Leyendo esta crónica sobre la Rusia rural me he preguntado si dentro de poco (dada la actual situación de crisis mundial) no nos veremos obligados a volver a este sistema de vida: pequeños nucleos rurales que vivan de lo que produzca la tierra y también del intercambio ("te doy una cabra a cambio de media docena de huevos"). Al final, la gente más sencilla es la que tendrá la razón, como sospechábamos
25/10/2008 Edición Impresa RETRATO DE UNA PEQUEÑA COMUNIDAD UBICADA EN UN PARQUE NACIONAL RUSO|¿CRISIS? ¿QUÉ CRISIS?
Los habitantes de la Rusia más rural viven ajenos a las turbulencias financieras que azotan la capital
Los vecinos de un pueblo intercambian productos y servicios
DMITRI POLIKÁRPOV
GRISHINO
Cada uno de nosotros vivimos en un mundo algo virtual. Da igual si somos materialistas o idealistas. A tan solo 200 kilómetros de Moscú, la crisis financiera que tanto desespera a los moscovitas parece mentira o un culebrón más de la televisión rusa, que lo copia todo de modelos occidentales.
El pueblo de Grishino, que se halla al sureste de la capital, en medio de un precioso parque nacional, apenas tiene 50 casas habitadas. Todas de centenarios troncos de pino, con estufas de ladrillo y sin gas ni agua corriente. Hace poco, tuve la suerte de comprar una de esas casitas a un exguarda forestal que se trasladaba a Moscú para poder vivir con la familia de su hijo menor.
El núcleo de la comunidad local lo forma gente mayor; es decir, gente de principios. Como, por ejemplo, mi vecina, la abuela Valia, de 62 años. En los tiempos soviéticos era tractorista, pero hoy en día ya no queda ni rastro de aquel fecundo koljós (granja del Estado) que daba trabajo a los vecinos de Grishino. De lo que vive hoy la escasa población local es de la llamada economía natural en su más pura interpretación.
Producción propia
La abuela Valia solo necesita dinero en metálico a la hora de pagar la electricidad y comprar algunos productos de alimentación, como el pan, el arroz, la sal, el azúcar y el aceite de girasol. El resto lo produce ella misma. En su "granja personal" hay de todo. Tiene leche de vaca y de cabra, carne, huevos, pescado del río, verduras y frutas de todo tipo. Además, en verano recoge setas y bayas.
Para ella, la crisis financiera es algo "inventado por los moscovitas". Algo cuya naturaleza no acaba de comprender, por mucho que yo se lo explique. "Es que estáis locos, los moscovitas. ¿Para qué tanta riqueza? ¿Cómo un litro de leche puede costar ahora 50 rublos 1,5 euros? ¡Es que sois unos sinvergüenzas!", balbucea la anciana mientras me va llenando de leche fresca (todavía tibia) un recipiente de vidrio. El precio del litro de leche que me vende Valia ha sido invariable desde que la conozco, hace cinco años. Son 15 rublos (40 céntimos de euro). No le afecta el precio del petróleo, ni el del oro. "Aquí siempre estamos en crisis, porque la vida es dura y hay que trabajar mucho si quieres sobrevivir. Y con los años que tengo es cada vez más difícil", se queja la anciana.
Para depender menos del dinero, los habitantes de Grishino intercambian favores y servicios, así como unas cosas por otras. Por ejemplo, el abuelo Ilia, de 58 años, un vecino de Valia, le trae y parte la leña de los bosques cercanos para la estufa. A cambio, Valia le abastece con huevos, patatas y leche de vaca. Algunos vecinos incluso se deciden a compartir una casa para dos o tres personas en invierno, para ahorrar electricidad y leña.
Ilia se presenta como el único natural de Grishino que ha conocido Moscú a fondo. "Te digo una cosa, pero no te ofendas. Moscú es un gran campo de concentración. Los moscovitas solo saben trabajar, trabajar y trabajar. ¡Pobre, la gente que vive allí!. Una vez un sobrino mío me llevó a Moscú en coche. ¡Madre mía, en qué atasco nos metimos! Menos mal que me había traído pipas. Si no me hubiera muerto de los nervios", cuenta Ilia.
El lucio, gratis
Ilia sí que se enteró por un periódico local de que hay una crisis económica "en Moscú y en otras grandes ciudades". "La razón es que la gente quiere comprar demasiadas cosas. Piden créditos y luego no tienen con qué pagarlos. ¿Y cómo me va afectar a mí, si yo no me compro nada? Un lucio me va a costar lo mismo hoy que ayer. Lo tengo gratis, hijo", añade el anciano.
Los vecinos también son la única esperanza cuando alguno de los residentes de Grishino se da a la bebida. Es un mal indestructible en el pueblo ruso desde hace varios siglos. "¿Cómo que por qué he bebido? ¿No sabes que estamos en crisis? ¿Acaso no viste la tele?", murmura Anatoli, un hombre de edad imprecisa, cuando Valia le reprocha su embriaguez. Anatoli aparece en Grishino cada verano y se esfuma con las primeras heladas. Hace chapuzas para los vecinos, así como para varios moscovitas que vienen a veranear, y vive los tres meses a cuerpo de rey. Cada noche está harto y borracho y se mueve de una casa a otra buscando albergue para la noche.
El Periódico 25/10/08