Sobre los muertos del comunismo soviético

Historia de la URSS, nacimiento, superpotencia, desaparición.

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Jagellon
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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por Jagellon »

"Ni fue con mucho menos lo peor". Es que era normal que hiciese escabechinas en el ejército. ¿No te suena una frase que le espetó Voroshílov a Stalin en medio de la crisis de la Guerra de Invierno "tú has matado a todos los oficiales de alto rango!"? Pues era cierto, la verdad. No es necesario recordar como quedaron los dientes, las uñas y las costillas de Rokossovski, el infarto que le provocó a Zhukov, la ejecución traidora a Tujachevski, la injusta ejecución (más bien masacre) de Pavlov (con familia y todo), etc. etc. Vamos, normalísimo.

Kozhedub
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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por Kozhedub »

Jagellon escribió:"Ni fue con mucho menos lo peor". Es que era normal que hiciese escabechinas en el ejército. ¿No te suena una frase que le espetó Voroshílov a Stalin en medio de la crisis de la Guerra de Invierno "tú has matado a todos los oficiales de alto rango!"? Pues era cierto, la verdad. No es necesario recordar como quedaron los dientes, las uñas y las costillas de Rokossovski, el infarto que le provocó a Zhukov, la ejecución traidora a Tujachevski, la injusta ejecución (más bien masacre) de Pavlov (con familia y todo), etc. etc. Vamos, normalísimo.
Pues no, no era cierto, empezando por el propio Voroshilov. ¿Con cuántos acabó Franco, por ejemplo? ¿A cuántos liquidó Hitler? De los japoneses no hablo, porque eran más dados al suicidio, y de los anglosajones no hay nada que decir, porque en su sistema los de arriba tenían claro que entre ellos no se tocaban.

Por cierto, esto es como el tema zarista: no creo que por ser de alto rango sus vidas valgan más que las de los de a pie. Claro que ésa es mi opinión.

Saludos.
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Jagellon
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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por Jagellon »

La comparación con Franco es como si yo comparase un caniche con un Pitbull, cosas más atrevidas se han dicho. No te extrañes el de que Voroshilov, Budyonny y Semión Timoshenko quedaran intactos pues eran amigos fieles y leales (aunque el 3º era el único competente) pero y el resto? Ya ha quedado dicho. El responsable máximo de las derrotas militares (la hecatombre de Kiev en 1941), de ofensivas disparatadas (las de primeros del 42 para expulsar a los alemanes de Moscú), de incompetencia manifiesta en guerras sencillas (la ocupación del este de Polonia) era del propio Stalin porque desorganizó a posta el ejército descabezándolo, purgándolo y politizándolo para evitar toda oposición (real o imaginaria) a su persona. Luego hubo que empezar otra vez con los pocos generales capaces de rivalizar en genio con los alemanes que le quedaban a mano.

Kozhedub
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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por Kozhedub »

Jagellon escribió:La comparación con Franco es como si yo comparase un caniche con un Pitbull, cosas más atrevidas se han dicho. No te extrañes el de que Voroshilov, Budyonny y Semión Timoshenko quedaran intactos pues eran amigos fieles y leales (aunque el 3º era el único competente) pero y el resto? Ya ha quedado dicho. El responsable máximo de las derrotas militares (la hecatombre de Kiev en 1941), de ofensivas disparatadas (las de primeros del 42 para expulsar a los alemanes de Moscú), de incompetencia manifiesta en guerras sencillas (la ocupación del este de Polonia) era del propio Stalin porque desorganizó a posta el ejército descabezándolo, purgándolo y politizándolo para evitar toda oposición (real o imaginaria) a su persona. Luego hubo que empezar otra vez con los pocos generales capaces de rivalizar en genio con los alemanes que le quedaban a mano.
No me compares las dimensiones y el peso de España con los de la URSS, que no es lo mismo, hablando de caniches y de pitbulls.

Hablando de competentes, ¿Zhukov qué era, mozo de cuadra?

¿Y eso de que Stalin descabezó al ejército "a posta"? La parte en que se explica la conspiración de las Gestapo para inculpar a los mandos soviéticos en un complot para derrocar a Stalin ¿también te la saltaste?

Hablando de chapuzas (algunas de las que citas, muy discutibles, por cierto) ¿qué calificativo le pones al papel de los polacos en la defensa de su país, o al de los aliados en las campañas de Francia y los Países Bajos, o en Grecia, o en Dieppe, o en el Norte de África, o en Normandía, atacando con una horda a un ejército ya en descomposición y aún así tomando en meses objetivos marcados para días? Una finta para que los alemanes se confiaran, ¿no?

Y sin haber sufrido purgas, ya ves... :mrgreen:

Saludos.
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jozsi
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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por jozsi »

Por cierto, en casi todos los países de Europa Central y Oriental es tradicional la influencia alemana. Esto tiene su importancia porque en las clases altas, especialmente entre los militares, siempre ha habido cierta tendencia a inclinarse hacia Alemania, a veces, dependiendo del país, esa tendencia era muy grande, como en el caso de Hungría, en otros podía ser compensada por otros sectores de población más occidentalistas (pro-franceses o pro-británicos), al menos en determinadas épocas. Pero en los años 30 es evidente la influencia alemana en casi todos los países de la zona, especialmente entre los militares de alto rango, incluyendo a la misma Polonia, que, no olvidemos, siguió una política desastrosa (por su seguidismo) respecto a Alemania. Tal vez unas cuantas purgas de elementos pro-alemanes en el ejécito polaco hubieran ayudado algo a Polonia para no depender de la ayuda soviética para librarse de los nazis.

Pero bueno, si comento esto es porque no hay que olvidar que esa influencia alemana también estaba presente en la URSS de los años 20 y 30 y en su ejército, especialmente entre sus altos cargos militares. Y Tujachevski era conocido por su inclinación alemana. Pero es que además, desde mediados de los años 20, Tujachevski estaba en todas las quinielas para dar un golpe de estado militar, y entre los círculos de la emigración rusa se veía con buenos ojos una URSS dirigida por una dictadura militar bajo su mando. De esto último hay documentos, la emigración rusa de Alemania esperaba que este golpe de estado llegara en breve. Otra cosa es que Tujachevski de verdad estuviera metido en algún complot o solo fuera una víctima o de las manipulaciones de los nazis o de las luchas de poder en la URSS. Pero el panorama es bastante más complicado que lo que pretenden algunos que solo hablan de víctimas inocentes del malvado comeñiños del diablo rojo Stalin.

Por lo demás, al igual que se puede pensar que las purgas en el ejército soviético lo debilitaron, también es cierto que por otro lado se puede pensar también que lo fortalecieron. En primer lugar, los purgados lo fueron por razones de peso. Hay que notar que la mayoría de los purgados fueron solo expulsados del ejército, no se tomó ninguna otra medida contra ellos. Solo una minoría fueron condenados a penas de cárcel o cosas peores. Muchos de los oficiales purgados lo fueron por robar, abusar de poder, realizar otras acciones criminales, no tener la formación adecuada, no estar en las condiciones físicas adecuadas, etc. Por poner un ejemplo, de los casi 19 mil oficiales purgados en 1937 menos de 4500 fueron arrestados o se inició contra ellos un proceso judicial (es decir, el resto simplemente dejaron de ser miembros del ejército). Además un porcentaje de los purgados fue readmitido en el servicio al poco tiempo (de los purgados en 1937, unos 4700 se reintegraron en el ejército ya en 1938-39, y me imagino que muchos más después del ataque alemán).

Por lo demás, si suponemos que la URSS estaba anquilosada por una casta burocrática, cosa que se suele decir siempre cuando se habla de la URSS, pues, mira por donde, esta medida desburocratizó, al menos en parte, el ejército, ascendiendo a numerosos oficiones jóvenes y con valía que no habían tenido antes ocasión de ascender porque el mundo de la alta gerarquía militar era muy cerrado. Además la purga había caído sobre todo sobre los militares más proalemanes y los colaboracionistas con los servicios secretos extranjeros.

En la actualidad en Rusia hay algunos historiadores que ponen en duda que el Ejército Rojo quedara descabezado, por ejemplo Igor Pijálov, que ha estudiado el tema en profundidad (de su libro "Великая Оболганная Война" he sacado los datos que he mencionado). Este autor se basa entre otras cosas en que el número de oficiales represaliados en realidad era pequeño en relacción con el número de oficiales totales, y también en que el nivel de la oficialidad aumentó tras las purgas, ya que los nuevos oficiales que sustituyeron a los purgados, tenían preparación técnica superior a la de los sustituidos.

Salud

Kozhedub
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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por Kozhedub »

En líneas generales estoy de acuerdo con Jozsi. Pero muchos de los purgados eran mandos brillantes que podrían haber aportado mucho al ER. En cambio, mandos o bien incompetentes, o bien ya desfasados ante las nuevas exigencias de una guerra ya muy diferente a la civil, quedaron en primera línea (Budienny o Voroshilov) incluso después de haber demostrado su incapacidad organizativa, tal y como se demostró en la chapuza contra Finlandia.

En sus memorias Zhukov es muy duro con las purgas. Para él no hubo conspiración de las víctimas, sino contra ellas, y se vieron afectados oficiales de muy alta valía. No obstante, en la descripción que hace de los primeros meses de la guerra considera que los factores desencadenantes del desastre son, de un lado, el factor sorpresa con que jugaron los nazis en su ataque, y de otro y sobre todo, el hecho de que el ER estaba en pleno proceso de reorganización de sus estructuras orgánicas y de su equipamiento, no habiendo tenido tiempo aún para adaptarse a las nuevas doctrinas operativas (comunicaciones por radio, uso de brigadas acorazadas, coordinación tierra-aire, prácticas de maniobra envolvente, etc) Incluso un historiador anticomunista como Cartier concede que los alemanes cometieron algunos errores estratégicos y tácticos muy graves en la invasión, pero que los soviéticos no pudieron sacar partido de ellos porque su tropa no estaba aún fogueada en combate y carecía de la veteranía necesaria para culminar operaciones que requiriesen una elevada movilidad o maniobras de flanqueo o ruptura. En combate de carros, por ejemplo, un tanquista veterano marca la diferencia ante otro novato aunque su máquina sea inferior. Y ante esto incluso un oficial experto poco puede hacer (no olvidemos que las tropas con más experiencia en combate, las que habían partcipado en la guerra contra Japón, se hallaban al otro extremo del país al iniciarse el ataque. Su entrada en acción en Moscú, bajo mando de Zhukov, marcó un cambio en el curso de las operaciones y dió al ER el grado de experiencia que hasta entonces le había faltado)

Por último añadir que las presuntas conspiraciones contra Stalin siguen siendo objeto de controversia, pero que la conspiración de la Gestapo para incriminar a la cúpula soviética está perfectamente probada. (Es más, la lealtad de Tukachevski a la Revolución se probó durante la Guerra Civil; aún concediendo que hubiera un golpe, éste no hubiera sido contra la URSS, sino contra Stalin. Pero eso ya es política ficción) La "germanización" del ER proviene más bien de la época de cooperación que se dió durante el periodo de Weimar, no implicaba por tanto simpatía hacia el nazismo.

Un saludo.

PD:¡vaya horas, camarada! :lol:
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Jagellon
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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por Jagellon »

[quote="Kozhedub"][/quote]

No me compares las dimensiones y el peso de España con los de la URSS, que no es lo mismo, hablando de caniches y de pitbulls.

Hablando de competentes, ¿Zhukov qué era, mozo de cuadra?

¿Y eso de que Stalin descabezó al ejército "a posta"? La parte en que se explica la conspiración de las Gestapo para inculpar a los mandos soviéticos en un complot para derrocar a Stalin ¿también te la saltaste?

Hablando de chapuzas (algunas de las que citas, muy discutibles, por cierto) ¿qué calificativo le pones al papel de los polacos en la defensa de su país, o al de los aliados en las campañas de Francia y los Países Bajos, o en Grecia, o en Dieppe, o en el Norte de África, o en Normandía, atacando con una horda a un ejército ya en descomposición y aún así tomando en meses objetivos marcados para días? Una finta para que los alemanes se confiaran, ¿no?

Y sin haber sufrido purgas, ya ves... :mrgreen:

Saludos.[/quote]

Hablando de Zhukov... ¿no fue ese quien salvó la vida a Koniev por qué Koba también quería liquidarlo? Hombre, mira que van ya unos cuantos Kozhedub. ¿El tío Paco también hacía esto?

Yo no ví a la Gestapo implicado en el asesinato de Kirov, excusa para iniciar el Gran Terror...pero si esa teoría de la Gestapo ¡es de tu detestado Robert Conquest! quien lo iba a decir de ti que terminarías haciéndole caso. De nuevo las inconsistencias en vuestro argumentario cuando un autor da caña a nazis y soviéticos por igual, sobre los primeros todo es verdad, no se dice nada negativo, no se desmiente, nada de espíritu crítico (bueno, espero que al decir esto algún melón no me vaya a espetar que soy un defensor del nazismo como me pasó una vez por aquí) pero cuando habla de los segundos, exagera, miente, no ha consultado los archivos soviéticos y no concuerdan con las tesis del solitario Zemskov tan citado por aquí.

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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por Kozhedub »

Jagellon escribió:
Kozhedub escribió:
No me compares las dimensiones y el peso de España con los de la URSS, que no es lo mismo, hablando de caniches y de pitbulls.

Hablando de competentes, ¿Zhukov qué era, mozo de cuadra?

¿Y eso de que Stalin descabezó al ejército "a posta"? La parte en que se explica la conspiración de las Gestapo para inculpar a los mandos soviéticos en un complot para derrocar a Stalin ¿también te la saltaste?

Hablando de chapuzas (algunas de las que citas, muy discutibles, por cierto) ¿qué calificativo le pones al papel de los polacos en la defensa de su país, o al de los aliados en las campañas de Francia y los Países Bajos, o en Grecia, o en Dieppe, o en el Norte de África, o en Normandía, atacando con una horda a un ejército ya en descomposición y aún así tomando en meses objetivos marcados para días? Una finta para que los alemanes se confiaran, ¿no?

Y sin haber sufrido purgas, ya ves... :mrgreen:

Saludos.
Hablando de Zhukov... ¿no fue ese quien salvó la vida a Koniev por qué Koba también quería liquidarlo? Hombre, mira que van ya unos cuantos Kozhedub. ¿El tío Paco también hacía esto?

Yo no ví a la Gestapo implicado en el asesinato de Kirov, excusa para iniciar el Gran Terror...pero si esa teoría de la Gestapo ¡es de tu detestado Robert Conquest! quien lo iba a decir de ti que terminarías haciéndole caso. De nuevo las inconsistencias en vuestro argumentario cuando un autor da caña a nazis y soviéticos por igual, sobre los primeros todo es verdad, no se dice nada negativo, no se desmiente, nada de espíritu crítico (bueno, espero que al decir esto algún melón no me vaya a espetar que soy un defensor del nazismo como me pasó una vez por aquí) pero cuando habla de los segundos, exagera, miente, no ha consultado los archivos soviéticos y no concuerdan con las tesis del solitario Zemskov tan citado por aquí.
Perdona, pero la teoría de la Gestapo no es sólo de Conquest; es más, ni sabía que Mr Robert la apoyaba. Puedes encontrarla hasta en la Enciclopedia de Sarpe (pags. 560 y ss.) y en otros libros sobre le SGM o la Revolución. Lo único que cambia es el grado de veracidad que se da a las pruebas incriminatorias, aquí no se da por seguro que fueran esas pruebas por sí solas las que llevaron a Tukachevsky al paredón.

Si es que siempre lees al mismo... :mrgreen:
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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por Jagellon »

[quote="jozsi"]Pero el panorama es bastante más complicado que lo que pretenden algunos que solo hablan de víctimas inocentes del malvado comeñiños del diablo rojo Stalin.[/quote]

Cómo Vasili Blücher? Al que partieron literalmente la cara (y la barriga)? Mira que ya van unos cuantos, mis queridos camaradas, en la nómina de generales del Ejército Rojo víctimas de nuestro amigo Koba. Y Blücher no era precisamente un incompetente sino uno de los mejores de los purgados. Claro que con precedentes como el de hundir una barca de oficiales ex-zaristas (enviados por su archienemigo Trostki a...Tsaritsin) por parte del georgiano, todo es posible.

[quote="jozsi"]Además la purga había caído sobre todo sobre los militares más proalemanes y los colaboracionistas con los servicios secretos extranjeros.[/quote]

Que los hubiera proalemanes es lógico (la vínculación alemana con Rusia se remonta a algunos siglos). Que los hubiera colaboracionistas hasta la traición (comprensiva) de Vlasov, es dudoso, por no decir que hasta el momento no se ha encontrado prueba a alguna de colaboracionismo con el nazi, el polaco, el japonés o el capitalista. Por cierto, ahora que recuerdo, ¿no estaba Stalin resentido con Tujachevski por lo de la campaña contra Polonia en los años 20?


[quote="jozsi"]
En la actualidad en Rusia hay algunos historiadores que ponen en duda que el Ejército Rojo quedara descabezado, por ejemplo Igor Pijálov, que ha estudiado el tema en profundidad (de su libro "Великая Оболганная Война" he sacado los datos que he mencionado). Este autor se basa entre otras cosas en que el número de oficiales represaliados en realidad era pequeño en relacción con el número de oficiales totales, y también en que el nivel de la oficialidad aumentó tras las purgas, ya que los nuevos oficiales que sustituyeron a los purgados, tenían preparación técnica superior a la de los sustituidos.

Salud[/quote]

Hasta ahi todo bien, pero leyendo esto diría yo que hasta estás justificando las purgas en el ejército: aún no me he explicado que si todos los purgados eran un hatajo de traidores o en el lenguaje estalinista "cosmopolitas" los dejara tranquilitos 15 años desde el final de la guerra civil. ¿Y para qué estaban los comisarios, sino para controlar a los díscolos?

Fra Dolcino
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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por Fra Dolcino »

La tierra de la gran mentira

Higinio Polo
El Viejo Topo


Wladyslaw Stanislaw Reymont, un premio Nobel olvidado, escribió su Tierra prometida refiriéndose a Łodz, el Manchester polaco, una obra que, más tarde, Andrzej Wajda llevó al cine como La tierra de la gran promesa: en ella se muestra la revolución industrial del siglo XIX y el nacimiento del capitalismo polaco, con su secuela de explotación y conflictos, de groseros plutócratas y de barrios proletarios embrutecidos por la miseria. Esa definición, la tierra de la gran promesa, podríamos dárserla también, aparentemente, a la América del Norte, a los Estados Unidos que fueron vistos como una tierra de promisión por millones de europeos que emigraron allí a lo largo de los siglos XIX y XX. Así la vieron, incluso, algunos destacados socialistas utópicos, como Cabet, y la contemplaron con simpatía hasta nuestros anarquistas y comunistas de la guerra civil española, antes de la definitiva conversión de Washington en el gendarme del capitalismo internacional, tras la segunda guerra mundial.

Hoy, sin embargo, cabe preguntarse si esa tierra de promisión no se ha convertido en la tierra de la gran mentira, o, más allá, si no lo fue siempre, pese a lo que nos cuentan los esforzados propagandistas del liberalismo de nuestros días, como Vargas Llosa y otros conversos, y los herederos de Popper. Hay que preguntárselo porque el argumento de los admiradores del modelo norteamericano para mantener el espejismo de su supuesta supremacía civilizatoria en la historia de la humanidad es simple y eficaz: ningún otro país del mundo ha acumulado tanta riqueza, y, en ningún otro lugar ha florecido la libertad durante tanto tiempo: ahí está la Constitución americana para demostrarlo. Comparen, nos dicen, la sociedad norteamericana con el infierno del subdesarrollo en África, Asia o en la propia América latina. Ahí está también, por si algún remilgado vacila, el sacrificio norteamericano en las dos guerras mundiales, para salvar a Europa y a la libertad del proyecto fascista. De manera que no hay duda: la libertad ondea con la bandera de las barras y estrellas, y el liberalismo norteamericano ha creado la sociedad más feliz y libre, más próspera, de la historia.

Parece razonable lo que dicen. Pero examinemos algunos asuntos.

Los pobres emigrantes europeos que querían cambiar la vida emigraban a América, la tierra de las oportunidades. Era el territorio de los sueños: empezar una vida, digna de ese nombre, en los Estados Unidos, era el empeño de quienes, abandonándolo todo, llegaban a la isla Ellis, como Charlot, que miraba asombrado la estatua de la Libertad desde el barco que le llevaba a Nueva York, como la evidencia de que el mundo de la libertad y la prosperidad existía. Los emigrantes iban a otros lugares, también, —al Río de la Plata, o tras las quimeras del oro en Sudáfrica— pero ninguno tenía la transparente calidez de los Estados Unidos. La patria de Washington era la libertad, la redención como búsqueda y como destino.

Sin embargo, los patricios burgueses que edificaron los Estados Unidos araban una tierra que no era suya. Quisieron construir el territorio de la libertad sobre los restos de un genocidio —probablemente, el mayor genocidio de la historia contemporánea—, y la matanza sistemática de los pueblos indios, que en ningún otro lugar del continente alcanzó dimensiones semejantes, tiñó su destino como país: esa herencia está grabada a fuego en su memoria, aunque quieran olvidarla. Todos los tratados firmados con los indios norteamericanos fueron rotos, y los sucesivos gobiernos de Washington impulsaron la marginación y el exterminio de la población indígena, hasta el punto de que acabaron con las grandes manadas de búfalos para liquidar así más fácilmente a los pueblos indios. Fueron eficaces. La carnicería de 1890 contra un campamento sioux, donde las tropas de caballería asesinaron a casi doscientas personas, entre ellas mujeres y niños, es una muestra, y hubo muchas. El trabajo del historiador norteamericano Dee Brown —que escribió el imprescindible Enterrad mi corazón en Wounded Knee, el lugar de aquella matanza sioux— ha documentado ese feroz genocidio contra las naciones indias. Hoy, los pocos indios que sobreviven en infames reservas tienen en su mirada la acusación constante contra el hombre blanco.

Desde sus inicios como nación, quienes gobernaban los Estados Unidos dieron muestras de su ferocidad: la caballería exhibía los cuerpos de los jefes indios que resistían a la colonización, y esa tradición continúa en nuestros días. La obscena exhibición de los cadáveres de los hijos de Sadam Husein, Qusay y Uday, fue un aviso enviado al pueblo iraquí, pero también al conjunto del planeta: ese es el destino de quienes resisten al poder norteamericano, sean quienes sean, indios, ayer, enemigos árabes, hoy, la izquierda anticapitalista, comunistas y anarquistas, siempre. Ese proceder ha sido una constante en la expansión norteamericano y en el combate a sus enemigos.

Ya en las primeras décadas de su independencia las diferencias políticas entre los sucesores de Washington, Jefferson, Hamilton o Madison quedaron relegadas ante los objetivos proclamados por la doctrina Monroe, que cuando se proclama es, en toda regla, una apuesta por la expansión imperialista, a pesar de la debilidad relativa del nuevo Estado y a pesar de las declaraciones anticolonialistas, que nada tenían que ver con su agresiva política exterior. La expansión territorial, a costa de los pueblos indios, continuó en América con el robo a México de la mitad de su territorio, y con la deliberada expulsión de los indios, decidida ya por el gobierno en las primeras décadas del siglo XIX, y cuyos objetivos esenciales eran compartidos por el partido republicano y por el partido democráta, que nace de aquél. No estaban construyendo una nación para todos. El propio nacimiento de los Estados Unidos está basado en una constitución para los blancos (con la declaración del derecho a la felicidad del ser humano), hija de la ilustración europea, que, pese a sus declaraciones de universalidad, va acompañada de la esclavitud para los negros y del exterminio para los indios norteamericanos. No es una anécdota menor que Thomas Jefferson tuviese un joven esclavo negro para entretener su propia sexualidad: muestra los orígenes de la segregación en ese país. La libertad proclamada en la constitución no era para todos, ni tan siquiera para la mayoría.

Esa política racista persistirá, pese a la abolición de la esclavitud en 1865, porque la segregación racial continuó formando parte de la realidad social norteamericana durante décadas, y, en nuestros días, pese a las conquistas del movimiento por los derechos civiles, no ha desaparecido: no hay que olvidar que, en cifras totales, hay más negros en las prisiones federales norteamericanas que en las instituciones de enseñanza superior. Los beneficiarios de esa sociedad criaban a los negros como ganado, en el sur, para asegurar la reposición de la mano de obra esclava, y el nacimiento del Ku Klux Klan, que prospera en la oleada de violencia contra los negros de inicios del siglo XX, muestra la persistencia de la segregación y represión entre amplias capas sociales, expresada por Billie Holiday en su amarga canción Strange Fruit. Las obras del historiador Herbert Aptheker son concluyentes sobre el sufrimiento de los negros norteamericanos. No eran los únicos que, junto a los indios, sufrían. Al mismo tiempo, los Estados Unidos importaban chinos para el oeste, que trabajaron como bestias, o acogían a millones de emigrantes europeos que serían sacrificados en la trituradora del voraz capitalismo norteamericano. Algunos de esos rasgos persisten todavía: ¿no padecen, en nuestros días, situaciones de explotación semejantes esos millones de emigrantes que son tratados como ganado por las grandes empresas y las plantaciones agrícolas?

La Nueva York del siglo XIX es el territorio de la explotación más descarnada, poco conocida aún, como lo será en el siglo XX. A finales del XIX, un dirigente de los medios obreros, escribía: “Estamos [...] en medio de una nación al borde de la ruina moral, política y material. La corrupción domina las urnas, las legislaturas, el Congreso, y toca incluso el armiño de las togas del tribunal. La gente está desmoralizada; los periódicos, subvencionados o amordazados; la opinión pública, silenciada; los negocios están de capa caída; nuestras casas, hipotecadas; el trabajo, empobrecido y la tierra se concentra en manos de los capitalistas.” Es un cuadro familiar. No en vano, Steinbeck hablaría, décadas después, de las consecuencias que tendría, para la sociedad norteamericana, la mezcla de codicia, hipocresía y brutalidad. A ese mundo llegaban los emigrantes, buscando la libertad. Pero encuentran el territorio de la violencia, de la delincuencia, la ley del más fuerte, que recordamos ahora en la mitológica marcha hacia el oeste del siglo XIX, o en obras como Las uvas de la ira, para los ciudadanos desesperados de la gran depresión. La doble herencia de la esclavitud y del exterminio sobre los enemigos, sería proyectada después sobre el mundo.

Pese a todo, los obreros estadounidenses luchan. Y la respuesta del poder burgués es, siempre, feroz y contundente. En esa sociedad norteamericana, la persecución contra la izquierda es una constante: ahí están los mártires anarquistas de Chicago, los compañeros de Parsons; o la masacre de Lattimer, la matanza de Ludlow, la persecución de 1919 contra los comunistas, con miles de detenidos tras una redada general contra los locales del Partido Comunista en todo el país; también, los miles de detenidos en la década de los veinte y la ejecución, en 1927, de dos dignos y combativos anarquistas, Sacco y Vanzetti, o la matanza de la Republic Steel, en los años de la guerra civil española. Son apenas unos pocos ejemplos, que podrían multiplicarse. Mientras tanto, cada año, decenas de miles de obreros morían en accidentes de trabajo, obligados a trabajar como bestias: a principios del siglo XX, los obreros textiles de Nueva York trabajaban ochenta horas a la semana.

Tras la segunda guerra mundial, llegaría la caza de brujas, la obsesión anticomunista, la ejecución de los Rosemberg. La represión de la posguerra fue feroz: miles de personas vieron sus vidas arruinadas, miles de comunistas o progresistas fueron detenidos, acusados por el comité de actividades antiamericanas, sin saber de dónde venía la acusación. Muchos ciudadanos perdían su trabajo por acciones que habían hecho quince o veinte años atrás: a veces sólo por cosas que habían dicho o por haber participado en una manifestación o en una huelga. La delación reinaba sobre América, emponzoñando la vida del país: los delatores que denunciaban a sus familiares o a sus amigos, eran presentados como ejemplo de ciudadanos amantes de su país y de la libertad. Esa era la tierra de la gran promesa, donde los trabajadores tenían que luchar sin descanso. Porque el capitalismo norteamericano nunca concedió derechos: los espacios de libertad fueron duramente conquistados por el movimiento obrero y por los defensores de los derechos civiles, y esa herencia de la lucha obrera y ciudadana por la libertad, descrita entre otros por Howard Zinn, continúa siendo lo mejor de los Estados Unidos.

* * *

¿Es posible, hoy, considerar a los Estados Unidos de América como la tierra de los sueños, o, como quieren sus más inteligentes defensores, al menos como un ejemplo de sociedad próspera y abierta, democrática, donde la libertad ha alcanzado su más acabado desarrollo, convirtiendo a ese país en un modelo para el resto del planeta?

Si se atiende a las características concretas de esa formación social, cabe, al menos, dudarlo. Si se examina su política exterior en todo el mundo, no puede sino oponerse una rotunda negativa. Los estudios que tenemos nos muestran a una sociedad que está segura de ser querida por Dios, que le ha otorgado, creen, la mejor tierra del planeta, y que, al mismo tiempo, se comporta como un país lleno de ciudadanos temerosos en su vida cotidiana, que sospechan que ese Dios les castiga por sus pecados. Un orgullo nacionalista que cultiva la idea de que Estados Unidos es lo mejor y lo más grande del planeta, una religiosidad obsesiva, la proliferación de sectas, el fortalecimiento del integrismo cristiano, la convicción en la superioridad de su país sobre el resto, la seguridad de ser los elegidos por Dios, una enorme violencia social y un contingente millonario de presos en cárceles de alta seguridad —Estados Unidos tiene el 25 % de todos los presidiarios del mundo, contando apenas con el 4 % de la población mundial—, todo eso, compone un cóctel, que, pese a la complejidad de esa sociedad, explica muchas actitudes y, al mismo tiempo, facilita el control social: en el miedo y la inseguridad ante la inseguridad interna y ante las “amenazas” exteriores, descansa la destreza del actual poder norteamericano para suscitar la adhesión popular a un nuevo totalitarismo que es un serio peligro para el mundo. Así, no extraña el nuevo protagonismo del cristianismo fundamentalista, y las afirmaciones de Bush, realizadas seriamente, cuando proclama: “Estamos volviendo a la Biblia”, o las de alguno de los influyentes telepredicadores —“Dios todopoderoso nos ordena atacar”—, servidas para consumo masivo, muestran el vigor de este nuevo totalitarismo, que tiene peligrosos puntos en común con el expansionismo fascista del mundo de entreguerras.

No hay que olvidar que casi el noventa por ciento de los norteamericanos cree en los milagros, y que casi la mitad de la población está convencida de que el mundo terminará en la gran batalla entre Dios y el Anticristo. En ese Armagedón, sólo pueden triunfar las armas de Dios, es decir, las de Washington. Esas estrafalarias ideas no son las únicas en adquirir verosimilitud para los ciudadanos norteamericanos, al ser servidas por unos medios de comunicación que manipulan con habilidad las conciencias: si anteayer los estadounidenses estaban convencidos de que corrían el riesgo de ser invadidos por los soviéticos, y, ayer, que Iraq disponía de unos peligrosos aviones para alcanzar América —como denunciaron Bush y Powell—, hoy, una buena parte de los ciudadanos están persuadidos de que feroces terroristas conspiran contra ellos, como muestran los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York, al igual que creen que el Maligno vive y actúa perversamente en el mundo, o que los extraterrestres existen y visitan regularmente los Estados Unidos, como están convencidos de la existencia de las armas de destrucción masiva en Iraq o de los lazos entre Sadam Husein y Al-Qaeda, pese a la clamorosa ausencia de pruebas. Visto con los ojos de la población ilustrada europea, esas ideas, profundamente creídas en Estados Unidos por una parte considerable de la población, son grotescas, pero no por ello son menos peligrosas, más si atendemos a las justificaciones de la actuación exterior de Washington. El consenso social que necesita el nuevo poder americano para su proyecto de dominación mundial precisa del miedo, de la ignorancia, de la pasividad, así como del apoyo popular para recurrir a la violencia, para lanzar guerras preventivas, para respaldar al más descarnado imperialismo contemporáneo.

Y su poder militar y económico hace muy peligrosa esa tentación totalitaria. En ningún otro lugar, como en los Estados Unidos, se ha dado esa conjunción que explica el desarrollo y el poder conseguido por el país: millones de emigrantes jóvenes, llegados en el siglo XIX y en el XX, triturados por la maquinaria capitalista, que levantaron con su trabajo mal pagado el poder industrial americano, y, tras él, una expansión imperialista —facilitada por el declive europeo tras la guerra de Hitler— que ha puesto en sus manos la riqueza de buena parte del planeta. A ello, debe añadirse el constante flujo financiero que ha colmado las arcas del país, y que ha hecho posible el mantenimiento de un nivel de vida por encima de sus posibilidades, gracias a la emisión constante de dólares (debe recordarse que circulan por el mundo una cantidad tal de millones de dólares que, de hecho, podrían comprarse varias veces todos los bienes del conjunto de la tierra), dólares que, pese a su falta de valor real, son aceptados todavía por todos los gobiernos del mundo.

Las prácticas mafiosas de sus empresas, el recurso al proteccionismo y, al mismo tiempo, a una agresiva imposición de sus intereses en los foros internacionales, el sistemático empleo de medios de coerción y amenazas veladas contra los trabajadores, que explican también la decadencia y corrupción del sindicalismo norteamericano, han alcanzado al resto del planeta, aunque esa no sea una práctica imputable en exclusiva a los Estados Unidos. Las grandes empresas norteamericanas son protagonistas de la corrupción, en su país y fuera de él: pese a las dificultades para probar esas prácticas, probablemente no se encontraría una sola transnacional que no esté implicada en negocios sucios, desde las petroleras hasta las grandes empresas fabricantes de armas, desde los bancos hasta las compañías alimentarias. Los últimos escándalos, desde Enron hasta WorldCom, pasando por los turbios fondos de inversión, o las actividades de algunos responsables del JP Morgan Chase, de UBS, o de las empresas que trabajan en la bolsa de Wall Street, entre otras, son concluyentes. Uno de los últimos escándalos ha sido protagonizado por IBM: altos cargos del Banco de la Nación Argentina admitieron, ante las contundentes pruebas presentadas y ante la identificación de las cuentas en Suiza donde se realizaban los abonos, que habían sido sobornados por la multinacional americana con 34 millones de euros, una bagatela de más 5.600 millones de las antiguas pesetas.

En esa sociedad, paraíso para las más sórdidas prácticas del capitalismo, donde la obsesión por ser “plenamente americano” —¡precisamente en ese país, en el que todos eran emigrantes!— está, en el imaginario popular, por encima de las exigencias éticas a sus gobernantes, no puede extrañar que la hipocresía de quienes controlan los mecanismos del poder, y se enfrentan al mismo tiempo por ese control, conduzca a situaciones más propias del teatro del absurdo que de una sociedad democrática: son capaces de poner en un aprieto a un presidente, Clinton, por una aventura sexual con una becaria (en realidad, dicen, porque habría mentido al pueblo norteamericano), y apenas reaccionan ante la evidencia de las mentiras de Bush para lanzar la criminal guerra contra Iraq. De manera que, entre las ruinas del viejo sueño americano, que ha desembocado en la abierta agresión militar y en el imperialismo más feroz, crece un serio peligro para el mundo.

Porque, detrás de esa sociedad temerosa, se esconde un poder imperial con un peligroso proyecto que amenaza la estabilidad del mundo. No es un juicio aventurado. El propio Robert Kagan, ideólogo de la nueva política exterior de Estados Unidos, reconoce, con la misma arrogancia que muestra el gobierno Bush, que la política exterior de su país ha tenido siempre como objetivo expandir su poder en el mundo, desde que eran “sólo unas pequeñas colonias agarradas a la costa atlántica”. Kagan va más lejos: considera que la política de Washington se basa en que el orden internacional debe tener un centro, Estados Unidos, marginando a los organismos supranacionales como la ONU. Kagan nos está hablando, también, del poder americano y de la debilidad europea: así, la ruda filosofía del expansionismo norteamericano y de un proyecto de dominación planetaria está perfectamente definida, y Bush y Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz y Powell, aunque mantengan algunas diferencias, se identifican en lo sustancial con ese proyecto. Todavía hay sectores del poder norteamericano que van más lejos: Richard Perle, miembro hasta hace unas semanas de la Junta de Política Defensa del Pentágono y hombre con gran influencia en los medios del poder en Washington, defiende la conveniencia de que los Estados Unidos abandonen inmediatamente la ONU e impulsen una política más agresiva contra los países que se niegan a aceptar las imposiciones norteamericanas: está hablando de iniciar nuevas guerras. Esos sectores representados por Richard Perle no están muy lejos de emular las exigencias del general McArthur ante el presidente Eisenhower cuando urgía a lanzar bombas atómicas sobre la República Popular China tras el triunfo de la revolución.

No extraña, así, que Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa, hiciese, a finales del año 2002, unas brutales declaraciones en las que afirmaba: “Estamos perfectamente capacitados para librar dos guerras al mismo tiempo”. En ese momento, Rumsfeld amenazaba, además de Iraq, a Corea del Norte, y no es ningún secreto que sus planes agresivos contra Irán, Siria, Cuba, Venezuela, Colombia, y, más allá, la propia China, esperan el momento más oportuno para su aplicación, a la espera de la evolución política y militar en Iraq y Afganistán.

Todo ello es la expresión del proyecto para la dominación norteamericana en el mundo en el siglo XXI, pero bebe de una tradición militarista que nace con la doctrina Monroe y que hizo posible aventuras expansionistas que han sido constantes a lo largo de los siglos XIX y XX. Hoy, con la desaparición de la Unión Soviética y la ausencia momentánea de frenos estratégicos a su agresiva política imperial, Washington ha ampliado su red de bases militares por Europa central y oriental, en Asia central —zona de enorme importancia energética— y en el Cáucaso, de forma que cuenta ya con casi trescientas bases militares por todo el planeta. No debe olvidarse que, durante la guerra fría, el principal argumento para justificar el rearme, la nuclearización y la expansión militar norteamericana era la supuesta política exterior agresiva por parte de la URSS: hay que concluir que, desaparecida la supuesta amenaza soviética, si Washington continua su rearme y su expansión militar fuera de sus fronteras, esa decisión es la demostración de la hipocresía de su política y de su actuación imperialista. Si a alguien le faltaban pruebas de los designios imperiales de Washington, esas constataciones deberían bastarle. Pretender, como hacen los propagandistas del neoliberalismo y del poder norteamericano, que ese gigantesco despliegue militar, inédito en la historia de la humanidad, tiene como objetivo la defensa de la libertad, es, sencillamente, conmovedor.

Esas dramáticas singularidades de la evolución norteamericana que se han citado se proyectan al exterior. Esa historia de exterminio y de esclavitud es, probablemente, lo que hace posible su destructora acción en el exterior, y supone una solución de continuidad cuando se han terminado ya las grandes campañas en el interior de su territorio: recuérdese que ningún otro país ha destruido y causado tanta muerte fuera de sus fronteras como los Estados Unidos. Hitler provocó la muerte de veintisiete millones de personas en la URSS, pero, tras la segunda guerra mundial, el dudoso honor de ser el mayor jinete del apocalipsis le corresponde a Estados Unidos. Eso, tras la segunda guerra mundial, es decir, cuando Estados Unidos coge el relevo definitivo de las potencias europeas en el liderazgo imperialista en el mundo. Porque, por mucho que los profetas del liberalismo agiten la invasión soviética de Checoslovaquia, o las intervenciones en Hungría o Afganistán, —y sin olvidar la terrible represión stalinista en la Unión Soviética, que, pese a las bárbaras dimensiones que adquirió, no alcanza, ni de lejos, la mortandad causada por Estados Unidos— no hay matanzas exteriores achacables a la acción de la URSS de la envergadura de las protagonizadas por Washington. Pese a la constante presión de los propagandistas del liberalismo y de los autores de libros negros, es una evidencia histórica que no puede compararse la mortandad causada por el capitalismo realmente existente a la achacable al socialismo real.

Toda la política exterior norteamericana ha estado basada en un curioso espejismo, que todos sus gobernantes parecen creer a pies juntillas, a saber: que el dominio norteamericano sobre el mundo es lo más conveniente para la humanidad, lo mejor para el planeta, por la sencilla razón de que ellos lo quieren así y lo han juzgado como lo más razonable. Por eso, no resulta sorpendente esa inclinación, tan americana, de exaltar hasta el delirio a generales asesinos. No es hablar por hablar. Hace unas décadas lo hicieron con McArthur, que volvió a Estados Unidos y fue saludado por manifestaciones multitudinarias por todo el país, pese a haberse rebelado contra el presidente, pese a haber reclamado el lanzamiento de bombas atómicas contra China. ¿Podía haber alguien más loco, más asesino? Hace poco más de diez años celebraron al siniestro general Norman Schwarzkopf de la primera guerra del golfo, que empezó a arrasar Iraq, y, después, al general Wesley Clark de los bombardeos sobre la población civil en Yugoslavia. Todos ellos, y otros semejantes, fueron celebrados con confetis que caían desde los rascacielos para celebrar las atrocidades de los matarifes, seguros sus seguidores de que habían hecho lo mejor para América y para el mundo, aunque lo hiciesen sentados sobre las fosas comunes de su propia historia.

Ahora, Estados Unidos, con una difícil situación interna, en medio de la crisis mundial de la globalización liberal, sigue mostrando una prepotencia que está levantando enemigos hasta entre sus viejos aliados y forzando a la concertación de las potencias secundarias; y, ante el fortalecimiento de los movimientos de oposición, como el reunido en Porto Alegre, el poder norteamericano sigue perfilando la mentira como una industria. Si, en el pasado, la Unión Soviética o China, Vietnam o Iraq, Irán o Cuba, Siria o Corea, y hasta El Salvador o Nicaragua, fueron presentados como un peligro inminente para la seguridad de su país, hoy es el terrorismo el pretexto para el rearme y la expansión exterior.

Concluyamos. Estados Unidos ama la libertad. Sin embargo, ha mostrado su amor por ella con una singular y despiadada actuación imperial, con el sostén de regímenes sanguinarios –ahí están Suharto, Mobutu, Franco, Trujillo, Duvalier, el sha, Marcos, Videla, Pinochet y tantos otros-, con el sistemático recurso al empleo de mercenarios, con la organización de escuadrones de la muerte, con la planificación del terror en instituciones como la Escuela de las Américas, con el recurso constante a la tortura y el asesinato, o apoyando siniestras iniciativas como la de los “desaparecidos”. En muchas ocasiones, Estados Unidos ha recurrido a la creación y apoyo de ejércitos mercenarios o a la invasión militar, como en Angola, Mozambique, Nicaragua, Panamá, Afganistán o Iraq. El mundo debe ser consciente de que los Estados Unidos de América —los mismos que bombardearon Hiroshima y Nagasaki sin la menor piedad— son la única potencia que ha bombardeado decenas de países en cuatro continentes distintos —es decir, en todos, con excepción de la olvidada Australia—, el único país que ha utilizado todos los tipos de armas de destrucción masiva (nucleares, biológicas y químicas), y que es, con mucha diferencia, el Estado que más víctimas civiles inocentes ha asesinado en el último medio siglo.

Las justificaciones de esa feroz política imperialista se han basado en una hipócrita defensa de la libertad o en la directa falsificación y la mentira, como en el supuesto ataque vietnamita en la bahía de Tonkín, ataque que nunca tuvo lugar pero que justificó el inicio de la agresión norteamericana en el sudeste asiático. Pese a toda su propaganda, masivamente servida al mundo, la constatación empírica nos dice que ningún país, nunca, ha invadido los Estados Unidos: en cambio, las intervenciones norteamericanas en el exterior han sido constantes. Tampoco puede olvidarse su falta de respeto a los tratados firmados: desde los suscritos con los indios, hasta el firmado en 1994 con Corea del Norte —pretexto ahora para la creación de una crisis en las puertas orientales de China— o la ruptura del tratado de misiles ABM acordado con la URSS.

Tras ello, se esconde la ambición de dominar el mundo y de saquear los recursos de otros. Si atendemos a los cuatro millones de muertos en Corea o los tres millones de vietnamitas asesinados en una guerra de agresión, si constatamos el millón de iraquíes muertos en la década de los noventa a consecuencia de las sanciones, si reparamos en su complicidad en las matanzas indonesias bajo Suharto, o en Timor, o en América Latina, si recordamos las decenas de miles de víctimas de la reciente guerra en Iraq, hay que concluir que esa bandera de la libertad, enarbolada por los Estados Unidos en cuatro continentes, chorrea sangre. América, aquella América con la que soñaban los cabetianos y los emigrantes pobres de Europa, la misma con la que siguen soñando hoy los desheredados y los condenados a todos los infiernos, es la tierra de la gran mentira.

Como en la novela de Wladyslaw Stanislaw Reymont, o en la película de Andrzej Wajda, la tierra de promisión era un espejismo: allí, en las praderas que vieron el mayor genocidio de la historia moderna sobre los pueblos indios, en los campos de esclavos negros y en las fábricas pestilentes donde se ahogaban los jóvenes emigrantes, allí, en los Estados Unidos de América, apenas aguarda la tierra de la gran mentira.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=265

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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por Jagellon »

Las hambrunas soviéticas de 1921 y 1932-3


Por Brian Carnell
Traducido por Miguel Gómez
Original en: http://www.overpopulation.com/soviet_famine.html

En el espacio de poco más que una década la Unión Soviética logró infligir dos hambrunas devastadoras a su pueblo y dar un bosquejo de cómo los gobiernos podrían y habrían transformado limitados desastres naturales en una hambruna de gran escala.

La Hambruna de 1921

El hambre en 1921 comenzó con una sequía que causó enormes fracasos de cultivos, incluyendo el fracaso total de las cosechas en cerca del 20 por ciento de las granjas soviéticas (Pipes 1994, p.411). Aunque ciertamente un desastre de proporciones enormes, tales desastres periódicos de las cosechas no eran desconocidos en Rusia. Una sequía similar ocurrió en 1892, por ejemplo, que condujo al peor fracaso de los cultivos del final de la Rusia zarista (Pipes 1994, p.412).

Las comparaciones entre los finales de las sequías, y la tragedia comienzan, cuando los bolcheviques reaccionaron notablemente diferente hacia el desastre natural. Los oficiales zaristas se las arreglaron para entregar víveres a las regiones afectadas que, en combinación con esfuerzos privados de alivio, mantuvieron las muertes entre 375.000 a 400.000 (Pipes 1994, p.413).

Los bolcheviques, en cambio, simplemente ignoraron el hambre hasta que era demasiado tarde. Incapaces o no deseosos de admitir que los desastres naturales podían sacudir el paraíso de los trabajadores, Lenin tomó acciones para protegerse políticamente a sí mismo pero no hizo nada para prevenir la hambruna. En mayo y junio de 1921, Lenin ordenó compras de alimentos al extranjero, pero solamente las envió a las ciudades políticamente importantes en vez de a los campesinos que morían de hambre. Los líderes bolcheviques evitaron visitar las áreas afectadas por el hambre. (Pipes 1994, pp.413-6).

Incluso cuando finalmente pidieron ayuda para el hambre, los bolcheviques confiaron en el nominalmente privado Comité Público PanRuso para Ayuda a Hungría (Pomgol). El Pomgol pidió asistencia de la American Relief Association fundada por Herbert Hoover, entonces secretario de comercio de U.S. La ARA respondió gastando más de $ 61.6 millones para aliviar el hambre rusa. La ARA alimentó a más de 11 millones de personas al día en el punto máximo de los esfuerzos de alivio. La ARA suspendió las operaciones de ayudas en junio de 1923 cuando se reveló que la Unión Soviética vendía los productos alimenticios al extranjero - específicamente millones de toneladas de cereales que prefirió vender por moneda estable en vez de alimentar a su pueblo muerto de hambre (Pipes 1994, pp.415-9.)

Con lo peor del hambre encima, sin embargo, esto planteaba poco riesgo político. Por ayudar a aliviar el hambre, los miembros de Pomgol fueron liquidados; Todos sus miembros menos dos de fueron arrestados por la policía secreta soviética y detenidos (Pipes 1994, pp.416-419).

Aunque cifras de víctima exactas no existen, una estimación soviética pone el número de muertos en 5,1 millones de personas (Pipes 1994, p.419).

La de 1932-33

El hambre masiva que golpeó a la Unión Soviética en 1932-33 fue análoga a la hambruna de 1921, causada por acciones de gobierno pero a diferencia de ésta parece haber sido al menos parcialmente intencionada como parte de los esfuerzos de Stalin para reforzar sus cometidos políticos.

Después de la desastrosa hambruna de 1921 y fracasos similares de planificación centralizada, la Nueva Política Económica liberalizó la política agrícola en la Unión Soviética y el país experimentó una recuperación. Todo cambió en 1928 cuando la incertidumbre causada por los esquemas soviéticos de planificación centralizada creó un desequilibrio en los productos agrícolas (los agricultores tenían grano en la reserva debido a los precios artificialmente bajos impuestos por el régimen soviético) (Conquest 1986, p.87-9).

En lugar de rectificar estos problemas, los bolcheviques aumentaron el problema ordenando la requisa del grano de los campesinos. Esto pronto dio paso a una dekulakización - liquidación de los campesinos "ricos" - y a la colectivización de agricultura. Combinado esto con cuotas agrícolas que dejaban a los campesinos sin casi nada que comer, los resultados fueron predeciblemente trágicos. Tan previsible de hecho que algunos historiadores como Robert Conquest creen que Stalin intencionadamente infligió el hambre del 1932-3 como parte de un asalto general a Ucrania.

Conquest apunta, por ejemplo, que en un movimiento sin precedentes en el otoño de 1932, grano y semilla fueron sacados de Ucrania y enviados a almacenarse en las ciudades - un movimiento, que Conquest sugiere, demuestra que las autoridades estaban preocupadas por proteger el grano de los campesinos hambrientos que seguramente se lo habrían comido cuando tuvieran acceso a él en lo más intenso de la hambruna (Conquest 1986, p.326). Más ominosamente, Conquest informa de que más allá meramente de negar ayuda alimentaria a Ucrania, los soviéticos situaron tropas en la frontera Ucraniano-Rusa para asegurar que ni la comida ni la gente entraba o salía de Ucrania durante la hambruna (Rusia se libró de lo peor del hambre). Como Conquest escribe:


El punto esencial es que, de hecho, existían órdenes claras para detener a los campesinos ucranianos que se introducían en Rusia en donde había comida disponible y, cuando habían tenido éxito en evadir estos bloqueos, para confiscar cualquier comida que llevaran cuando fueran interceptados en su regreso. Ésto sólo podía haber sido un decreto del más alto nivel y sólo ha podido tener un motivo (Conquest 1986, p.327-8).


A pesar de los motivos, el número de muertes fue desolador. Conquest estimó que 7 millones de personas murieron de hambre en 1932-3, 5 millones de esas víctimas eran ucranianas. Otros 7,5 millones de personas murieron adicionalmente de dekulakización y otras violencia de estado en el periodo 1930-7 (Conquest 1986, p.306).


Nota del Traductor:

Este es una pequeña muestra para dar una idea de la gravedad de las hambrunas en Rusia. Varias décadas después ocurriría lo mismo en China. ¿Porqué? Simplemente por el desastre económico que supone el sistema de las requisas. Durante los tiempos del comunismo de guerra en Rusia, los bolcheviques requisaban grano y alimentos de los campesinos a la fuerza. Les dejaban con lo justo para vivir, y si el año era malo... ya sabemos. Además era este un sistema hipócrita, lo justificaban para evitar la especulación, y para ello ponían guardias en las entradas de las ciudades, pero los verdaderos especuladores, que sabían sobornar, podían especular con lo que quisieran mientras que el campesino que iba a vender una mínima parte de su producción, para poder vivir, era acusado de especulador.

Curiosamente esta situación cambió con la Nueva Política Económica que era una vuelta al capitalismo. Ahora los campesinos podían vender su producción al estado. Pero cuando Stalin decidió llevar a cabo su 'colectivización', ocurrió otra vez el desastre. Recomiendo leer La Revolución Desconocida de Volin en donde se describe con detalle la Revolución Rusa y sus consecuencias, así como las dos oportunidades para hacer la 3ª revolución: Krondstadt y Ucrania.

Kozhedub
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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por Kozhedub »

Jagellon escribió:Las hambrunas soviéticas de 1921 y 1932-3


(...)

El hambre masiva que golpeó a la Unión Soviética en 1932-33 fue análoga a la hambruna de 1921, causada por acciones de gobierno pero a diferencia de ésta parece haber sido al menos parcialmente intencionada como parte de los esfuerzos de Stalin para reforzar sus cometidos políticos.

Después de la desastrosa hambruna de 1921 y fracasos similares de planificación centralizada, la Nueva Política Económica liberalizó la política agrícola en la Unión Soviética y el país experimentó una recuperación. Todo cambió en 1928 cuando la incertidumbre causada por los esquemas soviéticos de planificación centralizada creó un desequilibrio en los productos agrícolas (los agricultores tenían grano en la reserva debido a los precios artificialmente bajos impuestos por el régimen soviético) (Conquest 1986, p.87-9).

En lugar de rectificar estos problemas, los bolcheviques aumentaron el problema ordenando la requisa del grano de los campesinos. Esto pronto dio paso a una dekulakización - liquidación de los campesinos "ricos" - y a la colectivización de agricultura. Combinado esto con cuotas agrícolas que dejaban a los campesinos sin casi nada que comer, los resultados fueron predeciblemente trágicos. Tan previsible de hecho que algunos historiadores como Robert Conquest creen que Stalin intencionadamente infligió el hambre del 1932-3 como parte de un asalto general a Ucrania.

Conquest apunta, por ejemplo, que en un movimiento sin precedentes en el otoño de 1932, grano y semilla fueron sacados de Ucrania y enviados a almacenarse en las ciudades - un movimiento, que Conquest sugiere, demuestra que las autoridades estaban preocupadas por proteger el grano de los campesinos hambrientos que seguramente se lo habrían comido cuando tuvieran acceso a él en lo más intenso de la hambruna (Conquest 1986, p.326). Más ominosamente, Conquest informa de que más allá meramente de negar ayuda alimentaria a Ucrania, los soviéticos situaron tropas en la frontera Ucraniano-Rusa para asegurar que ni la comida ni la gente entraba o salía de Ucrania durante la hambruna (Rusia se libró de lo peor del hambre). Como Conquest escribe:


El punto esencial es que, de hecho, existían órdenes claras para detener a los campesinos ucranianos que se introducían en Rusia en donde había comida disponible y, cuando habían tenido éxito en evadir estos bloqueos, para confiscar cualquier comida que llevaran cuando fueran interceptados en su regreso. Ésto sólo podía haber sido un decreto del más alto nivel y sólo ha podido tener un motivo (Conquest 1986, p.327-8).


A pesar de los motivos, el número de muertes fue desolador. Conquest estimó que 7 millones de personas murieron de hambre en 1932-3, 5 millones de esas víctimas eran ucranianas. Otros 7,5 millones de personas murieron adicionalmente de dekulakización y otras violencia de estado en el periodo 1930-7 (Conquest 1986, p.306).


Nota del Traductor:

Este es una pequeña muestra para dar una idea de la gravedad de las hambrunas en Rusia. Varias décadas después ocurriría lo mismo en China. ¿Porqué? Simplemente por el desastre económico que supone el sistema de las requisas. Durante los tiempos del comunismo de guerra en Rusia, los bolcheviques requisaban grano y alimentos de los campesinos a la fuerza. Les dejaban con lo justo para vivir, y si el año era malo... ya sabemos. Además era este un sistema hipócrita, lo justificaban para evitar la especulación, y para ello ponían guardias en las entradas de las ciudades, pero los verdaderos especuladores, que sabían sobornar, podían especular con lo que quisieran mientras que el campesino que iba a vender una mínima parte de su producción, para poder vivir, era acusado de especulador.

Curiosamente esta situación cambió con la Nueva Política Económica que era una vuelta al capitalismo. Ahora los campesinos podían vender su producción al estado. Pero cuando Stalin decidió llevar a cabo su 'colectivización', ocurrió otra vez el desastre. Recomiendo leer La Revolución Desconocida de Volin en donde se describe con detalle la Revolución Rusa y sus consecuencias, así como las dos oportunidades para hacer la 3ª revolución: Krondstadt y Ucrania.
Si es que no nos cortamos un pelo: la sobremortandad en Ucrania es de algo menos de dos millones de personas según los censos. Pues no, para Conquest cualquier cosa por debajo de 5 millones no vale (aunque el Werth, en el Libro Negro, no bajaba de seis, que escribir cifras en un papel es la mar de fácil). ¿Por qué tras acoger a los nazis como libertadores en algunos puntos de Ucrania, la población se puso tan rápidamente en su contra? ¿Síndrome de Estocolmo? ¿A alguien le extraña que textos semejantes sean la columna vertebral del ideario ultraderechista y xenófobo de Yuschenko y compañía, los amigos de occidente en "tierras asilvestradas"?

Y luego que le expliquen al lumbreras que la NEP fue aprobada antes de la hambruna, que la mayoría de los muertos en la Guerra Civil fueron previos a ella y que lo que el campesino podía vender eran los excedentes de la cosecha. Luego, volvemos al cuento de hadas, los blancos son más y majísimos, comen todos como Dios, cuentan con el apoyo de todo el mundo... y pierden. Vale. La próxima vez que saquen fotos de Stalin enseñando a leer a Hannibal Lecter. No, tampoco me las creeré, pero al menos se puede hacer unos carteles con ellas y mandárselos al Losantos para Navidades. :nolose:

Saludos.

PD: ¿cómo es que en Cuba no hubo muertes por hambre ni durante el periodo especial, si es una economía planificada? ¿Y cómo es que sí las hay en Haití o África, si son modelos de libre mercado? ¿Sequía crónica?
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(G. Zhukov)

santi
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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por santi »

Recomiendo leer La Revolución Desconocida de Volin en donde se describe con detalle la Revolución Rusa y sus consecuencias, así como las dos oportunidades para hacer la 3ª revolución: Krondstadt y Ucrania.
Y yo recomiendo un curso de verano en el Donbas o en La Región Central de las Tierras Negras y charlar un rato con los abuelos que aún quedadan con vida. En vez de leer mamarracheces propagandísticas como el refrito que aqui nos ofrece el Brian Cornell este , experto en asuntos soviéticos por la universidad del Canal de Historia. :burla:
Volin mejor había hecho defendiendo la Majnovchina con la espada en vez de con la pluma, tranquilamente instalado en Berlín y París se dedicó a sus escritos, la crítica a la URSS, aunque sea por anarquistas, siempre encontró un "hueco" editorial. Al menos Arshinov si fue consecuente con sus ideas y murió "con las botas puestas"
Вылезай, буржуи! Будем вас судить.
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santi
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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por santi »

Intresantísmo, como siempre, debate-encuesta en Kanal 5:
Кто для вас Сталин? Quien es para usted Stalin?

Великий вождь-Un gran lider

(72%)

Кровавый палач-Un sangriento verdugo

(11%)

Наша история-Nuestra historia

(17%)
http://www.5-tv.ru/programs/broadcast/506208/
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Re: Sobre los muertos del comunismo soviético

Mensaje por Jagellon »

Evidentemente fue un gran lider, un sangriento verdugo y parte de nuestra historia (la de ellos y la nuestra, para no abrir más off-topics, no digo nada más). Clavado tío!.

El sangriento verdugo le queda de perlas, corría el año 1941 con la invasión del Eje...

"Stalin y los verdugos de Donald Rayfield": páginas 453-454

El NKVD ajusticiaba a los presos y procedía a evacuar a la élite. Fue uno de los primeros comisariados en ser evacuado para instalarse, junto con el cuerpo diplomático y pastoreados todos ellos por Andréi Vishinski, en Samara, a orillas del Volga. De los 3.000 presos enviados al Volga desde la cárcel de Butyrki, los 138 de mayor importancia fueron asesinados en octubre. Entre ellos se encontraban Abrám Bélenki, principal guardaespaldas de Lenin; Béla Kun, uno de los camaradas más antiguos de Stalin; Mijaíl Kédrov, chequista y neuropsicólogo, varios generales del Ejército del Aire -cuyos aviones habían explotado sin llegar a despegar en las primeras horas de la guerra- e Iván Proskúrov, último jefe de los servicios secretos del Ejército, quien compartió con sus seis antecesores en el cargo el mismo destino. Los generales que sobrevivieron a los primeros ataques en el frente occidental fueron detenidos por orden de Vsévolod Merkúlov y ajusticiados en Samara.

Desde la prisión de Oriol, reservada a los presos políticos más destacados -Dzierzynski pasó allí cuatro años seguidos-,154 prisioneros fueron conducidos al bosque y fusilados. Entre ellos había un número insólitamente alto de mujeres- Olga Kámeneva, hermana de Troski, así como la legendaria revolucionaria social, María Spiridónova- y varias víctimas de los juicios ejemplares a los que se había prometido que conservarían la vida: por ejemplo, el doctor Pletniov, médico de Gorki. Estos asesinatos los asignó Beria a los que habían organizado las matanzas de Katyn: Bogdán Kobúlov y Leonid Bashtakov.

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