tipos de variaciones con conductas genéticas irregulares en las progenies derivadas de injertos repetidos. Basándonos en nuestros experimentos, sugerimos particularmente que la transformación es el mecanismo probable de los cambios genéticos inducidos. Para comprobar la hipótesis, supervisamos la transferencia de ADN de la púa al patrón utilizando técnicas moleculares. Encontramos varias secuencias específicas comunes entre el ADN de la púa, el del patrón y variaciones inducidas por el injerto similares a las secuencias de los transposones del tomate. Es probable que la transferencia de genes y el mecanismo integrado de las plantas injertadas se establezca a través del sistema de retrotransposones (590).


En materia de hibridación vegetativa los investigadores orientales están muy por delante de los occidentales. Un año después del descubrimiento de los japoneses, hubo una nueva defensa de la hibridación vegetativa por parte de Yongsheng Liu, del Departmento de Horticultura del Instituto de Ciencia y Tecnología de Henan (China) quien ha publicado varios artículos en los que confirma que por medio de injertos se pueden obtener auténticos hibridos vegetativos, no quimeras, y que se trata de variedades estables.
El investigador chino confirma que en las hibridaciones existe intercambio génico, que califica como transgénesis bidireccional: del patrón hacia la púa y a la inversa. Según Liu el intercambio génico se produce a través del ARN mensajero, el cual se transfiere entre el patrón y el injerto, luego la transcriptasa inversa lo transcribe a ADN capaz de integrarse en el genoma de uno o de otro y de sus células embrionarias (591). Tanto Darwin, como Lysenko y Liu coinciden en dar una importancia máxima a la hibridación vegetativa. El británico la relacionó con otros fenómenos biológicos, como la regeneración, la reversión o la gemación, afirmando que debían ser comprendidos «desde un punto de vista único». Según Liu la hibridación vegetativa es, además, una prueba de que la teoría de la pangénesis de Darwin es una teoría genética correcta. Considera que la detección de ácidos nucleicos circulantes y priones en la savia de la planta y en la sangre de los animales demuestra que la función de las gémulas en la pangénesis de Darwin la desempeña el ARN mensajero. Es al británico (y no a Mendel) a quien hay que atribuir la paternidad de la genética, concluye Liu.

Pero el golpe de gracia llegó en 2009 cuando la Universidad de Chicago publicó el libro de Kingsbury sobre la historia de las hibridaciones, que el autor reconoce ligadas a la historia milenaria de la agricultura misma, viéndose obligado a mencionar a Lysenko y las investigaciones soviéticas, si quiera en un pequeño apartado envuelto en la vieja nube intoxicadora de la guerra fría, de la que no es capaz de deshacerse (592). En mayo de ese mismo año la revista Science informaba que investigadores del Instituto Max Plank de Postdam-Golm (Alemania) habían comprobado que entre las células que forman parte de un injerto existe intercambio génico (593). Los experimentos se llevaron a cabo con dos plantas transgénicas de tabaco que contenían secuencias genómicas de resistencia a distintos antibióticos, determinando dos limitaciones al descubrimiento:

a) sólo hay transferencia de los genes insertos en los cloroplastos, no de los que forman parte del núcleo
b) la transferencia se produce únicamente en la zona de contacto, por lo que sólo afecta a los brotes allí formados

Como se observa es una tesis muy matizada y, como también es habitual en el ágora mendelista, Science nada decía de la prehistoria de los injertos, como tampoco del alcance teórico de los mismos, aunque los mendelistas se guardaban expresamente de las posibles acusaciones de lysenkismo diciendo que las hibridaciones vegetativas no son análogas a las sexuales: excusatio non petita acusatio manifesta, decían los latinos, o dicho en palabras de Liu: las hibridaciones vegetativas están inextricablemente unidas al nombre de Lysenko. No hay manera de ocultar más tiempo un fraude científico que dura ya más de medio siglo. Pero que después de este tiempo se esté demostrando que Michurin y Lysenko tenían razón, también ha suavizado los posicionamientos de los viejos lysenkistas de antaño, supervivientes gastados por las polémicas de la guerra fría, algunos de los cuales parecen empeñados en disculparse por haber defendido la tesis verídica frente a la artillería mendelista. Es el caso de Maurice Stroun, quien pasa del lysenkismo inicial a un criterio más matizado en 2006:

A finales de los 50 y principios de los 60 del siglo pasado, tuvo lugar una lucha teórica entre los científicos occidentales y los rusos acerca de la teoría que explica el mecanismo de la evolución. De acuerdo con el neo-darwinismo, la evolución era el resultado del azar y de la necesidad, es decir, de las mutaciones que llegan por casualidad favoreciendo la supervivencia del más apto. Para los genetistas de Rusia, los caracteres adquiridos eran la base de la evolución, es decir, el medio ambiente modifica las características de los genes. Uno de los principales experimentos en que los genetistas de Rusia basaban su teoría era la transmisión de los caracteres hereditarios mediante una técnica especial de injerto entre dos variedades de plantas, una planta mentor y una planta pupilo. En su desarrollo la variedad pupilo depende por completo de su planta mentor, cuyas características hereditarias se modifican correlativamente. En el mundo occidental estos experimentos fueron contemplados con dudas. Nosotros fuimos de los pocos que trataron de repetir este tipo de experimentos. Después de tres generaciones de injertos entre dos variedades de berenjena, tuvimos éxito en la obtención de modificaciones hereditarias de las plantas pupilo, que adquirieron algunas de las características de la variedad mentor. La vinculación entre algunas de las características hereditarias de la planta mentor se rompieron, la segregación de la descendencia fue anormal y las características dominantes aparecen como recesivas en las plantas descendientes. En lugar de adoptar las opiniones de los científicos rusos acerca de los caracteres adquiridos, sugerimos que el ADN circulaba entre la planta mentor y la pupilo y supusimos que algunas moléculas de ácido nucleico que transportan la información genética podrían penetrar en las células somáticas y reproductivas de la planta pupilo en un momento propicio y permanecer activas (594).

Por lo tanto, en los injertos no sólo hay comunicación fisiológica, sino incluso intercambio génico entre las dos variedades que se unen. Las hibridaciones vegetativas ocasionan una transgénesis natural, lo cual supone la formación de algo distinto, como siempre sostuvo la genética de Darwin, Michurin y Lysenko.

Por sí misma, la discusión sobre las hibridaciones vegetativas resume la polémica lysenkista. Es un punto en el que la demagogia no ha ahorrado descalificaciones, a cada cual más insultante. En los países capitalistas algunos críticos decían que no habían podido corroborar los experimentos de hibridación, pero los más atrevidos hablan sencillamente de manipulación y de fraude. Experimentadores como Gluchenko debían estar tan obcecados con sus absurdos tomates que dedicaron 40 años de su vida, casi toda ella, a practicar injertos que -supuestamente- nadie más era capaz de reproducir. Quizá la ineptitud corría por cuenta de quienes jamás lograron ninguna clase de hibridación o, simplemente, cerraron los ojos ante la evidencia, no sólo de Michurin o Gluchenko sino de 10.000 años de prácticas agrícolas que se han propuesto borrar de la historia para mantener en pie una ideología tambaleante.

Es sólo una parte del estilo de la campaña propagandística de la guerra fría. Sin embargo, lo más significativo es que ninguno de los feroces críticos de Lysenko extiende sus insultos contra Darwin porque éste es el fetiche intocable. Además, el agrónomo soviético tiene que aparecer aislado, como el bicho raro, la nota discordante que de ninguna manera se puede poner en relación con Darwin. Finalmente, hay que rescatar a Darwin de sus propios desvaríos. Por eso su obra de madurez «Variación de los animales y las plantas bajo domesticación» no se tradujo al castellano hasta 2008. Pero los fraudes de los anglosajones ni siquiera tienen esta disculpa idiomática; simplemente mencionan las obras de Darwin según les conviene en cada caso. Sólo mediante la censura y la mutilación del pensamiento darwinista -y de otras corrientes de la biología- la teoría sintética ha podido infiltrar sus postulados entre la ciencia.

La cuestión sigue hoy planteada en los mismos términos que en 1948: un amplio consenso mayoritario de botánicos que se niega a reconocer las hibridaciones vegetativas y un reducido número de excéntricos que afirma todo lo contrario. Los primeros hacen bien en cerrar los ojos porque están en juego todos y cada uno de los fundamentos que han venido manteniendo desde 1883. Afortunadamente para la humanidad la ciencia nunca ha resuelto sus dilemas a mano alzada; mientras queden herejes podemos tener confianza en el progreso del pensamiento.

Los genes se sirven a la carta

Los vergonzosos ataques contra Lysenko prostituyen hasta el ridículo sus tesis, que tratan de presentar como si fueran incompatibles con los descubrimientos de la genética. Por ejemplo, Medvedev afirma que hubo una «negación integral de la genética» (595), y según Ayala, para Lysenko la genética era una ciencia capitalista (596). Este es el tópico usual al que recurren los intoxicadores. La postura de Lysenko acerca de la genética la expuso él mismo en varias ocasiones, otorgándole una importancia capital puesto que la selección artificial debía fundamentarse en ella. Entre otras, en la sesión de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas de 23 de diciembre de 1936 dijo lo siguiente:

Nuestros contradictores declaran que Lysenko repudia la genética, es decir, la ciencia de la herencia y de la variabilidad. Es falso. Nosotros luchamos por la ciencia de la herencia y de la variabilidad, lejos de repudiarla.

Nosotros combatimos diversas tesis de la genética, tesis erróneas y totalmente imaginarias. Nosotros luchamos para que la genética se desarrolle sobre la base y sobre el plan de la teoría darwiniana de la evolución. Nosotros debemos asimilar la genética, que es una de las ramas más importantes de la agrobiología, debemos reconducirla con la ayuda de nuestros métodos soviéticos a lo más alto y lo más completamente posible, en lugar de adoptar pura y simplemente numerosos principios antidarwinistas que están en la base de las tesis fundamentales de la genética.

Nadie entre nosotros sueña con negar los brillantes trabajos de la citología que han hecho progresar nuestro conocimiento de la morfología de la célula, y sobre todo el núcleo; nosotros estimulamos sin reservas esos trabajos
[...] Son ramas del saber indispensables que acrecientan nuestros conocimientos.

Es, pues, obvio que la lucha de Lysenko no se entabló contra la genética sino contra toda la amalgama de concepciones oscurantistas que pretendían introducirse junto con ella, como reconoció Haldane. Según el británico, muchos genetistas y la mayoría de los vulgarizadores soviéticos «se habían dejado engañar» por su propio vocabulario, y Lysenko se basó en ello «para desprestigiar a la teoría genética en general y para proponer una tarea con mucha menos base científica que el mendelismo» (597). Por lo menos a partir de aquí podemos empezar a sospechar que no se trataba de una guerra contra la genética sino contra el mendelismo, si bien los formalistas no conciben la genética sin las leyes de Mendel. Pero éste es otro problema distinto. No obstante, ni siquiera la crítica del mendelismo es una crítica de Mendel, por lo que las versiones difundidas en los países capitalistas acerca de Lysenko no pueden calificarse más que de una manipulación vergonzosa.

Si el lysenkismo era tan contrario al progreso de la ciencia, si retardó tanto el avance de la genética, alguien debería explicar cómo es posible entonces que el biólogo británico J.D.Bernal, un defensor de Lysenko, esté considerado como el fundador de la genética molecular en su país. Cabe reseñar también que, lo mismo que en la URSS, mientras un militante del Partido Comunista como Bernal defendía a Lysenko, otro militante, J.B.S.Haldane, también biólogo, defendía todo lo contrario (598).

Pero el lysenkismo no fue sólo un fenómeno soviético. Uno de los muchos países en los que las tesis de Lysenko tuvieron más aceptación fue China y el primer cultivo transgénico se creó en 1992 en aquel país asiático. Era una planta de tabaco a cuyo genoma se le añadió una secuencia de resistencia para el antibiótico kanamicina. En 1999 el Instituto de Genética Médica de Shanghai creó el primer ternero probeta transgénico utilizando las mismas técnicas que se emplearon en la obtención de la oveja clónica Dolly tres años antes. A pesar de la influencia lysenkista China se situó a la cabeza de investigación genética.

Ni Lysenko ni la URSS se opusieron al desarrollo de la genética en los centros educativos y en los laboratorios, de manera que se pudieron conocer todas las corrientes existentes en el mundo, y así, por ejemplo, la Sociedad de Naturalismo de Moscú siempre se destacó en la defensa de los principios mendelistas. No obstante, quizá no sea este aspecto el más interesante. Lo realmente significativo es que las afirmaciones acerca de la supuesta «prohibición» de la genética en la URSS deberían conducir a establecer comparaciones -incluso cuantitativas- con la enseñanza de esa misma disciplina en otros países: fechas en las que se introdujeron las cátedras de genética, número de profesores universitarios, planes de estudio, manuales utilizados, artículos y libros publicados, etc. Si algunos críticos prestaran un poco más de atención a la viga en el ojo propio que a la paja del ajeno, las sorpresas serían mayúsculas. En España, lo mismo que en muchos otros países, la ley universitaria de 29 de julio de 1948 ni siquiera mencionaba la palabra biología, una disciplina que, según el artículo 15, había que entender como un apartado dentro de la sección de ciencias naturales de las facultades de ciencias. Los primeros planes de estudio no llegaron hasta 1953, la primera promoción de biólogos españoles se graduó en 1957 pero la biología no adquirió autonomía universitaria propia hasta que en 1964 se establecieron las secciones de biología en las facultades de ciencias (decreto 2707/64) y la primera Facultad de Ciencias Biológicas tardó en crearse otros diez años más. La memoria del curso académico 1977-1978 hablaba de la existencia de 12 cátedras agrupadas en 7 departamentos que impartían sus enseñanzas a casi 3.500 alumnos. De las disciplinas afines a la biología no cabe ni hablar. Entonces la genética, lo mismo que la ecología (599), eran aquí poco más que una nota a pie de página en los libros de biología. Hasta 1963 no se convocaron oposiciones para las primeras cátedras de genética.

La primera Asociación de Genetistas de América no se creó hasta 1931, siendo L.C. Dunn su primer presidente. Su primera reunión al año siguiente sólo pudo agrupar a unos 50 miembros, con otros diez más al año siguiente. El panorama no era más alentador en otros países europeos. En 1949 el bioquímico belga Jean Brachet reconoció en una rueda de presa tras su viaje a la URSS, que en la Universidad Libre de Bruselas los planes de estudios ofrecían 15 horas lectivas de genética, contra 200 en la de Leningrado. No está nada mal para un país que acababa de «prohibir» la genética. El primer profesor universitario de genética en Estados Unidos fue Alfred Sturtevant, quien comenzó a impartir sus clases en 1928. Según Haldane, en 1938 en Inglaterra no había más que un sólo profesor de genética «y como no se ha hecho ningún esfuerzo por remediar esta carencia, la enseñanza de genética en Londres es, de momento, radicalmente imposible» (600).

El mismo escenario se obtendría localizando las fechas de publicación de las primeras revistas de biología en cada país o los temas de interés abordados en ellas, por lo que la conclusión es obvia: cuando en 1948 cientos de biólogos soviéticos discutían el informe de Lysenko, en la mayor parte del mundo simplemente no había biólogos. Desde los años veinte en la URSS existían tres institutos dedicados exclusivamente a la genética. La superioridad soviética en ese punto era, pues, abismal.
[el párrafo que viene a continuación aparece también en el hilo sobre aportaciones soviéticas a la ciencia. Lo repito por no romper la lógica del discurso]
Las aportaciones soviéticas a la genética también fueron muy importantes, en algunos casos anteriores a las anglosajonas y, desde luego desconocidas, descuidadas o ignoradas por su propio origen, por lo que conviene recordarlas, aunque sea telegráficamente. En 1921 el embriólogo soviético A.G.Gurwitsch abrió al mundo un nuevo dominio científico; el de la biofísica. Al mismo tiempo e independientemente del alemán Hans Speeman, elaboró la teoría del campo morfognético y dos años después descubrió los biofotones (601). Entre 1922 y 1929 Vavilov reunió en sus expediciones la colección de plantas y semillas más importante del mundo, cuyo destino era la selección y la hibridación y, por consiguiente, el mejoramiento en la calidad de los cultivos agrarios. En 1924 Oparin expuso la primera hipótesis científica sobre el origen de la vida. Ese mismo año A.N.Bach creó el primer Instituto de Investigación Bioquímica del mundo y expuso las primeras nociones bioquímicas sobre la oxidación. Aunque el efecto mutágeno de las radiaciones sobre los cromosomas se atribuye al estadounidense H.J.Muller, y le concedieron el Premio Nobel por ello, sus verdaderos descubridores fueron los soviéticos G.A.Nadson y G.S.Filippov, que observaron el efecto en levaduras y hongos, adelantándose en dos años a Muller. En 1926 Vladimir I.Vernadsky publicó «La biosfera» una obra pionera en la ecología contemporánea. Al año siguiente S.S.Chetverikov fue el primero en formular las leyes del polimorfismo genético que constituye la base de la genética de poblaciones, adelantándose en varios años a Wright, Fisher y Haldane, que pasan por ser sus creadores. Ese mismo año G.D.Karpechenko creó la primera planta sintética del mundo, a la que dio el nombre de Raphanobrassica (Raphanus sativus y Brassica cleracea), un híbrido del rábano y la col (repollo o coliflor)(601b). Ese mismo año N.K.Koltsov fue el primero en describir la estructura de los cromosomas como moléculas gigantescas capaces de reproducirse por un mecanismo de molde, concepto que relacionaba la genética con la bioquímica. No obstante, como todos los genetistas de la época, Koltsov pensaba que esa molécula era una proteína y no un ácido, el ADN, como se supo después. La noción de biosíntesis permitió entender la autorreplicación genética. En 1927 A.R.Serebrobsky estudió la primera variación intragenética de la mutabilidad. Al año siguiente A.A.Sapeguin obtuvo mutantes del trigo mediante radiaciones. En 1929 A.W. Anikin formuló la ley general de la deformación de los núcleos de las células mesenquimales en embriones de tritón, según la cual las partes de la superficie son rechazadas por un centro geométrico del primordio con una fuerza que disminuye en proporción inversa a la distancia del centro del primordio. En 1935 A.N.Belozersky logró aislar ADN en forma pura por primera vez y dos años después N.P.Dubinin fue el primero en descubrir en una población de moscas drosophilas al menos un dos por ciento de mutantes espontáneas. Al año siguiente, estudiando el efecto de la luz sobre la floración, Mijail J. Chailakhyan descubrió el florígeno (602), uno de los hallazgos más importantes en la botánica contemporánea que se ha logrado confirmar en el presente siglo.

La ecología alcanzó un enorme desarrollo en la URSS, avanzando importantes investigaciones sobre fitosociología, dinámica trófica y biocenología. En los años veinte se crearon en todo el país numerosas instituciones de investigación y enseñanza de la ecología, que están entre las primeras del mundo: en 1924 en Tashkent, bajo la dirección de D.N.Kasharov, al año siguiente en Leningrado, después en Moscú, Smolensk, Jarkov, Voronej y otros. En 1930 el III Congreso de zoología celebrado en Kiev reconoció la extraordinaria importancia de la ecología, «no sólo por sus aplicaciones sino también desde el punto de vista teórico» y acordó reservar a esta disciplina una plaza de pleno derecho en las facultades de pedagogía y agronomía. Al año siguiente Kasharov, que regresaba de un largo viaje por Estados Unidos, publicó el primer manual de ecología para la enseñanza: «Ambiente y comunidades», traducida al inglés en 1935. También en 1931 Kasharov inició la publicación de la primera revista soviética de ecología, que dedicaba una atención especial a las especies animales amenazadas. La URSS fue el primer país del mundo en crear parques naturales (zapovedniki) sometidos a una estricta protección ambiental. Mijail P.Chumakov (1909-1993) fue el primero en descubrir que un tipo de encefalitis que tenía su origen en un virus, que logró aislar, demostrando que se transmitía por medio de ácaros, un descubrimiento que le valió el premio Stalin en 1941.
http://www.ucm.es/info/nomadas/trip/lysenko4.html
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(G. Zhukov)

Kozhedub
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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

Mensaje por Kozhedub »

(...)

La investigación científica en la URSS estuvo siempre muy por delante de los más avanzados países capitalistas, cualquiera que sea la etapa analizada, en cifras absolutas o relativas. Para 1980 los datos de Bruno Latour sobre el número de científicos e ingenieros, su porcentaje con respecto al total de la fuerza de trabajo, así como la proporción de la inversión en ciencia con respecto al volumen del Producto Nacional Bruto es esclarecedera de la aplastante superioridad soviética (604):

URSS - Estados Unidos - Japón - Alemania - Reino Unido -Francia
científicos
e ingenieros 1.200.000 / 890.000 / 363.000 / 122.000 / 104.000 / 73.000
% del total de
trabajadores 0,9 / 0,59 / 0,65 / 0,46 / 0,4 / 0,32
% del total
del PNB 3,6 / 2,6 / 2,4 / 2 / 2,2 / 2,6

Las desinformaciones presentan a la ciencia soviética como una laguna aislada, ajena y extraña a las corrientes de la genética de otros países, consecuencia a su vez del aislamiento internacional de la URSS que, naturalmente, aparece como una política deliberadamente perseguida por la diplomacia soviética, como si los demás países no tuvieran ninguna responsabilildad en ello. También aquí hay que proceder a una verdadera reconstrucción de los hechos casi completa. La URSS estuvo durante muchos años fuera de la Sociedad de Naciones, sometida a un riguroso bloqueo internacional. En líneas generales y, especialmente en lo que a la ciencia respecta, desde su mismo nacimiento, la URSS buscó desarrollar toda clase de intercambios con terceros países, a cuyos efectos creó una Oficina para el Estudio de la Ciencia y la Tecnología Extranjera. En 1924 organizó la Sociedad para las conexiones culturales con los países extranjeros: «Con posterioridad a 1920 la Academia de Ciencias primero y después otros centros de investigación, tomaron medidas para establecer relaciones directas con centros de investigación del extranjero. Aun cuando al principio la cooperación internacional fue muy modesta, tuvo sin embargo extraordinaria importancia para el desarrollo de la ciencia soviética» (604b). La gran crisis capitalista de 1929 favoreció los intercambios. Al acabar con los presupuestos para educación e investigación en Estados Unidos, la URSS invitó a muchos científicos y técnicos extranjeros que se habían quedado en el paro a instalarse allá, e incluso se construyeron urbanizaciones y ciudades enteras para ellos. Otros ya se habían instalado anteriormente, de manera que es difícil encontrar un genetista que no hubiera viajado en algún momento a la URSS antes de la guerra mundial. Un conocido eugenista como Leslie Clarence Dunn se trasladó allá en 1927 con una beca de Rockefeller. Richard B.Goldschmidt visitó la URSS en 1929 para asistir a un congreso de genética. También visitó el país dos veces Julian Huxley antes de la guerra, del que obtuvo una buena impresión, olvidándose de ella en la posguerra para escribir su obra contra Lysenko, una incongruencia que nunca explicó. Al quedarse en el paro en Estados Unidos, el biometrista Chester Bliss trabajó de 1936 a 1937 en el Instituto Botánico de Leningrado. El genetista Calvin F.Bridges también fue profesor de su disciplina en la Universidad de Leningrado.

(...) [Sigue con más ejemplos]

En 1925 la Academia de Ciencias ofreció un laboratorio de investigación al biólogo Paul Kammerer durante una vista a la URSS. El austriaco aceptó el puesto pero tenía que ir a Viena para recoger sus cosas. Fue entonces cuando se divulgó su supuesto fraude, que le condujo al suicidio. [Sobre el caso de este lamarckista se han presentado nuevas evidencias, recogidas incluso por la prensa generalista y que citaremos al final] Después de 1929 la crisis promocionó la emigración hacia la URSS de científicos procedentes de los países de Europa central, una corriente reforzada después de la llegada de Hitler a la cancillería en Alemania. En 1932 el paleobiólogo checo Martin Fritz Glæssner (1906-1989) fue invitado a organizar el laboratorio del Instituto de Minerales, alcanzando una plaza en la Academia de Ciencias e impartiendo lecciones en la Universidad de Moscú. Se casó con una soviética pero, ante la proximidad de la guerra, como a tantos otros científicos extranjeros, en 1937 le exigieron optar por obtener la nacionalidad soviética o abandonar el país, trasladándose entonces a Viena.

Entre los científicos que huyeron a la URSS se encontraba Georg Schneider (1909-1970), un joven militante del Partido Comunista de Alemania recién salido de la universidad. Schneider emigró a la URSS en 1931, donde dos años después se le unió su profesor en Jena, Julius Schaxel (1887-1943), un prestigioso biólogo, también marxista, a su vez alumno de Ernst Haeckel. Schaxel (605) había fundado en 1924 el conocido diario de información científica «Urania», prohibido por los nazis en 1933. En el exilio Schaxel y Schneider iniciaron una estrecha colaboración primero en el Instituto de Morfogénesis Experimental, poniendo los cimientos de la biología del desarrollo, disciplina de la que se cuentan entre sus pioneros, que continuaron después en el Instituto Severtsov de Morfología Evolucionista de la Academia de Ciencias de la URSS en Moscú. Tras su retorno a Alemania en 1945, Schneider impartió clases de biología teórica en la Universidad de Jena, siendo uno de los pocos defensores del lysenkismo en la República Democrática Alemana.

El caso de H.J.Muller es bastante singular e ilustra sobre la verdadera situación de la genética en aquella época, ya que recorrió todo el espectro ideológico imaginable. Discípulo de Morgan, su «redescubrimiento» del efecto mutágeno de las radiaciones sobre los cromosomas en 1927 fue trascendental; su manual Principles of Genetics tuvo una amplia difusión universitaria por todo el mundo y fue muy pronto traducido al ruso. Muller fue uno de aquellos investigadores que tuvo que abandonar la universidad de su país, en bancarrota tras el hundimiento capitalista de 1929. De Texas se trasladó a Berlín en 1932, permaneciendo durante un año trabajando junto a Timofeiev-Ressovski en el mismo laboratorio. Después de la llegada al poder de los nazis aceptó una invitación para presidir el Instituto de Genética de Moscú, a donde se desplazó con su cargamento de moscas, permaneciendo allá desde 1933 hasta 1937. En la Unión Soviética Muller escribió varios artículos para la prensa elogiando la colectivización agrícola y apoyando la investigación científica soviética. En uno de ellos, publicado en el diario gubernamental Izvestia con ocasión del décimo aniversario de la muerte de Lenin, criticaba el lamarckismo y defendía que la genética mendelista era una aplicación del marxismo a la biología. Fue uno de los fundadores del Consejo Nacional de Amistad Americano-Soviética y presidente de la Sociedad Científica Americano-Soviética. En una conferencia impartida en Moscú en 1936 estableció el puente que unió la química y la genética: el portador de la información genética era un polímero compuesto por una serie aperiódica de subunidades. Al año siguiente se trasladó a España como miembro de las Brigadas Internacionales para participar en los servicios médicos del ejército republicano. Pero Muller tenía sus propias ideas: era un eugenista cuyas concepciones creyó poder llevar a cabo en la URSS, como si la revolución de 1917 hubiera convertido al país en un laboratorio de cobayas humanas. Creía que la Unión Soviética era el Estado ideal para llevar a cabo experimentos eugenistas de mejora de la raza humana porque las barreras de clase habían desaparecido. En mayo de 1936 le envió a Stalin un ejemplar de su libro Out of the night en el que defendía la eugenesia. En esa obra, lo mismo que en las conferencias científicas en las que intervino mientras permaneció en la URSS, Muller sostuvo que la inseminación artificial entre los soviéticos podría asegurar la victoria del socialismo. Había que mejorar la dotación genética de la clase obrera y del campesinado para suplir su inferioridad natural. Desengañ por no poder llevar a cabo sus experimentos eugenistas, Muller acabó militando en las filas del anticomunismo más visceral.

(...)

En los libros soviéticos publicados no hay más que repasar la bibliografía y las citas para observar cómo los avances de otros países también fueron conocidos por los científicos soviéticos, así como sus manuales, de los que existen numerosas traducciones. Lo mismo cabe decir de los fondos bibliográficos disponibles en bibliotecas y librerías. Así, las obras escogidas de T.H.Morgan se publicaron en la URSS en 1937, antes que en Estados Unidos; lo mismo se puede decir de las de H.J.Muller, un científico más conocido en la URSS que en su propio país.

Una de las acusaciones lanzadas contra Lysenko es su negativa a reconocer los genes, cuestión que él abordó en varios textos con bastante claridad. A lo que él se oponía era al concepto de gen como corpúsculo portador de la herencia, y pone un ejemplo: no por negar que existan partículas o una sustancia de la temperatura, se niega la existencia de ésta como medida de un estado de la materia: «Nosotros negamos que los genetistas, y con ellos los citólogos, puedan percibir un día los genes por el microscopio. Se podrá y se deberá discernir en el microscopio detalles cada vez más ínfimos de la célula, del núcleo, de los cromosomas, pero eso serán parcelas de la célula, del núcleo o del cromosoma, y no lo que los genetistas entienden por gen. El patrimonio hereditario no es una sustancia distinta del cuerpo, que se multiplica a partir de él mismo. La base de la herencia es la célula que se desarrolla, se transforma en organismo. Esta célula comporta unos orgánulos con fines diversos. Pero no hay en ella ninguna partícula que no se desarrolle, que no evolucione».

Bastantes años después un mendelista como Ruse exponía idéntico planteamiento que Lysenko: «ver el portador del gene -el cromosoma- no significa necesariamente ver el gene mismo», reconoce. El concepto de gen no es empírico, no se desprende de un hecho observado e incluso -añade Ruse- no se va poder ver nunca, por lo que «sería claramente falso concluir que el gene es un entidad observable», a pesar de que reconoce que se debe «ampliar» la noción de observación a fin de poder obtener una noción «indirecta» de gen, ya que «las entidades no observables o hipotéticas sólo se nos hacen patentes por medio de teorías» (607). En fin, siempre que alguien ha pretendido justificar el concepto de gen, se ha visto obligado a exposiciones tan barrocas, por lo menos, como la de Ruse; un verdadero castillo de naipes.

Esta concepción no fue exclusiva de Lysenko sino que también puede encontrase en autores muy anteriores a él, como el embriólogo soviético A.G.Gurwitsch, uno de los primeros opositores a la emergente genética mendelista desde los primeros tiempos de formación de la URSS, si bien su criterio se fundamentó en argumentos bien distintos de los defendidos por Lysenko. Según Gurwitsch la herencia deriva del campo morfogenético, es decir, de fuerzas de ámbito supracelular, que ni siquiera pueden considerarse como biológicas en un sentido estricto. Sin embargo, en sus cursos daba conocer a sus alumnos la obra de Mendel. Cuando en 1948 los lysenkistas le invitaron a sumarse a la batalla contra la teoría sintética, Gurwitsch se posicionó en contra suya. Su posición es, pues, esclarecedora de la complejidad del debate por cuanto ambos, Gurwitsch y Lysenko eran originarios del mismo pueblo y, además, pocos años antes, en 1941, había recibido el Premio Stalin por su descubrimiento de los biofotones.

Desde el punto de vista del origen de la vida, Oparin también criticó la teoría de las mutaciones al azar:

En el problema mismo del origen de la vida, muchos naturalistas continúan sosteniendo, aun después de Darwin, el anticuado método metafísico de atacar este problema. El mendelismo-morganismo, muy usual en los medios científicos de América y de Europa occidental, mantiene la tesis de que los poseedores de la herencia, al igual que de todas las demás particularidades sustanciales de la vida, son los genes, partículas de una sustancia especial acumulada en los cromosomas del núcleo celular. Estas partículas habrían aparecido repentinamente en la Tierra, en alguna época, conservando práctica e invariablemente su estructura definitiva de la vida, a lo largo de todo el desenvolvimiento de ésta. Vemos, por consiguiente, que desde el punto de vista mantenido por los mendelistas-morganistas, el problema del origen de la vida se constriñe a saber cómo pudo surgir repentinamente esta partícula de sustancial especial, poseedora de todas las propiedades de la vida.

La mayoría de los autores extranjeros que se preocupan de esta cuestión (por ejemplo, Devillers en Francia y Alexander en Norteamérica), lo hacen de un modo por lo demás simplista. Según ellos, la molécula del gene aparece en forma puramente casual, gracias a una ‘operante’ y feliz conjunción de átomos de carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y fósforo, los cuales se conjugan ‘solos’, para constituir una molécula excepcionalmente compleja de esta sustancia especial, que contiene desde el primer momento todas las propiedades de la vida.

Ahora bien, esa ‘circunstancia feliz’ es tan excepcional e insólita que únicamente podría haber sucedido una vez en toda la existencia de la Tierra. A partir de ese instante, sólo se produce una incesante multiplicación del gene, de esa sustancia especial que ha aparecido una sola vez y que es eterna e inmutable.

Está claro, pues, que esa ‘explicación’ no explica en esencia absolutamente nada. Lo que diferencia a todos los seres vivos sin excepción alguna, es que su organización interna está extraordinariamente adaptada; y podríamos decir que perfectamente adaptada a las necesidades de determinadas funciones vitales: la alimentación, la respiración, el crecimiento y la reproducción en las condiciones de existencia dadas. ¿Cómo ha podido suceder mediante un hecho puramente casual, esa adaptación interna, tan determinativa para todas las formas vivas, incluso para las más elementales?

Los que sostienen ese punto de vista, rechazan en forma anticientífica el orden regular del proceso que infiltra origen a la vida, pues consideran que esta realización, el más importante acontecimiento de la vida de nuestro planeta, es puramente casual y, por tanto, no pueden darnos ninguna respuesta a la pregunta formulada, cayendo inevitablemente en las creencias más idealistas y místicas que aseveran la existencia de una voluntad creadora primaria de origen divino y de un programa determinado para la creación de la vida.

Así, en el libro de Schroedinger ‘¿Qué es la vida desde el punto de vista físico?’, publicado no hace mucho; en el libro del biólogo norteamericano Alexander: ‘La vida, su naturaleza y su origen’, y en otros autores extranjeros, se afirma muy clara y terminantemente que la vida sólo pudo surgir a consecuencia de la voluntad creadora de Dios. En cuanto al mendelismo-morganismo, éste se esfuerza por desarmar en el plano ideológico a los biólogos que luchan contra el idealismo, esforzándose por demostrar que el problema del origen de la vida -el más importante de los problemas ideológicos- no puede ser resuelto manteniendo una posición materialista.

Idéntica posición que Lysenko y Oparin defendió en los años treinta el biólogo italiano Mario Canella, que calificó al mendelismo como una «jerga esotérica». El gen, afirma Canella, ni material ni funcionalmente puede ser una unidad autónoma: «Nuestra ignorancia es lo bastante grande como para justificar las más dispares hipótesis», concluye (607b). El 19 junio de 2007 la agencía de noticias canadiense Science Presse titulaba así una información: «Ni siquiera sabemos lo que es un gen» (608).

Lysenko no ha sido, pues, el único en cuestionar el estatuto científico del concepto «gen». Las dudas sobre la naturaleza y la existencia misma de los genes fueron muy frecuentes entre los científicos de todo el mundo hasta mediados del siglo XX, y nunca se han solventado satisfactoriamente. No solamente no se le puede reprochar nada a Lysenko sino que, desde la perspectiva actual, lo que cabe discutir es si avanzó lo suficiente en ese terreno, es decir, si insertó adecuadamente dicho concepto en el contexto de una crítica más general al conjunto de la teoría sintética y del concepto de herencia. El concepto de gen es uno de los fantasmas sobre los que se ha articulado la teoría sintética, su misma médula. No es extraño, por tanto, que mostrando sus lagunas algunos lleguen a pensar que el fundamento de la genética naufraga. Si suponemos que heredamos algo de nuestro ancestros, ¿qué es eso que se hereda? ¿heredamos genes? ¿heredamos únicamente genes? Los verdaderos científicos son los que plantean preguntas. Por eso, en la edición correspondiente a 1948 de su obra sobre la herencia, el genetista suizo Émile Guyénot insertó un epígrafe titulado «¿Existen los genes?», donde reconocía que los genetistas no sabían nada cierto sobre la naturaleza de los genes: «La existencia misma del gen, al menos tal y como se le concibe generalmente, se comienza a poner en duda». Añade también que aunque los cromosomas se pueden dividir en unidades que preservan cierta autonomía, esas posiciones diferenciables no son necesariamente genes (608b). Esa era la posición de un genetista suizo en 1948, justo cuando Lysenko lee su informe en la Academia. Pero la diferencia entre Guyénot y Lysenko es que éste era soviético. Parece claro, en consecuencia, que la postura de Lysenko sobre los genes era compartida por una parte importante de la genética mundial, hoy censurada.

(...)

A diferencia de otros conceptos capitales de la biología molecular, como las enzimas, por ejemplo, los genes no fueron un descubrimiento sino un invento, una hipótesis presumida por las modificaciones que se observaban en el exterior o, en expresión de Darwin, «tinta invisible». Como afirma Le Dantec, poner un nombre a algo que no existe es un «error de método» porque parece concederle una realidad fáctica que no tiene (610). Se inventó una causa por sus efectos; se postuló su existencia en la misma forma que se postula la existencia de un virus, aún sin conocer su realidad, cuando se manifiestan determinadas enfermedades y se le pone el mismo nombre al virus (la causa) que a la enfermedad (el efecto). Del mismo modo, cuando se apreciaban cambios en los caracteres externos se atribuían a causas internas, de donde se extrajeron las nociones de mutación génica, alelo, polimorfismo, etc. Según el manual de Suzuki, Griffiths, Miller y Lewontin, sólo se puede detectar un gen cuando hay un cambio en los rasgos físicos externos del individuo; a medida que se descubran más cambios, se descubrirán también más genes. La variación es la materia prima de la genética: si todos los ejemplares de una especie fueran iguales, no existiría esta ciencia. Los autores definen precisamente la genética como el estudio de los genes a través de su variación (611).

La argumentación de Morgan es también sintomática de la manera confusa en que se introdujo el concepto de gen a mediados del pasado siglo: «La prueba de que los genes son las unidades esenciales de la herencia no reposa sobre la observación directa, ya que la dimensión de los genes es inferior a los límites de la visión en los más poderosos microscopios, sino que se deduce de los fenómenos de la herencia». Por lo tanto, en primer lugar, la existencia de los genes no se apoyaba en los hechos; aunque no lo querían reconocer, no era más que una de esas hipótesis tan poco gratas a los empiristas. Pero además, añadía Morgan, los genes son «entidades» con dos propiedades fundamentales: la primera la expone de una manera muy confusa diciendo que los genes tienen capacidad para crecer y multiplicarse, aunque luego dice que lo que en realidad se divide es el cromosoma, para acabar sosteniendo que «el gen se divide cuantitativamente y luego crece hasta adquirir el volumen del gen original». La segunda facultad de los genes, continúa Morgan, es la de provocar cambios en la actividad química y física del protoplasma. No obstante, esta tesis, reconoce Morgan, también «carece de una base de observación directa, pero reposa sobre deducciones lógicas de los resultados del análisis genético. Esta prueba genética muestra que cuando un gen sufre una mutación, sin perder su capacidad de autoperpetuarse, provoca cambios en el carácter del individuo resultante. El argumento, en realidad, está basado en una relación inversa entre el gen y el carácter o de una serie de caracteres, y luego, por el análisis, referimos este cambio del carácter a un cambio de gen. Pero lo importante es que el cambio puede ser analíticamente referido a un punto particular o locus de uno de los cromosomas, es decir, a un solo gen. Admitido que el cambio de un carácter depende de alguna propiedad del nuevo gen, surge la cuestión de saber cómo el nuevo gen produce su efecto sobre el protoplasma celular, pues es en el protoplasma donde el carácter se manifiesta». Más adelante Morgan sigue tambaleándose en la cuerda floja: «Es posible pensar que el efecto puede ser debido a alguna acción dinámica del gen sobre el protoplasma circundante. Esta posibilidad no puede hasta el presente ser demostrada ni rechazada, pero, como la mayor parte de los cambios celulares son de naturaleza química, parece plausible aceptar que los genes ponen en libertad alguna sustancia química -quizá un catalizador- que provoca ciertos cambios químicos en el protoplasma» (612). En suma, muchos argumentos y ningún apoyo fáctico; en Morgan, las conjeturas, posibilidades y «deducciones lógicas» se encadenaban una tras otra. Sin embargo, el tiempo, la historia de la ciencia, volvería a demostrar que una mala teoría siempre es susceptible de empeorar; los seguidores de Morgan dejarían de lado sus reservas, preocupaciones y circunloquios teóricos. Las hipótesis del gen debía convertirse en la tesis del gen.

Los mendelistas seguían reconociendo su vacuidad empírica en una fecha tan tardía como 1951 en una cita de Sinnott, Dunn y Dobzhansky que merece la pena recordar porque ilustra bien claramente el verdadero trasfondo del estado de la genética en aquel momento: «Conviene hacer resaltar que no estamos seguros de la existencia de genes porque los hayamos visto o analizado químicamente (hasta ahora la genética no ha conseguido hacer ninguna de estas dos cosas) sino porque las leyes de Mendel sólo pueden interpretarse satisfactoriamente admitiendo que existen los genes» (613). Fue un arrebato de sinceridad poco frecuente en los mendelistas que no se ha vuelto a repetir, pero conducía a un flagrante círculo vicioso: las leyes de Mendel se demuestran por la existencia de los genes y, a su vez, la existencia de los genes por las leyes de Mendel. El concepto de gen se introduce por las necesidades explicativas de la síntesis neodarwinista y no tiene sentido fuera de ella. Como dice Ruse: «Hoy en día ningún genetista mendeliano duda que existan los genes» (614). Se trata de exactamente de eso: de las reverencias de los mendelianos por los genes, y no de otra cosa. La suerte de los genes y del mendelismo corren parejas. Forman una teoría que se apoya en una hipótesis y una hipótesis que se apoya en una teoría, es decir, un castillo de naipes.

A la cuestión se le podría, pues, dar una vuelta de tuerca empezando a plantearla desde el punto de vista de las «leyes» de Mendel, respecto de las cuales el propio Mayr acabó reconociendo lo siguiente: «Las ‘leyes’ de Mendel tuvieron una utilidad didáctica en el primer periodo del mendelismo, que ya no tienen en la actualidad: han sido reemplazadas por otras» (615). Procediendo de un portavoz cualificado como Mayr, es un reconocimiento muy importante que sería bueno desarrollar con algo más de detenimiento para averiguar qué otras «leyes» han sustituido a aquellas viejas de Mendel que sólo tuvieron una «utilidad didáctica». Dado que los conceptos tienen un carácter práctico y contextual, es decir, que se forman y evolucionan con su uso dentro de un conjunto teórico de inferencias y argumentaciones, hubiera sido imprescindible que Mayr explicara cuáles son las nuevas «leyes» para saber cómo se insertan los genes en ellas, es decir, si el concepto de gen sigue siendo necesario y si se mantiene inalterado dentro del nuevo contexto teórico de la biología molecular. No hay ninguna respuesta a esas dudas. Sin embargo, cualquiera que fuera la respuesta, lo cierto es que el estatuto epistemológico del gen no se puede deducir sólo de la elección de definiciones retóricas o verbales que la teoría sintética ha propuesto sucesivamente sino de la propia práctica científica que ha desplegado, esto es, del uso del concepto gen en su contexto de inferencias, su funcionalidad dentro de la teoría sintética, es decir, la manera en que un concepto falso se articula dentro de una teoría también falsa, definida por varios rasgos característicos:

— el genoma se compone de genes
— su origen: los genes proceden verticalmente de los ancestros
— la estabilidad: el gen no cambia ni cualitativa ni cuantitativamente (el valor C), salvo mutaciones excepcionales
— el culto a la pureza, a lo incestuoso y endogámico, lo único que tiene un carácter definitorio de lo propio frente a lo ajeno o ambiental, que es infeccioso, parasitario o pernicioso
— la autosuficiencia: los genes son unidades determinantes pero no determinadas por nada ajeno a ellos mismos
— la funcionalidad: la tarea de los genes es la de fabricar proteínas; a cada gen le corresponde una proteína y a la inversa


El concepto de gen, como otros en biología, es panglósico, lo mismo que el de «selección natural». Lo explica todo, o lo que es lo mismo: no explica nada. En una entrevista concedida a la revista «El Basilisco» Ayala decía que había 27 definiciones diferentes de lo que es un gen (616). Si la lingüística dijera que hay 27 definiciones distintas de lo que es una metonimia o la física que hay 27 definiciones de lo que es la energía cinética, dudaríamos seriamente de su carácter científico. Lo significativo no es que una ciencia pueda proporcionar un número tan abundante de definiciones para un mismo concepto. Incluso en el habla coloquial es difícil que el diccionario disponga de 27 acepciones distintas para una misma voz, siendo preocupante e insólito que en un lenguaje más preciso, como el científico, ello sea siquiera imaginable, teniendo en cuenta, además, no sólo que el concepto de gen desempeña un papel capital dentro de la disciplina, sino que esas definiciones son diferentes entre sí, e incluso contradictorias.

En lo que sigue me limitaré a exponer cuatro de esos conceptos distintos de lo que es un gen que tienen relación con la manera en que se introdujo la hipótesis dentro de la biología y su crisis posterior: el gen como una unidad estructural o partícula, el gen como unidad funcional, el gen como unidad de mutación y el gen como unidad de recombinación. Estas definiciones tienen en común que el gen es una «unidad», es decir, una entidad biológica en sí misma capaz de reconducir una multiplicidad de fenómenos y explicarlos coherentemente. Una ciencia no tiene por qué centrar su investigación en torno a una única unidad nuclear de la realidad sino que, en función de sus necesidades epistemológicas, puede desarrollar varias unidades. No obstante, la teoría sintética pretendió imponer el gen como única unidad de la genética, excluyendo de la misma al genoma, es decir, que consideró que el genoma carecía de entidad propia, reduciéndolo a una mera colección o suma de genes.

Inicialmente, hacia 1900, De Vries utilizó la voz «pangen» en el mismo contexto en el que Darwin desarrolló su teoría de la pangénesis, hoy descartada. Si se examina su teoría de las mutaciones se observa que nada tenía que ver con genes sino con los cambios en el número de cromosomas, lo que los botánicos llaman poliploidía. Después apareció la definición que dio Johannsen, el inventor de la palabra, que nada tenía que ver con la anterior: «El gen se debe utilizar como una especie de unidad de cálculo. De ninguna manera tenemos derecho a definir el gen como una unidad morfológica en el sentido de las gémulas de Darwin o de las bioforas, de los determinantes u otras concepciones morfológicas especulativas de esa especie» (617). Ahora ya nadie sostiene que los genes son conceptos estadísticos. También se descartó este concepto, por lo que del contexto teórico en el que se gestó la palabra «gen» sólo quedó eso, la palabra, para la cual hubo que seguir buscando definiciones, imponiéndose precisamente lo que Johannsen pretendía evitar: una definición morfológica. El gen se definió como una partícula determinante de la herencia, o peor, de un solo rasgo hereditario. Era una hipótesis construída sobre el modelo atómico de la física y al mismo tiempo que ese modelo se desarrollaba, dando lugar al nacimiento de la mecánica cuántica. El gen era una especie de átomo y su mutación consistía en la sustitución de un átomo por otro distinto. Las tentaciones en esa línea abundaban. En la primera mitad del siglo XX era muy común relacionar -e incluso confundir- a los genes con virus que se acababan de descubrir por aquella misma época. Lo mismo que los átomos o los virus, los mendelistas imaginaron que los genes eran unidades indivisibles, una especie de seres con entidad por sí mismos, una molécula (618). El tamaño de los virus oscila entre los 0,03 micras del virus de la fiebre aftosa a los poxvirus, que miden diez veces más: 0,3 micras. Como los virus, los genes también eran partículas físicas de las que se podrían calcular sus dimensiones, peso y volumen. Ahora la moda ha pasado pero en la primera mitad del siglo anterior era frecuente que los mendelistas hicieran cálculos sobre el tamaño de los genes que hoy nadie se atrevería. Así Morgan aseguraba que existían «cientos» de genes en cada cromosoma, cada uno de los cuales estaba fuera del alcance del microscopio, porque no eran más pequeños que algunas de las moléculas orgánicas más grandes (619).

(...)

Con las mutaciones los interrogantes no sólo no acababan sino que se multiplicaban exponencialmente: no sabemos lo que es un gen, pero ¿qué es una mutación? Y sobre todo ¿cómo saber lo que es una mutación si no sabemos qué es lo que muta? ¿Es posible llegar a saber siquiera lo que es la mutación de un gen sin saber lo que es un gen? El concepto de gen como unidad de mutación (mutón) significa exactamente eso: que lo que muta es un gen, que aparece un gen nuevo o que se modifica la composición bioquímica de otro ya existente, permaneciendo idénticos los genes vecinos. Se trata, pues, de un concepto derivado de su noción corpuscular. Con las mutaciones sucede lo mismo que con los genes: cuando De Vries introduce el concepto de mutación no se refiere a los genes sino a los cromosomas. Se trata de un fenómeno corriente en botánica: la poliploidía o aparición de nuevos cromosomas en cantidades múltiples de los anteriores. Sin embargo, no es ese el significado con el que ha perdurado. Del concepto original no ha vuelto a quedar más que el vocablo. Al ignorarlo todo respecto a los genes hubo que añadir otro componente enigmático suplementario, el de «mutación aleatoria», que no es más que un reconocimiento casi explícito de ese desconocimiento. Los experimentos con radiaciones ionizantes de Timofeiev-Ressovski y Delbrück en Berlín trataban de demostrar que se podía alterar un gen aplicando radiaciones, para lo cual desarrollaron la «teoría de la diana», es decir, la probabilidad de acertar lanzando una radiación contra una determinada partícula. Era una especie de acupuntura radiactiva. La teoría deriva de la magischen Kuger (bala mágica), elaborada por Paul Ehrlich en 1909 para denominar al fármaco capaz de eliminar selectivamente a los microbios sin efectos secundarios para el organismo anfitrión (463b). Es una expresión que aún se utiliza muy frecuentemente en farmacia y medicina para buscar el remedio que ataque la enfermedad sin dañar al enfermo. Timofeiev-Ressovski y Delbrück creían que se podría alcanzar a un gen, dejando intactos a los demás, demostrando así experimentalmente, según expresión de Timofeiev-Ressovski, la composición «monomolecular» del gen.

Las balas mágicas nunca aparecieron pero, curiosamente, por aquellas mismas fechas, se descubría que el ADN citoplasmático sí se componía de partículas que se habían podido observar al microscopio. Por ejemplo, Sonneborn había calculado que las partículas kappa medían 0,4 micras de diámetro aproximadamente y estaban envueltas en una membrana. Nada de esto podían decir los mendelistas de sus genes. Es otra de esas absurdas paradojas de la historia de la genética: en la herencia citoplasmática sí se podía hablar de genes como de unidades constitutivas de la misma, físicamente observables; el problema estaba en que a la genética mendelista no le interesaba ese tipo de herencia, entre otros motivos porque no respondía a las «leyes» de Mendel.

Hasta 1944 se pensaba que los genes estaban en los cromosomas pero no en qué parte de ellos o, mejor dicho, si su función transportadora la cumplían los ácidos nucleicos o las proteínas. Incluso casi todos optaban por relacionarlos con las proteínas. No se sabía, por tanto, algo tan trascendente como su constitución bioquímica, de qué material estaban formados. El descubrimiento de la vinculación de los genes al ADN en lugar de a las proteínas fue un choque tan grande que no resultó fácilmente aceptado, hasta que volvió a comprobarse en 1952. No obstante, nadie fue capaz de replantear el concepto de gen; se saltó al otro extremo, se impuso el dogma central y las proteínas vieron rebajada su importancia epistemológica: las proteínas no eran genes sino producto de los genes.

Como los genes, las leyes de Mendel también se desmoronaron una tras otra, pero eso no condujo a un replanteamiento de los fundamentos de la teoría sino al remiendo de la misma: no se trataba exactamente de la falta de validez empírica de tales leyes sino de excepciones a las mismas. No obstante, llegó un momento en el que las excepciones se acumularon y fueron más numerosas que las reglas. A medida que se observaban excepciones los mendelistas tuvieron que inventar sobre la marcha nuevas variantes de genes y de funcionamiento de los genes, lo cual no era difícil porque se iban elaborando hipótesis sobre hipótesis. El artificio era más que evidente y aparece con meridiana claridad en el manual de Sinnott, Dunn y Dobzhansky, verdadera obra de referencia en su momento (incluso en la URSS, donde era el libro de texto utilizado en la enseñanza) cuando alude a aquellos casos en que no aparecían las leyes previstas. En tales casos una argumentación característica presentaba este curioso aspecto:

Aunque las leyes de Mendel de la segregación y la transmisión independiente se confirmaron inmediatamente después de su redescubrimiento en 1900, no estaba probado que estas leyes tuvieran que aplicarse universalmente a la herencia en todos los organismos. En efecto, parecía como si la herencia mendeliana constituyera más bien una excepción y que, en general, la herencia fuese del tipo mezclado, en que las herencias de ambos padres se mezclasen en los descendientes [...]


No obstante pronto se vio que la mayor parte de las excepciones aparentes podían explicarse admitiendo que muchos caracteres estaban influidos por dos o más parejas de genes cuyas expresiones interactúan. Según las formas de la interacción, las proporciones fenotípicas se modifican de distintas maneras, pero las leyes fundamentales de la transmisión hereditaria siguen siendo las mismas (624).

Esto significa el siguiente modo de proceder «científico»: ante el fallo de una hipótesis acerca de algo que se ignora, no había que cambiar de hipótesis sino aparentar que sabemos algo acerca de eso de lo que no sabemos nada. Así, los mendelistas no se conformaron con asegurar que había genes sino que inventaron también los poligenes para aquellos casos en que fallasen los anteriores. Ahora bien, los poligenes son lo mismo que los genes... sólo cambian un poco... Entonces los genes se servían a la carta: el menú dependía de las necesidades que hubiera que cubrir. Más en concreto, los poligenes se inventaron para tapar los agujeros de los genes. La herencia poligénica se llama ahora «multifactorial» a causa de la «intervención casi constante de factores ambientales» (625).

Mayr comparó la concepción corpuscular del gen con una bolsa llena de bolas de colores, relatando así su fracaso:

El procedimiento de la genética mendeliana clásica de estudiar cada locus de gene por separado y con independencia fue una simplificación necesaria para determinar las leyes de la herencia y conseguir una información básica sobre la fisiología del gene [...] El mendelismo permitía comparar los contenidos genéticos de una población con una bolsa llena de bolas de colores. La mutación era el cambio de un tipo de bola por otra. Esta conceptualización se ha designado como ‘genética de la bolsa de bolas’. Estamos familiarizados con los conceptos atomistas de tal periodo [...]

La genética poblacional y la genética del desarrollo han mostrado que pensar en términos de la genética de la bolsa de bolas conduce muchas veces a graves errores. Considerar los genes como unidades independientes carece de sentido, tanto desde el punto de vista fisiológico como evolutivo. Los genes no sólo actúan (con respecto a ciertos aspectos del fenotipo) sino que interactúan [...] Esta interacción se ha descrito de una forma obviamente exagerada, por la aseveración: cada uno de los caracteres de un organismo está afectado por todos los genes y cada gene afecta a todos los caracteres. El resultado es una integración funcional íntimamente entretejida de todo el genotipo (626).

El descubrimiento de la doble hélice en 1953 demostró que en cada cromosoma el ADN es una molécula única y aunque se componía de unidades más pequeñas, éstas no eran precisamente genes. Se trataba de la más contundente demostración de la falsedad de la naturaleza corpuscular del gen, pero se reinterpretó de la manera más conveniente para la teoría sintética, produciéndose esa asociación característica entre los genes y el ADN que llega hasta la actualidad. Incluso pareció que la doble hélice confirmaba la hipótesis del gen. Una teoría no podía subsistir con dudas indefinidamente, de modo que en lugar de acabar con la teoría había que acabar con las dudas. Los mendelistas ya podían hablar de la tesis del gen. Una teoría tuerta se transformó en una teoría ciega.

En el siglo XIX la tendencia dominante en biología suponía que la materia viva, a diferencia de la inerte, era un coloide de partículas bastante grandes dispersas en agua. Cuando en 1893 Albrecht Kossel inició sus investigaciones acerca de los ácidos nucleicos introdujo la noción de Baustein o ladrillos, según la cual los gigantescos compuestos orgánicos, como los ácidos nucleicos, se componían de unidades más pequeñas que se repetían enlazadas entre sí por medio de enlaces químicos, entonces no bien conocidos aún. En el ADN Kossel no encontró genes sino un polímero, es decir, una larga cadena molecular cuyos eslabones elementales son los monómeros o nucleótidos que, a su vez, están formados por tres partes integrantes unidas entre sí:

a) un tipo de azúcar que Levene identificó (en 1909 la ribosa del ARN y en 1929 la desoxirribosa del ADN), también llamado pentosa porque adopta la forma de un pentágono en cuyos vértices hay cinco átomos de carbono; ocupa el centro de la molécula, sirviendo de bisagra con los otros dos componentes
b) un compuesto del fósforo, el ácido fosfórico, también denominado ortofosfórico, cuya fórmula química es H3PO4 que marca la condición ácida del ADN
c) una base nitrogenada cíclica, es decir, cuyos componentes (adenina, guanina, citosina y timina) se repiten siguiendo determinadas secuencias a lo largo de la molécula de ADN constituyendo el elemento diferencial: mientras la dexorribosa y el ácido fosfórico son siempre iguales, las bases nitrogenadas cambian de un nucleótido a otro.

Hasta mediados del siglo pasado la historia del ADN es ajena por completo a la hipótesi del gen, con la diferencia de que el ADN tenía el respaldo de una práctica científica y el gen sólo era una especulación teórica. Uno de los mayores químicos del siglo pasado, Proebus Aaron Levene (1869-1940), un ruso que trabajó en Estados Unidos, propuso la «hipótesis del tetranucleótido» según la cual las cuatro bases se repartían uniformemente en los ácidos nucleicos. En 1950 Chargaff demostró que esa hipótesis era errónea porque las proporciones de bases púricas (adenina y guanina) y pirimidínicas (citosina y timina) eran iguales, por lo que se cumplía la ecuación: A+G/C+T=1. Esto significaba que las bases se emparejaban, que la adenina se unía a la timina y la guanina a la citosina, es decir, las bases púricas (largas) con las pirimidínicas (cortas) en la forma A-T y G-C. Ahora bien, la ecuación A+T / G+C que define el coeficiente de Chargaff es poco homogéneo en el genoma de una misma especie, de tal modo que esa distribución desigual forma segmentos dentro del ADN denominados isocoras, en las que predominan o bien el par AT o bien el GC. Tampoco es homogéneo entre diferentes especies, lo cual se utiliza, especialmente entre bacterias, como factor de clasificación.

Ninguno de los integrantes del ADN es un gen por sí mismo, por su composición química, ni agrupados entre ellos. La división molecular del ADN, por consiguiente, no permite hablar de genes sino de átomos y de compuestos atómicos específicos, el más pequeño de los cuales es un nucleótido y que se diferencian entre sí según la base. El esclarecimiento de la estructura del ADN dio otro de esos giros vergonzantes a la genética. A partir de entonces se dejó de sostener que mutaban los genes para decir que mutaban las bases, sustituyéndose unas a otras. Por su forma, la molécula de ADN es una doble cadena cuyos ramales paralelos están unidos por las bases, a la manera de los peldaños de una escalera. Por consiguiente, las bases están unidas, por un lado, a las pentosas en uno de los ramales y, además, están unidas entre sí en los peldaños. De ahí que se hable de pares de bases, que se utiliza como unidad de medida de la longitud de la molécula de ADN y, a partir de ahí, como supuesta unidad de medida de la cantidad de información que puede albergar.

Si la teoría sintética pretendía equiparar la genética a la mecánica cuántica podía haber llevado sus pretensiones hasta el final. Hubiera podido asociar el gen a la «función de onda», es decir, no sólo a nociones discontinuas sino también a las continuas. Del mismo modo que el átomo es una partícula y una onda a la vez, el gen podría haberse desarrollado en torno a nociones como las de «campo» (electromagnético, gravitatorio), lo cual nos hubiera transmitido una batería de inferencias mucho más ricas que el esquema simplón de la teoría sintética. Por ejemplo, no se ofrecen explicaciones acerca de los motivos por los cuales un gen necesita miles de bases para su expresión, mientras que otro sólo necesita cientos, es decir, las razones por las cuales un determinado gen ocupa mucho más «espacio» que otro dentro de la misma molécula de ADN.
http://www.ucm.es/info/nomadas/trip/lysenko4.html
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Kozhedub
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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

Mensaje por Kozhedub »

(...)

No hay un único código genético sino 17 códigos genéticos distintos. Por consiguiente, no hay nada más ajeno a un código que el denominado código genético. El intento de descifrar «el» código genético de los seres humanos destapó las consecuencias de esa concepción errónea, con los sucesivos anuncios de que, por fín se había completado, seguidos por otros tantos desmentidos. El genoma sobre el que trabajaron los secuenciadores procedía de varias personas distintas, hombres y mujeres de los cinco continentes. Aquella universalidad de los genomas fue lo que quebró el proyecto, al comprobar que los genomas de dos individuos eran mucho más diferentes de lo que se suponía al principio, lo que ha dado lugar a un nuevo concepto: el de «variaciones estructurales» del genoma, que afectan a más de 1.000 secuencias, concentradas en tres cromosomas. A su vez esto ha repercutido en el propio concepto de mutación. Hasta ahora la genética se atenía a la noción de mutación como cambio de un solo nucleótido del genoma, cuando las observaciones indican, por un lado, cambios en tramos enteros del mismo y, por el otro, cambios en la manera en la que se ensamblan los nucleótidos. Habían buscado un patrón, una universalidad que no existe; no hay un único genoma de referencia para el conjunto de la humanidad. El genoma no necesita mutar para ser diferente.

Las extrapolaciones mecánicas de las que procede la terminología genómica siempre juegan malas pasadas. La noción de los genes como «programa» se acercaba peligrosamente al denostado finalismo, aunque algunos como Monod se apresuraron a declarar que en el «programa» no hay finalidad alguna; para huir del mecanicismo otros autores, como Atlan, prefieren hablar de «memoria» en lugar de «programa» (629c). Pero la memoria es una facultad de los organismos vivos de muy difícil concreción en biología y, desde luego, no se ciñe al hombre ni a las facultades intelectuales sino a otros mecanismos, como el sistema inmunitario. De cualquier manera, parece que por esta vía la teoría sintética retorna a la definición original de Johannsen, a los genes como «unidad de cálculo», un recuerdo indirecto de su pretendida naturaleza inmaterial. Como el alma, la información es algo etéreo que trasciende a una molécula material como el ADN.

Alternativa o simultáneamente otras veces lo que dicen los manuales es que el ADN no es exactamente información sino el almacén donde se recopila esa información, un especie de libro, una biblioteca, un manual de instrucciones u otra imagen gráfica equivalente que, en defintiva, transmiten una noción pasiva y mecánica. La molécula de ADN no es un disco duro, ni un CD, ni un pen drive. Si eso fuera así, habría que preguntar quién -o qué- ha depositado allá esa información, quién ha escrito ese libro o formado esa biblioteca. La teoría de la información de Shannon de donde procede este paralelismo plantea a la genética tres problemas distintos:

a) analiza la información desde el punto de vista del signo, no del significado
b) no es una teoría de la información sino de la medida de la información, de la «cantidad de información»
c) tampoco estudia la creación de la información sino su transmisión

En cuanto al primer punto, que es el fundamental, hay que tener en cuenta que el concepto de «información» que emplea Shannon no tiene nada que ver con la «información» génica (630). La cibernética es una teoría matemática formal; desde su punto de vista es indiferente que la secuencia de bases sea GTT o TGT porque no tiene nada que ver con la semántica (631), algo que en genética es decisivo. No obstante, también es preciso apuntar que el término «señal» se utiliza cada vez más en genética, en citología, en inmunología y en otras disciplinas próximas, lo que atestigua que se va introduciendo el carácter reactivo del genoma con un claro componente semiológico: no sería el lugar donde se lee sino el lector.

Con la información génica ha sucedido lo mismo que con la encefalización en la evolución del hombre. Una proyección puramente ideológica radica en el intelecto -y por tanto en el cerebro- la especificidad humana; a partir de ahí creyó que el aumento de la capacidad intelectual -y por tanto del tamaño físico del cerebro- era lo que singularizaba la evolución del hombre. Pero esa cadena de argumentos es errónea: el hombre no es intelecto y un intelecto más desarrollado no significa una mayor masa cerebral. Del mismo modo, más cromosomas, cromosomas más largos o moléculas más largas de ADN no significan más información génica o mayor capacidad de almacenamiento. Es absolutamente infundado sostener, como hace Maynard Smith, que los genes transportan la información precisamente «en forma digital» y que el genoma tiene 1019 bits de información (632). Las imágenes físicas e informáticas son engañosas porque conducen a concebir la información y los programas informáticos como información o programas digitales o digitalizados, en ningún caso analógicos; ya no asociamos la información al disco de vinilo o a la tarjeta perforada. En relación a la ecología Deléage ha remarcado los riesgos de esta equiparación:

Cuando los ingenieros de los Laboratorios Bell pusieron en marcha la teoría de la información, buscaban analizar el funcionamiento de las redes complejas a través de las cuales se desliza la información. Cuando los ecologistas retoman por su parte la medida de la información de Shannon, no se ciñen a adoptar una descripción de la diversidad de especies de la biocenosis, cómoda porque permite incluir en la misma fórmula el número y la abundancia o escasez de estas últimas. Al mismo tiempo plantean una analogía seductora pero arriesgada. En efecto, la teoría de la transmisión de la información da una medida de la diversidad de canales de transmisión y de la estabilidad que pueden garantizar a la transmisión de las señales. Transpasar esta relación al mundo vivo significa asociar la estabilidad de los ecosistemas a su diversidad a menudo confundida con su complejidad, imaginando intuitivamente que si una especie desaparece de un ecosistema complejo, inmediatamente otro puede tomar su lugar, ocupar su nicho. Según Paul Colinvaux, este razonamiento presenta una falla mayor. Por un lado, la teoría de la información afirma que las redes son tanto más estables en cuanto que sus nudos son capaces de abrir canales de sustitución abundantes. Por otro lado, las cosas suceden de otra manera en las redes tróficas. Los animales y las plantas que constituyen los nudos de esas redes no se comportan como los canales de una red telefónica, más bien al contrario. Se utilizan para bloquear la circulación del nutriente, haciendo lo que pueden por guardarla e impedir a sus concurrentes apoderarse de ella. ‘Los verdaderos individuos, escribe Colinvaux, son de hecho barreras en las rutas que frenan la circulación de los nutrientes. Y éste es el punto que hace el modelo no solamente irreal sino absurdo’ (633).


Cualquiera que sea el vínculo del ADN con la información, el código o el programa, no es algo que pueda definir con propiedad a los genes porque, según comienzan a defender ahora determinados investigadores, las moléculas se pueden clasificar entre las que que portan «información» (proteínas, aminoácidos, ácidos nucleicos) y las que no lo hacen (lípidos, polisacáridos) (634), mientras que otros sostienen que los azúcares también son capaces de «transmitir información» (635). Hay proteínas, como los priones, que pueden desempeñar esa misma función. Parece ser que los priones «transmiten información» heredable que ha tenido un papel esencial en la formación de la memoria a largo plazo, la memoria de la transcripción y de los patrones de expresión del genoma. La capacidad de almacenamiento de memoria así como su fiabilidad se basa en que los priones tienen una resistencia notable a las proteasas, las enzimas encargadas de destruir las proteínas. Además, el prión también es resistente a las radiaciones ionizantes, al calor, siendo capaz de mantenerse estable en una amplia variedad de medios hostiles. Por ello, mientras la forma normal de la proteína entra dentro del ciclo metabólico normal, el prión no se destruye. A partir de este descubrimiento, varios autores sostienen que los priones crean una memoria molecular citoplasmática capaz de «transmitir información» con independencia del ADN, puesto que se auto-replican. Incluso el finlandés C.P.J.Maury ha lanzado una nueva hipótesis, que denomina como «herencia de la información adquirida» que se basa no sólo en los priones sino en las proteínas amiloides funcionales, es decir, en todas aquellas configuradas con pliegues de tipo β (636).

(...)

La secuenciación del genoma era el punto final del análisis que lo iba a permitir explicar todo, especialmente las enfermedades. Según Schrödinger «podemos estar acercándonos al fin de una callejón sin salida, quizá hayamos llegado ya» (637). Por su parte, Walter Gilbert afirmó con entusiasmo que «la secuencia completa del genoma humano constituye el Santo Grial de la Genética Humana». Cuando se le concedió el premio Nobel repitió que «las secuencias del DNA son las estructuras definitivas de la Biología Molecular. No hay nada más primitivo. Las preguntas se formulan allí en último término» (638). Fue un espejismo de los mendelistas, que corrían detrás de una ilusión sobre la que habían proyectado sus fantasías ideológicas. De ahí sólo podían surgir frustraciones.

En diciembre de 1998 se secuenció el genoma de Escherichia coli, una minúscula lombriz intestinal o bacilo del colon: tenía 19.098 genes. La lombriz intestinal está formada por 959 células, de las cuales 302 son neuronas cerebrales. Los humanos tienen 100 billones de células en su cuerpo, incluidas 100.000 millones de células cerebrales. Por lo tanto, un organismo más grande y complejo, como el ser humano, debía tener muchos más genes. Algunos calcularon que 750.000 era un número razonable, pero pronto empezaron a bajar la cifra. Randy Scott pronosticó en septiembre de 1999 que el hombre tendría exactamente 142.634 genes. Para descifrar el genoma humano se formaron dos equipos. Uno de ellos, dirigido por Craig Venter, encontró 26.383 genes codificadores de proteínas y otros 12.731 genes «hipotéticos» (sic). El otro equipo dijo que existen aproximadamente 35.000 genes, aunque posiblemente la cifra podía acercarse a 40.000. Por tanto, aunque se había secuenciado el genoma los datos no cuadraban; en realidad, no había tales datos. A pesar de la secuenciación del genoma humano, el mapa del tesoro, no sabemos ni siquiera cuántos genes tenemos. El baile de cifras acerca del número de genes humanos no ha cesado. Lo peor de toda esta patraña es que sólo tenemos el doble de genes que una lombriz intestinal. Por consiguiente, parece de sentido común concluir que lo que diferencia a un hombre de un gusano no son los genes precisamente. [Volvemos a lo que comentaba anteriormente: con menos de medio centenar de caracteres se pueden escirbir "El Quijote", "La Regente" o, ya puestos, "El Capital" o "Mein Kampf". Es la interrelación lo que han perdido de vista muchos biólogos]

Volvió a suceder todo lo contrario de lo que los mendelistas tenían previsto. En 1971 C.A.Thomas calificó como «paradoja» la falta de correlación entre la cantidad de ADN y la complejidad del organismo que lo contiene. La teoría sintética no podía explicar los motivos por los cuales la cantidad de ADN no aumenta con la complejidad del organismo, ni tampoco los motivos por los cuales organismos cercanos con el mismo nivel de complejidad poseen genomas cuyo contenido de ADN difiere en muchos órdenes de magnitud. La paradoja del valor C no se circunscribe al aspecto de la complejidad del organismo sino al propio genoma, al aspecto cuantitativo. Los genomas de los organismos eucariotas, los más evolucionados, contienen más ADN del necesario para un número determinado de genes, es decir, de la «información génica» que necesitan. Además, sólo una parte del genoma está activo en cada fase de desarrollo. Por consiguiente, la mayor parte del genoma (en proporciones superiores al 99 por ciento del ADN) no son genes, no se materializan en la elaboración de proteínas. A fecha de hoy la función precisa de este ADN excedentario resulta desconocido, pero no por ignorancia sino por una quiebra de los postulados sobre los que se ha edificado la genética mendelista. Lo que sabemos es que en el ADN existen secuencias repetidas, que conservamos duplicados de «la misma» información que derrochan gran parte del «espacio» que podríamos utilizar para aumentar nuestra capacidad de almacenamiento.

Un número tan insignificante de genes no puede rendir cuenta ni siquiera del número de anticuerpos que necesita fabricar un organismo a lo largo de su vida para defenderse de las agresiones exógenas. Un anticuerpo sólo es necesario producirlo cuando se produce el ataque, por lo que si hubiera secuencias de ADN que sólo sirven para ese tipo de tareas, las moléculas deberían prolongarse hasta longitudes casi infinitas. La explicación es -una vez más- que el funcionamiento de las secuencias de ADN es dinámico, tanto discreto como continuo, digital como analógico, es decir, que no existe esa supuesta «unidad de la herencia» de que ha venido hablando la teoría sintética desde 1900. Pero eso es insuficiente si, al mismo tiempo, no se retorna al estado de la genética previo a 1944, cuando se asoció la herencia al ADN exclusivamente. Tenían razón quienes pensaban que el ADN era una molécula demasiado simple y que la herencia necesitaba también, entre otras cosas, de el ARN y de las proteínas, es decir, del resto del cuerpo.

Los genes no son autosuficientes.

(...)

Los genes indivisibles se dividen. La fragilidad del ADN es tan grande que lo más frecuente es que la molécula se rompa para volver a juntarse posteriormente. Como observó Janssens, en el proceso de división celular los cromosomas homólogos se unen entre sí en unos puntos llamados «quiasmas», a causa de la apariencia de aspa que adoptan, similar a la letra griega χ (khi), en donde se aprecia uno (o varios) puntos de unión por los que se rompen para reunificarse de forma tal que saltan de un cromosoma a su par homólogo. Luego la reproducción genética supone su división, que se produce tanto a lo largo como a lo ancho de la molécula de ADN. Pero las recomposiciones de la molécula de ADN no se limitan sólo al momento de la división celular. Como ya he expuesto, Barbara McClintock demostró que las secuencias de ADN, llamadas hoy transposones, son móviles (640), que se desplazan de un lugar a otro del genoma. Esa movilidad es una reacción del genoma ante determinados factores ambientales. En su nueva ubicación el transposón modifica el ADN de sus inmediaciones, rompiendo la secuencia molecular o haciendo que desaparezca del todo. En ocasiones, el desplazamiento provoca una nueva soldadura en la secuencia originaria de la que procede el fragmento, lo que ocasiona disfunciones por partida doble. El denominado splicing o empalme alternativo es otro ejemplo de ruptura y recomposición de las moléculas de ácido nucleico que demuestra la equivocación de la hipótesis secuencial de Crick. En las especies superiores las secuencias de ADN que elaboran proteínas (exones) no se encuentran una detrás de la otra sino separadas por regiones que no desempeñan esa función (intrones). Al transcribir la información génica, el ARN elimina los intrones y tiene que volver a empalmar de nuevo los exones. No siempre ese empalme coincide exactamente y, por lo tanto, la producción resultante diferirá en cada caso (641). En fin, actualmente la ruptura y posterior unión de las moléculas de ADN se ha convertido en una práctica rutinaria de laboratorio.

(...)

Sanger confirmó el solapamiento de los genes en 1977 cuando observó que el virus Φ174 posee una misma secuencia de ADN que elabora dos proteínas distintas. El virus SV40 también fabrica cinco proteínas diferentes con sólo dos secuencias de su ADN. Este fenómeno explica el pequeño tamaño de los genomas en comparación con las funciones que son capaces de desempeñar. Todo esto contradice las leyes de Mendel, significa que la herencia sí se mezcla y que el gen no es ninguna partícula y, por consiguiente, que la herencia no es un fenómeno discreto sino continuo y discreto a la vez.

(...)

Del mismo modo que el cerebro no sólo ha aumentado de tamaño sino que se ha reorganizado, también cada molécula de ADN está ordenada de una determinada forma, de la cual la localización espacial es sólo una de ellas. La frenología no era un seudociencia sino que tenía un cierto fundamento porque el cerebro presenta áreas específicas en las que, como sostenía Pavlov (643), se localizan determinadas funciones. Lo mismo cabe decir de cada molécula de ADN, de manera que tan erróneo es subestimar la autonomía de sus diferentes secuencias, como incurrir en la teoría de la diana de Timofeiev-Ressovski o el bricolage transgénico.

El fracaso de la concepción del gen como unidad hereditaria condujo a otro giro, pasando a redefinirlo de una manera funcional (644). Aunque cada molécula de ADN se puede fragmentar en secuencias que preservan cierta autonomía funcional cada una de ellas, se trata de comprobar, como decía Guyénot, si esos fragmentos diferenciables pueden calificarse de genes, es decir, de alguna forma de unidad indivisible. La respuesta es negativa. En 1925 Alfred Sturtevant, un discípulo de Morgan, comprobó el efecto de posición que tenían los genes dentro de los cromosomas, aunque se consideró excepcional hasta que los soviéticos Dubinin y Sidorov lo generalizaron en 1934, calificándolo de «vecindad genética». El genoma es sinérgico, las secuencias de ADN no funcionan independientemente unas de otras y, por consiguiente, el efecto que producen no sólo depende de su composición bioquímica sino de su posición dentro de la molécula, de las demás secuencias que la rodean, entre otros múltiples factores. Cada secuencia de ADN es contextual, tiene expresiones diferentes según el lugar que ocupe dentro del genoma y, por consiguiente, no pueden ser consideradas como una unidad, no determinan por sí mismas su función sino que es necesario conocer su inserción dentro de la totalidad de la que forma parte. Las distintas secuencias de ADN operan como herramientas multiusos: por sí mismas no permiten deducir cuál es su función. Aun secuenciando un genoma completo no disponemos de información suficiente para saber cuáles son las proteínas que fabrican cada uno de sus fragmentos. Ni siquiera es posible concebir al cromosoma como esa unidad ya que muy probablemente los cromosomas también influyen unos sobre otros y probablemente también influye el número de cromosomas, la forma de cada uno de ellos, así como sus movimientos. Habrá que tener en cuenta el genoma completo para dotar de sentido a la dotación hereditaria, incluyendo en él al ARN, cuyas funciones -según se está demostrando- son cada vez más importantes. También habrá que incluir las mitocondrias y cloroplastos y plásmidos del citoplasma porque su replicación es autónoma, cuentan con su propio ADN, que codifica una serie de proteínas. Finalmente, aunque se alude al genoma en singular, cada genoma es tan diferente en cada especie y en cada individuo que el estudio de sus variaciones acabará convirtiéndose en una rama de la genética con sustantividad propia.

(...)

El axioma «un gen, una proteína» tampoco duró mucho. Hay proteínas a cuya elaboración concurren varias secuencias de ADN simultáneamente, los poligenes a los que ya me he referido; y a la inversa, hay secuencias que pueden codificar proteínas distintas, fenómeno conocido como pleiotropía (646). Finalmente, hay genes cuya función no consiste en codificar proteínas sino en regular a otros genes (operones); los hay que anulan la expresión de otros, fenómeno conocido como epístasis, etc. Incluso una misma secuencia de ADN puede desempeñar funciones contradictorias. Para cumplir estas funciones el genoma debe debe ser capaz de interpretar y responder a múltiples señales externas. Por lo tanto, hoy está asentado el criterio de que la fisiología genómica no depende sólo de las secuencias de ADN y, en consecuencia, que los genes no son una unidad funcional ni son capaces de explicar por sí mismos, de manera autónoma, la producción de proteínas.

La mayor parte del ADN no cumple la función prevista de elaboración de proteínas, de manera que desde 1977 sus fragmentos se dividen en funcionales (exones) y no funcionales (intrones), por lo que en ocasiones se entiende por gen sólo a los fragmentos funcionales. Al no romper con los fundamentos que la sostienen, la terminología genética vuelve a sumirse en la confusión, porque los fragmentos de ADN considerados como «no funcionales» no es que no cumplan ninguna función, sino que no cumplen las funciones previstas por la teoría, es decir, no contribuyen a la elaboración de proteínas. Es una manera de encubrir el fiasco de la teoría. Crick calificó el descubrimiento de los intrones como una «minirevolución» en la genética y otros autores lo han expresado aún más gráficamente diciendo que se trataba de una patada al dogma que Crick había formulado (647). La conclusión de este recurrido es que en el genoma no hay genes, una afirmación que es tanto más cierta en los organismos superiores. A medida que la evolución ha ido trepando por la escala de la clasificación de las especies, el genoma ha cambiado su fisiología cualitativamente de modo que lo que diferencia a los organismos superiores son los intrones.

Un siglo después la ciencia no puede ofrecer no ya un concepto unívoco de gen sino ni siquiera uno aproximado.

(...)

Desde que en 1947 Joshua Lederberg y Edward L. Tatum descubrieron la transferencia horizontal de ADN entre bacterias, sabemos que la herencia no está necesariamente ligada a la recombinación génica. El descubrimiento acabó con mito de la identidad genómica; no sólo los organismos no se pueden identificar por sus genomas sino que eran intercambiables, al menos en parte.

(...)

La teoría sintética acabó metiéndose de lleno en un callejón sin salida. Después de preguntarse lo que es un gen y de enredarse entre cistrones, mutones y recones, Buettner-Janusch concluye: «Lo que no se sabe es si todavía mañana se puedan sustentar estas mismas opiniones» (649). Es preferible no hacer preguntas; si no hay preguntas es porque tampoco hay dudas.

No obstante, las expresadas incongruencias y otras muchas que podrían exponerse, tampoco ayudan a comprender lo que, sin duda, es el núcleo central de la genética, el que verdaderamente pone manifiesto la ausencia de fundamento del mendelismo, a saber, que el genoma, como cualquier otra parte de un organismo vivo, sólo tiene sentido evolutivo si se lo comprende una manera dinámica y cambiante (649b), algo que cabe extender no sólo a las especies sino al desarrollo concreto de cada organismo vivo a lo largo de su corta existencia. Como cualquier otra parte del cuerpo, el genoma también cambia con el tiempo y eso es precisamente lo que le confiere plasticidad y capacidad para desempeñar sus funciones, que también cambian con el tiempo.

El gen es otro de esos dogmas de la biología que, de una manera solapada, hace tiempo que empezó a perder terreno y, junto a las viejas, como codones, cistrones, recones, mutones, etc., se comienzan a utilizar expresiones nuevas como hox, supergenes, seudogenes y otros, aunque el panorama está muy lejos de aclararse. Como afirmaba recientemente Wayt Gibbs, se observa una tendencia, disimulada pero cada vez más insistente, a evitar el empleo del vocablo gen (649c). Todo apunta a que no pasará mucho tiempo antes de que sea definitivamente desechado de la ciencia. La genética está reclamando a gritos un nuevo fundamento que llegará con la consideración del genoma como parte integrante de un organismo vivo y, por lo tanto, como algo igualmente vivo, dinámico y cambiante, no una foto fija.
http://www.ucm.es/info/nomadas/trip/lysenko4.html
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Kozhedub
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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

Mensaje por Kozhedub »

Y acabamos con el texto de Olarieta, dedicando la coda al caso de uno de los científicos "represaliados" por la URSS, aconsecuencia, naturalmente, del peso que el malvado Lysenko llegó a tener en su país:
Timofeiev-Ressovski, un genetista en el gulag

En toda referencia a la URSS hay que reservar un capítulo (al menos uno) para hablar a las persecuciones, purgas y fusilamientos; de lo contrario no podríamos decir que estamos aludiendo a la URSS. Aunque hablemos de ciencia, también hay que realizar este tipo de inserciones porque la represión tiene que aparecer como el aspecto más sobresaliente (y a veces único) de la historia soviética. La receta ideológica debe quedar de esta manera: como la genética estuvo totalmente prohibida, los genetistas fueron perseguidos, encarcelados y fusilados. Cualquier otra conclusión resultaría sorprendente. Una vez que Lysenko impuso el canon científico, los que no lo aceptaron pagaron su atrevimiento con la vida. En una cuestión científica como ésta, la rentabilidad ideológica de tales afirmaciones es mucho mayor porque comienza con la imposición de una mentira (Lysenko) frente a la verdad castigada (todos los demás). Así la estatura científica de éstos se agiganta mientras que la de Lysenko cae por los suelos. El crimen es mucho mayor cuando no se encarcela a un científico «cualquiera» sino a un gran científico.

Cae por su propio peso que los genetistas fueron fusilados por sus concepciones científicas. Por consiguiente, aunque la condena del tribunal afirme que se trataba de un saboteador, un espía o cualquier otro delito, son subterfugios que encubren los verdaderos motivos, que son exclusivamente científicos. Nadie en su sano juicio concede la más mínima credibilidad al policía soviético que detiene, al fiscal que acusa, al testigo que declara o al tribunal que sentencia. En otros países los trabajos de investigación histórica sobre este tipo de procesos político-judiciales, como los casos de Joe Hill, Sacco y Vanzetti o el matrimonio Rosenberg en Estados Unidos, al menos suelen acabar en dudas sobre el fundamento de las condenas. A ningún historiador se la ha ocurrido tampoco revisar la ejecución de Lavoisier durante la etapa de terror de la revolución francesa; nadie ha sostenido que la acusación fuera un montaje y que posiblemente Lavoisier fuese condenado por su crítica de la teoría del flogisto. El fundador de la química moderna, además, de científico era miembro de la ferme générale, una corporación privada que recaudaba los impuestos, con delitos que hoy podrían equipararse a la usura o la malversación (650). Sin embargo, sobre la historia de la URSS se ha impuesto una negación absoluta: no es posible que de ella derivara nada transparente, ni nada positivo. Ningún juicio político de los habidos en la URSS merece credibilidad; es un asunto incuestionable: fueron una patraña organizada para encubrir la represión política, lo cual significa exactamente eso: represión por la defensa de unas determinadas convicciones.

En el caso de los científicos ese tipo de argumentaciones tiene una enorme dificultad que superar, por el siguiente motivo: antes, durante y después de la URSS, el sistema punitivo era concentracionario. Así, el tendido de los más de 9.000 kilómetros de la red ferroviaria del transiberiano, una obra que se prolongó desde 1891 a 1905, lo llevaron a cabo miles de convictos. En Rusia no existían cárceles cerradas, cuyo surgimiento es muy reciente. En la historia penitenciaria, mientras la cárcel cerrada está ligada a la ociosidad del recluso, en el sistema abierto o campo de concentración, está ligada al trabajo forzoso que, lejos de ser una sanción en retroceso, se va generalizando a todos los sistemas penitenciarios modernos. En el caso de los científicos condenados durante el periodo soviético, el trabajo forzoso comportaba el ejercicio de su disciplina científica en el sharashka, que es el apelativo que daban los propios reclusos a los centros específicos creados para reunir en ellos a los investigadores, ingenieros y científicos. Por tanto, si el penado era profesor universitario debía impartir lecciones en el campo y si era investigador se le integraba en un laboratorio dentro del propio recinto. La conclusión paradógica que se obtiene de esto es la siguiente: que el condenado por expresar determinadas convicciones científicas debía seguir difundiendo esas mismas convicciones científicas.

El absurdo relato canónico de los hechos es tan uniforme y monótono como carente de datos precisos. ¿Por qué no hay un listado de genetistas perseguidos y encarcelados por su oposición a Lysenko? Los actuales libros de genética deberían insertar en su primera página unas líneas de agradecimiento a aquellos colegas que sacrificaron su vida en defensa de esta ciencia, avasallada por el malvado Lysenko. Sería una obligación moral hacia ellos. Quizá pretendan aseverar que todos fueron a la cárcel excepto el propio Lysenko. Quizá no dispongamos de datos precisos por lo siguiente: porque fueron tan numerosos que no se puede detallar cada uno de ellos; entonces el plumífero recurre al expediente de aludir a cientos, miles o millones, según su desparpajo. Medvedev ofreció una cifra redonda: exactamente 200 genetistas represaliados. Pero sería bueno disponer de un listado un poco preciso. Alexander Kohn proporciona unas cifras bastante más bajas que las Medvedev en medio de un relato deliberadamente confuso. Asegura que de los 35 miembros del Instituto de Genética, 31 rechazaron las tesis de Lysenko, añadiendo a continuación: «La mayoría perdió sus puestos en el Instituto. 22 genetistas fueron reprendidos y a otros 300 se les obligó a realizar otro trabajo. En total, 77 genetistas reprendidos» (651). Es difícil saber con exactitud qué significa exactamente «reprendidos». Desde luego no parece que tenga que ver con la aplicación de la ley penal, porque cuando Kohn se refiere a este aspecto, sí se anima a ofrecer un listado de nombres y algunos datos sobre los genetistas encarcelados, que hacen un total de ocho: Salomon Levit (murió en prisión), Israel Agol, Max Levin, Levitsky, L.I. Govorov, Kovalev, Meister (desaparecido) y G.O.Karpechenko. Pero Kohn no ha realizado ninguna investigación propia sobre las fuentes sino que se apoya en Joravsky quien, por su parte, después de reconocer su ignorancia, lanza a bulto una cifra aún más reducida: 22 genetistas «y defensores filosóficos de la genética», antes de introducir una extraña suma para llegar al total de los 77 represaliados, concluyendo que sólo una pequeña parte de los científicos resultó perseguida. Cuando se cuenten los represaliados en los archivos, confiesa Joravsky que se quedaría muy sorprendido si su número superara el cinco por ciento (652). Son especulaciones sobre el vacío más absoluto.

Pero aún queda el asunto estrella: conocer los motivos de esas represalias, momento en el que el panfleto orquestado se desmorona con sólo tener en cuenta ciertas circunstancias bastante precisas, algunas de las cuales ya he referido. Así, Levit, Agol y Levin eran miembros del partido comunista y su situación no tuvo nada que ver con el debate científico sino con sus alineamientos en las batallas internas de aquel momento. Si Lysenko pretendió imponer una doctrina canónica oficial, ¿por qué fueron invitados a impartir lecciones profesores extranjeros que defendían concepciones opuestas a dicho canon? Este argumento aún podría estirarse más si se tienen en cuenta los libros, las traducciones y las ediciones de obras de todo tipo que circularon por la URSS en aquella época y cuyo rastreo es bien sencillo puesto que cada libro lleva su fecha de edición y las colecciones de ellos están catalogadas y disponibles en bibliotecas y librerías, son mencionadas en otras obras, etc.

La nómina de genetistas represaliados en la época de Lysenko se agota finalmente en dos nombres: Vavilov y Timofeiev-Ressovski. Quizá sólo se trate de los más conocidos; quizá hubo otros de segundo rango a los que no se les ha prestado la atención que se les debe como personas injustamente represaliadas... Quizá. Pero una cosa es cierta: que por mucho que se alargue la lista de represaliados, siempre habrá otros que defendieron idénticas concepciones y no padecieron esas represalias, lo cual resulta aún peor para el canon propagandístico de la guerra fría, porque en tal caso quedaría evidenciado que los represaliados no lo fueron por sus ideas científicas sino por otro tipo de motivos ajenos a ellas. Desde luego en el caso de Timofeiev-Ressovski es evidente que no fue perseguido precisamente por sus convicciones científicas.

Nikolai V.Timofeiev-Ressovski (1900-1981) fue uno de esos científicos que resumieron en su biografía la historia de un siglo convulso. Referir algunos aspectos de su personalidad puede ayudar a comprender detalles importantes de la ciencia y de los científicos soviéticos.

Nació en Kaluga y comenzó sus estudios universitarios en Moscú en 1916, donde se convirtió en un seguidor de Kropotkin. Tras la revolución luchó en la guerra civil con una unidad de cosacos, alcanzado el grado de sargento. Al año siguiente se unió a una pequeña unidad de la caballería anarquista, el «Ejército Verde», es decir, que no se integró en el Ejército Rojo hasta el año siguiente. Entonces Timofeiev-Ressovski luchó en Crimea y en el frente polaco.

En 1920 se incorporó como investigador de biología experimental en Moscú bajo la dirección de N.K.Koltsov y a partir de 1922 enseñó zoología en la Facultad Biotécnica de la capital en el departamento dirigido por Chetverikov. Sus primeros ensayos trataron de respaldar precisamente la hipótesis de Chetverikov sobre los mecanismos genéticos de evolución de las poblaciones. Descubrió una amplia reserva de variabilidad hereditaria en las poblaciones silvestres de moscas que le sirvió para acuñar el concepto de microevolución, uno de los pilares de la teoría sintética. Según Timofeiev-Ressovski el sujeto básico de la microevolución es la población, la materia prima es la mutación y el suceso elemental es el cambio en las frecuencias génicas. Añadió que los motores de la evolución son la mutación, la fluctuación del volumen demográfico, el aislamiento, la migración y la selección.

De la genética de poblaciones, pronto pasó al nuevo campo de la radiobiología, un terreno en el que los soviéticos eran pioneros después de los descubrimientos de A.G.Gurwitsch en 1921 sobre el campo morfogenético y las radiaciones mitogenéticas, que en todo el mundo constituyeron un descubrimiento sensacional, abriendo a la curiosisdad intelectual el terreno inexplorado de la biofísica. La inspiración originaria de las investigaciones de Gurwitsch partieron del descubrimiento del efecto fotoeléctrico de Einstein. Gurwitsch demostró que también la división celular emite radiaciones ultravioleta muy débiles que, a su vez, inducen la proliferación de otras células.

En 1924 visitó Moscú el siquiatra y neurofisiólogo alemán Oskar Vogt, director del Instituto Káiser Guillermo III de Investigación del Cerebro de Berlín. En virtud del tratado de Rapallo entre Alemania y la URSS, Vogt trataba de reclutar investigadores soviéticos en el campo de la genética para su Instituto en el marco de un intercambio científico entre ambos países. Como contrapartida, los alemanes crearían un instituto de investigaciones del cerebro en Moscú. Vogt entabló buenas relaciones con el ministro de Sanidad soviético Nikolai A. Semashko, quien le recomendó que se pusiera en contacto con Timofeiev-Ressovski para el laboratorio de genética de la capital alemana. Así, en el verano de 1925 Timofeiev-Ressovski, en compañía de Serguei R. Zharapkin, se trasladó a trabajar a Berlín. La estancia duró 20 años, hasta que el Ejército soviético entró en Berlín, poniendo fin a la II Guerra Mundial.

En 1929 Timofeiev-Ressovski fue nombrado director del Departamento de Genética Experimental del Instituto Kaiser Guillermo III que al año siguiente, gracias al dinero de la Fundación Rockefeller, cambió su sede e inauguró nuevas instalaciones cerca de Berlín (653). En el Departamento, Timofeiev-Ressovski dirigía un amplio equipo multidisciplinar, parcialmente compuesto por investigadores soviéticos y de varias nacionalidades europeas. En dicho equipo estaba su mujer Elena A. Fiedler, el mencionado Zharapkin, los físicos y biólogos radiactivos Alexander Katsch y Karl Zimmer (654), el radioquímico Hans-Joachim Born y la asistente técnico Natasha Kromm.

Conjuntamente con el genetista franco-ruso Boris Efrussi y con el dinero de la Fundación Rockefeller, Timofeiev-Ressovski organizó conferencias anuales de genética, biofísica y radiología hasta la víspera de la guerra mundial. En 1932 participó en el VI Congreso Internacional de Genética celebrado en Nueva York, donde trabó una estrecha amistad con Vavilov, entonces presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas. Era un participante asiduo a los seminarios científicos de Copenhague en los que participaba la élite de los científicos europeos de aquella época.

El equipo de Timofeiev-Ressovski en Berlín seguía los pasos establecidos por el descubrimiento de los efectos genéticos de las radiaciones, en donde las aportaciones de los físicos eran tan importantes como las de los genetistas (655). Junto con el biofísico Max Delbrück Timofeiev-Ressovski firmó el artículo «Sobre la naturaleza de las mutaciones y la estructura del gen» en el que explicaba las mutaciones genéticas producidas por radiaciones, lo que contribuyó a aproximar la genética a la mecánica cuántica. El artículo inspiró las investigaciones posteriores sobre la aplicabilidad de la teoría de la información a la genética. A partir de diferentes intensidades de fuentes de energía, Timofeiev-Ressovski determinó el número de mutaciones inducidas en las moscas. Las investigaciones más conocidas del genetista soviético proceden de su etapa de colaboración con Delbrück en Berlín, con quien permaneció hasta que en 1937, becado por Rockefeller, Delbrück se fue a trabajar con Morgan a California.

Con la llegada de Hitler a la cancillería en 1933, las relaciones germano-soviéticas se deterioraron. En varias ocasiones el gobierno soviético le propuso a Timofeiev-Ressovski abandonar Berlín y regresar a la URSS, pero rechazó la invitación. La Fundación Rockefeller también le propuso dirigir un laboratorio del Instituto Carnegie en Estados Unidos. Sin embargo, prefirió permanecer en Alemania prosiguiendo sus investigaciones en un área de interés militar preferente, sin ser jamás molestado por la Gestapo ni por las SS. Esta circunstancia es bastante sorprendente porque su amigo Oskar Vogt fue inmediatamente detenido en su Instituto e interrogado por las SA. Vogt fue denunciado por un fisiólogo del Instituto que se había incorporado al partido nazi, quien declaró que Vogt financiaba al partido comunista y mantenía vínculos con la URSS. Fue despedido del Instituto.

Cuando en 1939 Alemania invadió Polonia, todos los ciudadanos soviéticos residentes en el país fueron internados en campos de concentración. No sucedió lo mismo con Timofeiev-Ressovski. Sus investigaciones encajaban a la perfección tanto con el régimen nazi como con la política científica de la Fundación Rockefeller. Timofeiev-Ressovski colaboró muy estrechamente con el químico nuclear de origen ruso Nikolaus Riehl, director científico de Auergesellschaft, una corporación industrial gigantesca que trabajaba para la Wehrmacht, especialmente en la producción de uranio para el proyecto atómico alemán. Las investigaciones fueron financiadas por Walter Gerlach, director de aquel programa (656). También colaboró con Pascual Jordan, involucrado en el mismo programa y con el nazi Hermann Boehm en el Instituto de Genética. En octubre de 1938 impartió cursos para los miembros de la Oficina de Política Racial, intervino en un ciclo de conferencias para médicos nazis y publicó en las revistas médicas nazis Ziel und Wegt y Der Erbarzt. Su correspondencia oficial siempre acababa con el ¡Heil Hitler! como despedida final.

En 1943, durante la guerra mundial, el hijo mayor de Timofeiev-Ressovski, Dimitri, estudiante de la Universidad Humboldt de Berlín, fue detenido por la Gestapo acusado de formar parte del Comité de Berlín del Partido bolchevique y de mantener contacto con los presos soviéticos de los campos de concentración. Fue enviado al campo de Mathausen y fusilado por la Gestapo el 1 de mayo de 1944.

Pese a ello, Timofeiev-Ressovski siguió adelante con sus investigaciones que, por su carácter preferente, podía incorporar mano de obra forzosa de los campos de concentración. Bajo su dirección, sus colaboradores inyectaron torio radiactivo en seres humanos para analizar sus efectos.

Fue detenido en Berlín por las tropas soviéticas al finalizar la guerra pero fue puesto en libertad inicialmente y pudo continuar su trabajo en el Instituto Káiser Guillermo III, del que fue nombrado director. Timofeiev-Ressovski era un reputado radiobiólogo, uno de los pocos especialistas mundiales justo en un momento en que la primera bomba atómica fue ensayada sobre seres humanos en Japón. Igor V. Kurchatov, que dirigía el proyecto atómico soviético, le visitó en Berlín. Sin embargo, volvió a ser detenido el 14 de setiembre por el NKVD, juzgado y condenado por traición y colaboración con el enemigo a diez años de trabajos forzados. En la legislación penal internacional las condenas previstas para este tipo de delitos son la pena capital o la cadena perpetua. Ningún país conoce sanciones de diez años de reclusión para delitos de traición, y mucho menos en tiempo de guerra. Desde luego, según los criterios jurídicos internacionales más recientes, Timofeiev-Ressovski hubiera sido incluido entre los criminales de guerra por delitos cometidos contra la humanidad. Lo extraño, pues, no es que fuera condenado sino que fuera el único científico condenado tras la II Guerra Mundial.

En 1946 fue trasladado a un campo de concentración en Karaganda, Kazajstán, donde después de dos años de reclusión ociosa fue enviado a trabajar al Laboratorio B en Sungul, al que eran deportados los científicos y especialistas. Durante el traslado coincidió con Soljenitsin en la cárcel de Butyrskaia. En la primavera de 1947 llegó al campo de concentración de Sungul, que formaba parte del complejo penitenciario denominado sharashka y cuyas condiciones de reclusión eran buenas, según uno de sus discípulos: pudo vivir con su familia y sus colaboradores berlineses también fueron agrupados con él (657). En su condición de preso obligado a trabajar, encabezó la división biológica del campo de prisioneros, dirigió el laboratorio radiológico e impartió conferencias. En Sungul trabajaban un total de 50 científicos.

La manipulación del caso Timofeiev-Ressovski es notoria. Huxley, quien asegura que le conoció personalmente, dice: «Solamente se interesaba en la adquisición de nuevos conocimientos científicos» (658). No aparecen por ningún lado ni los experimentos con seres humanos ni su complicidad con los nazis, que Huxley oculta al lector. De las afirmaciones tópicas del británico se desprende que nada puede resultar más injusto que condenar a quien únicamente se interesa por la ciencia. Lo mismo cabe decir de Medvedev, un discípulo de Timofeiev-Ressovski que también silencia y tergiversa los hechos. Según Medvedev Timofeiev-Ressovski sólo pudo ser liberado de su encierro a la muerte de Stalin, con lo que da la impresión de que la condena se fundamentó en una de esas típicas decisiones caprichosas del dirigente soviético, de manera que sólo su muerte permitió la liberación del científico. Sin embargo, sólo salió en libertad después de cumplir íntegramente la condena que le fue impuesta.

Tras ser puesto en libertad, Timofeiev-Ressovski desplegó una gran actividad por toda la URSS en defensa de sus concepciones mendelistas. En 1955 sus obras fueron traducidas del alemán al ruso y publicadas. En Sverdlovsk organizó un departamento de radiobiología para la sección de los Urales de la Academia de Ciencias y, en plena era lysenkista, fundó una estación experimental junto al lago Miasovo sobre genética poblacional, de la que Medvedev se permite la licencia de decir otra de sus falsedades: que fue «el primer centro científico consagrado al estudio de la genética después de la prohibición de 1948» (659). En aquel departamento había otros dos laboratorios de radiobiología genética, uno celular, dirigido por V.I.Korogodin, y otro molecular, dirigido por el propio Medvedev. Timofeiev-Ressovski describió así esta etapa de su vida:

Todo el mundo cree que fueron los americanos los que desarrollaron toda la biología médica y la isotopía hídrica. Pero eso lo hicimos nosotros antes que los americanos. Aproximadamente a finales de los sesenta y comienzos de los setenta, yo y mis estudiantes acabamos el trabajo sobre radiación biogeoceanológica [una palabra creada por Vernadski y Sujachov para describir la interacción entre los ecosistemas]. Muy pronto, estos trabajos en el sistema atómico y en la Bioestación de Miasovo de los Urales fueron los más productivos en mi autodenominada vida científica.


Medvedev considera a Timofeiev-Ressovski como «nuestro jefe», el «jefe de filas de una vasta escuela de biólogos soviéticos». Numerosos estudiantes acudían de todas partes a escuchar sus lecciones, publicó varios libros sobre genética y viajó por todo el país dando conferencias. De 1956 a 1963 organizaba en el verano cursillos de genética para los militantes del Komsomol, las juventudes comunistas, en Miasovo y en los alrededores de Moscú.

Nunca pudo volver a abandonar la URSS y tampoco fue rehabilitado de su condena hasta que en 1991 se disolvió el país (660): si no había patria tampoco había traición a la patria.

En los países capitalistas no se comprende el encarcelamiento de Timofeiev-Ressovski porque el tratamiento dispensado a los científicos que han cometido crímenes contra la humanidad siempre ha sido muy distinto. El caso del químico alemán Fritz Haber (1868-1934) es un verdadero prototipo. (...) En 1908 Haber inventó un mecanismo de síntesis del amoniaco que liberó a Alemania de la dependencia de los nitratos naturales, de modo que a partir de entonces pudieron fabricar explosivos artificialmente con el amoniaco como materia prima. El procedimiento de Haber proporcionó el 45 por ciento del ácido nítrico necesario para la fabricación de los explosivos, municiones, proyectiles y bombas empleados en la I Guerra Mundial.

Pero el papel de Haber en la guerra no acabó ahí. También organizó el departamento de gases tóxicos del ejército alemán a través del recién creado Instituto Kaiser Guillermo de Berlín. Por iniciativa de Haber, en 1916 se creó la Fundación Kaiser Guillermo para las Ciencias Técnicas y Militares, que al año siguiente pasó a depender del Ministerio de la Guerra. Esta organización no tenía instalaciones de investigación propias; su tarea consistía en coordinar los trabajos relacionados con la guerra realizados en instituciones universitarias o en los laboratorios del Instituto Kaiser Guillermo III. Durante la guerra, Haber propuso al ejército utilizar gas cloro contra las tropas aliadas y fue responsable directo de la fabricación de los primeros gases venenosos que se emplearon en el campo de batalla, entre ellos el gas mostaza (661). Bajo su dirección un grupo de investigadores creó el Zyklon B, un insecticida basado en el cianuro que fue utilizado años más tarde por los nazis en los campos de exterminio.

La actividad de Haber tampoco se limitó a los laboratorios, de los que extrajo 5.000 botellas metálicas repletas de gases tóxicos, sino que fue nombrado capitán de la Wehrmacht, en cuya condición estuvo supervisando su lanzamiento en el mismo campo de batalla, al mando de una compañía de infantería. La batalla química se saldó con 15.000 víctimas entre los aliados.

Al finalizar la contienda su nombre apareció en una lista de criminales de guerra y los aliados reclamaron su extradicion para procesarlo como tal. No obstante, ya en época de la República de Weimar, Haber volvió a la dirección del Instituto de Física y Electroquímica de Berlín-Dahlem, continuando sus investigaciones secretas para la fabricación de nuevo armamento químico.

A pesar de sus crímenes -o quizá gracias a ellos precisamente- fue laureado en 1918 con el premio Nobel de Química. Al fin y al cabo el mismo Alfred Nobel que había instituido el conocido galardón se enriqueció fabricando explosivos. El discurso que Haber pronunció en 1920 ante la Academia sueca es un ejemplo de la hipocresía científica: su invento de la síntesis del amoniaco era una gran aportación para la elaboración de abonos agrícolas, que a su vez aumentarían las cosechas y aliviarían así el hambre en el mundo. Otra fábrica de muerte que se presenta como alivio del hambre. En España tenemos un ejemplo parecido en la empresa Explosivos Rio Tinto que, además de lo que su denominación indica, tiene una segunda fuente de negocio: la fabricación de agrotóxicos, fertilizantes y pesticidas. Algo parecido a la falacia que sostienen ahora mismo las multinacionales de la biopiratería y los transgénicos, otro caso de aplicación humanitaria de la ciencia a la resolución -desinteresada- de los acuciantes dramas de la humanidad.

Durante la II Guerra Mundial, el químico escocés Alexander R. Todd (1907-1997) encabezó los estudios dirigidos a la producción de armamento químico, a pesar de los tratados internacionales que prohibían su elaboración. Uno de los fabricados fue la adamsita (difenilaminocloroarsina), un gas similar a los lacrimógenos, que obliga a estornudar por irritación de las fosas nasales. También diseñó una factoría para elaborar armas que utilizaran gas mostaza. Por sus servicios a la corona británica recibió el título de Sir de manos de la Reina y el Premio Nobel de Química en 1957 por su contribución al descubrimiento de los nucleótidos que constituyen el ADN.

Es difícil encontrar un carnicero que no haya sido condecorado por sus servicios. Los afectados por las operaciones de lobotomía que se practicaron en la posguerra acudieron a Noruega para demandar que le fuera retirado el premio Nobel al inventor de dicha técnica aberrante, el portugués Antonio Egas Moniz, galardonado en 1949. No tuvieron éxito porque eran malos tiempos. La lobotomía apareció como un remedio infalible para toda suerte de alteraciones síquicas, incluido el comunismo, de manera que entre 1936 y 1964 el psiquiatra Walter Freeman realizó más de 40.000 intervenciones en Estados Unidos, incluso con niños
. Norbert Wiener saludó su invención en su cibernética y el diario New York Times el 6 de junio de 1937 la calificó como una «cirugía para enfermos del alma» en un titular de portada. Cerca del 6 por ciento de los pacientes no sobrevivieron a la operación y con frecuencia se registraron cambios adversos en la personalidad del lobotomizado. Además, producía importantes alteraciones en su conducta, quedando parcial o totalmente indiferentes al mundo que les rodeaba, con una pasividad extrema. El objetivo era convertir a los hombres en seres sumisos y sin personalidad propia; por eso se aplicó a los presos en las cárceles estadounidenses.

Hasta la fecha tampoco ningún cabecilla de Union Carbide ha sido juzgado por la fuga de gas tóxico en Bhopal, a pesar de los miles de muertos. Cuando Warren Anderson viajó hasta la India tras el desastre de 1984, le detuvo la policía, acusándole de homicidio. Sin embargo, gracias a las presiones de la embajada estadounidense, salió bajo fianza. Desde entonces no se ha presentado ante ningún juez

(...)

La nómina de afectados es casi inagotable, pero no es trascendente porque ésa es la suerte de los humildes. Entre 1932 y 1972, es decir, durante cuarenta años, en el hospital público de Tuskegee, una localidad de Alabama, los médicos experimentaron con negros pobres y analfabetos enfermos de sífilis a los que no dieron tratamiento médico para poder estudiar la evolución de la enfermedad hasta su muerte, así como el contagio de sus familias y descendientes. Ocurrió muy poco después de la crisis económica de 1929, cuando la sífilis se convirtió en una epidemia en la población rural del sur de Estados Unidos. Los médicos decidieron crear un programa especial de no-tratamiento en el Hospital de Tuskegee, el único para negros que existía entonces en aquella localidad. Fueron seleccionados unos 400 varones negros sifilíticos y otro grupo similar de 200 no sifilíticos sirvió de control para comparar la salud y longevidad de la población sifilítica no tratada en comparación con el grupo control. A las personas seleccionadas no se les informó de la naturaleza de su enfermedad y les dijeron que tenían «mala sangre». Además, les ofrecieron algunas ventajas materiales, incluso sanitarias, que en ningún caso incluían el tratamiento de su enfermedad.

En 1947 se aprobó el código de Nuremberg y en 1964 la Declaración de Helsinki que, además del consentimiento informado del paciente, dispone que en toda investigación con seres humanos el bienestar de la persona prevalezca siempre sobre los intereses de la ciencia y de la sociedad. El médico, antes que investigador, es el protector de la vida y la salud de su paciente, y la persona que participe en una investigación debe recibir el mejor tratamiento disponible. A pesar de que la penicilina estuvo disponible desde los años cuarenta, en ningún momento recibieron tratamiento; a los médicos nunca les importó que sin el antibiótico su esperanza de vida se redujera en un 20 por ciento.

En este caso la ideología anticolectivista imperante en Estados Unidos no fue obstáculo para que los derechos individuales de las personas fueran sacrificados en aras de un supuesto bien «común», aunque en realidad los pobres debían sacrificarse en interés de una investigación cuyos beneficiarios serían los más privilegiados de la sociedad.

A pesar de la promulgación de la normativa internacional, la investigación continuó, publicándose 13 artículos en revistas médicas. Ningún científico protestó, hasta que en 1972 la prensa denunció los hechos. Para entonces 74 de los pacientes del estudio seguían vivos, 28 habían muerto directamente de sífilis, 100 habían muerto por complicaciones relacionadas, 40 de sus esposas se habían infectado y 19 de sus hijos habían nacido con sífilis congénita. En 1997, en presencia de cinco de los ocho supervivientes presentes en la Casa Blanca, Bill Clinton pidió disculpas formalmente a las víctimas del experimento: «No se puede deshacer lo que ya está hecho, pero podemos acabar con el silencio [...] Podemos dejar de mirar hacia otro lado. Podemos miraros a los ojos y finalmente decir de parte del pueblo americano, que lo que hizo el gobierno americano fue vergonzoso y que lo siento». Las buenas palabras sustituyeron a los juicios y las cárceles. Aquellos médicos que utilizaron a los pobres como cobayas humanas, así como sus cómplices y colaboradores no resultaron sancionados por el crimen múltiple que habían cometido (662).

Era la típica farsa gubernamental. Tuskegee tuvo el apoyo oficial y financiación pública y privada, pero lo sucedido en Guatemala fue aún peor ya que los médicos estadounidenses infectaron deliberadamente a 700 personas con sífilis y gonorrea entre 1946 y 1948, dentro de un programa aprobado por la Organización Panamericana de Salud y el propio gobierno guatemalteco. Mientras en Nuremberg juzgaban a los médicos nazis como criminales de guerra, estaban haciendo lo propio en Guatemala. En Estados Unidos el doctor Mengele se llamaba John Ch. Cutler (1915-2003), alto funcionario del Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, director del Organismo Panamericano de Salud y participante en el proyecto de Tuskegee. Las cobayas humanas se reclutan siempre en el mismo escenario social: pobres, negros, indígenas, prostitutas, presos, locos y soldados. Este tipo de personas que no merecen salud tampoco merecen que se les informe de que estaban siendo objeto de un experimento científico. A un tercio de los infectados no se le dio tratamiento posterior. El objetivo inmediato también suele coincidir: enfermedades de transmisión sexual; el mediato, además de la venta de fármacos, es el control de la natalidad, que es la forma actual de la eugenesia. En 1970 la vicepresidenta de Planned Parenthood (Planificación Familiar) en Dallas era la esposa de Cutler, que experimentó tanto en cárceles estadounidenses, como Sing Sing, como en India. Los hechos se mantuvieron en secreto durante décadas hasta que fueron destapados por Susan Reverby en octubre de 2010, momento en el que la responsable de exteriores, Hillary Clinton, tuvo que volver a pedir disculpas públicamente (663b).

No son casos aislados. Después de siete años de investigación, en 1994 el diario Alburquerque Tribune publicó una serie de reportajes de la periodista Eileen Welsome sobre los experimentos radiactivos con seres humanos que le valieron el Premio Pulitzer. Posteriormente fueron publicados en forma de libro (663). Welsome documentó 18 casos de irradiaciones que forzaron al gobierno de Clinton, a abrir otra investigación más. En el transcurso de la misma Welsome reveló que 73 menores de una escuela de Massachusetts ingirieron isótopos radiactivos en la avena del desayuno, una mujer de Nueva York fue inyectada con plutonio por los médicos del Proyecto Manhattan que le atendían, mientras 829 embarazadas tomaron supuestas vitaminas en una clínica de Tennessee que, realmente, contenían hierro radiactivo. Tras la investigación, Clinton volvió a ofrecer sus «disculpas sinceras» por el empleo de armamento bacteriológico sobre la población de su propio país, aduciendo que no se repetirían. Pero, una vez más, no hubo juicio ni culpables.

(...)

El doctor Mengele sigue recorriendo las calles. La impunidad alienta el crimen, y los científicos han demostrado sobradamente disponer de patente de corso, fomentando el despliegue de toda clase de atrocidades y, lejos de resultar condenados por sus crímenes, son ampliamente recompensados y reconocidos. Constituyen un material valioso del que ningún gobierno quiere desprenderse. Hasta el día de hoy las tecnologías de «doble uso» permiten camuflar sus masacres como grandes progresos de la humanidad.
http://www.ucm.es/info/nomadas/trip/lysenko4.html
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Kozhedub
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Re: Jirafas de Lamark y el trigo de Lysenko, veamos que sale

Mensaje por Kozhedub »

Comparemos ahora lo que hemos leido en los extractos del extenso ensayo de Olarieta, y en las citas de los autores de los que parte, con lo que podemos leer en una fuente "popular" de "información" como es la Wikipedia. No es tanto la cuestión de enfrentar la palabra de uno contra la de otro, como la de constatar que el autor de esta entrada se limita a verter opiniones sin aportar una argumentación basada en hechos, ya sean reales o presuntos.
[editar] Trabajo con la agricultura
Lysenko estudiando el trigo.

Tal sería el patrón de éxito de Lysenko con los medios de comunicación soviéticos desde 1927 hasta 1964: reportes de sorprendentes (e improbables) éxitos que serían reemplazados con supuestos nuevos éxitos una vez que los anteriores se demostrasen como un fracaso. Lo más importante para la prensa era que Lysenko era un "científico descalzo", la encarnación del mítico genio campesino soviético.

La "ciencia" de Lysenko era prácticamente inexistente. Cuando tenía alguna teoría claramente formulada, normalmente se trataba de un batiburrillo lamarkismo y varias formas confusas de darwinismo; la mayoría del trabajo de Lysenko consistía en las así llamadas "instrucciones prácticas" para la agricultura, tales como enfriar el grano antes de plantarlo.[2] El procedimiento principal de Lysenko era una mezcla de "vernalización" (con la cual generalmente Lysenko se refería a cualquier cosa que hacía para sembrar semillas y tubérculos) y de hibridación.[3] En una época, por ejemplo, tomó un trigo de primavera que había tenido un corto "período de vernalización" y un largo "período de luz", y lo cruzó con otra variedad de trigo con un largo "período de vernalización" pero un corto "período de luz", pero nunca explicó qué significaban estos períodos. Entoces Lysenko concluyó, basándose en esta teoría de los períodos lo que sabía de antemano, que el cruce produciría cosechas fuera de la temporada de primavera que madurarían más rápido, y las sucesivas cosechas más rápido que las anteriores, por lo cual no habría que experimentar en muchas plantas a través de las generaciones. Aunque científicamente defectuoso a varios niveles, las pretensiones de Lysenko deleitaban a los periodistas soviéticos y a los funcionarios agrícolas, ya que aceleraban el trabajo de laboratorio y lo abarataban considerablemente.[3] Lysenko obtuvo en 1935 su propia revista, Vernalization, en la cual normalmente alardeaba de sus próximos éxitos.[4]

La prensa soviética reportaba grandes éxitos de las primeras iniciativas de Lysenko aunque al final casi todas resultaran un fracaso. Sin embargo, lo que más llamaba la atención del gobierno soviético acerca de Lysenko era su éxito en la motivación de los campesinos. La agricultura soviética había sido dañada severamente por la colectivización forzada a comienzos de la década de los años treinta, y muchos campesinos estaban, en el mejor de los casos, apáticos y en el peor, dispuestos a destruir sus cosechas con tal de no cederlas al gobierno soviético. Lysenko elevó el ánimo de los campesinos, haciéndolos sentir a cargo en y participantes del gran experimento revolucionario soviético. A finales de la década de los años 1920, los dirigentes políticos soviéticos le habían dado su apoyo a Lysenko.[1]

El propio Lysenko invertía mucho tiempo en desacreditar a los científicos académicos y a los genetistas argumentando que sus experimentos aislados en laboratorios no ayudaban al pueblo soviético.[4] Por su personalidad, entraba rápidamente en cólera y no toleraba críticas. Hacia 1929 quienes se mostraban escépticos hacia Lysenko eran censurados políticamente por criticar antes que proponer nuevas soluciones. En diciembre de 1929, José Stalin dio un famoso discurso colocando la "práctica" por encima de la "teoría", poniendo el juicio de los líderes políticos por encima del de los científicos y especialistas técnicos.[4] Aunque en sus comienzos el gobierno soviético había dado mayor apoyo a los auténticos científicos agrícolas, después de 1935 el poder se inclinó abruptamente hacia Lysenko y sus seguidores.

Lysenko fue puesto a cargo de la Academia de Ciencias Agrícolas de la Unión Soviética siendo responsable de poner fin a la propagación de ideas "dañinas" entre los científicos soviéticos.[5] Lysenko cumplió este cometido fielmente expulsando, encarcelando y causando la muerte de cientos de científicos y el fin de la genética (un floreciente campo científico) en toda la Unión Soviética. Este período es conocido como lysenkoismo. Particularmente, Lysenko es responsable de la muerte del gran biólogo soviético Nikolái Vavílov a manos de la NKVD (antecesora de la KGB).[6
http://es.wikipedia.org/wiki/Trofim_Lysenko

Una de las fuentes del esperpento es precisamente Ayala. Pero, al margen de a quién otorgamos verosimilitud, hay aspectos del texto absolutamente lamentables se mire por donde se mire: como cuando se habla de que Lysenko mezclaba ideas de Lamarck con otras de Darwin. Bien, si Lysenko se declaraba darwinista la mezcla es inevitable porque el propio Darwin utilizaba ideas de Lamarck. Premio para el caballero (que evidentemente no se ha leido a Darwin, no le pagan para ello, lo suyo es la propaganda, y de la mala).

Se afirma que Lysenko ni explicaba sus experimentos de manera detallada; pues bien, o a Olarieta le han dado gato por liebre con los textos del biólogo ucraniano, o una vez más se habla por hablar sin contrastar las fuentes. En cuanto a la mezcla de vernalización con hibridación, que su responsable realizara experimentos en ambos campos no implica necesariamente una mecla contínua de ambas prácticas. Salvo que tengamos a Lysenko en el punto de mira desde la primera línea del texto.

Entre la demás lindezas, la de la prohibición de la genética parece desmentida por Olarieta, salvo que los textos de mendelistas que maneja presenten fechas falsificadas o hayan sido impresos en La Coruña haciéndose pasar por textos soviéticos. De los cientos de represaliados, la fiabilidad contable es la de "Archipiélago GULAG", los cientos no aparecen más que por "estimaciones". Otra cosa es que a Stalin no le hicieran gracia las soflamas eugenistas de algunos de estos Mengueles de salón y se decidiera priorizar otras ramas del saber en biología. Esto naturalmente es opinable, cualquier militante del partido nazi discreparía del dictador soviético en este punto. (Por cierto, el listillo de guardia afirma que la mayoría de los experimentos de Lysenko fracasaron; o sea, que alguno salió bien. Anda, que si utilizamos ese criterio con el porcentaje de acierto de la clonación, como se señala en el texto se Olarieta, vamos dados)

Desde mi punto de vista, y tras haber escuchado a ambas partes, segurmanete el biólogo ucraniano no era un santo, pero me parece muy lejos del demonio que nos han querido endosar precisamente los que hablan de reducir el exceso de población o de la tendencia innata a la criminalidad. Ni es la primera vez que veo algo así ni será la úlitma.

¡Saludos!
"Nadie tiene derecho a disfrutar de la vida a expensas del trabajo ajeno"
(G. Zhukov)

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