Entrevista a E.H. Carr, "El historiador" de la URSS

Historia de la URSS, nacimiento, superpotencia, desaparición.

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Kozhedub
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Entrevista a E.H. Carr, "El historiador" de la URSS

Mensaje por Kozhedub »

Responsable de la que se sigue considerando obra canónica sobre la Revolución Rusa ("Historia de la Revolución Rusa", ocho volumenes, Alianza, Madrid, 1974-79), Carr se aproximó al fenomeno con ánimo crítico para acabar reconociendo que la URSS no era, pese a sus muhcos defectos, el ogro que se presentaba en occidente. Denostado durante los años posteriores a la caída del muro por este "giro indeseable" a la izquierda, su rigor y amplitud y la reciente crisis han vuelto a poner de relieve el valor de su trabajo.

A principios de los ochenta aparecía publicada una extensa e interesante entrevista con este académico británico. Dejo un breve extracto, el resto puede leerse en el enlace:
Una entrevista con E.H. Carr sobre la URSS y las izquierdas
Esta entrevista de otoño de 1978, y se puede considerar como la más completa de las que le hicieron a E.H. Carr, hasta el momento el mayor historiador que haya existido sobre la Rusia soviética
Pepe Gutiérrez-Álvarez (Para Kaos en la Red) [01.08.2008]
Edward Hallett Carr (28 Junio 1892 – 3 Noviembre 1982)

El lector interesado, encontrará un estudio mío en Kaosenlared y en L´Espai Marx, sobre Carr (E.H. Carr: del conservadurismo al marxismo), en el que encontrará los datos que justifican la afirmación de arriba según la cual Carr es “hasta el momento el mayor historiador que haya existido sobre la Rusia Soviética”, lo que no quiere decir que, en determinados aspectos, investigadores más recientes, y con todas las posibilidades que implican la misma existencia de un trabajo como el suyo, y por supuesto, la apertura de archivos que permanecían sellados en su tiempo, le hayan superado en tal o cual aspecto. Sin embargo, dudo de que estas superaciones parciales puedan cuestionar el valor de conjunto de una obra tan vasta, un empeño de los que ocupan casi una vida.

Lo más singular de E.H. Carr es que comenzó siendo un demócrata conservador perfectamente a tono con lo que se esperaba de un profesional con tanta capacidad, tantos títulos y tan bien situado, y que como tal comenzó a escribir sobre la historia del socialismo, una materia que en su tiempo ya era frecuente en otros profesionales al servicio del orden, y de las universidades que suministraban munición cultural para la “guerra fría”. De esta época data su primera controversia con Isaac Deustcher, y de la que surgió, primero una creciente afinidad, y más tarde una identificación tan estrecha que se concreto incluso con el trabajo conjunto con Tamara Deustcher, viuda desde 1967, y también investigadora.

En contra de las posiciones estrechas, la entrevista con Carr nos muestra a un investigador que tiene –por supuesto- sus ideas propias, y que las expresa con vehemencia pero también de manera especialmente cuidadosa. No en vano, tanto Deustcher como Carr se erigieron como la expresión más avanzada de los estudios marxistas (de los que hubo ramas en casi todos los países) sobre una historia tan reciente, tan palpitante y tan controvertida como la de la Rusia soviética cuyos rupturas y continuidades quedaran minuciosamente enmarcadas en una obra que los estudiosos de la izquierda no pueden todavía prescindir, ni mucho menos. Carr es siempre citado en toda clase de estudios.

Copiosamente publicado en castellano desde los años sesenta hasta principios de los ochenta, la obra de Carr cayó en el ostracismo con la ola fría de neoconservadurismo histórico que puso su nombre en busca y captura, como el de ingenuo liberal, un nuevo “compañero de ruta”, que no se había enterado del carácter “intrínsicamente perverso" del comunismo al decir papal, y de los profesionales como François Furet (por no hablar de la “colla” hispana con sus Antonio Elorza, Santos Julia, Fusi, Culla, etcétera), cuyas biografías eran, justamente al revés que la de Carr. Ellos empezaron como jóvenes radicales y acabaron trabajando para las grandes cadenas de la “información”…

OCTUBRE HOY. ENTREVISTA (*)
Acaba usted de concluir la Historia de la Rusia soviética, (1) obra que, con sus catorce volúmenes, cubre el período comprendido entre los años 1917 y 1929, y abarca todos los campos de estudio de las primeras experiencias de la URSS. Desde una visión retros­pectiva amplia, ¿cómo interpreta el significado que, hoy en día, tiene la Revolución de Octubre para Rusia y para el resto del mundo?

Empecemos por el significado que tiene para la propia Rusia. No hará falta hacer hincapié en las consecuencias negativas de la Revolución. Durante varios años, y especialmente en estos últimos meses, han sido el tema obsesivo en los libros que se han publicado, en los periódicos, en la radio y en la televisión. No hay peligro de que se corra un tupido velo sobre los diversos aspectos negros del historial de la Revolución, sus costos en sufrimientos humanos ol os crímenes cometidos en su nombre. El peligro estriba, más bien, en que sucumbamos a la tentación de olvidar por completo, o de silen­ciar sus inmensos logros. Y estoy pensando en la determinación, la dedicación, la organización, las ingentes dosis de ardua labor que, a lo largo de estos últimos sesenta años, han transformado Rusia y la han convertido en una de las principales naciones industriali­zadas y en una de las superpotencias. ¿Quién hubiese podido pre­decir algo semejante en 1917?. Pero, aún más que esto, estoy pen­sando en las transformaciones que se han producido, con posterioridad a 1917, en la existencia del pueblo llano: la transformación de Rusia, de ser un país en el que más del 80 por 100 de su población eran campesinos analfabetos o semianalfabetos, en un país de cuya población el 60 por 100 reside en núcleos urbanos, que está totalmente, y que está adquiriendo a marchas forzadas los elementos de la cultura urbana. La mayoría de los miembros de esta nueva sociedad son nietos de campesinos; algunos incluso son biznietos de siervos. Es imposible que no tengan en mente lo que la Revolución ha hecho por ellos, y todo esto ha sido posible gracias al rechazo de los criterios fundamentales de la producción capitalista --beneficios y leyes de mercado-- y su substitución por un plan económico global orientado a la promoción del bienestar común. Al margen de las promesas que hayan quedado sin cumplir, lo que se ha hecho en la URSS durante los últimos sesenta años, a pesar de las tremendas interrupciones provocadas desde el exte­rior, constituye un progreso extraordinario en el camino de la reali­zación del programa económico del socialismo. Ni que decir tiene que soy plenamente consciente de que cualquiera que hable de los logros de la Revolución será inmediatamente tildado de estalinista. Pero yo no estoy dispuesto a aceptar esta especie de chantaje moral. Después de todo, cualquier historiador inglés puede cantar alabanzas a los logros obtenidos durante el reinado de Enrique VIII sin que, por ello, se le suponga favorable a la decapitación de esposas.

Su Historia cubre el período en el que Stalin estableció su poder autocrático en el seno del partido bolchevique, derrotando y elimi­nando a las sucesivas oposiciones, y echando los cimientos de lo que posteriormente se denominaría estalinismo, como sistema político. En su opinión, ¿hasta qué punto su victoria en el seno del PCUS era inevitable? ¿Cuáles eran los márgenes de maniobrabilidad, du­rante los años veinte?

Tengo tendencia a evitar las cuestiones de inevitabilidad en his­toria, porque conducen a un callejón sin salida. Al plantearse un porqué, el historiador se pregunta porqué, de entre todas las posi­bilidades existentes en un momento dado, se seleccionó una con­creta. Si hubiesen confluido distintos antecedentes, los resultados hubiesen sido distintos. No tengo demasiada confianza en lo que se ha dado en llamar "historia contrafactual". Esto me recuerda un proverbio ruso que Alec Nove gusta de citar: «Si la abuela tuviese barba, la abuela sería el abuelo». Tratar de recomponer el pasado para adaptarlo a las predilecciones personales y al punto de vista de cada cual es una actividad muy relajante. Pero no creo que sea ver­daderamente útil.

Sin embargo, sí insiste en que haga especulaciones, entonces le diré lo siguiente. Si Lenin hubiese vivido, en plenitud de sus facul­tades, durante los años veinte y treinta, habría tenido que hacer frente exactamente a los mismos problemas. Él sabía perfectamente bien que la mecanización a gran escala de la agricultura era la pri­mera condición para que hubiese progreso económico. Dudo de que hubiese estado de acuerdo con la «industrialización a paso de caracol» propuesta por Bujarin, y no creo que hubiese hecho demasiadas concesiones al mercado (acuérdese de su insistencia en mantener el monopolio del comercio exterior). Sabía perfectamente que, sin un control y una dirección eficaz del trabajo, no se llegaría a ninguna parte (recuerde sus observaciones acerca de la «dirección en manos de un solo hombre» en la industria, e incluso acerca del «tayloris­mo»). Pero Lenin no se basaba únicamente en una tradición huma­nista, sino que gozaba, además, de un prestigio enorme, de una gran autoridad moral y de poderes de persuasión; y estas cualidades de las que no estaba dotado ninguno de los restantes dirigentes, lo hubieran incitado y capacitado a minimizar y mitigar el elemento de coacción. Stalin carecía absolutamente de autoridad moral (pos­teriormente, trató de forjársela de la manera más cruda). Tan sólo entendía de coerción, que practicó de buen principio abierta y bru­talmente. Con Lenin, las cosas no hubiesen sido más sencillas, pero hubiesen sido completamente distintas. Lenin no hubiese tolerado la falsificación de datos, actividad a la que Stalin se dedicó de modo permanente. De producirse fallos en la política o en la praxis del partido, los hubiese reconocido y admitido como tales. No hubiese considerado -como Stalin hizo- brillantes victorias lo que no eran sino expedientes desesperados. Con Lenin, la URSS no se hubiese convertido en lo que Ciliga denominara «la tierra de la gran mentira». Estas son mis especulaciones. Si bien carecen de valor, por lo menos manifiestan, en parte, mis creencias y mis opiniones.


Su Historia concluye en el umbral de los años treinta, con la puesta en marcha del primer plan quinquenal. La colectivización y las purgas quedan para fecha más posterior. En el prefacio del primer volumen, usted escribía que las fuentes soviéticas para el período de los años treinta eran tan escasas que le resultaba imposible pro­seguir con ellas la investigación en el mismo plano. ¿En la actua­lidad, la situación es la misma, o se han publicado últimamente más documentos referentes a áreas selectas? ¿Le impide esa pobreza de archivos llevar sus investigaciones más allá de 1929?


Mucho es lo que se ha publicado, desde que yo escribí el prefa­cio en 1950, pero aún quedan zonas oscuras. R. W. Davies, quien colaboró conmigo en el último volumen económico, trabaja actual­mente en la historia económica de los años treinta, y estoy seguro de que los resultados serán convincentes. Últimamente me he inte­resado por las relaciones exteriores de este período y el proceso de constitución del frente popular; tampoco en este caso me he encon­trado con escasez de materiales. Pero la historia política, en un sentido estricto, es, más o menos, un libro cerrado. Evidentemente, tuvieron lugar grandes controversias. Pero, ¿entre quiénes? ¿quié­nes vencieron? ¿quiénes perdieron? ¿qué compromiso hubo? No se dispone de documentación que sea equiparable a la de los debates relativamente libres que tenían lugar en los congresos del partido durante los años veinte, o las plataformas de oposiciones. Una es­pesa niebla envuelve todavía episodios tales como el asesinato de Kirov, la purga de los generales o los contactos secretos entre los enviados soviéticos y los alemanes, que, en opinión de muchos, tuvieron lugar a fines de los años treinta. Más allá de 1929 ya no hubiese podido seguir escribiendo la Historia con la misma confianza de que conocía la clave de lo que había sucedido.

A menudo se presenta a los años treinta como la línea divisoria o de ruptura, en la historia de la URSS. El grado de represión que se liberó en el campo, con la colectivización y que sacudió la tota­lidad de los propios aparatos del partido y del estado con el gran terror, según se dice, alteró cualitativamente la naturaleza del régi­men soviético. La razón de las purgas y de los campos, que no ha vuelto a reproducirse a tal escala en ninguna otra revolución socialista, ha permanecido oscura hasta nuestros días. ¿Cuál es su opinión al respecto? ¿Considera válida la noci6n de la ruptura, especialmente después del XVII Congreso del partido, noción que tiene gran predi­camento en la propia Unión Soviética?

En esto nos encontramos ante la famosa cuestión de la "periodi­zación". Un acontecimiento del orden de la Revolución de 1917 es tan dramático y tan arrollador en sus consecuencias que aparece en la mente de cualquier historiador como uno de los momentos cardi­nales de la historia, el fin y el principio de un período. Sin embargo, hablando en términos generales, es el propio historiador quien tiene que definir sus períodos y, en el proceso de selección de materiales, decidir cuáles son los «momentos cruciales» o las «líneas divisorias»; la elección que haga reflejará, con frecuencia, ya no dudarlo incons­cientemente, sus propios puntos de vista, sus propias opiniones con respecto a la secuencia de los acontecimientos. Los historiadores de la Revolución rusa, desde 1917 hasta, pongamos, 1940, tienen que enfrentarse a un dilema. El régimen revolucionario que comenzó como una fuerza liberadora se vio asociado, mucho antes de que concluyera ese período, a una represión de una crueldad inimaginable. ¿Debe el historiador considerar la totalidad del período como un proceso continuo de evolución…o de degeneración? ¿O debe divi­dirlo en dos períodos distintos, de liberación y de represión, respec­tivamente, separados por una línea divisoria significativa? Historia­dores serios que han adoptado la primera opción (de ellos excluyo a esos tratadistas de la guerra fría que simplemente pretenden oscu­recer a Lenin con los pecados de Stalin) pondrán de relieve que tanto Marx como Lenin (cargando las tintas en este último) confir­maron el carácter esencialmente represivo del estado; que, desde el mismo momento en que la República Soviética rusa se autopro­clamó estado se convirtió ineludiblemente en un instrumento de represión; y que este elemento creció monstruosamente, pero no fue modificado esencialmente, a causa de las presiones y vicisitudes a que se vio sometido con posterioridad. El historiador que adopta el segundo punto de vista parece hallarse ante un caso mucho más plausible, hasta que haya establecido la línea divisoria. ¿Hay que situar el paso a una política de represión en masa en la época de la revuelta de Kronstadt, en marzo de 1921, o tal vez con ocasi6n de los levantamientos campesinos en la Rusia central, ocurridos durante el invierno precedente? ¿O debe relacionarse con la conquista de la maquinaria del partido y del estado por Stalin, a mediados de los años veinte, con las campañas contra Trotsky y Zinóviev, y con la expulsión y destierro de numerosísimos opositores significados, en 1928? ¿O con los primeros procesos públicos a gran escala, en los que los acusados se declaraban culpables de cargos tan estrambó­ticos como sabotaje y traición, en 1930 y 1931? Los campos de concentración y de trabajos forzados ya existían mucho antes de 1930. No me siento inclinado hacia una solución que retrase la línea divisoria hasta mediados de los años treinta. Como dije anterior­mente, la delimitación de los períodos responde a los criterios del historiador. No puedo evitar la sensación de que esta especie de perio­dización está cortada a medida para poder explicar y disculpar la enorme ceguera de los intelectuales occidentales de izquierda ante el carácter represivo del régimen. Pero ni aun así basta. En los mismos momentos en que se estaban desarrollando las grandes pur­gas y procesos, los intelectuales de izquierda afluían, en un número sin precedentes, a los partidos comunistas occidentales.
Texto completo en http://www.kaosenlared.net/noticia/entr ... izquierdas

Carr no vivió para ver la caida de la URSS. No obstante, en sus planteamientos acerca de la futura evolución del sistema capitalista a escala global aventuró un factor que ya estamos viviendo treinta años después de concedida esta entrevista:
Usted me plantea un reto, al citar mis últimas palabras en ¿Qué es la historia? Sí, creo que el mundo marcha hacia adelante. No he modificado mi opinión de que 1917 es uno de los momentos crucia­les de la historia. Y, lo que es más, todavía afirmo que 1917, con­juntamente con la guerra de 1914-1918, marcaron el principio del fin del sistema capitalista. Pero el mundo no está en movimiento perpetuo, ni se mueve en todas las partes al mismo tiempo. Estoy tentado de decirle que los bolcheviques no obtuvieron su victoria en 1917 a pesar del atraso de la economía y de la sociedad rusas, sino gracias a ello. Creo que debemos considerar seriamente la hipó­tesis de que la revolución mundial, de la que 1917 fue el primer acto y que completará el hundimiento del capitalismo, será la revuel­ta del mundo colonial contra el capitalismo, en su aspecto de impe­rialismo, más que la revuelta del proletariado en los países capita­listas avanzados.
Saludos.
"Nadie tiene derecho a disfrutar de la vida a expensas del trabajo ajeno"
(G. Zhukov)

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barvarroja
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Re: Entrevista a E.H. Carr, "El historiador" de la URSS

Mensaje por barvarroja »

Kozhedub escribió:
Carr no vivió para ver la caida de la URSS. No obstante, en sus planteamientos acerca de la futura evolución del sistema capitalista a escala global aventuró un factor que ya estamos viviendo treinta años después de concedida esta entrevista:
Usted me plantea un reto, al citar mis últimas palabras en ¿Qué es la historia? Sí, creo que el mundo marcha hacia adelante. No he modificado mi opinión de que 1917 es uno de los momentos crucia­les de la historia. Y, lo que es más, todavía afirmo que 1917, con­juntamente con la guerra de 1914-1918, marcaron el principio del fin del sistema capitalista. Pero el mundo no está en movimiento perpetuo, ni se mueve en todas las partes al mismo tiempo. Estoy tentado de decirle que los bolcheviques no obtuvieron su victoria en 1917 a pesar del atraso de la economía y de la sociedad rusas, sino gracias a ello. Creo que debemos considerar seriamente la hipó­tesis de que la revolución mundial, de la que 1917 fue el primer acto y que completará el hundimiento del capitalismo, será la revuel­ta del mundo colonial contra el capitalismo, en su aspecto de impe­rialismo, más que la revuelta del proletariado en los países capita­listas avanzados.
Saludos.
Interesante artículo, otro libro que "si encuentro" me gustaría leer, porque encontrar en el mercado algún libro de los que se recomiendan en casa rusia... :corre: :corre: . De la vida y aventuras de Lady di los que quieras, pero de la URSS tratados con seriedad y rigor histórico :nono: :nono: :nono:. Quizás la princesita sea históricamente más importante que Krushev¡¡¡¡

Una vez escuché a Eduardo Galeano decir que aquello de la URSS ni era comunismo ni era nada¡¡¡ a mi me gusta mucho escuchar a este autor; y creo que muchos de los discursos de Chávez tienen su firma. Pero en esa afirmación creo que se equivocó de cabo a rabo. Precisamente la URSS fue un país comunista 100%, es evidente que los comienzos son duros y todo requiere para su sofisticación un periodo de tiempo; nunca hubiera existido la revolución industrial en la capitalista Inglaterra sin los esfuerzos intelecutales de la edad media, quizá algún día la se acepte que la revolución de 1917 cambió por completo el mundo; nada más gráfico que este pasaje de un libro interesantísimo que me estoy leyendo sobre Kenndy;
.....La noche anterior, el primer ministro soviético había invitado a Harriman a compartir su palco en la ceremonia de clausura de una competición de atletismo entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Mientras la muchedumbre vitoreaba a los dos dirigentes, el acaudalado e impecablemente vestido y arreglado Harriman observaba a su anfitrión, calvo y rechoncho, un hombre con los rúticos y modales y las crudas emociones de sus raíces campesinas, y vio los ojos llenos de lágrimas de Jrushchev....
Lucha de clases ni más ni menos; sin lugar a dudas las nuevas generaciones de comunistas, si bien de origen obrero, tendrán un grado más de porte que Jrushchev, quizá por ello también de una mala leche más sibilina y efectiva.....

Saludos¡¡¡
O comemos todos¡¡¡¡ o patada a la olla¡¡¡¡¡¡¡

Kozhedub
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Re: Entrevista a E.H. Carr, "El historiador" de la URSS

Mensaje por Kozhedub »

Se publica un libro sobre la obra de este historiador. Dejo un amplio extracto, pero las notas y demás pueden leerse en el enlace:
Se publica E.H. Carr. Los riesgos de la integridad.

Después de la oleada revisionista que nos trajo el neoliberalismo con su cohorte de historiador como Furet o Service y demás “chiens de garde”, es hora de recuperar a los grandes como E. H. Carr…Pepe Gutiérrez-Álvarez | Para Kaos en la Red | Hoy a las 15:01 | 183 lecturas
http://www.kaosenlared.net/noticia/publ ... integridad
Después de la oleada revisionista que nos trajo el triunfal-capitalismo con su cohorte de historiador como Furet o Service, es hora de recuperar a los grandes como E.H. Carr al que conoceremos mejor desde ahora gracias a estudios como el de Jonatham Haslam, E.H. Carr. Los riegos de la integridad, traducción de Belén Quintás de la edición británica de Verso, y que ha publicado la Universitat de València, como parte de una colección de publicaciones que merecen la más ala consideración.

Edward Halleath Carr (1) fue representativo de una época en la que numerosos intelectuales oscilaron desde la derecha hacia la izquierda, o sea justo al revés que en el último cuarto de siglo.

Proveniente de la escuela tradicional británica acabó sus días como un marxista tardío puede ser justamente considerado como uno –sino el que más- de los historiadores más exhaustivos y rigurosos sobre la compulsiva historia de la Rusia Soviética, tema al que dedicó buena parte de su vida. Esta obra culminante de una historiografía situada más allá de la denigración y del oficialismo apareció publicada en castellano en la segunda mitad de los años setenta, en una fase en la que autores como Carr, se imponían tanto a la escuela de falsificaciones oficialistas que comenzó a instaurarse en la URSS después de la muerte de Lenin, y a la “sovietología” dedicada a descalificar una experiencia en la que querían ver el estigma totalitario como algo inherente a su propia existencia...

La monumental Historia de la Rusia Soviética, a la que el minucioso historiador británico dedicó aproximadamente un tercio de su larga existencia (2). La última entrega se cerró con la edición del estudio sobre las relaciones exteriores de la Rusia soviética durante los años que van desde 1926 a 1929, concluye la entrega del cuarto apartado, cuyo título general es Bases de una economía planificada. Sobre la importancia de esta obra escribió muy tempranamente (1954). Isaac Deutscher, su crítico inicial, pero que fue posiblemente el autor que más influyó (su compañera Tamara Deutscher pasó a ser la principal colaboradora de Carr tras la muerte de Deutscher) sobre E.H. Carr: “El mérito notable de Carr consiste en que él ha sido el primer genuino historiador del régimen soviético, Ha emprendido una tarea de enorme alcance ya gran escala (,..) Contempla la escena con la imparcialidad del que está, si no au-dessus de la melée, al menos au-delá de la mêlée. Desea dejar a sus lectores la comprensión, y él mismo investiga los hechos y las tendencias, los árboles y el bosque. Es tan austeramente concienzudo y escrupuloso como penetrante y agudo. Tiene instinto especial para ver el esquema y orden de las cosas, y presenta sus hallazgos con lucidez. Su Historia tiene que ser estimada como un logro verdaderamente notable (3) .

La Historia del profesor Carr cobró en su momento nuevos relieves en un momento como el presente en el que con la reedición de la "guerra fría", la cuestión del comunismo y de la URSS ha recobrado sus añejas connotaciones demoníacas, y en la que -como ya ocurrió en los años cincuenta una hornada de antiguos liberales izquierdistas renegados se citan a la hora de descalificar como "muy sospechosa" una obra como la suya en la que se ve el perverso deseo de justificar la URSS, la actuación de un falso demócrata y científico a la manera de los viejos "compañeros de viaje" (categoría de la que formaron a veces la peor parte algunos de los anticomunistas más furibundos de la época), y lo en el mejor de los casos, de un "ingenuo optimista" ante las conquistas del sistema soviéticos. El propio Carr en una de sus contadas declaraciones públicas ha replicado con vigor estas acusaciones y ha subrayado su tras fondo (4).

Uno de los méritos incuestionables de Carr es de por sí la propia obra. Se trata, sin lugar a dudas, del trabajo más documentado y riguroso que se ha escrito hasta el momento sobre la formación de la URSS y su publicación marca un antes y un después en una bibliografía que por su amplitud sobrepasa a cualquier otro acontecimiento del siglo, y dentro de la cual el capítulo de los que merecen el olvido es muy superior a los títulos imperecederos. El mérito siguiente radica en el equilibrio analítico del autor, tiene su capacidad para no ceder a más presiones que las exigidas de su propia y exhaustiva investigación. Se puede hablar en este sentido de un tour de force gigantesco no sólo por la extrema amplitud de la empresa cuya complejidad desbordó el proyecto inicial de ocho volúmenes, sino también del esquema mental de un hombre que empezó su viaje como un conservador opuesto a la utopía revolucionaria y lo concluyó dominando una concepción de la historia renovada tal como se manifiesta en su obra teórica ¿Qué es la historia?, que "representó en su época un valiente ataque contra las ortodoxias de la "guerra fría" y durante dos decenios ha gozado de merecido renombre por ser la crítica más radical y accesible de los supuestos que subyacen en la práctica histórica ortodoxa. Es una mezcla rara de elegancia de viejo estilo y compromiso con el cambio revolucionario"(5).

El propio Carr estima en el prefacio de uno de sus volúmenes que todavía queda mucho por hacer, particularmente en lo que se refiere a los problemas de la política exterior soviética ( no en vano su obra póstuma tiene como eje el VII Congreso del Komintern), sobre la que existe una inmensa documentación dispersa en los archivos de numerosos países (por ejemplo, todavía se está por escribir un estudio serio sobre el papel de la URSS en la España de los años treinta), sobre todo en los soviéticos que, como es sabido, tienen bloqueado su acceso. Esto último ha obligado a Carr a investigar en base a un material por lo general ya conocido, problema que en opinión de expertos como Isaac Deutscher, Carr ha resuelto, pudiendo afirmar que ((es dudoso que los archivos, cuando sean abiertos, obliguen al historiador a revisar fundamentalmente el cuadro que ahora puede formar sobre la base de los materiales ya publicados (6). En otro de sus prefacios Carr hace constar las inconveniencias pero también las ventajas que conlleva analizar un tiempo históricamente tan próximo: en pocas vicisitudes históricas se reflexionó tanto y tan abiertamente sobre los hechos, y nunca una dirección revolucionaria ha poseído una conciencia histórica tan extremadamente desarrollada como la tuvo la élite militante y dirigente del bolchevismo y del primer comunismo internacional.

En su concepción inicial, que tan claramente se trasluce en los tres primeros tomos de la obra, Carr es un historiador tradicional, especialmente interesado en las instituciones -por ejemplo, se explaya con particular interés en la Constitución soviética y en los problemas diplomáticos, en tanto que los grandes aspectos de las ideas revolucionarias quedan relegados a pequeños capítulos aparte-, y asiste con cierto estupor a los grandes avatares revolucionarios, a las impresionantes acciones de masas, y se orienta hacia los problemas de la construcción del Estado.

Esto resulta bastante más claro en los primeros volúmenes en los que se encuentran grandes lagunas. Algunas de ellas se refieren a corrientes políticas importantes como la de los partidos que se reclamaban del socialismo, otras q acontecimientos como el de Kronstadt de 1921 que "iluminaron la realidad como un relámpago la noche" (Lenin), y otras realidades por lo general poco consideradas pero de indudable importancia como lo fueron la vida cotidiana, los intentos de emancipación de la mujer o la integración de la cultura judía. El lector interesado en todas estas cuestiones tendrá que buscar necesariamente lecturas complementarias (7). Acusaciones similares se han hecho a los apartados siguientes respecto a la importancia de la Oposición de Izquierda, pero esto resulta ya a nuestro juicio más discutible.

Como hemos señalado más atrás, Carr opera un auténtico tour de force para escapar de una concepción de la historia en la que no habría margen o en la que los márgenes serían muy estrechos. No hay duda que hay la tentación de una explicación institucional -la revolución encontró su raison d'étre cuando halló su raison d' Etat-, que ha seducido a tantos historiadores. Según esta explicación, y al igual que ocurrió con otras grandes revoluciones, la época institucional y burocrática fue la continuación objetivamente inevitable de la época heroica de la revolución. Dicho con otras palabras: Stalin fue el realismo y Trotsky la utopía. Quizás sea este el problema más complejo y difícil que se le presenta a todo el que trata de analizar el proceso revolucionario soviético, y representa una auténtica piedra de toque a la que buena parte de especialistas trata de eludir o de zanjar en función de un parti pris. Carr se enfrenta con el problema con valor y rehuye cualquier simplificación.
Desmantela minuciosamente todas las concepciones doctrinarias que hacen concluir el ciclo revolucionario en una fecha tópico: con Brest-Listovk (los eseristas de izquierda), en 1920-1921, fechas de la represión del Ejército insurgente de Ucrania de Maknó y de la insurrección de Kronstadt (definitorias para la escuela anarquista), instauración de la NEP (para los consejistas), fallecimiento de Lenin, expulsión de Trotsky, etc...Para Carr está claro que existe una simultaneidad, una continuidad y una negación, pero trata más de investigar los hechos que de sacar conclusiones. No descarta - en su famosa entrevista para la New Left Review- que hay un cambio cualitativo trascendental en la década ulterior a la que comprende su estudio, pero sigue manteniendo su ponderación subrayando las dificultades para analizar todo lo que ocurrió.

A lo largo de toda la Historia, Carr atenúa su inclinación hacia una historia hecha para arriba y no para abajo. En este esquema hay al mismo tiempo un imperativo objetivo y una opción reformada por parte del autor. No hay que olvidar que Carr, apegado al protagonismo de la documentación, se encuentra con un material escrito verticalmente, o sea en el que la historia es hecha por los grandes personajes. Los soviets, por ejemplo, aparecen como núcleos activos y bulliciosos encabezados por grandes cabezas. Luego no se hace notar su desvanecimiento y la caída de estas grandes cabezas (en especial la de Trotsky) parece ser producto de condiciones ajenas a la decadencia del movimiento de masas. El Estado y los gobernantes no aparecen, a nuestro juicio, claramente vinculados a la sociedad y a los movimientos sociales. Naturalmente" este método resulta tanto más insuficiente cuando lo ...que se está estudiando es una revolución, dicho de otra manera, la quiebra de un Estado ante el embate de una movilización de masas impresionante.

Como diría Lenin, una revolución social se produce cuando hasta los sectores sociales más atrasados quieren hacer valer sus exigencias políticas. Naturalmente, Carr no ignora esto, pero se acerca a ello con la mentalidad de un profesor apasionado por las medidas políticas. Entiende que, inexorablemente, la utopía tiende a convertirse en un gobierno estable.

Como toda obra maestra, la de Carr es susceptible de muy diversas lecturas y su esquema va asumiendo mayor grado de matización y de complejidad en la medida en que avanza. Esto resulta perceptible en el capítulo de los personajes protagonistas, quizás porque en el retrato que ofrece planean la influencia de las famosas biografías de Stalin y Trotsky que escribió Deutscher y que para Carr son lo más capacitado que se ha escrito sobre la historia de la URSS.

Se ha dicho con cierta insistencia que hay un culto en Carr hacia Lenin -alguien dijo que ocupaba en la obra un papel análogo al que juega Julio César en la Historia de Roma de Mommsen-, y que tiende a justificar al propio Stalin. Esto es un disparate" a menos que se contemple con ojos como los de David Shub o de Robert Conquest (al que un cínico Martin Amis lee de rodillas ante el gozo de los expertos mediáticos del anticomunismo tipo del excomunista Antonio Elorza), para los que Lenin fue ante todo el antecesor de Stalin y éste último la simple encarnación del mal. También en este apartado hay mucho que decir y serían necesarias más reflexiones para comprender la posición de Carr.

Es bien conocido el debate (indirecto) que Deutscher desarrolla con Trotsky sobre el carácter imprescindible de Lenin, que para el historiador anglo polaco viene a ser una subestimación del propio Trotsky y una concesión de éste al culto leninista. Carr no entra en la polémica, sin embargo en la obra la figura de Lenin predomina el escenario de la revolución y el Estado, y parece que es esta acción la que justifica su actuación previa a la revolución. Su Lenin es ante todo un gran hombre de Estado y mucho menos un revolucionario, un gran negador. Es esta tendencia de Carr la que ha hecho que su descripción de Stalin haya aparecido como suave (si no positiva) para muchos comentaristas, aunque está claro que no esconde ninguna de las deformaciones, barbaridades y traiciones del "teórico" del "socialismo en un sólo país", una idea que por lo demás, es plenamente deudora de la fase más moderada de Nikolai Bujarin.

También puede aparecer que hay una cierta tendencia en ver las huellas de éste en el período “clásico” leninista con todas sus convulsiones, comenzando por una guerra civil que sitúa la Rusia soviética al borde del abismo.

Esta orientación se hace más nítida a la hora de juzgar actuaciones políticas como el tratado de Rapallo, la revolución internacional o actitudes como la de Trotsky que renuncia a emplear su autoridad en el Ejército Rojo para desplazar del poder a unos adversarios que no se caracterizaban precisamente por su limpieza política. Las tremendas dificultades con que se encontró el proceso revolucionario -la guerra civil, las malas cosechas, el descoyuntamiento de la clase obrera, etc- , llevó a la dirección bolchevique un poco a quemar todo lo que antes adoraban y adorar lo que antes quemaban. En este contexto hay que situar actuaciones como la de Kronstadt, la prohibición de las tendencias organizadas y la búsqueda de salidas internacionales. Deutscher ve un marcado pesimismo en la incomprensión en Carr; éste plantea que también puede ocurrir un poco lo contrario: que Deutscher fuera excesivamente optimista. La cuestión es compleja, y el hecho es que Carr nunca fuerza los datos en pro de una argumentación apriorística. Lo mismo se puede decir de su actitud ante el drama de la revolución mundial. Su estudio revela la grave incorrespondencia existente entre el planteamiento revolucionario y la realidad objetiva.

Los bolcheviques que se enfrentaron ante la gigantesca tarea de una Internacional para la revolución aquí y ahora, se dieron de bruces con una situación infinitamente más compleja que la de 1917 y su sustituismo involuntario de primera hora evidenciaba las carencias de los grupos revolucionarios locales. Aquí el bosque es particularmente espeso, y asombra la capacidad de Carr para al menos no perderse en sus vericuetos más inesperados aunque mantiene una notable sensación de desbordamiento seguramente inevitable ante una tarea imposible de abarcar en el actual estadio de la documentación y de investigaciones realizadas. También es comprensible la sensación de que la trascendencia y la importancia política de la Oposición de Izquierda desfallece ante la inclinación institucionalista del autor.

Sin embargo, hay que considerar que Carr se atiene a los años veinte y que los pesos y medidas no pueden los mismos que los que tendrían que comprender una extensión de la historia hacia la década siguiente en la que el dilema entre la instauración del "socialismo en un sólo país" y la “revolución permanente" apareció con mayor nitidez, sobre todo con el ascenso resistible del nazismo y los desastres de los frentes populares. El balance que se desprende del conjunto de la obra es una visión detallada y concienzuda de una revolución que planteó la actualidad del socialismo, pero que no lo pudo resolver. Detalles de mayor o menor importancia podrán ser cuestionados en su tratamiento, pero difícilmente alguien podrá hablar de falsificación, deformación o amputación. Se pueden encontrar lagunas y errores en los enfoques, pero no se podrá subestimar el hecho de que la obra de Carr sea la primera auténtica visión de conjunto de la formación del Estado soviético, la primera que trata de abarcar tanto los hechos revolucionarios y antirrevolucionarios, de las instituciones -incluidas las menos favorecidas habitualmente por la mirada del historiador- y las personas, de las organizaciones y las ideas...

Cuando se ha cumplido cerca de siete décadas desde aquel 1917 que todavía conmueve al mundo, del acontecimiento más trascendente y subversivo del siglo, el querer aproximarse con el máximo rigor y honestidad a su verdad, a su rico y complejo significado -el primero de los cuales es que la revolución socialista es posible y necesaria-, viene a ser tan difícil como lo pudo ser en la época el hacerlo sobre revoluciones que, como la inglesa de Cromwell y los puritanos o la francesa de 1789, señalaron el comienzo de una nueva era, No podemos por menos que considerar como un síntoma de su vigencia “subversiva" el hecho casi inaudito de que, después de todo el tiempo transcurrido, no se haya producido en el país en donde ocurrió -y por extensión en todo el "'campo socialista"- ni una sola aportación histórica digna de mención, y que los personajes que se opusieron rotundamente a Stalin sigan siendo un "tabú", También resulta ilustrativo que sea desde la disidencia interna donde hayan surgido las primeras aportaciones de gran valor (8).

Tampoco resulta mucho más relevante la bibliografía producida por los adversarios del bolchevismo, Se pueden encontrar diversos testimonios importantes en la derecha, así como entre los mencheviques y los anarquistas (9), pero en ningún caso una obra decisiva. Tampoco es diferente el caso de la historiografía occidental, que si bien no ha pecado de omisiones sí lo ha hecho por una continúa labor de amputación tendente a descalificar la obra revolucionaria. Incluso en los casos más notorios de esta última escuela se trata de títulos que no han soportado nunca la prueba del tiempo.

Efectivamente, nadie se acuerda actualmente de los producidos durante la primera guerra fría y no se dan en estos momentos aportaciones para que sean recordadas en el porvenir, Este carácter perecedero ha resultado especialmente breve en el caso de los diversos revisionismos" post-estalinianos. La más estricta versión kruschoviana duró exactamente una década, y las rectificaciones ulteriores siguen manteniendo lo esencial del viejo manual de Stalin--Jdanov con la particularidad de que Stalin, aunque pasa a un segundo plano sigue ostentando la representación del "leninismo" (10) , Tampoco ha sido muy diferente el destino del maoísmo europeo, sobre todo del notable esfuerzo que desarrolló especialmente Charles Betelheim, todo un andamiaje que le permitieran encontrar las fórmulas metodológicas puras y "'correctas" para producir una versión en la que el "marxismo leninismo" de Mao apareciera como la “superación” de un balance global en el que el saldo de Stalin resultaba obligatoriamente positivo. Tras la muerte de Mao, el propio Betelheim operaría un notable giro antiestalinista que ponía por tierra su propia obra sobre la URSS, y denuncio el estalinismo sin piedad (11).

Un caso muy diferente ha sido el de la escuela "trotskista", en la que no solamente sobresalen Trotsky y Deutscher sino también un buen número de escritores políticos e historiadores de un valor incuestionable.

En este cuadro, la Historia de la Rusia soviética de Carr tiene una primacía apenas compartida, Se mantendrá al cabo del tiempo como un hito incuestionable a pesar de las iras de la nueva derecha. Todos los que quieren conocer lo que ocurrió en Rusia entre 1917 y 1929, todos los historiadores honestos, se verán obligados a volver sobre ella (12). De muy pocas empresas similares se puede decir lo mismo.

La pena es que esta titánico esfuerzo resultó sepultado por la ola conservadora de los años ochenta, y en la cual emerge –desde Francia, “faro” del pensamiento neoliberal- una historiografía que se afirma a partir de Alexander Soljenitsin, y cuya máxima expresión será El pasado de una ilusión, de François Furet, que sigue el camino inverso al de Carr. Furet es muy representativo del comunista estalinista de la última ola, del renegado que se convierte a en defensor a ultranza de las ideas dominantes, y cuyo objetivo pasará por desplazar la izquierda desde el antifascismo hacia el anticomunismo, hacia un área que tan bien representa el partido demócrata norteamericano. Historiográficamente es actualmente un autor que no se aguanta, pero no hay más que ver el estado de la izquierda transformada para percibir que su influencia en este punto sigue siendo muy considerable.

Para la nueva izquierda que comienza a recuperar la historia, la memoria de las gestas y de los logros culturales de las generaciones más combativas que precedieron la claudicación de sus padres, la lectura de la obra de Carr –todavía asequible en ciertas bibliotecas públicas, y con paciencia, en los mercados de segunda mano-, puede resultar todo un descubrimiento. (Y si la suerte nos acompaña, posiblemente este año podremos reeditar una antología sobre Carr y Deutscher centrada en la creativa relación entre ambos)
http://www.kaosenlared.net/noticia/publ ... integridad

Un saludo.
"Nadie tiene derecho a disfrutar de la vida a expensas del trabajo ajeno"
(G. Zhukov)

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