A principios de los ochenta aparecía publicada una extensa e interesante entrevista con este académico británico. Dejo un breve extracto, el resto puede leerse en el enlace:
Texto completo en http://www.kaosenlared.net/noticia/entr ... izquierdasUna entrevista con E.H. Carr sobre la URSS y las izquierdas
Esta entrevista de otoño de 1978, y se puede considerar como la más completa de las que le hicieron a E.H. Carr, hasta el momento el mayor historiador que haya existido sobre la Rusia soviética
Pepe Gutiérrez-Álvarez (Para Kaos en la Red) [01.08.2008]
Edward Hallett Carr (28 Junio 1892 – 3 Noviembre 1982)
El lector interesado, encontrará un estudio mío en Kaosenlared y en L´Espai Marx, sobre Carr (E.H. Carr: del conservadurismo al marxismo), en el que encontrará los datos que justifican la afirmación de arriba según la cual Carr es “hasta el momento el mayor historiador que haya existido sobre la Rusia Soviética”, lo que no quiere decir que, en determinados aspectos, investigadores más recientes, y con todas las posibilidades que implican la misma existencia de un trabajo como el suyo, y por supuesto, la apertura de archivos que permanecían sellados en su tiempo, le hayan superado en tal o cual aspecto. Sin embargo, dudo de que estas superaciones parciales puedan cuestionar el valor de conjunto de una obra tan vasta, un empeño de los que ocupan casi una vida.
Lo más singular de E.H. Carr es que comenzó siendo un demócrata conservador perfectamente a tono con lo que se esperaba de un profesional con tanta capacidad, tantos títulos y tan bien situado, y que como tal comenzó a escribir sobre la historia del socialismo, una materia que en su tiempo ya era frecuente en otros profesionales al servicio del orden, y de las universidades que suministraban munición cultural para la “guerra fría”. De esta época data su primera controversia con Isaac Deustcher, y de la que surgió, primero una creciente afinidad, y más tarde una identificación tan estrecha que se concreto incluso con el trabajo conjunto con Tamara Deustcher, viuda desde 1967, y también investigadora.
En contra de las posiciones estrechas, la entrevista con Carr nos muestra a un investigador que tiene –por supuesto- sus ideas propias, y que las expresa con vehemencia pero también de manera especialmente cuidadosa. No en vano, tanto Deustcher como Carr se erigieron como la expresión más avanzada de los estudios marxistas (de los que hubo ramas en casi todos los países) sobre una historia tan reciente, tan palpitante y tan controvertida como la de la Rusia soviética cuyos rupturas y continuidades quedaran minuciosamente enmarcadas en una obra que los estudiosos de la izquierda no pueden todavía prescindir, ni mucho menos. Carr es siempre citado en toda clase de estudios.
Copiosamente publicado en castellano desde los años sesenta hasta principios de los ochenta, la obra de Carr cayó en el ostracismo con la ola fría de neoconservadurismo histórico que puso su nombre en busca y captura, como el de ingenuo liberal, un nuevo “compañero de ruta”, que no se había enterado del carácter “intrínsicamente perverso" del comunismo al decir papal, y de los profesionales como François Furet (por no hablar de la “colla” hispana con sus Antonio Elorza, Santos Julia, Fusi, Culla, etcétera), cuyas biografías eran, justamente al revés que la de Carr. Ellos empezaron como jóvenes radicales y acabaron trabajando para las grandes cadenas de la “información”…
OCTUBRE HOY. ENTREVISTA (*)
Acaba usted de concluir la Historia de la Rusia soviética, (1) obra que, con sus catorce volúmenes, cubre el período comprendido entre los años 1917 y 1929, y abarca todos los campos de estudio de las primeras experiencias de la URSS. Desde una visión retrospectiva amplia, ¿cómo interpreta el significado que, hoy en día, tiene la Revolución de Octubre para Rusia y para el resto del mundo?
Empecemos por el significado que tiene para la propia Rusia. No hará falta hacer hincapié en las consecuencias negativas de la Revolución. Durante varios años, y especialmente en estos últimos meses, han sido el tema obsesivo en los libros que se han publicado, en los periódicos, en la radio y en la televisión. No hay peligro de que se corra un tupido velo sobre los diversos aspectos negros del historial de la Revolución, sus costos en sufrimientos humanos ol os crímenes cometidos en su nombre. El peligro estriba, más bien, en que sucumbamos a la tentación de olvidar por completo, o de silenciar sus inmensos logros. Y estoy pensando en la determinación, la dedicación, la organización, las ingentes dosis de ardua labor que, a lo largo de estos últimos sesenta años, han transformado Rusia y la han convertido en una de las principales naciones industrializadas y en una de las superpotencias. ¿Quién hubiese podido predecir algo semejante en 1917?. Pero, aún más que esto, estoy pensando en las transformaciones que se han producido, con posterioridad a 1917, en la existencia del pueblo llano: la transformación de Rusia, de ser un país en el que más del 80 por 100 de su población eran campesinos analfabetos o semianalfabetos, en un país de cuya población el 60 por 100 reside en núcleos urbanos, que está totalmente, y que está adquiriendo a marchas forzadas los elementos de la cultura urbana. La mayoría de los miembros de esta nueva sociedad son nietos de campesinos; algunos incluso son biznietos de siervos. Es imposible que no tengan en mente lo que la Revolución ha hecho por ellos, y todo esto ha sido posible gracias al rechazo de los criterios fundamentales de la producción capitalista --beneficios y leyes de mercado-- y su substitución por un plan económico global orientado a la promoción del bienestar común. Al margen de las promesas que hayan quedado sin cumplir, lo que se ha hecho en la URSS durante los últimos sesenta años, a pesar de las tremendas interrupciones provocadas desde el exterior, constituye un progreso extraordinario en el camino de la realización del programa económico del socialismo. Ni que decir tiene que soy plenamente consciente de que cualquiera que hable de los logros de la Revolución será inmediatamente tildado de estalinista. Pero yo no estoy dispuesto a aceptar esta especie de chantaje moral. Después de todo, cualquier historiador inglés puede cantar alabanzas a los logros obtenidos durante el reinado de Enrique VIII sin que, por ello, se le suponga favorable a la decapitación de esposas.
Su Historia cubre el período en el que Stalin estableció su poder autocrático en el seno del partido bolchevique, derrotando y eliminando a las sucesivas oposiciones, y echando los cimientos de lo que posteriormente se denominaría estalinismo, como sistema político. En su opinión, ¿hasta qué punto su victoria en el seno del PCUS era inevitable? ¿Cuáles eran los márgenes de maniobrabilidad, durante los años veinte?
Tengo tendencia a evitar las cuestiones de inevitabilidad en historia, porque conducen a un callejón sin salida. Al plantearse un porqué, el historiador se pregunta porqué, de entre todas las posibilidades existentes en un momento dado, se seleccionó una concreta. Si hubiesen confluido distintos antecedentes, los resultados hubiesen sido distintos. No tengo demasiada confianza en lo que se ha dado en llamar "historia contrafactual". Esto me recuerda un proverbio ruso que Alec Nove gusta de citar: «Si la abuela tuviese barba, la abuela sería el abuelo». Tratar de recomponer el pasado para adaptarlo a las predilecciones personales y al punto de vista de cada cual es una actividad muy relajante. Pero no creo que sea verdaderamente útil.
Sin embargo, sí insiste en que haga especulaciones, entonces le diré lo siguiente. Si Lenin hubiese vivido, en plenitud de sus facultades, durante los años veinte y treinta, habría tenido que hacer frente exactamente a los mismos problemas. Él sabía perfectamente bien que la mecanización a gran escala de la agricultura era la primera condición para que hubiese progreso económico. Dudo de que hubiese estado de acuerdo con la «industrialización a paso de caracol» propuesta por Bujarin, y no creo que hubiese hecho demasiadas concesiones al mercado (acuérdese de su insistencia en mantener el monopolio del comercio exterior). Sabía perfectamente que, sin un control y una dirección eficaz del trabajo, no se llegaría a ninguna parte (recuerde sus observaciones acerca de la «dirección en manos de un solo hombre» en la industria, e incluso acerca del «taylorismo»). Pero Lenin no se basaba únicamente en una tradición humanista, sino que gozaba, además, de un prestigio enorme, de una gran autoridad moral y de poderes de persuasión; y estas cualidades de las que no estaba dotado ninguno de los restantes dirigentes, lo hubieran incitado y capacitado a minimizar y mitigar el elemento de coacción. Stalin carecía absolutamente de autoridad moral (posteriormente, trató de forjársela de la manera más cruda). Tan sólo entendía de coerción, que practicó de buen principio abierta y brutalmente. Con Lenin, las cosas no hubiesen sido más sencillas, pero hubiesen sido completamente distintas. Lenin no hubiese tolerado la falsificación de datos, actividad a la que Stalin se dedicó de modo permanente. De producirse fallos en la política o en la praxis del partido, los hubiese reconocido y admitido como tales. No hubiese considerado -como Stalin hizo- brillantes victorias lo que no eran sino expedientes desesperados. Con Lenin, la URSS no se hubiese convertido en lo que Ciliga denominara «la tierra de la gran mentira». Estas son mis especulaciones. Si bien carecen de valor, por lo menos manifiestan, en parte, mis creencias y mis opiniones.
Su Historia concluye en el umbral de los años treinta, con la puesta en marcha del primer plan quinquenal. La colectivización y las purgas quedan para fecha más posterior. En el prefacio del primer volumen, usted escribía que las fuentes soviéticas para el período de los años treinta eran tan escasas que le resultaba imposible proseguir con ellas la investigación en el mismo plano. ¿En la actualidad, la situación es la misma, o se han publicado últimamente más documentos referentes a áreas selectas? ¿Le impide esa pobreza de archivos llevar sus investigaciones más allá de 1929?
Mucho es lo que se ha publicado, desde que yo escribí el prefacio en 1950, pero aún quedan zonas oscuras. R. W. Davies, quien colaboró conmigo en el último volumen económico, trabaja actualmente en la historia económica de los años treinta, y estoy seguro de que los resultados serán convincentes. Últimamente me he interesado por las relaciones exteriores de este período y el proceso de constitución del frente popular; tampoco en este caso me he encontrado con escasez de materiales. Pero la historia política, en un sentido estricto, es, más o menos, un libro cerrado. Evidentemente, tuvieron lugar grandes controversias. Pero, ¿entre quiénes? ¿quiénes vencieron? ¿quiénes perdieron? ¿qué compromiso hubo? No se dispone de documentación que sea equiparable a la de los debates relativamente libres que tenían lugar en los congresos del partido durante los años veinte, o las plataformas de oposiciones. Una espesa niebla envuelve todavía episodios tales como el asesinato de Kirov, la purga de los generales o los contactos secretos entre los enviados soviéticos y los alemanes, que, en opinión de muchos, tuvieron lugar a fines de los años treinta. Más allá de 1929 ya no hubiese podido seguir escribiendo la Historia con la misma confianza de que conocía la clave de lo que había sucedido.
A menudo se presenta a los años treinta como la línea divisoria o de ruptura, en la historia de la URSS. El grado de represión que se liberó en el campo, con la colectivización y que sacudió la totalidad de los propios aparatos del partido y del estado con el gran terror, según se dice, alteró cualitativamente la naturaleza del régimen soviético. La razón de las purgas y de los campos, que no ha vuelto a reproducirse a tal escala en ninguna otra revolución socialista, ha permanecido oscura hasta nuestros días. ¿Cuál es su opinión al respecto? ¿Considera válida la noci6n de la ruptura, especialmente después del XVII Congreso del partido, noción que tiene gran predicamento en la propia Unión Soviética?
En esto nos encontramos ante la famosa cuestión de la "periodización". Un acontecimiento del orden de la Revolución de 1917 es tan dramático y tan arrollador en sus consecuencias que aparece en la mente de cualquier historiador como uno de los momentos cardinales de la historia, el fin y el principio de un período. Sin embargo, hablando en términos generales, es el propio historiador quien tiene que definir sus períodos y, en el proceso de selección de materiales, decidir cuáles son los «momentos cruciales» o las «líneas divisorias»; la elección que haga reflejará, con frecuencia, ya no dudarlo inconscientemente, sus propios puntos de vista, sus propias opiniones con respecto a la secuencia de los acontecimientos. Los historiadores de la Revolución rusa, desde 1917 hasta, pongamos, 1940, tienen que enfrentarse a un dilema. El régimen revolucionario que comenzó como una fuerza liberadora se vio asociado, mucho antes de que concluyera ese período, a una represión de una crueldad inimaginable. ¿Debe el historiador considerar la totalidad del período como un proceso continuo de evolución…o de degeneración? ¿O debe dividirlo en dos períodos distintos, de liberación y de represión, respectivamente, separados por una línea divisoria significativa? Historiadores serios que han adoptado la primera opción (de ellos excluyo a esos tratadistas de la guerra fría que simplemente pretenden oscurecer a Lenin con los pecados de Stalin) pondrán de relieve que tanto Marx como Lenin (cargando las tintas en este último) confirmaron el carácter esencialmente represivo del estado; que, desde el mismo momento en que la República Soviética rusa se autoproclamó estado se convirtió ineludiblemente en un instrumento de represión; y que este elemento creció monstruosamente, pero no fue modificado esencialmente, a causa de las presiones y vicisitudes a que se vio sometido con posterioridad. El historiador que adopta el segundo punto de vista parece hallarse ante un caso mucho más plausible, hasta que haya establecido la línea divisoria. ¿Hay que situar el paso a una política de represión en masa en la época de la revuelta de Kronstadt, en marzo de 1921, o tal vez con ocasi6n de los levantamientos campesinos en la Rusia central, ocurridos durante el invierno precedente? ¿O debe relacionarse con la conquista de la maquinaria del partido y del estado por Stalin, a mediados de los años veinte, con las campañas contra Trotsky y Zinóviev, y con la expulsión y destierro de numerosísimos opositores significados, en 1928? ¿O con los primeros procesos públicos a gran escala, en los que los acusados se declaraban culpables de cargos tan estrambóticos como sabotaje y traición, en 1930 y 1931? Los campos de concentración y de trabajos forzados ya existían mucho antes de 1930. No me siento inclinado hacia una solución que retrase la línea divisoria hasta mediados de los años treinta. Como dije anteriormente, la delimitación de los períodos responde a los criterios del historiador. No puedo evitar la sensación de que esta especie de periodización está cortada a medida para poder explicar y disculpar la enorme ceguera de los intelectuales occidentales de izquierda ante el carácter represivo del régimen. Pero ni aun así basta. En los mismos momentos en que se estaban desarrollando las grandes purgas y procesos, los intelectuales de izquierda afluían, en un número sin precedentes, a los partidos comunistas occidentales.
Carr no vivió para ver la caida de la URSS. No obstante, en sus planteamientos acerca de la futura evolución del sistema capitalista a escala global aventuró un factor que ya estamos viviendo treinta años después de concedida esta entrevista:
Saludos.Usted me plantea un reto, al citar mis últimas palabras en ¿Qué es la historia? Sí, creo que el mundo marcha hacia adelante. No he modificado mi opinión de que 1917 es uno de los momentos cruciales de la historia. Y, lo que es más, todavía afirmo que 1917, conjuntamente con la guerra de 1914-1918, marcaron el principio del fin del sistema capitalista. Pero el mundo no está en movimiento perpetuo, ni se mueve en todas las partes al mismo tiempo. Estoy tentado de decirle que los bolcheviques no obtuvieron su victoria en 1917 a pesar del atraso de la economía y de la sociedad rusas, sino gracias a ello. Creo que debemos considerar seriamente la hipótesis de que la revolución mundial, de la que 1917 fue el primer acto y que completará el hundimiento del capitalismo, será la revuelta del mundo colonial contra el capitalismo, en su aspecto de imperialismo, más que la revuelta del proletariado en los países capitalistas avanzados.