Literatura Rusa del s.XIX

Escritores, poetas, novelas, literatura clásica y actual.

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Bender
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Literatura Rusa del s.XIX

Mensaje por Bender »

Una de las épocas más fructíferas de la literatura rusa es el s.XIX. Todos los interesados en Rusia hemos leído o, al menos, oído hablar de los autores de esa época...Dostoyevski, Tolstoy, Pushkin (hasta en la sopa, je,je...), Chéjov...
¿Alguien ha leído alguna obra de esa época y le gustó profundamente? ¿Alguien aborrece algún autor de esa época en particular? Me explico: Cuando estuve en Rusia estudiando ruso, tuve una profe particular que me hacía leer fragmentos de Ana Karenina y luego comentarlos...bueno...llegué a aborrecer ese libro, me pareció muy cursilón y acaramelado...pero bueno, para aprender ruso no está nada mal, (y la profe, cuando lo leía tenía un acento que... :roll: )

En cambio, cayó en mis manos Oblomov, de Ivan Goncharov, y me pareció una obra excelente, dramática, cómica y humana al mismo tiempo. ¿Alguien la ha leído? Es de las mejores novelas que he leído nunca, el personaje te da rabia, pena y simpatía al mismo tiempo (por si alguien no la conoce, trata de un hombre que vive cuidado por sus criados, no se levanta casi nunca de la cama, vive pensando en su infancia feliz; entonces, un amigo le propone "vivir la vida", ser alguien, hasta que el amor aparece en su vida y todo parece cambiar...o no...) Si alguien la ha leído, a ver qué le pareció.

Siempre me ha sorprendido el gusto de los rusos por su literatura, la sienten y viven de verdad, están muy orgullosos de ella...Este es un buen sitio para comentarlo.

Onib
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Onib

Mensaje por Onib »

Yo la leí, me gustó mucho. Me recordó un poco en el "ambiente" (no en la trama) a una obra de Gogol "Las almas muertas" (que por desgracia no terminó).

Vronski
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Mensaje por Vronski »

Yo he leído varias obras de esa época. Creo que no sólo es de las más fructíferas, sino la más brillante en la literatura rusa. Su siglo de oro, como el XVI y el XVII en España. He leído a Pushkin, Tolstói, Dostoievski, Gógol, Chéjov, Turguenev, Gorki... aunque todavía no he tenido la oportunidad de leer a Goncharov.
Crimen y castigo es colosal, nunca podré olvidar a Raskólnikov. Los hermanos Karamazov... Me decepcionó Aliosha. Dostoievsky lo pinta al principio como un personaje crucial en la trama, como el protagonista, y al final se queda en agua de borrajas. Y no entederé a cuento de qué viene la historia del stárets Zósima. En cambio, me maravilló el hermano mayor, Mitia.
La otra obra que me encanta es Ana Karénina. Entiendo que termines odiando un libro cuando de obligan a leerlo, y a leerlo de esa manera. Pero creo que es una magnífica novela, una de las mejores novelas que he leído, junto con Los miserables, de Víctor Hugo. Si de verdad quieres aproximarte a lo que siente una mujer cuando ama, cómo piensa, cómo sufre... Lee Ana Karénina. Máxime si quieres entender a una mujer rusa. Cuando la comparo con la aburrida Madame Bovary (como mujer digo) o la insignificante Odette de Un amor de Swann, de Proust, es como la noche y el día.

Stavroguin
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Mensaje por Stavroguin »

hola soy nuevo desde argentina.

con respecto al post anterior.


"En un principio, la obra final de Dostoievsky constaría de dos tomos, el primero como preludio del segundo, el cual sería de mayor trascendencia e importancia que su antecesor. El héroe del primer relato, Aliosha, sería tomado como principal protagonista del segundo tomo, 20 años después de lo acaecido con el parricidio, periodo en el cual el joven se ve envuelto en el mundo revolucionario y en un crimen político, además del retorno a casa de su hermano Mitia. No obstante, esta obra nunca fue escrita debido a la muerte de Fiodor, y sólo quedan estas notas recogidas por sus editores, entre ellos A.G Dostoievskaia y A.S Suvorin."
Parece mentira

Kozhedub
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Mensaje por Kozhedub »

Vronski escribió:Yo he leído varias obras de esa época. Creo que no sólo es de las más fructíferas, sino la más brillante en la literatura rusa.
Y si me apuras, diría que una de las más fructíferas de la literatura mundial, y no creo que peque de exceso de rusofilia si afirmo algo semejante. Hasta Nietzsche, ante semejante selección, reconocía que la Rusia de su época era el único país en el que "aún quedan psicólogos", y se reconocía entusiasta de Dostoievsky y su obra.
Vronski escribió:Crimen y castigo es colosal, nunca podré olvidar a Raskólnikov.
Totalmente de acuerdo contigo, es mi novela favorita. Del mismo autor, "El jugador" es también excelente, "El doble" impresionante (sobre todos cuando se piensa en la fecha en que está escrita, décadas antes que "El dr. Jeckyll" y de la aparición del psicoanálisis) y de los relatos cortos que conozco, todos de lectura obligada; tal vez el mejor, "Un episodio vergonzoso", pocas veces he visto tanta mordacidad concentrada en tan breve cantidad de páginas.

De Tolstoi suena a tópico, pero "Guerra y Paz" es formidable, si acaso le podría reprochar un exceso de reiteración en las exposiciones sobre la visión de la Historia que tiene su autor.

Gogol: "Taras Bulba" puede ser la clásica novela de aventuras, pero si tengo que recomendar algo suyo son sus narraciones cortas porque me dejaron boquiabierto. "La nariz" se anticipa con mucho al universo y a los temas de Kafka, y creo honestamente que en su descripción de lo absurdo el ruso supera ampliamente al checo por más que la fama finalmente se la llevara éste. Resulta más amplio, más incisivo y con un sentido del humor increíble. En esa línea está también "El capote" (o "El abrigo", según la traducción); y "El retrato" preludia clarísimamente a cierto Dorian Gray de Wilde. El irlandés gana en el desarrollo, el ruso en el desenlace.

Chejov: su obra teatral me resulta un tanto repetitiva en temas y desarrollo (me quedo con "Tío Vanya"), pero donde para mi despunta claramente es en el relato. Me resultaría muy dificil escoger, de los que me ha dejado mejor recuerdo, "Ana al cuello" por el retrato despiadado de la alta sociedad que hace, pero se puede recomendar cualquiera.

De Gorki me marcó "Bárbara Olessova", y de sus otras obras ese sentido del humor corrosivo que llega al extremo (a pesar del titulo) en "Tristeza".
Otra figura, vamos.

Pushkin es tal vez el único que me ha decepcionado algo en lo poco que he leído de él. En todo caso creo que la culpa es de haber consultado una edición bastante floja, con una traducción mejorable y me temo que resumida. Es el problema que tenemos los que no hablamos/leemos ruso, tenemos que pasar por el tamiz de la traducción y eso puede devaluar a un autor y darnos una imagen erronea de su obra. Reconozco que tengo pendiente volver sobre su trabajo en mejores condiciones.

Gracias por ese consejo sobre Goncharov, Onib, no está en mi lista pero espero lo esté en breve.

Un cordial saludo.

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Gateta
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Goncharov

Mensaje por Gateta »

Iván Goncharov es un escritor excelente, a mi también me gusta este escritor. Creo que se entiende mejor con el paso de la edad, no con 15-16 años, cuando lo hacen leer en el colegio a los niños rusos.

Os recomiendo otra novela suya, que se llama "Una historia corriente". Es mucho más corta que Oblomov, pero incluso puede ser más interesante y curiosa. En Ruso es "Obyknovennaya Istoria".

Aquí hay un comentario sobre este libro:
http://www.solodelibros.es/21/08/2006/u ... goncharov/

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Gateta
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Re: Literatura Rusa del s.XIX

Mensaje por Gateta »

Ahora estoy leyendo la novela de Goncharov "El precipicio" (1869), es un libro muy grueso, pero por ahora está muy bien. Este escritor tiene un estilo muy agradable y entretenido, distinto de algunos "clásicos" pesados.

Kozhedub
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Rosa Luxemburgo y la Literatura Rusa del XIX

Mensaje por Kozhedub »

Una revolucionaria alemana escribe sobre los maestros rusos del XIX. Haciendo la vista gorda sobre los tópicos inevitables de la Rusia oriental y "despótica" que se humaniza al occidentalizarse (ejem...), el resto de su ensayo es bastante recomendable.
Rosa Luxemburgo escribe sobre la literatura rusa

Después de algunas discusiones, Rosa Luxemburgo aceptó la propuesta de traducir y prologar una obra de Korolenko que será un hito en la cultura literaria marxista.
Pepe Gutiérrez-Álvarez

http://www.kaosenlared.net/noticia/rosa ... atura-rusa

Así, mientras se encontraba en prisión, Rosa tradujo la obra autobiográfica La historia de mi contemporáneo de Vladimir Korolenko, y su prólogo demuestra el conocimiento de primera mano que poseía de la literatura y de la realidad rusa, y su ensayo pues merece figurar entre los clásicos de la crítica cultural de raíz marxista

¿Quién fue Vladimir Korolenko?. Este escritor ruso (Jitomir, 1853 - Poltava, 1921) fue un importante cuentista cuya obra, a caballo entre dos siglos, denota un profundo humanismo. Su padre era juez y pertenecía a una familia cosaca; la madre procedía de un linaje noble de Polonia. El muchacho fue creciendo en pequeñas ciudades de población mezclada (polaca, ruso-ucraniana y judía), en lugares de agitada tradición histórica y en un ambiente de recuerdos literarios románticos; todo ello le preparó para la atmósfera propia de Rusia, donde, entre 1860 y 1880, se daban intensamente las tendencias sociales de matiz altruista.

En 1871 fue a estudiar al Instituto de Tecnología de San Petersburgo; luego pasó a Moscú, de cuya Escuela de Agricultura viose expulsado con motivo de su ingreso en una asociación política de carácter secreto. Por aquel entonces inició la publicación de sus primeras narraciones, o, más bien, esbozos, que permiten ya vislumbrar la formación del ardiente "populista" de los años siguientes.

Detenido en 1879 y desterrado al nordeste de Siberia, en 1885 obtuvo el permiso necesario para volver a Rusia; establecido en Nijni-Novgorod, vivió en esta ciudad casi a lo largo de un decenio y compuso la mayoría de los textos narrativos que le dieron notoriedad, memorables por su profunda humanidad y su acertado dominio de la estructura psicológica de la descripción: El sueño de Makar, El músico ciego, En mala compañía y Susurros del bosque.

Cuando en 1891 se produjo la gran penuria de la Rusia meridional participó en las actividades de socorro; luego confió sus propias impresiones acerca de ello en el libro El año del hambre, en el que aparece también su temperamento de luchador en favor de las causas sociales, posición que se afirmaría en los años sucesivos, en particular por su participación activa en la defensa de algunos judíos acusados de asesinato ritual, en 1895. En el año 1893 realizó un viaje a América, y en 1896 volvió a San Petersburgo, donde colaboró en la revista de los "populistas" La riqueza rusa. Muy pronto, empero, como no lograra aclimatarse, se trasladó nuevamente al sur, a Poltava, y aquí permaneció más de veinte años, de 1900 a 1921, compuso otras narraciones y, sobre todo, participó a través de escritos y acontecimientos diversos en la vida social rusa; en Casa n.º 13 (1903), por ejemplo, discutió el "progrom" de Charkov, y en La tragedia de Sorochincy (1906) la reacción que siguió al fracaso revolucionario de 1905.

Gran eco tuvo también la oposición de Vladímir Korolenko a las leyes militares y a la pena de muerte. Debido a la frecuencia de sus viajes, la guerra le sorprendió en el extranjero; volvió a Rusia a fines de 1915, época a la cual corresponde su defensa de los judíos. Estallada la revolución de 1917 escribió La caída del poder zarista, y, tras el golpe de estado bolchevique, una serie de cartas a A. V. Lunacharski acerca de los peligros a que se veía expuesta la cultura con el destructivo movimiento revolucionario. A su muerte trabajaba todavía en su obra principal: las memorias tituladas Historia de un contemporáneo mío.

Rosa Luxemburgo expone claramente su tesis central. “La característica principal del repentino surgimiento de la literatura rusa es que surgió en oposición al régimen ruso, en el espíritu de lucha [...] Bajo el zarismo, la literatura adquirió en Rusia un poder público como no había conocido en ningún otro país o época.” La característica dominante de esa obra literaria fue su rechazo del statu quo y su búsqueda de alternativas, convirtiéndose rápidamente en una de las fuerzas más poderosas para minar las bases ideológicas y morales del absolutismo zarista, al tiempo que sitúa la labor de la literatura y el arte en una esfera diferenciada en la que la licencia –la libertad- resulta tan necesaria como el aire para respirar. En sus últimos años, sobrepasado por los acontecimientos, antizarista pero socialista moderado, trató de mediar durante la guerra civil y de interceder por sus amigos detenidos.

Este es un escrito que habría entusiasmado a Mijhail Bilgákpv y Evegemi Zamiatin, autores de unas célebres Cartas a Stalin que acaba de editar Veintisiete Letras (Madrid, 2009)

Texto

Rosa Luxemburgo

El espíritu de la literatura rusa (*)


(La vida de Korolenko)

“Mi alma de triple nacionalidad ha encontrado por fin un hogar: la literatura rusa”, dice Korolenko en sus memorias. Esta literatura, que para Korolenko fue patria, hogar y nacionalidad, y que él mismo enriquece, fue un caso único en la historia.

Durante siglos, durante toda la Edad Media y hasta el último tercio del siglo XVIII, Rusia estuvo inmersa en un silencio sepulcral, en la oscuridad y la barbarie. No poseía lenguaje literario pulido, literatura científica, editoriales, bibliotecas, periódicos ni centros culturales. La corriente del Renacimiento, que había tocado las playas de todos los países europeos y hecho florecer el jardín de la literatura universal, las tormentas de la Reforma, el fogoso aliento de la filosofía del siglo XVIII; nada de ello había llegado a Rusia. La tierra de los zares no poseía aún los medios para aprehender los rayos luminosos de la cultura occidental, ni terreno intelectual para que sus semillas germinaran. Los escasos monumentos literarios de la época, con su increíble fealdad, nos parecen hoy productos de las Islas Salomón o de las Nuevas Hébridas. No existe entre ellos y el arte occidental ninguna relación íntima, ningún vínculo interno.

Y entonces se produjo el milagro. Después de algunos intentos vacilantes, a fines del siglo XVIII, de crear una conciencia nacional, estallaron las guerras napoleónicas. La profunda humillación sufrida por Rusia que despertó en el zarismo por primera vez una conciencia nacional, como lo iba a hacer posteriormente la primera coalición, atrajo a la intelligentsia rusa hacia occidente, hacia París, hacia el corazón de la cultura europea, poniéndola en contacto con un mundo nuevo. De la noche a la mañana floreció una literatura rusa, cubierta de una armadura reluciente como Minerva cuando surgió de la cabeza de Júpiter; y esta literatura, que combina la melodía italiana, la virilidad inglesa, la nobleza y profundidad alemanas, derramó rápidamente su tesoro de talento, radiante belleza, pensamiento y emoción.

La noche larga y oscura, el silencio de muerte, habían sido una ilusión. Los rayos luminosos de occidente se habían mantenido en la oscuridad, pero como poder latente; las semillas de la cultura estaban aguardando el momento de florecer. Repentinamente la literatura rusa ocupó su lugar, como miembro indudable de esa literatura europea por cuyas venas fluye la sangre de Dante, Rabelais , Shakespeare, Byron, Lessing y Goethe (1). Con un salto de león, superó el atraso de siglos y ocupó su lugar como un igual entre los integrantes del círculo familiar de la literatura universal.

La principal característica de este florecimiento repentino de la literatura rusa es que nació en la oposición al régimen ruso, en el espíritu de lucha. Este rasgo, que fue característico de todo el siglo XIX, explica la riqueza y profundidad de su calidad espiritual, la plenitud y originalidad de su forma artística y, sobre todo, su fuerza social creadora e impulsiva. Bajo el zarismo la literatura rusa adquirió un poder sobre la vida social tal como no había adquirido ninguna otra literatura de otro país o época. Permaneció en su puesto durante un siglo, hasta que la relevó el poder material de las masas, hasta que la palabra se hizo carne.

Fue esta literatura la que le ganó a ese estado semiasiático, despótico, un lugar en la cultura universal. Derribó la Muralla China levantada por el absolutismo y construyó un puente hacia occidente. Es una literatura que no sólo toma, sino que crea; discípula pero también maestra. Basta mencionar tres nombres para ilustrarlo: Tolstoy, Gógol (2) y Dostoievski.

En sus memorias Korolenko caracteriza a su padre, funcionario de gobierno en la época de la servidumbre, como típico representante de la gente de bien de esa generación. El padre de Korolenko se responsabilizaba únicamente por sus actividades. Esa sensación de responsabilidad social que corroe las entrañas le era ajena. “Dios, el zar y la ley” estaban más allá de toda crítica. Como juez de distrito, consideraba su deber aplicar la ley con el mayor escrúpulo. “Si la ley es ineficaz, el zar es responsable ante Dios. El, el juez, es tan responsable por la ley como por el rayo que viene del cielo y a veces cae sobre un niño inocente...” Para la generación de 1840 y 1850 la sociedad en su conjunto era inconmovible. Bajo el azote del oficialismo, los que servían con lealtad sabían que debían inclinarse como ante un huracán, esperando que pasara el mal. “Sí -dice Korolenko-, era una visión del mundo formada en un solo molde, una especie de equilibrio imperturbable de la conciencia. El autoanálisis no socavaba sus convicciones íntimas, la gente de bien de la época no conocía ese profundo conflicto interior que acompaña el sentimiento de responsabilidad personal por el orden social existente. “Se supone que esta posición constituye el fundamento de Dios y el zar, y mientras la misma no se conmueve el poder del absolutismo es, en verdad, enorme.

Sería un error, sin embargo, considerar que ese estado mental que describe Korolenko es una característica exclusiva del espíritu ruso o de la época de la servidumbre. Esa actitud hacia la sociedad que le permite a uno liberarse del autoanálisis corrosivo y de la discordia interna, y que considera que la “voluntad de Dios” es lo fundamental, aceptando los hechos históricos como una especie de hado divino, es compatible con los más variados sistemas sociales y políticos. Hasta se la puede encontrar en las sociedades modernas, y fue un rasgo característico de la sociedad alemana durante la guerra mundial.

En Rusia este “equilibrio imperturbable de la conciencia” ya había comenzado a resquebrajarse alrededor de 1860 en los círculos intelectuales. Korolenko describe intuitivamente este cambio espiritual en la sociedad rusa, y demuestra con toda precisión de qué manera esa generación superó la mentalidad esclavista, cayendo presa de la nueva tendencia, cuyo rasgo característico era “el espíritu corrosivo, doloroso, pero a la vez creativo de la responsabilidad social”.

Haber despertado este alto sentido de civismo, y haber socavado las profundas raíces psicológicas del absolutismo ruso, tal es el gran mérito de la literatura rusa. Desde su nacimiento, a principios del siglo XIX, jamás negó su responsabilidad social, jamás abandonó su crítica social. Desde su surgimiento, con Puskhin y Lermontov, (3) su principio rector fue la lucha contra el oscurantismo, la ignorancia y la opresión. Con fuerza y desesperación sacudió las cadenas sociales y políticas, se estrelló contra ellas y regó la lucha con su sangre.

En ningún otro país existió tan elevada tasa de mortalidad juvenil entre los representantes más prominentes de la literatura como en Rusia. Morían por docenas, en la flor de su juventud, los más jóvenes a los veinticinco o veintisiete años, los más viejos a los cuarenta, por ejecución o por suicidio —directo o disimulado tras un duelo- algunos por demencia y otros por agotamiento prematuro. Así murió Rileiev, (4) noble poeta libertario, ejecutado en 1826 como dirigente de la insurrección decembrista. Así murieron también los brillantes creadores de la poesía rusa, Puskhin y Lermontov (3)-víctimas de duelos— y todo su prolífico círculo. Así murió Belinski, (4) fundador de la crítica literaria y exponente, junto con Dobroliubov, (5) de la filosofía hegeliana en Rusia; así murió el tierno poeta Kozlov, cuyas canciones brotaron de la poesía folklórica rusa como hermosas flores silvestres; y el creador de la comedia rusa Griboiedov, (6) junto con su gran sucesor, Gógol; y en épocas más recientes los brillantes cuentistas Garshin (7) y Chejov. (8) Otros languidecieron durante décadas en las penitenciarías o en el exilio. Tal es el caso de Novikov, fundador del periodismo ruso; Bestzushev, dirigente de los decembristas; el príncipe Odoievski, Alexander von Herzen, Dostoievski, Chernichevski, Shevchenko y Korolenko.(9)

Turgueniev (10) relata, al pasar, que la primera vez que pudo gozar del canto de la alondra fue en algún lugar cerca de Berlín. Esta observación casual es muy característica. El canto de la alondra no es menos hermoso en Rusia que en Alemania. El inmenso imperio ruso contiene bellezas naturales tan vastas y variadas que un espíritu poético sensible goza profundamente a cada paso. Lo que le impedía a Turguéniev gozar de las bellezas de la naturaleza en su país era justamente la dolorosa cacofonía de las relaciones sociales, la conciencia siempre en vela de responsabilidad por las monstruosas condiciones sociales y políticas de las que no podía liberarse y que, penetrando profundamente en su espíritu, no le permitían ni por un momento abandonarse al olvido. Sólo lejos de Rusia, donde los miles de panoramas deprimentes de su patria quedaban atrás, sólo en un entorno extranjero, cuyo orden externo y cultura material habían sido siempre objeto de la admiración ingenua de sus connacionales, podía un poeta ruso entregarse plenamente al goce de la naturaleza.

Nada sería más erróneo, desde luego, que considerar la literatura rusa un arte tendencioso en un sentido grosero, ni pintar a todos los poetas rusos como revolucionarios, o siquiera progresistas. Los esquemas tales como “revolucionario” y “progresista” tienen poco significado en el terreno del arte.

Dostoievski, sobre todo en sus escritos posteriores, es un reaccionario confeso, un místico que odia a los socialistas. Sus descripciones de los revolucionarios rusos son malévolas caricaturas. Las doctrinas místicas de Tolstoy reflejan también tendencias reaccionarias. Pero los escritos de ambos nos despiertan, inspiran y liberan. Y eso es porque su punto de partida no es reaccionario, sus pensamientos y emociones no obedecen al deseo de aferrarse al statu quo, ni los inspiran el resentimiento social, la estrechez mental ni el egoísmo de casta. Por el contrario, reflejan un gran amor por la humanidad, y una profunda reacción ante la injusticia. Así Dostoievski, el reaccionario, se convierte en agente literario de los “insultados e injuriados”, como él los llama en sus trabajos. Sólo las conclusiones que él y Tolstoy han sacado, cada uno a su manera, sólo la salida del laberinto social que ellos creen haber encontrado, los conduce a las sendas del misticismo y el ascetismo. Pero en el verdadero artista la fórmula social que propone tiene una importancia secundaria; la fuente de su arte, el espíritu que lo anima: eso es lo decisivo.

Dentro de la literatura rusa existe también una tendencia que, aunque en escala menor y a diferencia de las ideas profundas y universales de Tolstoy y Dostoievski, propone ideales más modestos: la cultura material, el progreso y la eficiencia burguesa. Los mejores representantes de esta escuela son Goncharov (11) en la vieja generación, y Chejov en la nueva. Este, en oposición a la tendencia ascética y moralizante de Tolstoy, pronunció la siguiente frase característica: “hay más amor a la humanidad en el vapor y la electricidad que en la castidad sexual y el vegetarianismo”. En su búsqueda impetuosa y juvenil de cultura, dignidad personal e iniciativa, esta escuela rusa, un tanto sobria y “culterana”, nada tiene que ver con el filisteísmo y la banalidad autosuficientes de los representantes franceses y alemanes del juste milieu. Especialmente Goncharov, en su libro Oblomov, ha alcanzado alturas tales en su pintura de la indolencia humana, que su personaje, por su validez universal, tiene un sitio asegurado en la galería universal de los grandes tipos humanos.

Por último, tenemos los representantes de la decadencia en la literatura rusa. Uno de los exponentes más brillantes de la generación de Gorki es uno de ellos: Leonidas Andreiev, (12) de cuyo arte emana un aire sepulcral de decadencia en el que se ha marchitado todo deseo de vivir. Y sin embargo la raíz y la esencia de la decadencia rusa se opone diametralmente a la de un Baudelaire o un D’Annunzio, (13) donde la base es la sobresaturación de cultura moderna, donde el egoísmo, altamente astuto en su expresión, bastante robusto en su esencia, ya no encuentra satisfacción en una existencia normal y busca estímulos venenosos. En Andreiev la desesperanza fluye de un temperamento que, bajo el ataque de la opresión social, se siente doblegado por el dolor. Al igual que los mejores escritores rusos, ha analizado profundamente los sufrimientos de la humanidad. Ha vivido la guerra ruso-japonesa, el primer periodo revolucionario y los horrores de la contrarrevolución de 1907 a 1911. Los describe en cuadros conmovedores, como La risa roja, Los siete ahorcados, y muchos otros. Al igual que su Lázaro, que vuelve de las orillas del país de las sombras, no puede desprenderse del hedor de la tumba; camina entre los vivos como “algo casi devorado por la muerte”. Esta decadencia conoce un origen típicamente ruso: es esa plena simpatía social que quebranta la energía y resistencia del individuo.

Es precisamente esta simpatía social la responsable de la singularidad y el esplendor artístico de la literatura rusa. Sólo el que se siente afectado y conmovido puede afectar y conmover a los demás. El talento y el genio son, desde luego, en cada caso, un “don de Dios”. Pero el gran talento no basta para dejar una impresión duradera. ¿Quién negaría el talento, inclusive el genio, de un Monti, (14) que en terza rima dantesca celebró el asesinato del embajador de la Revolución Francesa por una turba romana y luego los triunfos de esa misma revolución; antes los austriacos y ahora el Directorio; ora al extravagante Suvarov, ora nuevamente a Napoleón y al emperador Francisco; endilgándole al vencedor en cada caso los más dulces trinos del ruiseñor? ¿Quién podría poner en duda el enorme talento de un Saint-Beuve, (15) creador del ensayo literario que, con el tiempo, puso su extraordinaria pluma al servicio de casi todos los grupos políticos de Francia, demoliendo hoy lo que ayer adoraba y viceversa?

Si el efecto ha de perdurar, si la sociedad ha de ser educada, se requiere algo más que talento. Se requiere poesía, carácter, personalidad, atributos profundamente ligados a una concepción del mundo grandiosa y acabada. Es esta concepción del mundo, esta conciencia social tan sensible la que agudizó el análisis de la literatura rusa de las condiciones sociales y la psicología de los distintos personajes y tipos. Es esta simpatía casi dolorosa la que inspira sus descripciones de esplendoroso colorido; es la búsqueda incesante, el cavilar sobre los problemas de la sociedad lo que le permite observar artísticamente la enormidad y la complejidad interna de la estructura social, y exponerla en inmensas obras de arte.

Todos los días y en todo lugar se cometen crímenes y asesina tos. “El peluquero X asesinó y robó a la rica Sra. Y. La corte criminal Z lo condenó a muerte.” Todos hemos leído noticias de este tipo en los diarios, les hemos echado un vistazo indiferente y hemos pasado las hojas en busca de las últimas noticias hípicas o el programa de los teatros. ¿A quién le interesan los crímenes y asesinatos, además de la policía, el fiscal y los estadísticos? Fundamentalmente a los escritores de novelas policiales y a los cineastas.

El hecho de que un ser humano pueda asesinar a otro, y que esto pueda ocurrir en el corazón de nuestra “civilización”, al lado de nuestro hogar dulce hogar, conmueve a Dostoievski hasta lo más profundo de su alma. Como a Hamlet, que en el crimen de su madre encuentra la ruptura de todo vínculo humano y la dislocación de su mundo, lo mismo le ocurre a Dostoievski cuando comprende que un ser humano puede asesinar a otro. Ya no encuentra sosiego, siente el peso del horror que lo oprime, como nos oprime a todos. Tiene que disecar el alma del asesino, buscar el origen de su miseria, de sus penas, hasta lo más recóndito de su corazón. Sufre todas sus torturas y queda enceguecido cuando llega a la terrible comprensión de que el asesino es el miembro más desgraciado de la sociedad. La poderosa voz de Dostoievski hace sonar la alarma. Nos despierta de la estúpida indiferencia del egoísmo civilizado que entrega al asesino al inspector de policía, al fiscal y a sus secuaces, o a la penitenciaría, con la esperanza de vernos librados de él. Dostoievski nos obliga a pasar por todas las torturas que sufre el asesino, dejándonos aplastados al final. Quienquiera que haya experimentado a Raskolnikov, o la indagatoria de Dmitri Karamazov en la noche siguiente al asesinato de su padre, o La casa de los muertos, jamás encontrará el camino de retomo al filisteísmo y al egoísmo autosuficiente. Las novelas de Dostoievski atacan con furia la sociedad burguesa, en cuya cara grita: “¡El verdadero asesino, el asesino del alma humana, eres tú!”

Nadie ha cobrado venganza tan implacable por los crímenes que la sociedad perpetra contra el individuo, nadie ha puesto a la sociedad en el potro como lo ha hecho Dostoievski. Ese es su genio. Pero todos los grandes espíritus de la literatura rusa también encuentran en el asesinato una acusación contra la situación imperante, un crimen cometido contra el asesino como ser humano, por el cual todos somos responsables, cada uno de nosotros. Es por ello que los grandes genios vuelven una y otra vez al problema del crimen, como si les fascinara, colocándolo ante nuestros ojos en las más grandes obras de arte para despertarnos de nuestra indiferencia irresponsable. Tolstoy lo hizo en El poder de las tinieblas y en Resurrección, Gorki en Las profundidades y en Los tres y Korolenko en su cuento El murmullo de la selva y en el maravilloso cuento siberiano Asesino.

La prostitución es tan específicamente rusa como la tuberculosis, es más bien la institución más internacional de la vida social. Pero aunque desempeña un papel casi dominante en nuestra vida moderna, oficialmente, en el sentido de la mentira convencional, no se la acepta como integrante normal de la sociedad contemporánea. Se la trata como la escoria de la humanidad, como algo que no corresponde. La literatura rusa no toma el problema de la prostituta en el estilo acerbo de la novela de salón, ni con el sentimentalismo llorón de la literatura tendenciosa, ni como el vampiro misterioso, rapaz, del Erdgeist de Wedekind. (16) Ninguna literatura del mundo contiene descripciones de tan fiero realismo como la magnífica escena de la orgía en Los Hermanos Karamazov, o Resurrección de Tolstoy. Pero a pesar de esto el artista ruso no ve en la prostituta un “alma perdida” sino un ser humano cuyos sufrimientos y conflictos interiores provocan simpatía. Dignifica a la prostituta y la rehabilita por el crimen que la sociedad ha perpetrado contra ella permitiéndole competir con los tipos femeninos más puros y hermosos por el corazón del hombre. La corona con rosas y la eleva, como Mahado con su Bajadere, del purgatorio de su corrupción y agonía a las alturas de la pureza moral y el heroísmo femenino.

No sólo el tipo y la situación excepcionales que resaltan contra el trasfondo gris de la vida cotidiana, sino también la vida misma, el hombre del montón y su miseria, despiertan profundas preocupaciones en el escritor ruso, cuyos sentidos están impregnados de injusticia social. “La felicidad humana -dice Korolenko en uno de sus cuentos-, la felicidad humana sincera es saludable y eleva el espíritu. Y yo siempre creo, sabe usted, que el hombre tiene un poco la obligación de ser feliz.” En otro cuento, titulado Paradoja, un lisiado, que nació sin brazos, dice: “El hombre está hecho para ser feliz, como el pájaro para volar”. Viniendo de la boca de un infeliz lisiado, esa máxima es obviamente una “paradoja”. Pero para miles y millones de personas, no son los defectos físicos accidentales los que convierten su “vocación de felicidad” en tan grande paradoja, sino las condiciones sociales bajo las cuales deben existir.

La observación de Korolenko contiene, en verdad, un elemento importante de higiene social: la felicidad hace a la gente espiritual-mente pura y saludable, así como la luz del sol sobre el mar abierto desinfecta el agua. Además, en condiciones sociales anormales —y todas las condiciones sociales basadas en la desigualdad lo son— la mayoría de las deformaciones heterogéneas del alma son fenómenos de masas. La opresión permanente, la inseguridad, la injusticia, la pobreza y la dependencia, al igual que la división del trabajo que provoca la especialización unilateral, moldean a la gente de determinada manera. Y ello es válido tanto para el tirano y el esclavo, como para el opresor y el oprimido, el fanfarrón y el parásito, el oportunista inescrupuloso y el ocioso indolente, el pedante y el bufón: todos son igualmente productos y víctimas de sus circunstancias.

Es esta anormalidad sicológica peculiar, el desarrollo defectuoso del espíritu humano bajo la influencia de las condiciones sociales cotidianas, la que llevó a escritores como Gógol, Dostoievski, Goncharov, Saltikov, (17) Uspenski, (18) Chejov y otros a hacer descripciones de fervor balzaciano. Nada hay en la literatura universal que supere la descripción de la tragedia de la banalidad del nombre común que hace Tolstoy en La muerte de Iván Ilich.

Existen, por ejemplo, esos picaros que, carentes de vocación e imposibilitados de hacer una existencia normal, llevan una vida parasitaria mechada con algunos conflictos con la ley. Ellos conforman la escoria de la sociedad burguesa, para la que el mundo occidental pone carteles que dicen “Prohibida la entrada a mendigos, buhoneros y músicos”. Para con esta categoría —cuyo tipo es el ex oficial Popkov de Korolenko- la literatura rusa siempre ha mostrado un vívido interés artístico y una simpática sonrisa comprensiva. Con la calidez de un Dickens, (19) pero sin su sentimentalismo burgués, Turgueniev, Uspenski, Korolenko y Gorki miran a estas gentes “abandonadas” (el criminal tanto como la prostituta) con realismo y tolerancia, como iguales dentro de la sociedad humana, y logran, con este enfoque genial, trabajos de gran valor artístico.

La literatura rusa trata al mundo infantil con ternura y afecto excepcionales, como lo demuestran La guerra y la paz y Ana Karenina de Tolstoy, Los hermanos Karamazov de Dostoievski, Oblomov de Goncharov, En mala compañía y De noche de Korolenko y Los tres de Gorki. En su Page d’amour, del ciclo Rougon-Macquart, Zola describe los sufrimientos de un niño abandonado. (20) Pero el niño enfermizo e hipersensible, afectado morbosamente por los amoríos de una madre egoísta, es sólo la “evidencia” en una novela experimental, un sujeto para ilustrar la teoría de la herencia.

Para el ruso, en cambio, el niño y su alma forman una entidad independiente, objeto de interés artístico en la misma medida que el adulto, sólo que más natural, menos echado a perder y ciertamente más indefenso ante los males de la sociedad. “Quienquiera que ofenda a uno de estos niños... sería mejor para él que se le colgara una piedra al cuello”, y así sigue. La sociedad actual ofende a millones de pequeños robándoles el bien más preciado e irrecuperable: una niñez feliz, sin penas, armoniosa.

Víctima de las condiciones sociales, el mundo infantil, con su miseria y su felicidad, ocupa un lugar muy cercano al corazón del artista ruso. No se inclina ante el niño de esa manera hipócrita y alegre que la mayoría de los adultos creen necesario emplear, sino que lo trata con sincera y honesta camaradería. Sí, e incluso con cierta timidez y respeto hacia el pequeño ser intocado.

La manera en que se expresa la sátira literaria es un buen índice del nivel cultural de una nación. Inglaterra y Alemania representan los dos polos opuestos en la literatura europea. Trazando la historia de la sátira de von Hutten (21), a Heinrich Heine, (22) se puede incluir también a Grimmelshausen. Pero en el transcurso de los tres últimos siglos los eslabones de esta cadena demuestran una decadencia horrorosa. A partir del ingenioso y fantasioso Fischart, (23) cuya naturaleza exuberante demuestra la influencia del Renacimiento, a Mosherosh, y desde éste, que al menos se atreve a ridiculizar a los poderosos, al pequeño filisteo Rabener, (24) ¡qué decadencia! Rabener, que se enoja cuando la gente se atreve a ridiculizar a los príncipes, al clero y a las “clases altas”, porque un satírico que se “porta bien” debe aprender en primer lugar a ser un “súbdito leal”, muestra el punto débil de la sátira alemana. En cambio en Inglaterra la sátira conoció un tremendo auge desde comienzos del siglo dieciocho, es decir, después de la gran revolución. La literatura británica no sólo ha producido una serie de maestros como Mandeville, Swift, Sterne, Sir Philip Francis, (25) Byron y Dickens, con el primer lugar reservado, naturalmente, para el Falstaff de Shakespeare, sino que la sátira ha dejado de ser privilegio de los intelectuales para convertirse en propiedad universal. Se ha nacionalizado, por así decirlo. Brilla en los folletos políticos, volantes, discursos parlamentarios, periódicos y también en la poesía. La sátira se ha convertido en algo tan vital como el aire para el inglés, hasta el punto que los cuentos de un Croker, (26) destinados a la adolescente de la clase media alta, contienen las mismas descripciones ácidas de la aristocracia inglesa que los de un Wilde, Shaw o Galsworhy. (27)

Esta tendencia a la sátira deriva de la libertad política que reina en Inglaterra desde hace muchos años y se explica por ésta. Puesto que la literatura rusa es similar a la británica en este sentido, puede decirse que los factores determinantes no son la constitución ni las instituciones del país, sino el espíritu de su literatura y la actitud de los círculos que dirigen la sociedad. Desde el comienzo, la literatura moderna rusa ha dominado la sátira en todas sus instancias y se han logrado resultados excelentes en todas ellas. Eugenio Oneguin, de Puskhin, los cuentos y epigramas de Lermontov, las fábulas de Krilov, los poemas de Nekrasov (28) y las comedias de Gógol son otras tantas obras maestras, cada una a su manera. La épica satírica de Nekrasov ¿Quién puede ser feliz y libre en Rusia? refleja el delicioso vigor y riqueza de sus creaciones.

En Saltikov-Schedrin la sátira rusa ha producido su propio genio quien, para mejor azotar al despotismo y la burocracia, inventó un estilo literario muy peculiar y un idioma propio único e intraducible, influyendo enormemente en el desarrollo intelectual. Así, la literatura rusa combinó un alto pathos moral con una comprensión artística que recorre toda la gama de las emociones humanas. En medio de esa inmensa prisión que es la pobreza material del zarismo, creó su propio reino de libertad espiritual y una cultura exuberante donde uno puede respirar y compartir la vida intelectual y cultural. Pudo convertirse así en un poder social y, educando una generación tras otra, en una verdadera patria para los mejores hombres, como Korolenko.

II

La naturaleza de Korolenko es verdaderamente poética. Alrededor de su cuna se formó la densa atmósfera de la superstición. No la superstición corrompida de la decadencia metropolitana del espiritismo, la adivinación y la Ciencia Cristiana, sino la superstición ingenua del folklore: pura y aromatizada de especias como los vientos que recorren las llanuras ucranianas, y los millones de iris silvestres, milenramas y salvias que crecen entre la hierba. La atmósfera encantada de los cuartos de la servidumbre y de los niños de la casa paterna de Korolenko no distaba mucho del país de las hadas de Gógol, con sus enanos y brujas y su fantasma pagano de Navidad.

Descendiente a la vez de polacos, rusos y ucranianos, Korolenko debió soportar desde su niñez el peso de tres “nacionalismos”, cada uno de los cuales le exigía “odiar o perseguir a alguien”. Sin embargo, su sano sentido común le permitió defraudar dichas expectativas. Las tradiciones polacas, con su aliento moribundo de un pasado vencido por la historia, dejaron poco rastro en él. Su honestidad rechazaba las payasadas y el romanticismo reaccionario del nacionalismo ucraniano. Los métodos brutales empleados en la rusificación de Ucrania le sirvieron de severa advertencia contra el chovinismo ruso. Este muchacho tierno se sentía atraído instintivamente por los débiles y oprimidos, y no por los vencedores y los fuertes. Y así, del conflicto de las tres nacionalidades en pugna en su Volhinia natal, escapó al humanismo.

Huérfano de padre a la edad de diecisiete años, y obligado a depender de sí mismo, fue a Petersburgo y se arrojó al torbellino de la vida universitaria y la actividad política. Luego de tres años de estudio en una escuela técnica, pasó a la Academia de Agricultura de Moscú. Dos años más tarde, el “poder supremo” frustró sus planes, como les sucedió a muchos otros de su generación. Arrestado por hablar ante una movilización estudiantil, fue expulsado de la Academia y exiliado al distrito de Vologda, en el extremo norte de la Rusia europea. Puesto en libertad, se lo obligó a vivir bajo vigilancia policial en Kronstadt. Algunos años más tarde pudo volver a Petersburgo y, planeando comenzar una nueva vida, aprendió el oficio de zapatero para estar más cerca del pueblo trabajador y desarrollar su personalidad en otras direcciones. Arrestado nuevamente en 1879, se lo envió aun más al norte, a una aldea en el distrito de Viatka, en el confín de la tierra.

Korolenko lo aceptó con bohemia. Trató de sacar el mejor partido posible de su recién adquirido oficio de zapatero, que le dio lo suficiente para vivir. Pero esto iba a durar poco. Repentinamente, y aparentemente sin razón alguna, fue trasladado a la Siberia occidental, de allí a Perm, y de allí al rincón más remoto de Siberia oriental.

Pero esto no significó tampoco el fin de sus viajes. Después del asesinato del zar Alejandro II en 1881, el nuevo zar, Alejandro III, subió al trono. Korolenko, que había alcanzado mientras tanto la categoría de funcionario jerárquico en los ferrocarriles, prestó el juramento de rigor, de fidelidad al nuevo gobierno, junto con los demás empleados. Pero las autoridades lo consideraron insuficiente. Se le pidió que prestara juramento nuevamente, en calidad de individuo y exiliado político. Korolenko, junto con los demás exiliados, se negó a hacerlo y como resultado fue enviado al desierto helado de Iakutsk.

No cabe duda de que todo el procedimiento fue un “gesto carente de contenido”, aunque Korolenko no trataba de hacer demostraciones. No se alteran directa o materialmente las condiciones sociales si un exiliado político aislado en la taiga siberiana cerca del círculo polar jura o no fidelidad al gobierno del zar. Sin embargo, en la Rusia zarista se solía insistir en tales gestos vacíos. Y no sólo en Rusia. El tozudo ¡Eppur si muove! de un Galileo nos recuerda otro gesto similar, cuyo único fruto fue que la Santa Inquisición pudo arrojar su venganza sobre un hombre torturado y encarcelado. Y sin embargo, para miles de personas que sólo tienen una vaga idea de la teoría de Copérnico, el nombre de Galileo queda para siempre identificado con este hermoso gesto, y el hecho de que en realidad no ocurrió carece de importancia. La mera existencia de tales leyendas, con las que los hombres adornan a sus héroes, es prueba suficiente de que tales “gestos vacíos” son indispensables para nuestro espíritu.

Por su negativa a prestar juramento, Korolenko sufrió cuatro años de exilio entre nómades semisalvajes en una miserable aldea a orillas del Aldan, tributario del río Lena, en el corazón del desierto siberiano, sufriendo las inclemencias de una temperatura bajo cero. Pero ni las privaciones, ni la soledad, ni el siniestro escenario de la taiga, ni el aislamiento del mundo civilizado pudieron cambiar la ductilidad mental de Korolenko, su alegre disposición. Compartía con ansia los intereses de los iakuts y su vida de privaciones. Trabajaba en el campo, cortaba el heno y ordeñaba las vacas. En invierno hacía zapatos y hasta iconos para los nativos. La vida del exiliado en Iakutsk, que George Kennan (29) llamó la “muerte en vida”, Korolenko no la describió con lamentos y amargura, sino con humor, en cuadros de la más tierna y poética belleza. En esta época maduró su genio literario, y recogió un rico botín en su estudio de los hombres y la naturaleza.

En 1885, vuelto de un exilio que, con breves interrupciones, duró casi diez años, publicó el cuento El sueño de Makar, que inmediatamente lo ubicó entre los maestros de la literatura rusa. Este producto, el primero y sin embargo ya maduro de un joven talento, irrumpió en la atmósfera plomiza de la década del ochenta como el canto de una alondra en un día gris de febrero. En rápida sucesión aparecieron Cuentos de la Siberia, El murmullo de la selva, La búsqueda del icono, De noche, Iom Kippur, El estruendo del río, y muchos más. Todos demuestran las mismas características de la creación de Korolenko: maravillosas descripciones de la naturaleza, encantadora candidez, y un cálido interés por los “humillados y desheredados”.

Aunque son altamente críticos, los escritos de Korolenko no son polémicos, didácticos y dogmáticos como los de Tolstoy. Revelan simplemente su amor a la vida y su buen talante. Dejando de lado su concepción tolerante y bondadosa, Korolenko es un poeta ruso hasta el tuétano, quizás el más “nacionalista” de los grandes prosistas rusos. No sólo ama a su país; siente por él un amor juvenil; ama su naturaleza, con todos los encantos íntimos de este país gigantesco, con sus arroyos dormilones y sus valles boscosos; ama a la gente simple y su ingenua devoción religiosa, su áspero humor y su cavilosa melancolía. No se siente a sus anchas en la ciudad, ni en el cómodo camarote del tren. Odia la agitación y el ruido de la civilización moderna; su lugar es el camino abierto. Una buena caminata, mochila al hombro y un bastón casero en sus manos, entregarse por entero a las circunstancias; unirse a un grupo de peregrinos devotos en marcha hacia la imagen milagrosa de algún santo, platicar con los pescadores alrededor del fuego por las noches, o unirse al pintoresco grupo de campesinos, hacheros, soldados y mendigos en un vaporcito destartalado y escuchar su conversación: esa es la vida que más le gusta. Pero a diferencia de Turguéniev, aristócrata elegante y perfectamente acicalado, no es un observador silencioso. No encuentra dificultades para mezclarse con la gente, sabe exactamente qué tiene que decir, qué tono emplear.

Así recorrió toda Rusia. Experimentó a cada paso las maravillas de la naturaleza, la poesía ingenua de la simplicidad que también había hecho sonreír a Gógol. Extasiado observó la indolencia elemental y fatalista, característica del pueblo ruso, que en época de paz parece profunda e inmutable, pero que en momentos tormentosos se transforma en heroísmo, grandeza y férreo poder. Korolenko colmó las páginas de su diario con sus impresiones vividas y llenas de color que, al transformarse en bocetos y novelas, quedaron húmedas de rocío y fragantes con el olor de la tierra.

Un producto peculiar de la literatura de Korolenko es El músico ciego. Es aparentemente un experimento psicológico, que no entra en el terreno artístico. El ser lisiado puede causar muchos conflictos, pero, de por sí, está más allá de toda interferencia humana, de toda culpa o venganza. En la literatura, como en las artes, los defectos físicos se mencionan solamente de pasada, de manera sarcástica, para hacer más odioso algún personaje desagradable, como el Tersites de Homero o los jueces tartamudos de las comedias de Moliere y Beaumarchais, (30) o en forma caricaturesca, como en las pinturas del Renacimiento holandés, tales como el dibujo de un rengo de Cornelius Dussart.

En Korolenko encontramos lo opuesto. El interés recae sobre un hombre, ciego de nacimiento, atormentado por un deseo irresistible de acceder a la luz. Korolenko encuentra una solución, que nos da inesperadamente la clave de su arte y que es, dicho sea de paso, la característica de toda la literatura rusa. El músico ciego experimenta un renacimiento espiritual. Al desprenderse del egoísmo de su propio sufrimiento sin perspectivas de remisión, al convertirse en portavoz de los ciegos, de todas sus angustias físicas y mentales, logra su propio esclarecimiento. El clímax llega en el primer concierto público del ciego, quien sorprende a su auditorio, y provoca su compasión, utilizando para sus improvisaciones las canciones populares de los trovadores ciegos. La solidaridad con la miseria humana significa la salvación y el esclarecimiento, tanto para el individuo como para las masas.

III

La clara línea demarcatoria entre escritores literarios y periodísticos que observamos hoy en Europa occidental no es tan estricta en Rusia, en virtud de la naturaleza polémica de su literatura. Ambas formas de expresión se combinan con frecuencia para abrir el camino a ideas nuevas, como ocurría en Alemania cuando Lessing guiaba al pueblo mediante críticas teatrales, dramas, tratados filosófico-teológicos o ensayos sobre estética. Pero mientras que Lessing vivió la tragedia de ser un hombre solo e incomprendido, en Rusia una constelación de grandes talentos de los distintos campos de la literatura abogaron con éxito por una visión liberal del mundo.

Alejandro von Herzen, famoso novelista, fue también un periodista de nota. En las décadas de 1850 y 1860 despertó a toda la intelligentsia rusa con su Campana [Kolokol], revista que publicaba desde el extranjero. Imbuido del mismo espíritu de lucha y la misma lucidez, el viejo hegeliano Chernichevski se encontraba tan a sus anchas en la polémica periodística como en los tratados de filosofía y economía nacional, y en la novela política. Tanto Belinski como Dobroliubov utilizaron la crítica literaria para combatir el atraso y propagar sistemáticamente una ideología progresista. Los sucedió el brillante Mijailovski, que orientó la opinión pública durante varias décadas e influyó también en la personalidad de Korolenko. El mismo Tolstoy, además de sus novelas, cuentos y obras dramáticas, se valió del folletín polémica y la fábula moralizante. Por su parte, Korolenko constantemente cambiaba el pincel y la paleta del pintor por la espada del periodista para tomar directamente los problemas sociales.

Una de las características de la vieja Rusia zarista era la hambruna endémica, el alcoholismo, el analfabetismo y el déficit presupuestario. El resultado de la mal parida reforma campesina que reemplazó a la servidumbre fueron los terribles impuestos combinados con el gran atraso de la tecnología agraria, que golpeaban regularmente a los campesinos con el fracaso de sus cosechas durante toda la octava década. El clímax llegó en 1891: en veinte provincias una sequía excepcionalmente severa provocó la ruina de las cosechas, seguida de una hambruna de proporciones verdaderamente bíblicas.

Una indagación oficial para determinar la extensión de las pérdidas reunió más de setecientas respuestas de todo el país, entre ellas la siguiente descripción, de la pluma de un simple clérigo:

“En los últimos tres años nos hemos visto acechados por las malas cosechas, y una desgracia tras otra cae sobre los campesinos. Hay una plaga de insectos. Las langostas se comen el grano, los gusanos lo roen y los escarabajos liquidan lo que queda. La cosecha ha quedado destruida en los campos y las semillas se han secado en el suelo; los graneros están vacíos y no hay pan. Los animales se lamentan y caen, el ganado se mueve mansamente, y las ovejas mueren de sed y hambre [...] Millones de árboles y miles de granjas han sido presa de las llamas. Nos rodea un muro de fuego y humo [...] El profeta Zefanías escribió: ‘Arrasaré todo lo que hay en la faz de la tierra, dice el Señor, hombres, ganado, bestias salvajes, pájaros y peces”.

”¡Cuántas aves han muerto en los incendios forestales, cuántos peces en los ríos secos! [...] El reno ha huido de nuestros bosques, la zarigüeya y la ardilla han muerto. El cielo se ha vuelto estéril y duro como el hierro; no cae rocío, sólo sequía y fuego. Los frutales se han marchitado, junto con la hierba y las flores. No maduran las frambuesas, y en ninguna parte hay vaccinio, zarzamora ni arándano [...] ¿Dónde estáis, verdes bosques, aires deliciosos, bálsamo de los abetos que curaba a los enfermos? ¡Nada queda de ello! “'

El escritor, avezado súbdito del zar, pide solícitamente al final de su carta que no se le haga “responsable de la descripción que antecede”. Su preocupación no carecía de fundamentos, puesto que una poderosa nobleza declaró que la hambruna, por increíble que parezca, era un invento malévolo de “provocadores”, y que cualquier socorro sería superfluo.

Así estalló la guerra entre los sectores reaccionarios y la intelligentsia progresista. La sociedad rusa fue presa de la excitación; los escritores hicieron sonar la alarma. Se crearon comités de socorro en gran escala; médicos, escritores, estudiantes, maestros y mujeres intelectuales acudían de a miles al campo a curar a los enfermos, crear centros de alimentación, distribuir semillas, organizar la compra de cereales a bajo costo.
http://www.kaosenlared.net/noticia/rosa ... atura-rusa
"Nadie tiene derecho a disfrutar de la vida a expensas del trabajo ajeno"
(G. Zhukov)

tonibarla
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Re: Literatura Rusa del s.XIX

Mensaje por tonibarla »

La obra de Dostoievski me ha acompañado desde hace casi 30 años. Leí Crimen y Castigo en 3º de B.U.P. Desde entonces, y sin riesgo de exagerar, lo habré leído más de diez veces. Luego siguieron " El idiota ", " Los hermanos Karamázov ", "El adolescente ", " Los demonios ", "Memoria de la casa de los muertos " ... Dostoievski conoció, desde su más temprana infancia, el mundo de los desdichados. Su padre era médico en el hospital de pobres de Moscú. En su juventud fue socialista ( por esto fue a parar a Siberia ). De allí , del contacto con el pueblo, sale con nuevas ideas que lo hacen renegar de las ideas comunitarias ( vease su novela " Los demonios ") y abrazar un cristianismo popular, del cual son reflejo Sonia Marmeladova ( " Crimen y castigo " ), Iván Shatov ( "los demonios "), el príncipe Mishkin ( "El idiota " ) o el Staretz Zosima y Aliosha Karamázov ( " Los hermanos Karamázov " ). Cuando se lee su obra se tiene la impresión de leer a un visionario. Cuenta Joseph Frank en el volumen cuarto de la serie que dedicó a la biografía del escritor ruso, que bajo la dictadura de Stalin, en la década de 1930, en Moscú se leía a escondidas " Los demonios " y muchos se preguntaban como era posible que Dostoievski identificase tan claramente el futuro.
Por otro lado, dudo mucho que el escritor ruso aprobase la actual situación de su patria. Con un capitalismo voraz e inhumano que, una vez más, se ceba en los desdichados y ofendidos.
Me viene a la memoria un poema de Eliseo Diego, escritor cubano y cristiano que, a pesar de algunas incomprensiones, siempre estuvo con la Revolución :

A FIODOR DOSTOIEVSKI EN SU ANIVERSARIO

Por que conmueve un puente
de ajena piedra;por qué el fango
-apenas nada y nieve- de una aldea
perdida en leguas como en días
arde aquí tanto; y la infernal
zarabanda del grande y sus fantoches
-niebla de niebla extraña, qué más niebla-
con su gota de hielo
de no ser nos traspasa; y el bufón.
desjarretante y absoluto,
muerto de risa, bate, lívido
las castañuelas de los dientes nuestros;
por qué tocar los párpados
de un niño en agonía- sólo
fiebre de sombra-ya es terrible
como en el hijo propio; y la bondad, derrocándose en trampas,
hecha mueca, hecha burla, nos convence
de pronto como el sol; si todo
viene a través de lo que es otro;
la tierra misma otra; y la palabra
y el resuello, diferentes; como
será posible, si no fuese
nuestro su enorme corazón, y todos,
juntos en él, no fuésemos
ya el hombre.


Otro escritor del XIX ruso que me ha emocionado ha sido Chejov ( que curiosamente no apreciaba demasiado al Dostoievski escritor ). Relatos como "Enemigos", "La corista", "El pabellón nº 6" o " Sobre el amor " enseñan a conocer a los hombres

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