20 años sin la Unión Soviética

Historia de la URSS, nacimiento, superpotencia, desaparición.

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Kozhedub
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Re: 20 años sin la Unión Soviética

Mensaje por Kozhedub »

Otro artículo poniendo los puntos sobre las íes.

Francamente, al ver las tablas salariales y cómo estaban ubicados los jerifaltes soviéticos en comparación con sus contrapartidas occidentales, me refuerzo en mi opinión de que los "camaradas" de la nomenklatura se limitaron a aprovechar la ventana de oportunidad abierta por Gorbachov para dinamitar toda la estructura y sacar provecho de los restos. Los soviéticos no tenían a su peor enemigo en Washington, lo tenían mucho más cerca de lo que se pensaban y haciéndose pasar por uno de los suyos.

El socialismo traicionado. Detrás del colapso de la Unión Soviética 1917-1991

Libros, Pensamiento 27 noviembre, 2017 Roger Keeran
El socialismo traicionado

Roger Keeran – Thomas Kenny

Introducción

Este libro trata del colapso de la Unión Soviética y de su significado para el siglo XXI. La magnitud de la debacle dio lugar a declaraciones extravagantes por parte de los políticos de derechas. Para ellos, el colapso quería decir que la Guerra Fría había terminado y que el capitalismo había ganado. Significaba «el fin de la historia». De ahí en adelante, el capitalismo iba a representar la forma más elevada, la cumbre, de la evolución económica y política.
La mayoría de los que simpatizaban con el proyecto soviético no compartían este triunfalismo de derechas. Para estas personas, el colapso soviético tuvo consecuencias decisivas, pero no alteró la utilidad del marxismo para comprender un mundo que se formaba, más que nunca, a través del conflicto de clases y las luchas de los colectivos oprimidos contra el poder corporativo, ni hizo tambalear los valores y el compromiso de los que estaban de parte de los trabajadores, los sindicatos, las minorías, la liberación nacional, la paz, las mujeres, el medio ambiente y los derechos humanos. A pesar de todo, lo que le había ocurrido al socialismo representaba tanto un desafío teórico al marxismo como un desafío práctico con respecto a las posibilidades futuras de las luchas anticapitalistas y del socialismo.

Para los que creen que un mundo mejor —más allá de la explotación capitalista, la desigualdad, la avaricia, la pobreza, la ignorancia y la injusticia— es posible, la desaparición de la Unión Soviética representó una pérdida catastrófica.
El socialismo soviético tenía muchos problemas (que discutiremos más adelante) y no era el único orden socialista concebible. Sin embargo, constituía la esencia del socialismo tal como lo definió Marx: una sociedad que había derrocado la propiedad burguesa, el “mercado libre” y el estado capitalista, y los había reemplazado por la propiedad colectiva, la planificación central y un estado obrero. Además, había conseguido un nivel sin precedentes de igualdad, seguridad, sanidad pública, acceso a la vivienda, educación, empleo y cultura para todos sus ciudadanos, y en especial para los trabajadores de las fábricas y del campo.

Un repaso breve de los logros de la Unión Soviética subestima lo que se perdió. La Unión Soviética no eliminó solamente las clases explotadoras del viejo orden, sino que también acabó con la inflación, el desempleo, la discriminación racial y nacional, la pobreza extrema y las desigualdades flagrantes por lo que respecta a la riqueza, los salarios, la educación y las oportunidades. En cincuenta años, el país pasó de una producción industrial de solo un 12 por ciento de la de los Estados Unidos a una producción industrial del 80 por ciento y a una producción agraria que correspondía al 85 de la de los EEUU. Aunque el consumo per cápita soviético seguía siendo más bajo que el de los EEUU, ninguna sociedad no había aumentado su calidad de vida y su consumo con tanta rapidez, y en un período tan corto, para toda su población. El trabajo estaba garantizado. Todo el mundo tenía acceso a la educación gratuita, desde las guarderías a las escuelas de secundaria (de ámbito general, técnicas y de formación profesional), a las universidades y a las escuelas nocturnas. Además de la matrícula gratuita, los estudiantes universitarios recibían un salario. Se disponía de cobertura sanitaria gratuita para todos, y había casi el doble de médicos por habitante de los que había en los Estados Unidos. Los trabajadores que sufrían lesiones o enfermaban tenían garantizado su empleo y se les pagaba un subsidio. A mitad de la década de los setenta, los trabajadores tenían de media 21,2 días laborables de vacaciones (un mes), y los balnearios, los complejos vacacionales y los campamentos para niños eran gratuitos o estaban subvencionados. Los sindicatos podían vetar los despidos y destituir a los directivos. El estado regulaba todos los precios y subvencionaba el coste de los alimentos básicos y la vivienda. El alquiler suponía solo un 2-3 por ciento del presupuesto familiar; el agua y los servicios públicos solo un 4-5 por ciento. En el acceso a la vivienda no había segregación según los ingresos. Con la excepción de algunos barrios que estaban reservados para los cargos oficiales elevados, los encargados de fábrica, las enfermeras, los profesores universitarios y los porteros vivían puerta con puerta.

El gobierno consideraba el crecimiento cultural e intelectual como parte del esfuerzo para mejorar la calidad de vida. Las subvenciones estatales mantenían el precio de libros, periódicos y acontecimientos culturales al mínimo. Como resultado, los trabajadores a menudo disponían de sus propias bibliotecas, y una familia media estaba suscrita a cuatro periódicos. La UNESCO informaba que los ciudadanos soviéticos leían más libros y veían más películas que cualquier otro pueblo del mundo. Cada año, el número de personas que visitaban museos casi igualaba a la mitad de la población, y la asistencia a teatros, conciertos y otras representaciones sobrepasaba a la población total. El gobierno hizo un esfuerzo coordinado para incrementar la educación y las condiciones de vida de las zonas más atrasadas y para fomentar la expresión cultural de los más de cien grupos nacionales que constituían la Unión Soviética. En Kirguizia, por ejemplo, solo una entre quinientas personas sabía leer y escribir en 1917, pero cincuenta años más tarde casi toda la población podía hacerlo.

En 1983, el sociólogo americano Albert Szymanski reseñó varios estudios occidentales sobre la distribución de los ingresos y la calidad de vida soviéticos. Halló que los que recibían mejores salarios en la Unión Soviética eran los artistas, escritores, profesores, gerentes y científicos de prestigio, que podían llegar a salarios tan elevados como 1.200 a 1.500 rublos mensuales. Los altos funcionarios del gobierno ganaban unos 600 rublos al mes, los directivos de las empresas, de 190 a 400 rublos al mes y los obreros unos 150 rublos al mes. Los salarios más altos, por lo tanto, eran solo diez veces más elevados que el salario medio de un obrero, mientras que en los Estados Unidos los directivos de empresas mejor pagados ganaban 115 veces más que los obreros. Los privilegios que acompañaban los cargos importantes, como las tiendas especiales y los coches oficiales, siguieron siendo pequeños y limitados, y no contrarrestaron una tendencia continua, de cuarenta años, hacia una mayor igualdad. (La tendencia opuesta se daba en Estados Unidos, donde, a finales de los noventa, los directivos de las empresas ganaban 480 veces más que el trabajador medio.) Aunque la tendencia a nivelar los salarios y los ingresos creó problemas (como se discutirá más adelante), la igualación global de las condiciones de vida en la Unión Soviética supuso un hito sin precedentes en la historia de la humanidad. La igualación se profundizó con una política de precios que fijaba el coste de los productos de lujo por encima de su valor y el de los bienes de primera necesidad por debajo de él. También se profundizó a través de un incremento sostenido del «salario social», es decir, gracias a la provisión de un número creciente de prestaciones sociales gratuitas o subvencionadas. A parte de las ya mencionadas, las prestaciones incluían la baja de maternidad pagada, guarderías a precios económicos y pensiones generosas. Szymanski concluía: «Aunque puede que la estructura social soviética no concuerde con el ideal comunista o socialista, es cualitativamente distinta de los países capitalistas occidentales y a la vez más igualitaria que ellos. El socialismo ha supuesto un cambio radical a favor de la clase trabajadora».

En el contexto mundial, el deceso de la Unión Soviética también significó una pérdida incalculable. Significó la desaparición de un contrapeso al colonialismo y al imperialismo. Significó acabar con un modelo que ilustraba cómo unas naciones recientemente liberadas podían armonizar diferentes grupos étnicos y desarrollarse sin hipotecar su futuro con los Estados Unidos o Europa occidental. En 1991, el país no capitalista más importante del mundo, el principal apoyo de los movimientos de liberación nacional y de gobiernos socialistas como el de Cuba, se había derrumbado. Por mucho que se racionalizara sobre ello no se podía evadir este hecho, ni el revés que representó para las luchas socialistas y de los pueblos.

Aún más importante que evaluar lo que se perdió en el colapso de la Unión Soviética es el esfuerzo para entenderlo. El mayor o menor impacto que tendrá este acontecimiento depende, en parte, de cómo se expliquen sus causas. En la “Gran celebración anticomunista” de principios de los noventa, la derecha insistió hasta introducir varias ideas en la conciencia de millones de personas: el socialismo soviético, definido como un sistema basado en la economía planificada, no funcionaba y no podía producir abundancia, porque era un accidente, un experimento nacido de la violencia y sostenido por la fuerza, una aberración condenada al fracaso, ya que desafiaba la naturaleza humana y era incompatible con la democracia. La Unión Soviética llegó a su término porque una sociedad gobernada por la clase trabajadora es una ilusión; no existe ningún orden poscapitalista.

Algunos en la izquierda, típicamente los que tenían un punto de vista socialdemócrata, llegaron a conclusiones similares, aunque menos extremas que las de la derecha. Creían que el socialismo soviético era erróneo de una manera fundamental e irreparable, que los defectos eran “sistémicos”, y tenían su origen en una falta de democracia y en un exceso de centralización de la economía. Los socialdemócratas no concluían que el socialismo en el futuro estaba condenado a fracasar, pero sí creían que el colapso soviético despojaba al marxismo-leninismo de gran parte de su autoridad, y que un futuro socialismo tendría que edificarse sobre unos fundamentos completamente distintos de la forma soviética. Para ellos, las reformas de Gorbachov no fueron erróneas, sino demasiado tardías.

Obviamente, si estas afirmaciones son ciertas, el futuro de la teoría marxista-leninista, del socialismo y de la lucha anticapitalista será muy distinto de lo que los marxistas predijeron antes de 1985. Si la teoría marxista-leninista les falló a los líderes soviéticos que presidieron la debacle, la teoría marxista estaba mayormente equivocada y es necesario prescindir de ella. Los esfuerzos del pasado por construir el socialismo no nos han dejado ninguna lección para el futuro. Los que se oponen al capitalismo global deben darse cuenta de que la historia no está de su parte y apostar por pequeños cambios y reformas parciales. Estas son, claramente, las lecciones que la derecha triunfante quería que aprendiera todo el mundo.

Lo que nos impulsó a investigar fue la enormidad de las consecuencias del colapso. Éramos escépticos respecto a la derecha triunfante, pero estábamos preparados para seguir a los hechos hasta donde nos condujeran. Éramos conscientes de que los partidarios del socialismo anteriores a nosotros habían tenido que analizar inmensas derrotas de la clase trabajadora. En La guerra civil en Francia, Karl Marx analizaba la caída de la Comuna de París en 1871. Veinte años después, Frederick Engels ampliaba aquel análisis en una introducción al trabajo de Marx sobre la Comuna. Vladímir Lenin y su generación tuvieron que explicar la revolución rusa abortada de 1905 y el fracaso de las revoluciones de Europa occidental que no se materializaron durante 1918-1922. Los marxistas posteriores, como Edward Boorstein, tuvieron que analizar el fracaso de la revolución chilena de 1973. Dichos análisis mostraban que el hecho de simpatizar con los vencidos no impedía hacer preguntas difíciles acerca de las razones de la derrota.

Dentro de la pregunta global de por qué se derrumbó la Unión Soviética surgieron otras preguntas: ¿cuál era el estado de la sociedad soviética cuando empezó la perestroika? ¿Se enfrentaba, la Unión Soviética, a una crisis en 1985? ¿Qué problemas se suponía que debía atajar la perestroika de Gorbachov? ¿Había alternativas viables al curso de reforma escogido por Gorbachov? ¿Qué fuerzas favorecían y qué fuerzas se oponían al camino de reforma que conducía hacia el capitalismo? Una vez que la reforma de Gorbachov empezó a causar el desastre económico y la desintegración nacional, ¿por qué no cambió de estrategia Gorbachov, y por qué los otros líderes del Partido comunista no lo reemplazaron? ¿Por qué el socialismo soviético era en apariencia tan frágil? ¿Por qué la clase trabajadora hizo aparentemente tan poco para defender el socialismo? ¿Cómo pudieron los líderes subestimar tanto el nacionalismo separatista? ¿Por qué el socialismo —al menos en cierta forma— se las arregló para sobrevivir en China, Corea del Norte, Vietnam y Cuba, mientras que en la Unión Soviética, donde estaba manifiestamente más arraigado y desarrollado, no pudo sobrevivir? ¿Era el colapso soviético inevitable?

Esta última pregunta era clave. La posibilidad de un futuro para el socialismo depende de si lo que sucedió en la Unión Soviética era inevitable o no. Ciertamente, era posible imaginarse una explicación diferente de la inevitabilidad que pregonaba la derecha. Consideremos, por ejemplo, el siguiente experimento mental. Supongamos que la Unión Soviética se hubiera desmoronado porque un ataque nuclear de los Estados Unidos hubiera destruido su gobierno y arrasado sus ciudades y su industria. Algunos aún podrían llegar a la conclusión de que la Guerra Fría había terminado y de que el capitalismo había vencido, pero nadie podría afirmar con argumentos razonables que un tal acontecimiento demostraba que Marx estaba equivocado, o que, si se lo deja a la merced de sus propios mecanismos, el socialismo no puede funcionar. En otras palabras, si el socialismo soviético llegó a su fin principalmente por causas externas, como las amenazas militares o la subversión del extranjero, uno puede concluir que este final no comprometía al marxismo como teoría ni al socialismo como sistema viable.

En otro ejemplo, algunos han afirmado que la Unión Soviética se derrumbó por el “error humano” y no tanto por “debilidades sistémicas”. En otras palabras, los líderes mediocres y las decisiones equivocadas hundieron un sistema esencialmente sólido. Si esta explicación, como la anterior, fuera cierta, no afectaría la integridad de la teoría marxista ni la viabilidad del socialismo. En realidad, sin embargo, esta idea no ha servido de explicación, o ni siquiera de un principio de explicación, sino que más bien ha sido un recurso para evitar explicaciones más profundas. Tal como dijo un conocido nuestro, «Los comunistas soviéticos metieron la pata, pero nosotros lo haremos mejor». Para que esta explicación fuera plausible, no obstante, tendría que responder a preguntas importantes: ¿qué es lo que hizo que los líderes fueran mediocres y las decisiones equivocadas? ¿Por qué produjo el sistema tales líderes y cómo pudieron sacar adelante esas decisiones equivocadas? ¿Existían alternativas viables a las que se escogieron? ¿Qué conclusiones debemos sacar?

Cuestionar la inevitabilidad del colapso soviético es arriesgado. El historiador británico E. H. Carr avisaba de que cuestionar la inevitabilidad de cualquier acontecimiento histórico puede llevar a un juego de mesa de especulación sobre «lo que podría haber sido en la historia». La labor de los historiadores es explicar lo ocurrido, no dar «rienda suelta a su imaginación respecto a las posibilidades más atractivas de lo que podía haber sucedido». Carr reconocía, sin embargo, que mientras los historiadores explican por qué se escogió una estrategia en vez de otra, es bastante razonable que discutan sobre los «cursos alternativos disponibles». De una forma similar, el historiador británico Eric Hobsbawm sostenía que no toda la especulación “contrafactual” es igual. Algunas reflexiones acerca de las opciones históricas caen en la categoría de «dar rienda suelta a la imaginación», que un historiador serio debería evitar. Este es el caso cuando se reflexiona sobre escenarios que nunca fueron una posibilidad histórica, como por ejemplo si la Rusia zarista hubiera evolucionado a una democracia liberal sin la Revolución Rusa, o si los estados del sur de los EEUU hubieran abolido la esclavitud sin la Guerra Civil. Cierta especulación contrafactual, no obstante, cuando vincula estrechamente los hechos históricos con posibilidades reales, tiene una función útil. Si existían realmente cursos de acción alternativos, estos pueden mostrar la contingencia de lo que ocurrió de verdad. Casualmente, Hobsbawm daba un ejemplo relevante de la historia soviética reciente. Hobsbawm citaba a un antiguo director de la CIA, que había afirmado: «Me parece que si [el líder soviético Yuri] Andrópov hubiera sido quince años más joven cuando llegó al poder en 1982, todavía tendríamos una Unión Soviética.» Sobre esto, Hobsbawm comentaba: «No me gusta estar de acuerdo con los jefes de la CIA, pero estas palabras me parecen completamente plausibles.» Nosotros también creemos que tal cosa es plausible, y discutimos las razones de ello en el siguiente capítulo.

La especulación contrafactual puede sugerirle legítimamente a uno cómo, en unas circunstancias futuras similares a las del pasado, podría actuar de una manera distinta. Los debates de los historiadores sobre la decisión de utilizar la bomba atómica en Hiroshima, por ejemplo, no solamente han cambiado la forma como las personas con educación entienden ese acontecimiento, sino que también han reducido las posibilidades de que se tome una decisión parecida en el futuro. Después de todo, para que la historia sea algo más que un pasatiempo de sobremesa, debería enseñarnos cómo podemos evitar los errores del pasado.

La interpretación del colapso soviético es una lucha por el futuro. Las explicaciones ayudarán a decidir si, en el siglo XXI, los trabajadores volverán a «rasgar los cielos» para sustituir el capitalismo por un sistema mejor. Difícilmente asumirán los riesgos y afrontarán los costes si creen que el gobierno obrero, la propiedad colectiva y una economía planificada están condenados al fracaso, que solo el “mercado libre” funciona y que millones de personas en Europa del este y en la Unión Soviética ensayaron el socialismo pero regresaron al capitalismo porque querían prosperidad y libertad. A medida que el movimiento contra la globalización crece y el movimiento de los trabajadores revive, a medida que el largo boom económico de los años noventa se desvanece y los males permanentes del capitalismo —el desempleo, el racismo, la desigualdad, la degradación medioambiental y la guerra— se hacen cada vez más evidentes, cuestionar el futuro del capitalismo se convertirá invariablemente en un tema clave. Pero los movimientos juveniles y laborales difícilmente avanzarán mucho más allá de demandas económicas limitadas, protestas morales, el anarquismo o el nihilismo si consideran que el socialismo es imposible. Lo que nos jugamos es de una importancia vital.
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¡Saludos!
"Nadie tiene derecho a disfrutar de la vida a expensas del trabajo ajeno"
(G. Zhukov)

Kozhedub
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Re: 20 años sin la Unión Soviética

Mensaje por Kozhedub »

Ya no son veinte, sino más de treinta años sin la URSS. Y sin embargo el caso del socialismo, lejos de cerrarse, vuelve por sus fueros, de un aliado con el que hubo un desafortunado desencuentro con Kruschev y con el que ahora se vuelven a mantener muy buenas relaciones: China.

Se sigue debatiendo sobte la naturaleza de su modeo. Está claro que capitalismo ortodoxo no es, liberal mucho menos, y que este hibrido está girando de nuevo hacia el socialismo tras ver lo que ocurre con las antiguas potencias coloniales, es decir, Occidente.

Una vez Krsuchev comenzó con la liberalización de la economía no hubo marcha atrás. Se agudizó con Gorbachov, y con Yeltsin, ya sin URSS , descarriló con estrépito. Putin enmendó el desatre, pero su alternativa pactada con los oligarcas lleva años padeciendo de un estancamiento que ya mina una popularidad hasta hace pocos años inatacable.

A diferencia de los soviéticos, los chinos no han sido unívocos con sus concesiones al capitalismo. En otras palabras, están abandonando algunas y suavizando otras. Los que se las prometían felices en los 90 se equivocaron con Rusia (no es un estado lacayo) y ahora con China (no es un socio dócil ni "su" fábrica)

Rusia/la URSS aquí aparece en varios puntos: como modelo de lo que debe y no debe hacerse, como actual aliado y como un país que va a seguir muy de cerca la evolución de la China de Xi para considerar su propio desarrollo futuro: :foto:
Del fracasado Nuevo Siglo Americano a la nueva filosofía de desarrollo China
Daniel Bernabé
Publicado:
3 sep 2021 11:00 GMT



Elogio sombrío, así definía el Washington Post la comparecencia de Joe Biden el pasado martes en la que daba por finalizada la ocupación de Afganistán. Una intervención en la que el presidente norteamericano intentó salvar desde la imagen internacional de su país, gravemente dañada tras la caótica retirada final, hasta su popularidad, severamente comprometida después de que medio mundo asistiera a la toma de Kabul por parte de los talibanes, los atentados de la rama en la región del Daesh y las jornadas de angustia donde miles de personas intentaban abandonar el país para salvar su vida.


La Administración Biden puede ser la responsable de la desordenada conclusión pero, lo cierto, es que heredó la misión de poner fin, uno negociado por Trump con los talibanes, a algo que inició George Bush hace 20 años. En lo inmediato a Estados Unidos aún le falta superar otro episodio de escenografía trágica, el del vigésimo aniversario del atentado del 11 de septiembre con su embajada en el país afgano ocupada por los talibanes. Si la nueva dictadura integrista hace primar sus intereses estratégicos sobre su sentimiento de venganza, sabrá dejar pasar la oportunidad de humillar a los norteamericanos. Será una buena ocasión para comprobar si los talibanes piensan en sus intereses a medio plazo.

Puede que Biden vaya a cargar con el peso de este final pero, en parte, esa es una de las funciones de su presidencia: por edad sería extraño que se presentara a un segundo mandato. Este hecho inusual, un presidente surgido como la sutura de Trump, de las crisis de la pasada década y de la pandemia, es el que da la oportunidad que este tipo de hipotecas puedan ser posibles. Podemos detenernos en la foto, pero dejaríamos escapar la película, si sólo nos centramos en Biden y la retirada caótica de Afganistán. Estos acontecimientos confirman el fracaso del Proyecto para un nuevo siglo americano, el PNAC o, más allá del think tank que lo impulsó, las políticas neoconservadoras iniciadas por la administración Bush, bajo el mando real de Dick Cheney, para mantener la hegemonía estadounidense en el mundo.

En estas dos primeras décadas de siglo XXI eran para Estados Unidos la arcadia con la que asegurar su posición dominante para otros cien años, ya que si unimos el Imperio Británico a la línea temporal, ideológica y cultural, el mundo permanece bajo la égida anglosajona desde el último cuarto del siglo XIX. En el año 2000 todo estaba de cara para los estadounidenses: la URSS ya no existía y Rusia era un rival débil, América Latina permanecía bajo el yugo neoliberal y China les valía como fábrica donde externalizar su producción rebajando costes. Tenían un apabullante dominio sobre el resto del mundo, militar y financiero, pero también tecnológico: eran los tiempos donde Internet y el Nasdaq dieron pie al tecnofetichismo y la economía californiana. ¿Qué era lo que podía fallar?


Dos décadas después, Rusia ha vuelto a recuperar su papel en la escena internacional, Latinoamérica ha vivido diferentes experiencias de Gobiernos de izquierda e, incluso la UE, aliado incondicional de EEUU, cuenta con una divisa propia y una institucionalidad sin la paralizante presencia del Reino Unido. [/b]Ninguna de las guerras en las que Estados Unidos se ha embarcado, directas, Afganistán e Irak, o indirectas, Siria y Libia, han servido para beneficiar los intereses que las impulsaron. La economía mundial se desplomó en 2008 por una crisis financiera originada en EEUU. Y el liderazgo tecnológico y comercial es ya compartido con China, el país que ha pasado de ser la fábrica del mundo a constituir uno de los ejes principales del futuro multilateral.

Mientras que Estados Unidos muestra un serio declive, externo pero también interno –antes de la caída de Kabul asistimos a la caída del Capitolio–, China muestra más que una curva ascendente, no exenta de problemas, algo mucho más importante: una dirección.
No se trata tanto de comparar indicadores económicos entre las dos potencias, capacidad militar, influencia diplomática, vigor comercial, estabilidad interna o legitimidad institucional, puntos, todos ellos, donde la balanza empieza a decantarse por el lado chino, sino que mientras que Estados Unidos parece sin brújula, el país asiático hace gala de un plan que va mucho más allá de las ocupaciones militares y la especulación financiera. O cómo hemos pasado del fracasado PNAC a la nueva filosofía de desarrollo china.

Mientras que la mayoría de medios occidentales prestan una desmesurada atención hasta a la anécdota más insignificante de sus dirigentes, obviando por otro lado las cuestiones de fondo que impulsan sus políticas, casi todos pasan por alto el sustancial cambio que se pretende tenga lugar en China bajo el auge del mandato de Xi Jinping, el séptimo presidente de la República Popular. Un cambio que no afectará tan sólo al país asiático, sino que tendrá resonancia mundial. Esta nueva configuración, que comienza en lo concreto con el 14º plan quinquenal, 2021-2025, tiene por detrás unos principios rectores que Qiushi, la revista teórica del comité central del Partido Comunista de China, PCCh, ha recogido en su último número aparecido este verano.

Comprender la nueva etapa, filosofía y dinámica de desarrollo, así se titula el documento que recoge las palabras de Xi Jinping, uno que se reviste de un significado especial en el año del centenario del PCCh. Tras los hitos que se describen, el inicio de la revolución en 1949, que otorgó al país la soberanía perdida tras la época colonial, tras la reforma de 1978, que transformó su economía de lo agrario a lo industrial y tras el Plan integrado de las cinco esferas, en 2012, que ha constituido la china actual, "sociedad moderadamente próspera", toca, según el presidente, dar un giro social para alcanzar en 2035 la etapa que denomina "de modernización socialista" y en 2050 la consecución de "un país socialista moderno". Utilizando un proverbio chino, otra de las señas de Xi, la recuperación del pensamiento tradicional: "por vastos que sean el cielo y la tierra, la gente siempre debe ser lo primero".

Multitud de países tienen sus propias agencias de estrategia y prospectiva, la diferencia es que mientras que en Occidente estos documentos se quedan en una guía de lo que debería ser el futuro, habitualmente marcado por los poderes financieros, en China estos documentos constituyen doctrina a seguir por todo el aparato estatal y del PCCh. Estos cambios "centrados en las personas" tendrán como objetivo que "la tasa de crecimiento del PIB no sea el único barómetro del éxito". Contrariamente a lo que se piensa, en China las autoridades asumen las fuertes desigualdades sociales, así como la introducción de la economía capitalista dentro del sistema socialista, entendiendo que su camino requería primero de un desarrollo de las fuerzas productivas antes de dar el siguiente "gran salto adelante". Xi Jinping cita a Mao y a Deng Xiaoping, almas políticas contradictorias del comunismo chino y la evolución histórica del país, uno el padre revolucionario, otro el presidente reformista. Podemos leerlo desde nuestro presente como una conjugación a posteriori, seguramente lo sea, también como la constatación de un tercer camino, producto de los dos anteriores, para avanzar en el proyecto.

"El pueblo anhela una vida mejor, nuestro objetivo es ayudarles a lograrlo, y debemos seguir inquebrantablemente el principio de prosperidad común [...] no podemos permitir que la brecha entre ricos y pobres siga creciendo", dice Xi Jinping. Más allá de los principios socialistas igualitarios, algo que el documento no tiene reparos en afirmar, recordando la ideología marxista por el que se rige el PCCh, lo cierto es que los mandatarios chinos saben que una de las debilidades del país es tanto la desigualdad territorial como de clase, un potencial elemento desestabilizador: si en algo se basa el pensamiento tradicional chino es en buscar el equilibrio. De hecho, Xi Jinping cita a la URSS en una parte del documento como el primer país socialista exitoso pero que "colapsó porque el PCUS se separó del pueblo y se convirtió en un grupo de burócratas privilegiados", algo que debe leerse, más que como un simple apunte histórico, como una advertencia a sus camaradas en el presente.

El nuevo desarrollo hacia la prosperidad común no debe ser "un lema vacío, sino un hecho concreto", dice Xi, siendo aquí donde el documento pasa de los principios y la teoría a aterrizar en cuestiones prácticas. Llama la atención, por ejemplo, la constante apelación a la ecología, asumiendo el agotamiento de recursos y de modelo productivo: la salida se plantea mediante la innovación científica aplicada a la energía. Otra de las alertas, tras la pandemia, es asegurar las cadenas de suministro y alimentación, como punto principal para no desestabilizar un país de casi 1400 millones de personas incluso en las adversidades más inesperadas. El empleo, la salud pública y evitar grandes salidas y entradas de capital extranjero son otros de los aspectos considerados esenciales.
(...)

En el documento firmado por Xi Jinping no se hace referencia a ningún cambio en el aspecto político, donde el partido único sigue siendo el garante según el presidente del devenir del país. En cuanto a las acusaciones de represión, llama la atención que el texto carezca por completo de un lenguaje punitivo o unas disposiciones respecto a la disidencia interna. Se insiste, en una referencia velada hacia la etnia uigur, en el respeto a las minorías, y no se cita el caso particular de Hong Kong explícitamente, más allá de un párrafo donde se asegura que se tomarán "medidas enérgicas contra las actividades delictivas que afecten a la vida y la propiedad para garantizar la estabilidad social".

La nueva filosofía de desarrollo china no sólo surge en un momento clave para el país, tras haber superado la pandemia que se originó en Wuhan, sino que se contrapone al declinar estadounidense y su fracasado Proyecto para un nuevo siglo americano, impulso neoconservador que sentó las bases para el trumpismo pero que, por otro lado, las administraciones demócratas de Obama y, de momento, Biden, no han sabido contrarrestar con un proyecto propio. ¿Provocará esta nueva senda china una reacción americana al estilo del New Deal o por el contrario enconará aún más las relaciones entre ambos países? El resto del mundo observa esta época de cambios, este cambio de época.
https://actualidad.rt.com/opinion/danie ... ollo-china
China da un giro anticapitalista
x Alberto Cruz
Hay una nueva política en marcha, y a pasos acelerados, y esa política está poniendo muy nerviosos a los centros capitalistas globales asentados en Occidente

Dado el nivel de debate sobre si China es capitalista o no, solo hay dos formas de ver lo que está pasando en los últimos meses: o está pisando el acelerador anticapitalista o está pisando el freno del capitalismo. En cualquier caso, lo evidente es que hay una nueva política en marcha, y a pasos acelerados, y que esa política está circunscribiendo el capitalismo chino, tal y como lo conocemos, y poniendo muy nerviosos a los centros capitalistas globales asentados en Occidente.

No se puede, ni se debe, pasar por alto lo que ha significado la pandemia del COVID-19 para estos movimientos, en los que ha quedado claro que China ha interpuesto los intereses de la gente, del pueblo, a cualquier otro. Es decir, que en apariencia -aunque cada vez se está concretando más- estamos asistiendo a una filosofía de gobierno centrado en las personas, en proteger la vida y la salud de las personas, al tiempo que defiende la propiedad de las personas bajo el sistema básico de propiedad colectiva. ¿Optimista? Veamos.

Todo comenzó en noviembre de 2020, cuando el gobierno chino detuvo la oferta pública de adquisición de acciones del Grupo Ant, propiedad del multimillonario Jack Ma. Esta empresa es "el brazo financiero" de Alibaba, el buque insignia de Ma. Todo el capitalismo, sobre todo el no chino, salió en defensa de Ma porque "los burócratas de nivel medio" (como se calificó despectivamente a los miembros del PCCH en los países capitalistas) se habían atrevido a ir contra el "hombre más rico de China". Los capitalistas, en este caso chinos y no chinos, vieron cómo se fortalecía el papel del Estado "restringuiendo a la bestia del capital" (sic) en aras del desarrollo socialista y del bien público. Especialmente, porque lo que estaba detrás de ese pulso, que perdió Ma, era la gobernanza del sector bancario que está totalmente en manos públicas y no como en Occidente.


Al gobierno chino no le tembló la mano cuando impidió una operación que "debería haber establecido el nuevo récord mundial" en esta clase de operaciones y con la que se frotaban las manos todos los capitalistas, chinos o no. Entre el máximo exponente de la burguesía monopolista china y las autoridades políticas de China (República Popular) existía un claro contraste que expresaba dos puntos de vista difíciles de conciliar: Ma (y otros como él) impulsan en desarrollo de innovaciones financieras sin considerar los riesgos para millones de personas mientras que para el gobierno (los "burócratas de nivel medio") es imprescindible prevenir y cancelar los riesgos que para millones de personas siempre producen los mercados financieros. O sea, puro sentido común de los "burócratas de nivel medio" cuando ya hay precedentes en el mundo como la crisis de 2008 provocada, precisamente, por algo similar en Lehman Brothers y que tuvo cierta repercusión en la propia China unos años más tarde.

Sin entrar a desmenuzarlo, a lo que asistimos (que tomen nota quienes piensan que en China hay un capitalismo clásico al estilo occidental) no es a dos concepciones distintas, sino a un conflicto de clase en dos orientaciones divergentes. Si eso parece muy fuerte voy a dejarlo en una contradicción inmanente en el uso del modo de producción capitalista que, consiguientemente, produce un choque entre dos líneas de lucha: una más neoliberal y otra más social.

China ha apretado las tuercas, y mucho, a las distorsiones del mercado con contramedidas muy fuertes que van más allá de Ma y sus empresas y afectan a todos los aprendices de brujo del capitalismo chino, de forma especial a los del mundo digital y centrados en el crédito, sobre todo. Eso nos lleva a pensar en Facebook y sus intentos de crear su propia moneda digital y en Amazon, que tiene una idea similar y que se ha ofrecido a Biden, por ejemplo, para distribuir la vacuna contra el COVID-19.

En defintiva, lo que hizo el gobierno chino con esa operación fue afirmar la primacía del poder político (y social) sobre la del capital privado.

Es obvio que eso no era el comienzo de la desaparición del capitalismo chino, pero sería miope no ver en ello un serio toque de atención a los oligarcas existentes y a los futuros. El capitalismo occidental lo vio claro y dijo que fue "una represión que evidencia el poder centralizado de los comunistas", como se dijo en EEUU y se repitió en la moribunda Europa aunque lo que había era una acción que se incardina dentro de la "economía de mercado socialista" de China en la que los servicios bancarios y financieros operan bajo el control estatal para el interés público. Es decir: se atajó la especulación, las burbujas financieras y todo lo que es responsable de las crisis financieras cíclicas en el capitalismo.
No es que se fuese a producir algo así en China, pero de haberlo dejado se podría haber producido. Y el gobierno chino decidió actuar para que algo así no se produjese nunca.

Es evidente que no se puede negar que en los últimos 40 años de China, sobre todo los primeros 30 años de esos 40, el capitalismo fue crucial para impulsar el desarrollo de la China de hoy. Pero a un gran costo al que ahora se le están poniendo cotos. Reconocer esto es puro materialismo histórico. Y, ya puesto, se puede recurrir a Marx para argumentar que el control del capital es crucial para el proyecto de desarrollo socialista y que si se deja al capital a su albedrío pronto se podrá de manifiesto que sus intereses de clase superan su lealtad nacional.

La importancia de la educación

En ese camino de 40 años, China ha ganado mucho pero también ha perdido mucho en términos de filosofía y valores. El consumismo ocupa, como en nuestras sociedades, un lugar central. La mentalidad frívola, ansiosa y desinteresada, también. Los sueños burgueses son casi los mismos que en Occidente. Pero, a diferencia de en otras partes, en China hay mucha resistencia, especialmente en las universidades (1) y en un sector nada desdeñable de la juventud. Tanta, que ya ha obligado al gobierno a dar un golpe de timón, alejándose un tanto del modelo de enseñanza occidental y recuperando el propio.

La resistencia de los sectores universitarios tiene un notorio éxito: en enero de 2020 el Ministerio de Educación emitió una normativa por la cual las escuelas de primaria y secundaria solo pueden usar libros chinos, y no extranjeros como se hacía en muchas de ellas. La justificación dada no tiene contra-argumentación posible puesto que se habla de "desarrollar la autonomía académica en lugar de seguir ciegamente la educación extranjera".

Es en este sector donde se ha visto otro movimiento no inesperado pero sí sorprendente por su dureza: en julio de 2021 ha arremetido contra el muy lucrativo sector de la educación privada de dos maneras. Por una parte, aumentando los fondos y los medios a su sector público de enseñanza. Por otra, fortaleciendo su control sobre el sector de la educación privada.

En China la educación está muy por encima de la media de cualquier país, especialmente en el ámbito universitario, y las academias privadas, los cursos de apoyo y preparación a los exámenes y la educación competitiva llevan mucho tiempo haciendo su agosto. Hasta ahora. Los nuevos ricos, obsesionados con el éxito de su prole, no tienen reparos en gastar lo que sea para que se hagan un huequito entre la élite. Esto ha permitido que haya gigantes de la educación similares a Ma y algunos de ellos son quienes tienen como referencia el modelo educativo de EEUU.

La ley aprobada por el gobierno chino restringe bastante los privilegios de que gozaba la enseñanza privada. No solo eso, sino que está recuperando textos escolares de contenido propio, alejándose del "modelo occidental", y acotando también este campo tan importante de penetración del capitalismo en las nuevas generaciones.
Prácticas que hasta ahora eran si no alentadas sí toleradas se tienen que tentar la ropa a partir de ahora.

Y por si todo ello fuese poco, este mes de agosto ha arremetido contra la industria de los videojuegos y su impacto en los menores. No obstante, aquí hay que hacer una salvedad: no ha sido el gobierno, sino un sector del gobierno.

La historia comienza el domingo 1 de agosto cuando el "Diario de Información Económica", vinculado a la agencia Xinhua, publicó una investigación en la que calificaba a los juegos en línea como "el opio espiritual", como "la droga electrónica" de los jóvenes y decía que su impacto en la salud de los adolescentes no debe subestimarse. La referencia al opio en China es como mentar a la madre porque recuerda la "guerra del opio" con la que los occidentales hundieron el imperio chino, penetraron en el país, Gran Bretaña se anexionó Hong Kong y la drogadicción se generalizó de la mano de los occidentales.

La consecuencia inmediata fue que la principal empresa de videojuegos de China perdió en bolsa más del 6% al día siguiente, aunque hubo otras que perdieron hasta el 12%. Eso son miles de millones. Hay quien dice que el equivalente a 55.000 millones de euros.

El revuelo fue mayúsculo, y algo debió pasar dentro del gobierno o del Partido porque el artículo en cuestión fue suavizado con otro en el que desaparecía la expresión "opio espiritual" aunque se mantenía todo lo demás. Por ejemplo, que la adicción a los juegos en línea tiene "un impacto negativo en la fisiología y en la psicología de los adolescentes", que "afecta al rendimiento académico" y que "conduce a trastornos de personalidad".

Por una parte, el hecho de que se "suavizasen" algunas expresiones o desaparecieran, pero se mantuviese el grueso del artículo, indica una lucha evidente entre quienes apuestan por el negocio y quienes lo hacen por la población. El sector, como en todas partes, es muy lucrativo y genera cientos de miles de millones. Y ha habido una especie de "explicación" porque hay otro artículo posterior, el lunes 2 de agosto, en el que se dice que es "inmoral culpar a las compañías de videojuegos" porque "los padres y la comunidad en general son responsables de abordar el juego excesivo" y que "las escuelas, los desarrolladores de juegos, los padres y otras partes deben trabajar juntos".

Pero el toque de atención ha sido advertido por las empresas. La principal, Tencent, que controla la mitad del mercado chino, ya ha dicho -el martes, un día después de las pérdidas- que va a introducir "salvaguardias tecnológicas para limitar el tiempo de juego a los menores de 12 años". Dice que impondrá un sistema por el que solo se podrá jugar una hora diaria en los días escolares y dos horas en los fines de semana y fiestas, pudiendo jugar sólo hasta las 10 de la noche y nunca antes de las 8 de la mañana. Dice también que inspeccionará a cualquier usuario que siendo menor de edad finja ser un adulto.

En cualquier caso, lo interesante es el artículo. Decía que diversas encuestas han demostrado que casi el 12% de los alumnos juegan todos los días, que más del 26% lo hace cada dos o tres días y que deben implementarse medidas que complementen a las que ya se han puesto en marcha dirigidas a la enseñanza privada, sobre todo a las tutorías, para salvaguardar el bienestar social y construir un entorno cibernético saludable, porque, así, se apunta al desarrollo económico y social a largo plazo. Y decía algo más: "no se puede permitir que ninguna industria se desarrolle de una manera que destruya a una generación".

Ni qué decir tiene que lo más bonito que se ha dicho de esto en Occidente es "represión". Como es lógico, se habla de las pérdidas económicas (no solo de las compañías chinas, sino de las occidentales) y se estima que supondrán un billón de dólares. Y se preguntan si "la represión de Xi contra las empresas de tecnología y tutoría [enseñanza privada] se detendrá ahí". Aquí hay que fijarse: Rusia es "la Rusia de Putin", China es "la China de Xi". Nadie dice "los EEUU de Biden", "la Gran Bretaña de Johnson" o "la Francia de Macron". Putin y Xi personalizan toda la maldad del mundo y tiene que quedar claro siempre.

Pero claro, arremeter contra las medidas chinas no es políticamente correcto porque es algo que se produce también en Occidente, aunque no se actúa como en China. Por eso en un primer momento se dijo que "hay temor de que vaya demasiado lejos", que "dañe al sector" y que eso supondrá "dañar el crecimiento a corto plazo y la innovación a largo plazo". O sea, que se puede vigilar (un poquito) a los monopolios de los videojuegos pero, eso sí, sin asustar porque "eso produce una reducción del crecimiento del Producto Interior Bruto".

En cualquier caso, "China [la de Xi, algo que se repite ya de forma machacona] está restringiendo la economía privada" y eso supone que "los consumidores también están sufriendo".

Y de manera muy gráfica añaden: "los líderes del Partido Comunista parecen cada vez más cómodos aceptando un daño económico considerable para lograr objetivos no económicos". Capitalismo en estado puro: lo único importante es la economía y no lo social porque eso son "objetivos no económicos".

En medios chinos izquierdistas, que los hay (claramente maoístas), se habla muy bien de las medidas del gobierno "contra las tendencias antisociales" que "frenan los excesos del desarrollo capitalista" y "reafirman la primacía del socialismo". No he visto este discurso en las páginas gubernamentales, pero algo de eso hay.

Tanto que, ahora sí, cuando ya han pasado unos días, son muchos los medios de propaganda occidentales que se hacen eco de la "nueva represión". Se leen cosas como ésta: "Alibaba [la empresa de Ma] y Tencent, dos de las empresas más grandes de China y entre las más visibles para los inversores internacionales, han recibido grandes golpes". O esta: "Muchos inversores estadounidenses están tratando de anticipar posibles objetivos para la próxima represión de China". O esta otra: "Muchos analistas han recurrido a leer viejos discursos del presidente Xi y analizarlos en busca de pistas sobre otras empresas y negocios que podrían ser blanco de ataques".

Y Bloomberg, que controla más de un tercio de toda la industria financiera del capitalismo, es quien da la pista definitiva: "Xi ha denunciado el contenido en línea "obsceno", la desigualdad educativa y la especulación del precio de la vivienda en los distritos escolares populares". Y recalca: "en este punto deberíamos saber que Xi generalmente cumple con lo que dice".

El origen: el XIV Plan Quinquenal

A lo mejor se puede dar una pista de por donde van a ir ahora las cosas: los bienes raíces (edificios, terrenos, o sea vivienda), disponibilidad y asequibilidad de la atención médica (la experiencia de la COVID-19 es determinante) y la jubilación (protegerla y asegurarla en condiciones). No hay que olvidar que China tiene 1.400 millones de habitantes. Habrá más sectores, sin duda -como la educación, aún en proceso de renovación pese a lo contado más arriba-, pero el camino está claro y marcado desde un poco antes de estos movimientos anticapitalistas o de freno al capitalismo. Es lo que en China se conoce como "abordar las tres grandes montañas": sanidad, educación y vivienda.

El camino por el que ahora se está andando se trazó en el XIV Plan Quinquenal, aprobado en el XIX Pleno del Comité Central del PCCh (26-29 de octubre de 2020). En él hay una "combinación flexible" de capital público y privado, aunque destacando que "es el Estado el sujeto principal de la economía y quien establece las condiciones económicas". O sea, el interés de las empresas privadas está subordinado al Estado, como ha quedado palmariamente comprobado con la pandemia y cómo la enfrentó China y está quedando muy en claro también ahora, o más, con las medidas aprobadas (y las que vendrán).

Estas medidas están causando sorpresa y alarma en el mundo capitalista occidental. La multinacional financiera estadounidense Morgan Stanley ha sido quien más claro lo ha dicho hasta ahora (8 de agosto de 2020): "Se está produciendo un profundo cambio de política en China. Para lograr los objetivos de garantizar la estabilidad social y hacer que el crecimiento económico sea más sostenible, los responsables de la formulación de políticas han iniciado un ciclo de endurecimiento regulatorio de gran y amplio alcance. Este nuevo curso dará forma a la evolución de la economía y los mercados de capitales de China en los próximos años" (...) "Si bien este cambio de política no debería sorprendernos, dado que la desigualdad de ingresos es un problema mundial, la velocidad, la escala y la intensidad de las medidas que estamos viendo en China hoy son inesperadas".

Efectivamente, no se lo esperaban. Como tampoco han entendido, ni entienden, a China ni en el marco en el que todo esto se está haciendo: la conmemoración del centenario del Partido Comunista. Porque lo que dice el XIV Plan Quinquenal es que cuando China habla de "prosperidad común" y "país moderadamente próspero" es lo que está haciendo con la "circulación dual o doble circulación": reequilibrar la economía de China hacia el consumo. Es decir, se acabó eso de ser la fábrica del mundo. En otras palabras: menos capitalismo.

Morgan Stanley dice que esto es "un paso atrás desde la perspectiva macroeconómica". Pero esto esa algo previsible desde que se anunció que China ha logrado acabar con la pobreza absoluta. Se supuso que China, como Occidente, se iba a quedar ahí, manteniendo una bolsa "aceptable" de población en la pobreza. Pero no ha sido así. China ha terminado una etapa y ha abierto otra: terminar con la pobreza, sin calificativos. Por eso se habla de "país moderadamente próspero" y, para ello, y una vez lograda la primera meta, la abolición de la pobreza absoluta, abordar la desigualdad y terminar con ella.


De eso va el XIV Plan. Si se quiere reequilibrar la economía hacia el consumo, como se dice, se tiene que aumentar el nivel salarial. En eso se está. El año pasado, habiendo vencido al coronavirus, China incrementó el salario mínimo el 46,7%. Está claro que solo un aumento de salarios ayuda a los hogares, cierto, pero también afecta a los empresarios porque ganan menos. Es la eterna lucha entre capital y trabajo y, en China, ahora está ganando el trabajo. Por eso hay tanto nerviosismo, y malestar, en los grandes centros del capitalismo mundial que, quiérase o no, no están en China. Como dice de nuevo Morgan Stanley: "El resultado es que, a corto plazo, los efectos del ciclo de endurecimiento regulatorio deberían frenar el sentimiento empresarial general, reducir la inversión privada y afectar el crecimiento a futuro. También puede disuadir a los inversores globales de profundizar su participación en los mercados de capital de China".

Hay que recordar que la famosa estrategia de "doble circulación" diseñada en este XIV Plan Quinquenal apuesta de forma clara por el consumo interno frente a las exportaciones. Es decir, se mira más hacia dentro que hacia fuera, en todos los parámetros. Esto va a permitir a China impulsar el desarrollo socioeconómico de su población tanto a corto como a medio plazo y -lo más importante- libre de presiones externas. Todos los movimientos relatados se enmarcan en esa dirección porque van dirigidos a sectores en los que hay, por una parte, interés de los inversores extranjeros, con lo que se limita un tanto dicho interés del capital foráneo, y, por otra, se los circunscribe a un ámbito mucho más nacional y dentro de los parámetros establecidos por el Partido Comunista.

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Nota

(1) En 2014 se dio un importantísimo impulso a una campaña denominada "Más Marx, menos Occidente" impulsada por dos universidades, las de Henan y Nanjing, para presionar al gobierno chino con la finalidad de aumentar el número de asignaturas marxistas en el sistema de enseñanza. La campaña fue asumida por un colectivo de estudiantes llamado "Jóvenes Marxistas" y se ha extendido en la práctica totalidad de los campus universitarios. Se critica la "pérdida de valores y confusión social" en que se encuentran los estudiantes ante una sociedad que va perdiendo de forma progresiva su propia cultura en detrimento de los valores occidentales al calor de las prácticas capitalistas que se han implantado desde hace casi 40 años en China. El movimiento ha adquirido una magnitud tal que el gobierno se ha visto obligado a ir "desoccidentalizando" las materias universitarias e introduciendo lo que el gobierno llama "cursos de pensamiento y política", aunque no quiere darles un cariz tan marxista como el que reclama este movimiento. Sin embargo, no puede dejar de tenerlo en cuenta y así hay que interpretar la arremetida contra la enseñanza privada y la nueva reglamentación del Ministerio de Educación
https://www.lahaine.org/mundo.php/china ... apitalista

Saludos
"Nadie tiene derecho a disfrutar de la vida a expensas del trabajo ajeno"
(G. Zhukov)

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